Por Laura Penagos Peña[1]
Contexto en el que se situó Onetti
Juan Carlos Onetti fue un autor uruguayo que nació en 1909 y murió en España en 1994, luego de “autoexiliarse” como consecuencia de una dictadura que no sólo reprimió y violó los derechos fundamentales, sino que cobró la vida de cientos de sus connacionales.
A partir de 1929, tuvo una ruptura con los ideales de la Unión Soviética, por lo que decidió dedicarse de lleno a la literatura, ya sea produciendo novelas y/o cuentos, que alrededor de su vida sumaron 15 en total, y también acompañó la conformación de revistas. De hecho, en 1953 trabajó en la Revista Sur, que dirigió Victoria Ocampo, en la que tuvo la oportunidad de conocer a Roberto Art, por el cual expresó un profundo respeto, al punto de que años más tarde prologó la edición italiana del libro los Siete Locos.
El contexto en el que se impulsa Onetti cómo escritor se gestó por los años veinte del siglo pasado, en un proceso de “modernización” capitalista, en el que se generaron técnicas de desarrollo productivo y se impulsó en los habitantes de las ciudades nuevas subjetividades.
Este desarrollo de ciudad implicó un proceso simultáneo de migración del campo a la ciudad, lo que aumentó los niveles de pobreza en el pequeño país sureño, aunque en términos de literatura, significó la creación de relatos entre los que destacan los de Borges, Arlt y Onetti, que en cierta medida fueron enmarcados en ese espacio de desarrollo urbano.
Por tanto, las temáticas narrativas fueron adaptándose a estas nuevas realidades para ir dejando de lado a esa narrativa rural-regional y decimonónica, tan recurrente en la literatura del siglo XIX. Así, estas nuevas subjetividades gestaron autores tan importantes como Onetti, quien narró desde las nuevas realidades y/o perspectivas.
Cabe señalar, dada la extensa carrera literaria de Onetti a lo largo de várias décadas, que otro elemento que contribuyó a este cambio generacional se produjo a partir de los años sesenta, cuando las dictaduras a lo largo del Cono Sur fueron la constante, aunque este oscuro periodo fue iluminado, en cierta medida, por el despertar de la lucha de los movimientos sociales latinoamericanos y los procesos revolucionarios heredados de la Revolución Cubana, los cuales generaron un alto impacto, no sólo en él, sino en la literatura de los años venideros.
Onetti y la literatura
El autor uruguayo refirió siempre que la literatura es un “elementary”, que produce una reunión misteriosa, que no necesita —ni soporta— más adjetivos[2]. Onetti jamás señaló que existiera algún tipo de forma que permitiera nominarla o quizás señalar algunos tópicos; para él, la escritura significó un ejercicio en el que se <<iniciaba y que de “alguna manera” había que “liquidar”>>, sin importar los días y/o noches que éste requiriera.
No obstante, señaló que el proceso creador de la novela sí tardaba un tiempo más extenso de uno o dos años para que “la historia, aventura o ensueño quedase liquidada para siempre…” (op. cit. p. 10).
Para muchos de los autores latinoamericanos la influencia de William Faulkner significó un eje fundamental en su obra, específicamente en la creación de lugares, tal es el caso de: Gabriel García Márquez y Macondo; Juan Rulfo y Comala; y Juan Carlos Onetti y Santa María. Sobre esta influencia, el mismo Onetti declaró que no le molestaba que lo señalaran de imitador de Faulkner.
Para Onetti la estética en la literatura debe ser el reflejo de una experimentación personal, “escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi dulce condenación[3]”. Muchos teóricos han señalado que esta concepción del arte y la escritura en el autor puede resultar un poco egoísta e, incluso, caer en la teoría de que el arte y la literatura no necesitan una explicación, sino que ella se explica en sí misma, en su obra. Esto, dado el convulso contexto de represión y dictadura en Uruguay, resulta un tanto evasivo, ya que podría ser reprochable escribir con la única convicción de hacerlo bien y cada vez mejor.
El Pozo: Un lugar para reflejar la miseria humana
Este es un libro clave en la narrativa del autor, dado que fue uno de los primeros que escribió, pues apareció por primera vez en 1932. Sobre este particular, él mismo precisó:
En aquel momento fue cuando comencé a escribir. Trabajaba en una oficina ubicada en un sótano […] la verdad es que el tabaco fue la causa de todo. Habían prohibido la venta de cigarrillos los sábados y domingos. Todo el mundo hacía su acopio los viernes. Un viernes me olvidé. Entonces la desesperación de no tener tabaco se tradujo en un cuento de 32 páginas, que escribí ante la máquina de un tirón. Fue la primera versión de ‘El pozo’. (Cronología de Pablo Roca, El país cultural, No 177, 1993, Montevideo).
