Por Christian Jiménez Kanahuaty
Introducción
Este año la editorial Alfaguara publicó Las cartas del boom, sólida correspondencia entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. El libro está dividido en tres grandes secciones. La que contiene la correspondencia entre los cuatro, los escritos críticos, y reseñas y artículos que escribieron cada uno por su lado al respecto de la obra de los demás. Documentos políticos en los que la firma de ellos aparece a pie de página. Además de ello, el libro fija a su manera una serie de datos sobre la procedencia de las cartas, las conversaciones implícitas en ellas y alguna que otra información que no se encuentra explicita, pero que ayuda al lector en su comprensión sobre el contexto en que se producen estas cartas o las referencias cruzadas sobre los lugares, publicaciones y personas sobre las que hacen referencia.
Y es quizá las notas a pie de página lo más irregular del libro. Parecería que los editores del volumen se dividieron las notas por autor y es por ello que no hay un criterio uniforme en la información que pretenden ofrecer al lector. Hay notas descriptivas, hay otras que lo mismo hubiera dado que no existieran porque no dicen nada. Y hay otras que son exhaustivas y que más parecen propias de un ensayo introductorio que de notas propiamente dichas.
Sin embargo, esto no impide disfrutar las cartas, porque después de todo, la información que se ofrece en pocas ocasiones enriquece la carta que está siendo leída. A pesar de ello, quizás en siguientes ediciones (que no reimpresiones) pueda subsanarse este hecho y reorganizar las notas a pie de página estableciendo un único criterio: la glosa o la erudición informativa derivada del trabajo histórico.
Desde dentro
Lo que de inmediato llama la atención en el primer tramo del libro es aquel respeto casi reverencial que se profesan entre sí los escritores del Boom. Está la diferencia de edad entre Cortázar y Carlos Fuentes y está también el respeto de Fuentes por la obra de García Márquez, y por supuesto se haya entre líneas el acercamiento que tiene Vargas Llosa a la obra de García Márquez al momento de leerlo en francés sin siquiera conocerlo, pero desde ese momento, sintiendo una gran admiración por El coronel no tiene quien le escriba.
De esto se desprende que en el intercambio de las cartas durante la primera etapa del reconocimiento de ellos como escritores se va gestando un intercambio de gustos estéticos. Las lecturas que los formaron, las películas que vieron, los escritores que intentan emular y a los que defienden y aquellos a los que ven desde lejos, como parte de un pasado que hay que superar. Y esto se va profundizando a medida que los años transcurren y la amistad entre ellos se hace más fuerte y los libros —escritos por ellos— también se hacen más presentes.
Esto es significativo porque no solamente se trata de un consumo cultural que marca una época y que se convierte en el signo que caracteriza una generación. Sino que además de ello, lo que se presenta es una suerte de mundo construido sobre las imágenes que produce la cultura y conforma al individuo en tanto intelectual, donde, además, las condiciones del mercado y su comercialización y recepción eran más lentas. Y quizá por ello, también más proclive a la idealización y sacralización de la cultura en tanto modo de acceder socialmente dado que también el viaje iniciativo hacia Francia es motivo para todos ellos de un desprendimiento del lugar natal para verlo con mayor claridad desde la distancia, pero jamás asumiendo el nuevo territorio como nueva cuna sobre la cual escribir, sino que el movimiento es que el territorio que se habita sirve para escribir desde ahí sobre lo que se dejó atrás. Y, en ese sentido, la cultura juega un rol fundamental porque constituye la identidad y las conexiones entre los miembros del Boom. Consumir y valorar la misma música, el mismo cine, los mismos libros y a los mismos intelectuales, les hace pertenecer a una comunidad ya no imaginada, sino real. La de los escritores latinoamericanos ambiciosos, jóvenes, y dispuestos a devorar el mundo renovando desde su prosa la novela y la literatura del continente.
Junto a eso se acompaña la escritura en las cartas de la recepción tanto de las publicaciones como de los proyectos de los libros futuros.
Existe una emoción sagrada en el juego de intercambio de guiños, aplausos, felicitaciones y el acompañamiento es sincero, fiel, febril y lúdico. Se tratan como semejantes, como si de verdad creyeran que cada uno está componiendo una parte de la novela de la gran novela que le toca escribir a su generación.
Pero no todo es jubilo. También se llaman la atención, se corrigen, se critican, pero toda palabra dicha en contra de la obra es vista como colaboración y no como anulación. En ese sentido, se podría hablar de un acompañamiento crítico más que de un juzgamiento o de un recibimiento sin apasionamiento. Saben que lo que hace el otro limpia el camino para el siguiente. La colaboración está vista también en ese ámbito. En el que todos los trabajos son el mismo trabajo, o lo que es lo mismo: cada uno trabaja en beneficio del otro, y nadie mira realmente su parcela de ficción como la única o la más importante.
