En la cuerda floja de Leopoldo Orozco
Por Victoria Marín[1]
Leer En la cuerda floja es una experiencia reconfortante para quienes tienen la costumbre de forjar espejos y romperlos, solo para construir otros a partir de los fragmentos más bellos o perturbadores. Para quienes se atreven a transitar nuestro mundo a través de una vía peligrosa: la del ingenio. Esa misma senda hace vibrar en cada uno la cuerda común, conecta los relatos de este libro en la mente de un simpático y desventurado funambulista, cuya voz ofrece una atmósfera llena de desencanto y humor negro; pero, también de sensaciones liberadoras, capaces de traer de vuelta el ánimo, incluso sobre la cuerda. Símbolo que une, pero que al mismo tiempo representa la posibilidad de la pérdida y la separación. .
Es por eso que el desarrollo de este libro propone la conquista de nuestro propio peso, la participación en un juego que consiste en lograr el balance y la tensión correcta. Sin embargo, pese a esto y a la crudeza del espectáculo provisto, el autor es muy amable. Deja claro que las únicas cuerdas que nos llevan a nuestro sitio escapan de la medición y del planeamiento, se tienden más allá de lo conocido, van del cielo a la tierra.
Esto no quiere decir que debamos cerrar los ojos y dejarlo todo a la suerte y a la ligereza de las palabras, del aire; tampoco que sea posible confiar en el éxito de una lectura descuidada. A pesar de las amenazas que trae consigo el tomar las riendas de nuestro personaje en el escenario de la vida, Leopoldo Orozco nos invita a franquear el aire, a reírnos de nosotros mismos, pero también de nuestras limitaciones para comunicar desde donde mora la vida invisible, el soplo creador del cual se sirven aquellos que la inspiración encuentra arriesgando el cuello entre el cielo y la tierra, entre lo material y el pensamiento, entre la belleza de crear y un entorno lleno de desengaños y peripecias.
Pero eso no es todo. A ratos la cuerda amenaza con convertirse en un camino de fuego para los más sensibles y osados, dibuja la forma de un laberinto o proyecta un círculo perfecto que comienza y termina en aniquilación o ironía. Recorre con sinceridad los estadios del alma desanudando apariencias, trazando líneas que evocan filosofías, figuras míticas e históricas, escritores entrañables y personajes de cuento. Estos seres nos motivan a ver el mundo como es, pero también nos recuerdan que vemos el mundo como somos, y que a menudo somos lo que intentamos evitar con empeño.
El núcleo de esta cuerda hábilmente trenzada, la ópera prima de un joven escritor, es la reconciliación con la vida y la lucha que conlleva, pero también —y sobre todo— con lo fatal.
A continuación, algunos de los pasos que componen este recorrido por la cuerda floja.
El gran viaje
Uno tendría que viajar más rápido que la luz para poder regresar al punto de partida antes de que el universo tuviera un final —¡y esto no está permitido!
Stephen Hawking
Por fin se inventó el gran viaje: el de ganar la carrera contra la luz. El astronauta montó su nave rapidísima. ¡Buen viaje, buen viaje!, gritaron todos. Despegó y el sol se hizo una línea diminuta. Pasaron años de camino en línea recta y vio deslizarse todo el espacio por la ventanilla. Envejeció y se encorvó hasta el ridículo. Valdrá la pena, pensó, cuando encuentre a los demás como nosotros. Y por fin, con todo el universo a sus espaldas, el aparato detectó un planeta vivo. Preparó el aterrizaje, emocionado. ¿Cómo serían los seres de otra tierra? Se escuchó el estruendo de la nave, la nube de polvo se disipó frente a sus ojos mientras bajaba de su silla milenaria y se abrían las compuertas de titanio y las lágrimas rodaron por sus mejillas cuando oyó los griteríos de la gente que decía: ¡Regresaste, regresaste, bienvenido!
La invención del hilo negro
A pesar de lo que nos quieran hacer creer casi todas las corrientes de pensamiento modernas, el hilo negro ha sido inventado muchas veces —y muy a pesar de las academias— por las ovejas negras de la historia.
Paisaje con árboles secos
Una mujer encontró en una de las pinturas el rostro de su hombre ideal: la mujer soñaba que hacía el amor con este ser inventado entre dos árboles secos, sobre la hierba. El hombre aparecía al fondo, entre los dos árboles, esperándola. Comprendió por qué alguna vez soñó que en el camino se cruzaba con un hombre viejo, encorvado por el peso de un caballete en su espalda.
Por su parte, un hombre dijo haber encontrado, en uno de los lienzos, el lugar exacto en el que, en sueños, veía a su amor secreto. El último sueño que tuvo con ella había sido hace muchos años, pero lo recordaba a la perfección. Todo era idéntico, pero ella no estaba. El hombre intuyó que aquella mujer imaginaria, al igual que la verdadera, se había cansado de esperar.
[1] Filolóloga y directora de Revista Virtual Quimera.