Por Carolina Cervantes
Toda obra narrativa o poética debe transmitir algo. Quizá desde sus palabras, desde la construcción de sus versos, de sus diálogos, desde la forma que se le ha dado al texto o de la construcción de cada oración. Pero sí, todo en la obra transmite algo. Incluso pasa lo mismo con aquello que calla el autor; desde el silencio.
Estos silencios no se encuentran en toda narrativa u obra poética, aunque sí hay muchos autores que utilizan este recurso como parte esencial de su obra. Pero ¿cómo puede el silencio comunicar algo? Rosa Ma. Mateu advirtió que el silencio en términos narrativos o de escritura es más bien lo que Bajtín llamó “callar”; éste está construido a partir de aquello que el autor calla, que no dice de manera literal en la obra, y calla porque “esa acepción es la única que permite explicar la ambigüedad, la falta de respuesta, la polisemia, el vacío, la angustia, etc…” (1998, 3) Es decir, el silencio permite al autor expresar sin necesidad de decir o explicar.
Gracias a la herramienta del silencio se permite al lector o lectora conocer e interpretar lo que el autor quiso decir sin necesidad de que se hiciera de manera literal, a través de estos silencios es que se puede hablar de temas de la sociedad tan delicados, en la mexicana especialmente, como lo es la violencia de género.
Esta temática que trata la poeta Iveth Luna Flores es tan tangible en el contexto de ella, y de todo aquel o aquella que reside en México, que no es difícil especular y creer sin duda alguna que su obra ha sido creada con la necesidad de aullar el lamento sobre esta realidad tan dolorosa. Y no sólo a forma de expresión de cómo es vivirla, sino cómo es crecer en ella, y así externar la manera en que el contexto termina por definir mucho de las y los individuos.
Lo anterior parte del supuesto de que la obra de arte es un objeto “intencional”; esto es, un producto de actos de conciencia que difiere de los objetos ideales en que está sujeta a contingencias y no es eterna (Vargas Duarte, N/A, 2), en otras palabras, se parte de la idea de que la obra representa cuestiones y momentos efímeros que se plantea la o el autor/poeta al realizar la obra, y no de una cuestión divina como lo planteó Heidegger en su obra “Arte y poesía”.
Con relación a este silencio del que se habla, es el mismo que denuncia la violencia sufrida desde la voz poética en el poemario titulado Comunidad terapéutica, publicado en el 2017, de Iveth Luna Flores, poeta egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, estado que en la actualidad fue catalogado como el tercero con más feminicidios registrados en 2019 a nivel nacional. Esta información de la poeta resulta relevante por el contexto, como ya antes se mencionaba.
El libro en cuestión está construido por cuatro secciones, el cual cuenta con 90 poemas, si bien no todos siguen la misma temática de violencia de inicio a fin, sí siguen una misma línea de procedencia que, se podría decir, conjuntan una especie de “causa y efecto”.
En otras palabras, al inicio, estos poemas comienzan por hablar de la violencia de una forma más externa, en donde las narraciones siguen la violencia contra las mujeres, pero no es hasta que se llega al segundo apartado nombrado “Comunidad terapéutica” que comienza por externar un dolor interno. Conforme avanza el poemario, el sufrimiento y el dolor que el lector puede experimentar a través de los poemas se intensifica, a la vez que se hace constantemente más íntimo. Y esto es expresado desde la literalidad y el silencio.
La violencia de género suele tener varios actantes, es decir, más de una persona que participa. En esta obra hay por lo menos un agresor, una víctima y un tercero afectado.
