Por Karla Hernández Jiménez
Pablo Palacio fue un escritor ecuatoriano, nacido en Loja en 1906, cuya obra se caracterizó por un deseo de innovar y experimentar con las formas gramaticales.
En un Ecuador dominado aún por el costumbrismo y el realismo social, Palacio manifestó en su obra un carácter rupturista por lo cual se le llegó a considerar como uno de los primeros exponentes de la vanguardia ecuatoriana, aunque actualmente sea poco conocido.
De su producción, los cuentos son quizás uno de los puntos máximos de experimentación para Palacio debido a que en ellos dejó plasmado ese punto de quiebre presente tanto en la forma como en el contenido de los mismos, tal como comenta Celina Manzoni (2000): “Sus actos de escritura se proponen desenmascarar la retórica del realismo, es decir, la ficción de realidad que los textos realistas presentan como «la realidad». Una propuesta que no supone recuperaciones ni ampliaciones, sino quiebra: su escritura crea un centro «otro», en torno del cual se constituye; se vuelve excéntrica, se coloca en los márgenes de lo canónico”. (449)
Son ante todo una manifestación del modo en que este escritor comprendía la estética, dejar plasmado su sentir alejándose de las formas comunes en favor de la experimentación, siempre expresando una realidad exclusivamente personal en la cual el lector es un cómplice: “Sus cuentos, sobre todo, como obras exigentes que son, buscan provocar un efecto directo y definitivo de adhesión del lector”. (Castillo, 300)
En «El antropófago», cuento perteneciente al libro Un hombre muerto a puntapiés (1927), Pablo Palacio nos cuenta la historia de Nico Tiberio, un antropófago que se encuentra en la penitenciaria debido a que atacó a su mujer y se comió a su propio hijo. Todos lo miran con horror y fascinación debido al gusto exacerbado que este personaje tiene por la carne humana pero no pueden dejar de escuchar su historia.
«El antropófago», al igual que otros cuentos de Palacio, manifiesta en sus párrafos una evidente predilección hacia las formas reducidas, esa preferencia no desmentida por la brevedad es observable en el constante uso de frases cortas (Castillo, 275), como si el autor buscara que su texto generara la mayor tensión posible integrándolo de un mínimo de componentes lexicales.
Desde la frase introductoria del cuento, es posible apreciar el modo en que Palacio es capaz de configurar, usando un número reducido de componentes, el carácter grotesco de Nico Tiberio como personaje principal de la narración gracias a los rasgos que revelan el desequilibrio del antropófago: “Allí está, en la Penitenciaria, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago.” (Palacio, 14)
De igual forma, esa evidente preferencia por la brevedad se visualiza, según Castillo (2000), en el uso de lo que ella denomina la fórmula palaciana, la cual consiste en el uso de una sola frase que puede dar lugar a todo un párrafo: “Así sucedió la cosa, con antecedentes y todo.” (Palacio, 16)
Así mismo, Pablo Palacio privilegió la brevedad en sus escritos en su forma integral. El «El antropófago» no es una excepción ya que su extensión promedio de cuatro páginas da cuenta del gusto de su autor por las narraciones breves.
Por otra parte, un rasgo más que caracterizó a los cuentos de Palacio es la estética de lo monstruoso, el gusto por la sangre y los elementos grotescos que se condensan en la inclusión del héroe monstruoso que termina cediendo a lo prohibido gracias a la presión social de la que es producto y que, en este caso, se manifiestan en Nico Tiberio: “Se abalanzó gozoso sobre él; lo levantó en sus brazos, y, abriendo mucho la boca, empezó a morderle la cara, arrancándole regulares trozos a cada dentellada, riendo, bufando, entusiasmándose cada vez más”. (Palacio, 18)
De igual forma, el carácter grotesco de Nico Tiberio es visible en el modo en que Palacio lo describe. Lo dota de una apariencia monstruosa, casi deforme, donde la boca se convierte en el punto mortal y eje central de su historia.
