Por Lidise Yaneli Castillo Rivas[1]
Así son las cosas en Ushuaia, iguales a las de cualquier parte,
pero distintas, sobre todo en aquellos años cuando
cada cosa era un acontecimiento y parecía que pasaba
por primera y única vez.
-Sylvia Iparraguirre
La literatura escrita por mujeres ha sido minimizada históricamente, pues en el cosmos literario que conocemos, los hombres construyen y dominan el canon, pues ellos mismos colocan las obras de un mayor número de autores varones frente a una reducida cantidad de escritoras valoradas de la misma forma. Además de cargar con esta etiqueta, las mujeres latinoamericanas se encuentran ante una doble marginación, pues el mismo canon es construido desde una visión colonizadora y eurocentrista, donde la literatura hispanoamericana algunas veces es infravalorada. Resulta importante mencionar la construcción de la literatura universal desde la escritura masculina ya que Sylvia Iparraguirre[2] muestra su postura al enfrentarse directamente con una academia literaria donde no se consideraba la existencia de escritoras ni de literatura femenina:
Era una época donde se discutía si había una literatura femenina; constantemente había mesas acerca de si existía o no una literatura femenina, y existía el absurdo de ver si había diferencias de lenguaje entre la literatura escrita por hombres y la escrita por mujeres. Yo he escuchado decir a escritores de la vieja generación que no les interesaba la literatura escrita por mujeres, que seguían confinadas un poco a esa idea prejuiciosa de que las mujeres escribimos sobre las flores, los pájaros y los niños. No éramos competencia para los varones. La idea general era que los varones estaban entonces en búsquedas formales. (Iparraguirre, S.D, Infobae)
En la obra de Iparraguirre se encuentran rescoldos de la experiencia de la autora en la producción de literatura escrita por mujeres, aunque también habla sobre los indios yamanás y la Patagonia, incluso dentro de su trabajo se encuentra una extensa crónica sobre este lugar, Tierra del Fuego, una biografía del fin del mundo y una novela que al igual que El país del viento se sitúa en el extremo sur del continente. Ésta última, que compete ahora, se conforma por nueve cuentos, que además del espacio, no guardan relación entre sí y aunque todos forman parte de ficciones, se basan en un hecho real, «una conjetura muy difundida en Tierra del fuego a fines del siglo XIX, cuando los barcos de vapor ya desplazaban a los de las velas.» (B. Pellegrini, Cintia, p. 2)
Identidad latinoamericana.
Los cuentos de El país del viento transcurren en un lapso entre el inicio de los asentamientos indígenas hasta 1995, pero cada uno de los cuentos están situados en un año y un lugar en específico: “En el sur del mundo” Chubut, 1866; “Tachuelas” Punta Arenas, 1897; “El Faro” Cabo de Hornos, 1932; “24 kilos de oro” El Páramo, 1888; “La tormenta” Isla de los Estados, 1902; “Lila y las luces” Neuquén, 1995, “Habla Kishé” Patagonia, desde el principio; “Atardecer con sirenas” Ushuaia, 1980; “El Bohème” La Haya/Islas Malvinas, 1882. Además del espacio, la presencia de indígenas y el temor a ellos por parte del hombre blanco está presente en algunos de los cuentos, pues los mitos sobre el carácter bélico de los indios se esparcen entre los pobladores de las comunidades habitadas por colonizadores, quienes suelen usar su posición superior para violentarlos de múltiples maneras.