Por todo lo anterior, lo que interesa responder en el presente trabajo es: ¿cómo, a través del silencio, de lo que la autora no dice, se expresa la violencia contra las mujeres y qué figuras actantes de la violencia contra las mujeres pueden ser encontradas? Y, ¿cómo se refleja la problemática sociocultural del contexto mexicano en este poemario? Es de suponer que esta violencia contra las mujeres se expresa desde palabras clave, o versos dispersos, que muestran al lector a dónde quiere guiarlo la lectura. O se muestra desde el mismo seguimiento de los poemas durante todo el libro. Y las figuras principales, actantes en la violencia de género, son la figura masculina (esposo/padre), la materna (esposa/ madre) y una mujer (hija principalmente). A su vez, se refleja esta problemática de la realidad sociocultural mexicana a través de las imágenes creadas en los poemas, de la voz poética y de la consciencia de los y las actantes.
Para responder a la cuestión anterior, se utilizarán distintas teorías que traten las temáticas de género como lo planteado por Monique Wittig y el feminismo lesbiano; Rosario Castellanos con su aportación sobre la feminidad desde la maternidad; Butler con su teoría de cómo nos desarrollamos en sociedad a partir del género; Salinas Hernández con sus apuntes sobre las masculinidades; y con Rosa María Mateu Serra, con sus aportes sobre el silencio y la palabra. De estas escenas, además, se comprobará su concordancia en escenarios que revelan la situación violenta en México.
Como se mencionó anteriormente, el poemario muestra durante su desarrollo una suerte de causa y efecto. Este seguimiento es el que se utilizará durante el análisis para llegar a reconocer la violencia expresada desde el silencio. La voz poética que da el seguimiento a la historia detrás del silencio, aunque se encuentra en todos los poemas, no se utilizarán todos y todas las partes de los poemas, sino que nos basaremos en fragmentos que sirvan para el análisis a fin de dar un seguimiento rápido al poemario. Además, será necesario saltar de un poema a otro ya que en ellos se encuentran conexiones que habrá que analizar.
En los poemas del primer apartado llamado “sala de agudos”, el lector comienza a notar la temática del poemario, este es el inicio. Parece principalmente una introducción al resto de la obra, pero otros dan pistas al lector de qué seguirá durante el resto del poemario.
Por ejemplo, “Culera” literalmente cuenta la historia de una madre “irresponsable” que es golpeada: “Marido la patea/ con sus botas de trabajo” (Luna, 2017, 17); que sufre de violencia económica: “Marido se jacta/ de sus turnos dobles/ de los cien pesos que da/ para la semana” (Luna, 2017, 17). Así, estos versos cuentan la historia de una madre que es violentada tanto física, como económicamente. “Existe un modelo hegemónico de masculinidad visto como un esquema culturalmente construido en donde se presenta al varón como esencialmente dominante, que sirve para discriminar y subordinar a la mujer y a otros hombres que no se adaptan a este modelo” (Salinas, 2016, 25). De esta manera, a través del silencio que describe al personaje de quien se narra, se conoce que el hombre es el mismo tipo de hombre dominante que hay en general en la cultura mexicana; el mismo modelo de hombre violento que aparece en las noticias locales: En NL, 290 llamadas de emergencia al día por violencia contra la mujer, aparece en los titulares, “el 69.30 por ciento de esas llamadas en la entidad fueron por violencia familiar” (Cubero, 2019)
Lo anterior puede ser tomado como una pista para entender la totalidad del poema, o bien, del poemario. En este caso, es bien sabido que la violencia en el país no sólo es grave, sino que va en aumento. Por lo tanto, a pesar de que la nota periodística citada no es del mismo año en que se publicó el poemario, representa la violencia en la que viven las mujeres diariamente en un país que no les ofrece seguridad, ni punibilidad para los violentadores; antes que eso, acostumbra a las víctimas a la violencia de género en todas su formas.
A su vez, en este mismo poema se conoce desde el vientre materno quién será la voz poética, quien realmente habla desde el poemario: “y una bebé/ viene conectada/ a una depresión/ a través del cordón umbilical.” (Luna, 2017, 17-18) Continuamente la voz poética se presentará con más frecuencia a través de los poemas, pero ésta es la primera aparición de ella que se encuentra en el libro.