Desde abajo
El punto central es la amistad. Una amistad fraguada por el respeto y la admiración. Pero la intensidad de esa amistad tiene componentes eléctricos cuando se aprestan a leer el nuevo libro del colega. Fuentes ama el trabajo de García Márquez, respeta y admira la fuerza del proyecto narrativo de Vargas Llosa, pero tiene una debilidad por el hombre y el ser humano que es Cortázar. Las cartas más emotivas y lucidas del epistolario son justamente las que se cruzan estos dos escritores. Y es, además, el intercambio con el que abre el libro. Fuentes escribiendo a Cortázar por primera vez da cuenta de su edad, admiración y el cierto miedo que le tiene. Pero con el transcurrir del tiempo, a pesar que Cortázar es mucho mayor que Fuentes, la amistad entre ambos no deja de tener algo de adolescente. Como si dos amigos se citaran en la plaza del barrio para hablar durante horas de todo lo divino, de todo lo humano y de todo lo demás. Pero no lo hacen para entender el mundo, porque cada quien ya lo entiende a su manera, ni para probar su sabiduría frente al amigo. Nada de eso. Lo hacen por el placer de la compañía, por el gusto de escuchar, porque saben que escuchar es también narrar.
Salvo contadas ocasiones las cartas de Vargas Llosa son las más formales, las más distantes en cuanto a la medida de los afectos. Y esto no quiere decir nada sobre la personalidad de Vargas Llosa, sino solo el amplio abanico de reservas que tiene al momento de poner las emociones por escrito, porque hay la constatación por las cartas de los otros tres que en persona Vargas Llosa no sólo era un buen amigo, sino que era adorable y capaz de despertar admiración allá donde fuera.
Las cartas de García Márquez no gozan del brillo que tienen las de Fuentes ni las de Cortázar, pero dan el tono de un personaje que siempre quiere caer bien y que cuando desea poner el punto sobre las íes sabe que lo hace por poner su nombre en la historia. Es el más consciente de su posición como escritor y de su notoriedad como intelectual latinoamericano, y su falsa modestia se nota en su ironía y en cierto afán paródico que intenta matizar sus ansias de prestigio.
Seguramente se podría decir lo mismo de Fuentes, pero Fuentes sabe que no tiene que demostrar nada. Sabe que su lugar está dado casi desde su primera juventud y que quizá el impulso para escribir Terra nostra sea dado más por su irremediable amor por la historia de México y sus ganas de condensarla en un solo libro, en lugar de ser una ambición por hacer y escribir la novela más larga y complicada del Boom.
Secuelas
Se puede leer Las cartas del boom como un documento de cultura que no es sino también un texto de barbarie sobre el imperialismo norteamericano en un momento particular de la historia de “la américa latina”, pero también se puede leer como un testimonio de cómo se constituye el campo intelectual en un continente y así, se ramifica la vertiente hacia la historia intelectual de cada país, con sus redes, nombres, circuitos, mercados, editores, editores y mecanismos de difusión.
De este modo, se quita todo romanticismo y se pone en escena aquello que nadie quiere reconocer: la literatura también es un objeto de intercambio comercial. Y el mercado tiene mucho que decir sobre lo que es o no literatura.
Y aunque la tensión se desata cuando los mismos escritores del Boom reconocen que una cosa es el mercado y otra la literatura, no deja de ser sintomático que las versiones finales de esas reflexiones sean la necesidad de crear lectores, de fortalecer las instituciones culturales y la de ampliar la posibilidad para que sigan dándose nuevos y mejores escritores en américa latina que con el tiempo retomarán la posta dejada por ellos. Hay la ciencia suprema de saber que el mercado puede acompañar un proceso cultural como el de la literatura siempre y cuando ésta sea construida como un territorio por explorar y descubra nuevas formas de explorar la violencia, la identidad, la política, la geografía y el humor.
Pero también el libro puede ser leído como un largo testimonio de un intercambio intelectual en una época en la que la historia, la cultura y la política se aceleraron para destrabar varias facetas del anquilosamiento latinoamericano.
Se puede leer este libro, finalmente, como prueba de la forma en que se van escribiendo las grandes novelas del Boom. Es un acercamiento a la cocina literaria de cada uno de ellos y sólo ese hecho podría ser problematizado como un escenario en el que se imparten las mejores clases de escritura creativa para los nuevos escritores.
En algunas de las páginas del libro, el lector podrá encontrar tanto la razón de ser del oficio de escritor de ficción, como el modo en que cada proyecto tiene mil eventualidades y refuerza la idea de que escribir, en realidad es reescribir. Con lo cual, los nuevos escritores podrán atestiguar que el programa narrativo de cada escritor está en cierto modo condicionado por sus condiciones de producción y por reserva cultural e histórica, porque por más que viajen entre países y continentes, estos escritores, siguieron escribiendo sobre la historia de sus países. Perú, México, Colombia, Argentina, no son sólo territorios de la memoria, son escenarios en los que se politiza lo estético y se estetiza lo político.
Así, ver cómo se forma una novela es de suma importancia porque da cuenta de que también la escritura es un oficio que se puede lograr desde el trabajo continuo sobre materiales que provienen tanto de la realidad como de la imaginación. Hay, por tanto, muchos mitos fundacionales sobre las personas del Boom, como también sobre el hacer narrativo de cada uno de ellos que se rompen con la lectura de estas correspondencias.
Y como no puede ser de otra manera, al desmontar mitos, también levanta otros. Son identificables. Y deben ser cruzados con las propias novelas de cada uno de ellos y con las memorias que algunos escribieron. Porque así todo adquiere mejor sentido, y la sensación de su oficio no sólo se hace carne, sino literatura.