El Pozo es, pues, una novela corta que narra la historia de Eladio Linacero, un hombre que, al cumplir 40 años, siente la necesidad de narrar su vida. En ella cuenta sobre lo miserable y solitaria que ha sido. Todo inicia con una historia, muchos años atrás, en su adolescencia, pero por lo trágico del relato, decide ficcionar, convirtiéndola en un sueño. Aislado y con pocas probabilidades de relacionamiento, comparte cómo en todos los escenarios de su vida ha fracasado: la militancia, su trabajo, el amor, la literatura; elementos que se funden hasta desembocar en el pozo en el que se ha convertido su vida.
Con esta novela, el autor debela los conflictos humanos, orientándolos desde lo particular y de manera subjetiva, pero que, a su vez, se universalizan en la medida en la que logra reflejar la miseria humana. Este tipo de narraciones son el reflejo de una sociedad cambiante que tuvo, de la mano con el desarrollo moderno, efervescencia en el Cono Sur.
La novela inicia con el reconocimiento del personaje de su vida y su lugar en el espacio, dado que empieza enunciando que su vivienda es un lugar lúgubre, horrendo y cree que, de golpe, lo reconoce por primera vez. En ese reconocimiento reafirma el desprecio que el personaje central siente por el mundo y la humanidad en general.
Seguramente este desprecio se desborda al reconocer que, al llegar a sus 40 años, su vida ha estado rodeada de miseria, lo que da un guiño a que es un hombre atravesando una fuerte crisis existencial, por su edad.
Uno de los mayores temores del protagonista es asumir que existe una necesidad de escribir, de narrar, de liberarse, pero no halla un punto de partida, la página se encuentra en blanco, por ello los recuerdos y la memoria se tornan vitales; en la medida en que ésta empieza a manifestarse, surgen las historias que en ocasiones se encuentran en un punto entre la realidad y el sueño. La realidad de una mujer que en el sueño lo visita, para recordarle su existencia, su miseria y el contacto con una persona con la que en la realidad jamás estuvo.
En el pozo de su desencanto se encuentra en un estado en el que puede apreciar el mundo y concluye que éste se halla al borde del nihilismo militante, en el desencanto de cualquier proceso político-organizativo. Aunque siempre existe un salvavidas, en su caso particular, otra mujer, Hanka, a quien equipara con un animal, ya que sólo ellos tienen pureza en el alma, dicha comparación le permite enunciar su desconfianza ante la humanidad.
En ese trasegar aparece Electra, quien surge como una nueva esperanza en el amor, no obstante, para finalizar con esta ilusión sostiene que la inteligencia de una mujer se desarrolla hasta los 20 o 25 años, cuando aflora el “instinto materno”. En este punto, la lectura se torna sexista. El amor, finalmente no fungió de tabla de salvación, por ello la frase “el amor es maravilloso y absurdo e, incomprensible, visita cualquier tipo de almas (p. 137)”.
Al protagonista todo lo asquea, todo recae sobre el pozo de la miseria humana, nada puede salvar su estado; ni el obrero Lázaro, sujeto al que define como “más asqueroso que un chancho burgués”, ni la literatura que lo invisibiliza luego de su encuentro con un poeta amigo suyo llamado Cordes.
Y, entonces, ¿dónde ubicar El Pozo?
El pozo es el lugar de decadencia, expresión de máximo desencanto en la humanidad, lugar en el que cae la sociedad, se sumerge de manera permanente, expresión que le permite a un hombre narrar una sociedad que asquea. Desde la perspectiva onettiana, es la manera de demarcar la frontera literaria entre la literatura decimonónica y la literatura contemporánea producida desde Latinoamérica.
Así, El Pozo es una obra inscrita en un proceso “modernizador”, encarnado en el Cono Sur, en donde si bien fue la ciudad la que sufrió transformaciones capitalistas, los nuevos trabajos y sensibilidades presentes en la humanidad desarrollaron producto de dichas transformaciones producen nuevas subjetividades y la implementación de un nuevo lenguaje que narra las nuevas realidades y evidencia los nuevos fenómenos sociales.
Que un autor como Onetti desenmascare estos nuevos códigos, debelando los sentires de una sociedad “moderna” al ficcionar nuevos escenarios político-culturales, fenómenos propios de una sociedad en la constante búsqueda de un mundo, en el que Elanio Linacero intentó sobrevivir, resulta digno de resaltar.
El Pozo da cuenta, al fin, de un contexto de constante cambio, un mundo en el que las distintas interpelaciones ubican a la humanidad ante una sociedad compleja y marginal en el que hoy, en medio de una pandemia, se sumerge aún más.
- Laura Penagos Peña. Magister en Estudios de la Cultura Mención en Literatura Hispanoamericana. Universidad Andina Simón Bolívar- Sede Ecuador-. Trabajo temas de infancia y adolescencia en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud IDIPRON- Bogotá. ↑
- Juan Carlos Onetti; La novia robada, México, Siglo XXI editores, 10ma edición 2007, p. 9. ↑
- Un monstro sagrado y su cara de bondad, Esther Gilio, Montevideo 1965. ↑