Lo interesante de la cita anterior es que habla de un espectro que perseguirá a la voz poética desde su nacimiento: la depresión. De hecho, se puede interpretar que es una depresión heredada de su madre. En realidad, los casos de depresión por violencia familiar que terminan en tragedia no es algo nuevo ni algo que haya terminado a la fecha.
Por ejemplo, el caso de la madre que asesinó a sus tres hijas de dos, cinco y siete años, en este estado, en febrero del año presente. Según los medios locales, “una mujer de 27 años, quien padecía depresión […] había sufrido de violencia intrafamiliar por parte del padre de familia por lo que llegaron a Monterrey […] hasta el momento, no ha sido establecido si la joven recibía atención para la depresión que padecía” (Garza, 2019). Según esta misma nota, la madre buscaba dar una vida mejor a sus hijas, pero tras padecer un trastorno mental que posiblemente no se trataba, terminó en tan terribles consecuencias. Aquí se ve la reflexión sobre los trastornos mentales no tratados y las condiciones sociales como causantes.
Por su parte, en “La piel dorada de las bañistas”, la voz narrativa cuenta que su madre sólo le llama para llorar porque sus jóvenes amantes ya no le aman y se siente estúpida y vieja. Y en este poema hace una metáfora sobre los alacranes que pican a su madre: “Lloraba: ¿por qué me pican los alacranes?/ ¿por qué siempre a mí me pican los alacranes?/ no lo entiendo” (Luna, 2017, 23). Esta imagen del alacrán es un enigma hasta que la autora vuelve a utilizar la misma metáfora al hablar de su madre en el poema “Apoptosis”: “Podría soltarte si no me gustara esta cruz/ si no hubiera tragado un pañuelo con el que durante años/ sequé el llanto del alacrán/ después de aguijonear tu mano,/ blanca, delgadísima/ cromada de ríos verdes y azules/ donde la sangre corría con el deseo de bombear” (Luna, 2017, 73).
Hasta este momento, la picadura de alacrán comienza a tomar forma, básicamente se trata del dolor que le ha causado un hombre, o varios, a su madre. Y esto se muestra cuando la voz poética dice: “¿Qué puede hacer un alacrán para mostrar amor/ si sólo cuenta con el recurso de la picadura y/ todo lo que sale de él es veneno?” (Luna, 2017, 73) Este piquete de alacrán, en el caso de la madre, se hace presente sólo cuando se habla de la violencia que sufrió por parte de su pareja. Esa violencia doméstica que es entendida por la sociedad como una cuestión privada (Serrat, 2002, 121), y que, como ya se ha mostrado, es tan recurrente en la vida cotidiana de la mujer mexicana, tanto que diariamente hay una nota nueva en los medios sobre violencia de género.
En “andrómeda”, la estrofa final señala: “Todo el amor/ y todo mi llanto/ para llorarles en la boca a mis hijos/ para llorar por última vez/ en la boca de mis hijos” (Luna, 2017, 26). En este poema narra en primera persona una madre que llora en la boca de sus hijos y les dice que ellos, igual que ella, ya tienen la edad para morir. En este caso, en el poema completo se puede sentir, al momento de leerlo, la tristeza que tiene una madre, o más bien, el desencanto de la maternidad.
Respecto a la maternidad, Rosario Castellanos (1950) sostuvo que es una cuestión tan idealizada que “todas las humillaciones se soportan, todas las condiciones se aceptan, siempre que la mujer pueda, al través de ellas, convertirse en madre.” (p. 188) Es decir, la mujer atenida a su rol social, es capaz de tolerar cualquier tipo de abuso o violencia por parte de su pareja con tal de llegar al fin deseado. Sin embargo, la realidad muestra su cara más dura ante este engaño y devela la fantasía en que se envuelve a la mujer de realizarse tras la maternidad, y al caer en el desencanto, hay consecuencias fatales como las de las notas periodísticas ya mencionadas.