La identidad latinoamericana es un constructo que empezó de cero, en medio de la búsqueda de algo propio, que pudiera diferenciarnos de los europeos. En la época de las colonias, los pueblos originarios de América fueron arrebatados de lo que habían sido hasta entonces, por lo cual se vieron obligados a adoptar una cultura que no los identificaba. Los habitantes de la América comienzan a luchar para librase del régimen europeo, que más allá de llevarlos al progreso, los oprime y violenta de distintas formas, como se visualiza en ciertas obras literarias hispanoamericanas. Esta resistencia al sistema es una de las características más fuertes del pueblo latinoamericano, lastimado por el yugo de la opresión, desde los inicios de esta etapa hasta ahora, los habitantes de esta tierra exigirán lo que es justo y esta será una lucha constante, que permanece hasta nuestros días:
Distintos nombres nos han dado los hombres lampiños. Nosotros también tenemos un nombre para su raza, pero no lo diré, podrían sentirse ofendidos. Adopto su lengua y un nombre, de otro modo se asustarían. Nuestra voz no es para sus oídos. Rueda por nuestra garganta como la piedra en la caverna de la montaña. Estamos en nuestros dominios desde el principio y nuestra raza no se extinguirá jamás. El cruel y débil hombre podrá creer que le tememos, piensan que a su vista humos. Es al revés: no queremos su compañía. Su cercanía es maligna y trae desgracia al pueblo de Kishé. Aunque no todos son malos, no conviene a nuestro pueblo que algunos sean buenos. Hace mucho que la raza de los hombres usurpó nuestras tierras y supimos cosas de ellos. Los hemos observado largamente. (Iparraguirre, 60)
En los cuentos se retoman dos de los mitos fundacionales de la literatura hispanoamericana del siglo XIX (Oviedo, 24), el buen salvaje, en el que se asume que los habitantes de América son irracionales, por lo que necesitan ser educados, y cuando el ideal se cumple, surge este personaje, que contradice su naturaleza y se inclina hacia la civilización; otro de los mitos es la dicotomía civilización y barbarie, este dilema surge de la premisa de los salvajes. Existen dos vertientes, sólo se puede pertenecer a una, la civilización comprende lo correcto y admirable, mientras que la barbarie representa el lado contrario de ésta y debe ser corregido o preferentemente eliminado. La combinación de estos dos tópicos puede percibirse levemente hacia el final del cuento “En el sur del mundo”, al momento en que los indios parecen bajar la guardia ante la mujer que les entrega al bebé:
Uno de los tehuelches hizo un gesto: levantó la mano a la altura de la cabeza. Dylan vio a su padre bajar lentamente el arma; uno a uno, los colonos hicieron lo mismo. Ahora era su padre quien cruzaba la tierra de nadie barrida por el viento y acercándose al hombre que había hecho el saludo le tendía la mano. Detrás de él fueron los demás hombres de la aldea. Dylan no podía quitar la mirada de su madre y la mujer tehuelche. Cuando recuperó el aliento, también él caminó hacia los visitantes con la mano extendida. (Iparraguirre, 13)
La visión de los indígenas y desfavorecidos es plasmada en estos cuentos ―como se muestra en “Habla Kishé” y “En el sur del mundo”― y así se demuestra las perspectivas e identidades que la historia como disciplina no alcanza a vislumbrar, pues mediante la ficción se recrean los hechos de injusticia que vivía el pueblo de La Patagonia; esto permite observar la perspectiva del otro como si fuera la visión propia, y con ello dejar de lado los prejuicios que se interiorizan desde tiempos inmemoriales sobre el carácter de los indígenas, que minimiza su cultura y tradiciones y las lleva solamente al plano de las supersticiones.
Identidad femenina
En la literatura, el universo de los sujetos subalternos es exclusivo de los varones, un ambiente hosco, plagado de violencia y asesinatos: un entorno misógino, no apto para las mujeres. Iparraguirre retoma la historia de La Patagonia y la hace suya, esboza el papel que el sujeto femenino juega y muestra así una nueva vía de análisis de los relatos, la crudeza de la vida de la mujer indígena que es obligada a seguir los estereotipos femeninos del ángel del hogar, acompañada de un hombre que le ayude a sobrevivir; sin embargo, en estos relatos se encuentran otros elementos, los cuales modifican las percepciones sobre una realidad ya antes planteada, las vivencias del personaje femenino que en gran parte de la literatura no tiene lugar.