Lo grotesco en el personaje también es visible en ese deseo transgresor de devorar carne humana que alcanza el punto de la locura desde el momento en que se manifiestan en él los primeros ataques de ansia: “Al principio le atacó un irresistible deseo de mujer. Después le dieron ganas de comer algo bien sazonado; pero duro, cosa de dar trabajo a las mandíbulas. Luego le agitaron temblores sádicos: pensaba en una rabiosa cópula, entre lamentos, sangre y heridas abiertas a cuchilladas”. (Palacio, 17)
Siguiendo el concepto de carnavalización, propuesto por Bajtín, lo principal es el culto a la carne, a la exuberancia y la exageración de las funciones corporales. Claramente no se puede dejar de lado el cuerpo de lo grotesco ya que éste representa no solamente un signo de transgresión al canon, también alude a la transformación. (Pampa, 79)
En ese sentido, «El antropófago» da muestras evidentes de contener ese carácter festivo en lo grotesco de las imágenes que constituyen el cuento y que se regodean en mostrar no solo ese culto a la carne, sino que encuentra su punto culminante en la violencia: “El niño se esquivaba y él se lo comía por el lado más cercano, sin dignarse a escoger. Los cartílagos sonaban dulcemente entre los molares del padre. Se chupaba los dientes y lamía los labios”, (Palacio, 18)
De igual forma, Francisco José López (2000) apunta que lo grotesco y lo horroroso presente en los cuentos de Un hombre muerto a puntapiés es debido al nihilismo de los mismos ya que la crítica de Palacio va más allá de la literatura ya que configura el espacio cotidiano como otro marco para lo terrorífico (378).
No hay un sitio seguro para el lector ya que el enfrentamiento con sus concepciones se efectúa de manera constante a través de la prosa de Palacio, en el «El antropófago» es posible apreciar esa provocación hacia el lector, ese desafío constante hacia su sensibilidad debido a los hechos que se cuentan.
Aquí el narrador no condena los actos de Nico Tiberio, más bien pareciera, en otro acto de retar al lector y sus concepciones, defender una causa que debido a su carácter sangriento y horripilante a ojos de la sociedad está perdida de antemano: “Y creo que sostengo una causa justa. Me refiero a la irresponsabilidad que existe de parte de un ciudadano cualquiera, al dar satisfacción a un deseo que desequilibra atormentando su organismo. Hay que olvidar por completo toda palabra hiriente que yo haya escrito en contra de ese pobre irresponsable. Yo, arrepentido, le pido perdón”. (Palacio, 15)
En una sociedad donde las presiones orillan a los individuos a situaciones inexplicablemente absurdas, el único capaz de obtener satisfacción, de cumplir con sus deseos es el monstruo, ya que la locura lo ha exentado de obedecer los convencionalismos y que el gran público acude a ver como si de una atracción de circo se tratara, como un espectáculo de violencia.
Este gusto por la violencia presente en «El antropófago» es precisamente el reto que afronta el lector, cuestionando de paso su propia estabilidad mental al sentir una fascinación culposa ante la historia de Nico Tiberio: “En las antípodas de la literatura tranquilizadora, esos cuentos [de Palacio] debían actuar como una desgracia que afectara profundamente, un martillo para el mar helado de las conciencias; de ahí que su rasgo distintivo sea la violencia. Pero esta violencia no es sino la respuesta defensiva a la violencia creciente e institucionalizada”. (López, 388)
El antropófago se configura, entonces, como una atracción humana donde no solo se reta el morbo o la moralidad del lector, se hace de éste parte del espectáculo al implicarlo directamente en los hechos y lanzar el desafío a su cara: ¿acaso eres mejor que Nico Tiberio?
Puede decirse que los elementos, ya sean de forma o de contenido, presentes en «El antropófago» dan una muestra clara tanto del carácter transgresor de Palacios como del deseo de innovar, de generar un punto de quiebre con lo canónico.
Para ello es fundamental el impacto a la sensibilidad del lector mediante temáticas extrañas, e incluso horripilantes, que en este caso se manifiestan en la antropofagia del personaje principal como acto que no solo denota horror sino locura ante un mundo que presiona de manera brutal a sus habitantes.
En suma, resulta importante recordar a este autor ya que su trabajo introdujo la innovación vanguardista en su país gracias a la desestabilización de las formas convencionales y la originalidad imperante en su obra literaria.
Bibliografía
Castillo, Adriana. «Pablo Palacio y las formas breves. Poemas y cuentos». Obras completas. México: CONACULTA, 2000. 273-309. Documento.
López, Francisco. «El nihilismo en los cuentos de Un hombre muerto a puntapiés». Obras completas. México: CONACULTA, 2000. 375-390. Documento.
Manzoni, Celina. «Una estética de la ruptura» Obras completas. México: CONACULTA, 2000. 447-464. Documento.
Palacio, Pablo. «El antropófago». Obras completas. México: CONACULTA, 2000. 14-18. Documento.
Pampa, Olga. Nuevo diccionario de la teoría de Mijail Bajtín. Argentina: Ferreyra, 2006. Documento.
Sobre la autora:
Nacida en Veracruz, Ver, México. Próxima licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas especializadas como Íkaro, Casa Rosa, Monolito, Melancolía desenchufada, Teresa Magazin, Penumbría y Página Salmón, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.