En el poema “Nadie puede entrar a casa”, aparece nuevamente la voz poética en su estado “principal”, el de la persona que fue afectada por toda la violencia sufrida desde sus padres: “algunas/ heredamos un pincel/ para pintar la depresión/ de nuestra familia.” (Luna, 2017, 28). Esta voz narrativa es la que se mantiene en constante comunicación con el lector. Es ésta quien da a conocer su historia, de dónde surgió la depresión que la lleva a tomar terapia psiquiátrica. La razón es la familia, como delinea en este poema cuando se refiere a la depresión de la familia. Por consiguiente, es posible ver que la depresión que se ha causado en una tercera persona, en la hija, tiene su origen es la violencia constantemente vivida de su padre a su madre.
Lo siguiente, que es básicamente el resto del poemario, es el efecto de toda esa violencia intrafamiliar. La que de igual manera se presentará constantemente como la causa en el resto de la obra, mas no será el eje, como lo fue en el primer apartado, sino que se presentará de acuerdo a la relación que tenga con la tercera afectada, la deprimida: la hija.
En una nota del año 2017 titulada “La depresión, un mal silencioso pero creciente entre los mexicanos”, se divulga que ésta es una enfermedad que afecta a poco más del 10% de la población mexicana, en el cual las mayores afectadas son las mujeres. No obstante, María Elena Medina Mora, directora del Instituto Nacional de Psiquiatría señaló que México no da la importancia necesaria a las enfermedades mentales, entre ellas la depresión, y que no se cuenta con los mecanismos suficientes para su prevención ni tratamiento. Asimismo, Medina Mora afirma que, entre otras, uno de los principales factores que disparan esta enfermedad es la violencia intrafamiliar y la inseguridad pública. (Expansión, 2017) Esta nota se convierte en una parte esencial para el entendimiento total de la obra poética. No se trata, entonces, sólo de una expresión poética, aunque por supuesto no se deja de lado que es una obra de arte, sino de un reclamo hacia una sociedad tan apática y cegada a su misma realidad.
Los poemas del apartado “comunidad terapéutica” no tienen título, es de hecho un poema de largo aliento, que sólo está separado por números romanos.
De inmediato, al iniciar este largo poema, se encuentra un rezago de violencia que proviene de la voz poética: “Me volví la piedra/ la mano que arroja la piedra/ el golpe y la cara.” (Luna, 2017, 33) La piedra hace referencia a la dureza que ha concebido en su persona, la mano que arroja la piedra es la violencia que surge de ella y el golpe y la cara es quien hace daño, pero también quien ha sido dañada. Esta parte es esencial para conocer el resto del poemario, pues permite al lector saber la procedencia de su encierro.
Después, habla de nuevo sobre su madre: “Mi madre no tejió una bufanda/ ni unas calcetas rosadas. Ella tejió para mí/ una camisita de fuerza/ talla recién nacida.” (Luna, 2017, 34) La madre es una constante en este poemario, y el dolor expresado a través de esta figura también. En los versos, la autora expone la falta de “expresiones de amor maternal” que tuvo, además de exponer cómo desde su nacimiento ella fue condenada a tener una camisa de fuerza, a tener un desequilibrio emocional.
Cuando narra sobre cómo hay visitantes en su pieza, le hacen un comentario específico: “tienes demasiadas fotografías de tus padres/ por toda la habitación” (Luna, 2017, 35). Lo que permite conocer incluso sobre aspectos aparentemente insignificantes de su entorno, pero que si se vieran desde una perspectiva freudiana se desglosarían con mayor sentido. No obstante, en este trabajo esa no es la finalidad.