En algunos de los cuentos hay mujeres, aunque como personajes secundarios o menores, que no obstante permiten analizar el papel que la sociedad les otorga desde su nacimiento, pues cumplen el tópico de la buena esposa, se encuentra al lado de hombres con pensamiento bélico, decididos y listos para la guerra, armados con distintos objetos según el relato y la época, pero mayormente acompañados de otros varones, mientras que las mujeres están destinadas a permanecer a salvo de los peligros junto a sus hijos, escondidas a la sombra de la protección masculina, asustadas mientras consuelan a los niños y los convencen de que la situación mejorará:
Los hombres buscaron las armas. Mujeres y chicos corrieron a la precaria iglesia, los hombres se atropellaron cruzando gritos y ademanes violentos mientras, codo con codo, formaban un cordón en semicírculo defendiendo la entrada. […] El padre Brannan murmuraba una oración. Las mujeres contestaban el rezo, algunas caían de rodillas. Habían preferido salir de la iglesia y apretarse detrás del cerco de los hombres con los chicos aferrados a las polleras. (Ibíd., 12)
La misma autora señala que «La ficción se resistió a coincidir minuciosamente con la verdad y quiso seguir su camino.» (Ibíd., 89), podemos aplicarla específicamente al caso de las mujeres, que históricamente han sido tratadas como un sujeto subalterno, con inteligencia menor y cuya integridad debe ser protegida por ella misma y por otros, convirtiéndose en sujeto de poder, así, la autora retrata en las ficciones la realidad femenina en siglos anteriores, dedicada solamente al cuidado del hogar y los hijos, esperando que otro provea medios, tanto materiales como sociales, para ella y su familia: «Unos diez metros atrás, guarecidas bajo las matas como perdices con sus polluelos, sus mujeres, una joven cuñada, y cinco de los catorce hijos que entre los dos tenían, esperaban instrucciones.» (Ibíd., 34)
En dos de los cuentos las mujeres logran reivindicar su papel de sumisión y dominio, participando activamente en la resolución del conflicto inicial o bien, desarrollando acciones concretas y determinantes para la acción principal, que parece los hombres dominan. En “En el sur del mundo”, es la madre de Dylan (la cual carece de nombre) la que resuelve el posible enfrentamiento entre la colonia en la que vive y los indios que aparentemente intentan iniciar una revuelta, con la simple acción de llevar hasta una de las mujeres tehuelches a su hija, nacida semanas antes, mientras que en “24 kilos de oro” las mujeres aparentemente atemorizadas participan del secreto robo del botín de oro que sus esposos resguardaban, mientras ellos protagonizan una ardua pugna con una banda de asaltantes, asegurando así la victoria del grupo y la fortuna monetaria de sus familias.
Conclusiones
La lectura de El país del viento puede analizarse desde su contexto histórico y sociopolítico, debido a las ideas que plantea Sylvia Iparraguirre y que muestran especial atención a los ideales de sus connacionales como Sarmiento, quien denigra y repudia a los indios en sus obras, presentando al extranjero blanco como un ciudadano ejemplar; Iparraguirre disputa en sus obras la perspectiva de la colectividad sobre la fisionomía de los indígenas, sus imaginarios culturales y la visión de mundo que surge a partir de la implementación de su figura en la literatura nacional de Argentina.
Más allá de la perspectiva que se pueda tener sobre la relevancia de esta obra, resulta interesante cómo, desde la visión contemporánea, la forma de vida de los sujetos subalternos cuyo carácter rebelde es justificado por la distribución desigual de las herramientas para sobrevivir y los altos índices de brutalidad que sufren; a la par de esta crueldad se trae a colación la violencia sistemática de la que las mujeres son víctimas, pues sobre ellas se imponen las virtudes femeninas que la sociedad, la religión, la moral y las tradiciones estipulan, y que poco a poco, mientras el canon se amplía, se van eliminando dichos estereotipos sobre la existencia femenina.
Referencias
B. Pellegrini, Cintia, prologo en Iparraguirre, Sylvia. El país del viento. Buenos Aires: Alfaguara juvenil, 2003. 93 pp.
Iparraguirre, Sylvia. El país del viento. Buenos Aires: Alfaguara juvenil, 2003. 93 pp.
Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana 2. Del romanticismo al modernismo, Alianza, Madrid, 1997.
Pomeraniec, Hinde, “Sylvia Iparraguirre: ‘En los 80 y los 90 las mujeres no éramos competencia para los escritores varones’”, Infobae cultura (5 de junio de 2020) Web. 18 oct 2020.
Páez, Natalia. “Sylvia Iparraguirre. ‘La literatura demanda, mucho, pero también devuelve’” La Nación. (11 de marzo de 2018) Web. 16 oct 2020.
- Lidise Yaneli Castillo Rivas, originaria de Zacatecas, estudiante de XI semestre de la licenciatura en letras en la Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas, asistente a distintos congresos y publicado en medios como NTR Zacatecas y Poesía de Morras, anteriormente mentora universitaria en áreas referentes a las humanidades y metodología de la investigación, con experiencia en corrección de estilo, interesada en literatura argentina, escrita por mujeres, poesía gauchesca y realismo fantástico. ↑
- Nació en Junín, Provincia de Buenos Aires, en 1947; es una escritora argentina, experta en sociolingüística, además de ensayista y crítica literaria. Formó parte de la revista El Escarabajo de Oro y junto con Abelardo Castillo y Liliana Heder fue cofundadora de la revista El Ornitorrinco (1976-1983). En la actualidad, es profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, donde coordina varios proyectos dedicados a la investigación, es también investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Autora de varios libros de cuentos, ensayo y también novela. Ha recibido por su labor el Premio de la Crítica (1999), Premio Club de los 13 (1999) y Premio Sor Juana Inés de la Cruz, México (1999). ↑