Mientras tiene a estos visitantes, se recuerda a sí misma que debe ser buena con ellos: “Sé buena/ sé buena anfitriona/ están violando mi mente pero es una simulación.” (Luna, 2017, 36) Esta parte es interesante puesto que muestra dos inquietudes: cómo debe actuar una mujer según la sociedad y cómo ésta es aceptada según el contrato social.
La manera en que se enseña a una mujer cómo debe comportarse, dice Wittig, proviene desde la dominación de los hombres, “la dominación suministra a las mujeres un conjunto de hechos, de datos, de a prioris que, por muy discutibles que sean, forman una enorme construcción política, una prieta red que lo cubre todo, nuestros pensamientos, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro trabajo, nuestras sensaciones, nuestras relaciones” (2006, 24-25). De esta manera, siempre se debe tener un especial cuidado en el papel que debes asumir como mujer para que tu estabilidad no sea cuestionada.
En este caso, la estabilidad emocional de una mujer que ha sufrido violencia de género genera que pueda ser calificada como “loca” o “demente” y castigada por ello. Butler indicó sobre esto que lo simbólico es aquello que está sumamente arraigado en la mentalidad y forma de vida de las sociedades, es una manera de reconocimiento que implica los valores morales que definen sus límites. (2006, 178)
De esta manera, mientras la voz poética que narra en el poemario no mantenga el género que ya se le ha impuesto, que se le ha asignado, puede ser una persona que sufra de acusación de ser alguien “ajena” a la sociedad, una marginada.
Al seguir en este poema, continúan las expresiones de un deseo por el suicidio, hasta que llega a la parte de la marginalidad en la que cayó: “Loca: una palabra anacrónica/ inadaptada social/ saquen a esta niña muerta/ que traigo adentro.” (38) Esta parte muestra el desarrollo que tuvo la niña que fue parte de la violencia intrafamiliar. Terminó por ser llamada “loca” y pide que esa niña muerta sea sacada de su interior, es decir, su infancia.
Por otro lado, la violencia de género le seguía aun cuando no estaba cerca de sus papás. Habla de su mejor amiga que fue violada por su padre. Esa misma niña “me enseñó a tocar/ el cuerpo de una mujer/ con cariño y afecto” (Luna, 2017, 39). Aquí entra nuevamente el silencio. Si bien, la voz dice que le enseñó a tocar el cuerpo de una mujer, no dice de manera explícita que fue tocándose entre ellas, aunque se sobre entiende.
Sobre esto, Wittig dijo que ser lesbiana, es decir mantener una relación entre mujer y mujer, no significa sólo el rechazo a ser mujer, a ser sexualizada y violentada, sino que es el rechazo político, económico e ideológico de un hombre (2006, 37), es decir, que lo que se muestra en las caricias que le ha enseñado su amiga es la manera en que ella comienza a liberarse de la idea de las relaciones “sanas” impuestas por la heterosexualidad. O, por otro lado, del sufrimiento que éstas le han causado.
Al terminar con esta narración íntima de la voz poética, se inicia el siguiente apartado que fue nombrado: “Terapia individual”. En este apartado las revelaciones de la voz poética se escriben especialmente íntimas, de manera que incluso es posible ver las afecciones de la maternidad en ella. Por ejemplo, cuando dice: “Una zona de la ciudad/ está infestada de cobardes como yo:/ ingiero la píldora/ del día siguiente a diario” (Luna, 2017, 61) De manera literal, estas palabras no dicen nada con sentido, sin embargo, detrás de ello hay un sentido completamente lineal a lo que se ha expuesto. La píldora del día siguiente se sabe que sólo se ingiere una sola vez cada seis meses o sólo en caso de extrema emergencia. Tomarla a diario expresa un miedo internalizado a la maternidad, a estar embarazada, a tener un hijo. En ese sentido, la maternidad, en todo el libro, es expresada como sufrible o insoportable.
Otro ejemplo sobre esta idea de la maternidad es cuando vuelve a mencionar a su madre como un cuerpo fallido: “atarme al cuerpo/ fallido de mi madre” (Luna, 2017, 66), lo que realmente narra la muerte de su madre.
Y eso lo pronuncia de manera más abierta cuando llega al último apartado nombrado “Alta médica”, y se demuestra específicamente en el poema “Apoptosis”, que fue el que tomó todos los fragmentos presentados en distintos poemas, para terminar con la historia que realmente expresó durante todo el poemario.
Éste comienza por hablar nuevamente sobre la muerte de su madre y la imagen del alacrán, que aunque no se dice de manera literal, el silencio permite saber que es referencia al dolor que le causó su pareja, es decir el padre de la voz poética, durante tanto tiempo: “Podría soltarte si no me gustara esta cruz/ si no hubiera tragado un pañuelo con el que durante años/ sequé el llanto del alacrán/ después de aguijonear tu mano,/ blanca, delgadísima/ cromada de ríos verdes y azules/ donde la sangre corría con el deseo de bombear” (Luna, 2017, 73)
Aquí se presenta nuevamente los rezagos y/o consecuencias de la marca que dejaron la vida de sus padres en ella. Después de eso continúa con una metáfora hacia el orden social heterosexual:
Las estrellas nos miran en calidad de desahuciadas,/ allá, en el espacio, las estrellas dicen a sus hijas/ que en este planeta hay mujeres que desde hace años luz/ estamos muertas/ que brillamos en la memoria de la tierra/ sangramos para dar señales de vida/ no sabemos cifrar el baile de los hombres/ que aúllan excitados, chocando sus miembros (Luna, 2017, 74)
En esta parte, las mujeres, llamadas las hijas de las estrellas, algunas están muertas desde hace mucho tiempo. Esto tiene un sentido polisémico, dado que el contexto del poema puede hablar de la muerte de manera literal o de la forma en que las mujeres están muertas porque no son merecedoras de la vida. Por ser controladas por el sistema heteropatriarcal. “La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que hace de la mitad de la población seres sexuales donde el sexo es una categoría de la cual las mujeres no pueden salir.” (Wittig, 2006, 27)
De la misma manera, da cuenta del enigma que son los hombres para las mujeres, principalmente aquellas que son abusadas por ellos y que lo único que conocen de ellos son sus aullidos excitados y el choque de sus miembros; mero acercamiento sexual. Y es claro que las mujeres tienen esta perspectiva de los hombres debido a que “siempre deben ser seres disponibles a la visualización del hombre de manera sexual.” (Wittig, 2006, 27)
Por otro lado, este poema tiene tintes de hartazgo de los rituales que se han impuesto a las mujeres, aquello que deben soportar: “vuelve a casa, coloca de nuevo los barrotes/ aprende a cocinar y siéntate sola en el comedor” (Luna, 2017, 75). La soledad que experimentan las mujeres ya que sólo son visualizadas desde la maternidad y la sexualidad, pero como seres sociales son totalmente invisibilizadas (Wittig, 2006, 27).
Mientras las mujeres sostengan la idea de que han nacido para ello, se acostumbren, será mejor decirse y decir a las próximas generaciones: “no tiene nada de malo que nos guste la miseria/ lo dañino de la momificación son los vestidos”, desde el silencio, la autora dice que estas ideas e imposiciones son las que se han mantenido de generación en generación a través del matrimonio (Luna, 2017, 74)
Retoma nuevamente la muerte de su madre: “No estamos muertas, quiero decir,/ no estamos desangrándonos por curiosidad:/ el adn guarda un historial multiplicado/ mi madre me dio la bendición/ y luego se dio un disparo en el vientre” (Luna, 2017, 77), aunque lo interesante al llegar a esta parte, después de que ha hablado en distintos poemas sobre la muerte de su madre, esta vez lo narra de manera tal que esta muerte suene como polisemia, es decir, tanto podría ser literal, como una muerte simbólica o retórica, como se mencionó anteriormente.
Por último, en el seguimiento de este mismo poema, la historia que narra da un giro inesperado. La voz poética expone: “y todo para decirte que estaba embarazada/ para decir no sé a quién pertenece esta cruz” (Luna, 2017, 80). De esta manera, la voz permite al lector saber que ahora ella fue la embarazada, y al decirle a quien sería el padre simplemente no lo reconoció. Un desenlace interesante para todo un miedo a la maternidad detrás.
A modo de conclusión, es necesario retomar que la manera en que se da la conversación de la obra y el lector es a partir de la construcción de los versos, y al exponer palabras específicas que permiten conocer el seguimiento de lo que los poemas narran e ir haciendo un hilado. En todos hay palabras que se relacionan con la maternidad, con la muerte, el dolor, la depresión; o implementa situaciones y figuras retóricas, como la metáfora, para a través de ellas presentar a los personajes de quienes se pretendía hablar sin mencionarlos.
De la misma manera, la forma en que están acomodados los poemas en todo el libro no da tal cual una explicación como se supuso en un inicio de causa y efecto, sino que se narra de manera continua, mientras se habla del efecto se presenta la causa, o hay un atrevimiento al jugar con estos movimientos de versos que permiten al lector conocer sólo o la causa o el efecto en algunos poemas. Sin embargo, los poemas sí cuentan con un lugar estratégico en el cual se realiza cada vez más íntimo y personal el sufrimiento por la violencia contra las mujeres que ha experimentado la voz poética desde que se encontraba en el útero, “depresiva desde el cordón umbilical”.
Por último, en todos los poemas se encuentran por lo menos las tres partes principales que participan de la violencia de género: en primer lugar, el hombre macho que abusa física y verbalmente de la madre, y es de suponer que también hay violencia psicológica hacia la víctima.
En segundo lugar, se encuentra la figura de la madre, y ésta es la más recurrente, como aquella que sufre la violencia de género, que es la víctima, y quien sufre una muerte interna y externa por culpa de esta violencia vivida. Se muestra también como aquella que sufre con y por sus hijos e hijas. También como alguien que no cuenta con esa realización en la maternidad. Por otro lado, se halla la figura de la madre como alguien que, porque tuvo una madre que sufrió y no le demostró cariño, tiene miedo del nacimiento de su hijo/hija.
En tercer lugar, la hija que sufrió por el resto de su vida el daño que sufrió su madre, y que arrastra esa idea del matrimonio y la maternidad. Ella es quien narró durante todo el poemario la violencia que ha vivido: la violencia de su madre, la de ella misma, la de su mejor amiga, la de otras mujeres, que no explica de quiénes se trata.
En toda esta obra, la voz habla desde la consciencia de qué es el abuso y violencia contra las mujeres, pero sin usar explícitamente estas palabras. De manera sutil permite al lector conocer lo que es vivir (sufrir) de cerca este tipo de violencia y cuáles son las consecuencias de presenciarla.
En resumen, la obra aquí datada se esmera por demostrar la forma en que la violencia en México es tan naturalizada, y que ello desemboca distintas problemáticas, tanto sociales como individuales. La violencia familiar y de género como un factor presente en el crecimiento y desarrollo en los infantes seguirá por mantener el orden caótico que en el país se presenta. Aunque, como artista, y eso debe ser claro, los poemas son más táctiles para aquellos y aquellas quienes logran empatizar y caracterizar la voz poética. La poesía aún es, más allá de una forma de exposición de problemas sociales, una expresión de material ontológico.
Referencias.
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Salinas Hernández, H. M. (2016) Masculinidades e identidades gay. Tres estudios sobre la violencia, mercado y sociabilidad gay en la ciudad de México. Ed. Voces en tinta. México.
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Wittig, M. (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid: Editorial Egales, S.L.
Butler, J. (2006). Deshacer el género. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S.A.
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