El calambre se deshace no haciendo nada

 Contando las horas con los dedos, Jonatan María Reyes (2022)

Por Francisco Casado[1]

Así como en el ejercicio físico y el ejercicio de una profesión debe existir cierta pulsión de vida, el ocio encarna también una. Sirve para estirar el desasosiego, deshacer el calambre que contrae a la vida. Motivo por el cual, siguiendo la lógica poética de Octavio Paz, el ocio cuenta como material para la poesía: secuencia de posiciones que Jonatan María Reyes (Santurce, Puerto Rico) ha plasmado en Contando las horas con los dedos (2022), editado por Herring Publishers, con ilustraciones de Anton Reyes.

Recuerdo a papá reclamando que no debería estar sin hacer nada, incluso en domingo. Cuando tuvo mi edad, decía, no desaprovechó ninguna de las excursiones con sus amigos, ningún juego de frontón; andar en bicicleta, ir al estadio de fútbol. Él prefería cualquier cosa, menos “estar echado” sin hacer nada, de ocioso. Hoy le hubiera dicho, a mí también me hubiera encantado tu tiempo, con menos horas de trabajo, menos tráfico, y un mayor poder adquisitivo; sin embargo, aquí nos tocó vivir: entre el quehacer y el reposo del cuerpo antes de seguir cumpliendo un contrato por tiempo definido.

                        EXT | 11:23 PM

 

                        me devuelvo. mi espacio público favorito

                        anda cerrado por renovación,

                        lleno de cintas amarillas, letreros, vallas y escombros

                        hasta nuevo aviso.

                       

                        regreso por la acera más ajetreada con las ganas

                        de ver dentro de los negocios la gente que interactúa

                        al ritmo de las bolas de billar

                       

                        no sin antes parar en el colmado,

                        poner una canción familiar en la vellonera

 

                        amagar con dilatar el eco

                        de un lugar feliz, ya cerrado 24/7 (Reyes, 2022, 16)

Recuerdo cuando algún feriado se unía con el fin de semana. La noche era el mejor momento del día, irónicamente porque no se hacía nada e incluso papá disfrutaba ese momento. Justo después de cenar, pero antes de arroparse en cama; él permanecía sentado con la mirada perdida hacia la ventana, quizás por efecto de la frescura, complicidad entre la brisa y el ventilador o por la quietud misma que hacía resaltar los detalles más insospechados.

                       PAUSA

 

                        de espalda al grafitti:

                        el gobierno brega bien cajita e pollo

                       

                        una niña agita una katana

                        de plástico contra el aire.

                       

                        algo más que piel muerta

                        se eleva sobre

                        el alambre de púas

 

                        de a poco, se le sale

                        un pedazo de país

                        a la costa (Ibid., p. 22)

Gran parte de los países latinoamericanos tienen una desalentadora situación laboral y económica: sueldos por debajo de las horas invertidas, prestaciones limitadas, ilusiones de crecimiento, corrupción; mientras continuamos aferrados a los empleos entre la resignación y la esperanza de aprovechar el tiempo que resta a los fines de semana o días de asueto para escapar un momento y no hacer nada, dice Jonatan: “la intención es clara: la de no dar un paso / en falso que nos disloque del todo.” (Ibid., p. 23) Especialmente de la cotidianeidad, sobre todo la cotidianeidad caribeña que desde Lo común también cruje (2020), ha sido eje medular en la poesía de Jonatan.

                       HEY

 

                        dejaste el teléfono descolgado.

                        se oye todo allá fuera. luego me cuentas

                        si esas eran pistolas de fulminantes,

                        en mi niñez tuve varias. no sé si es brisa

                        o es estática eso que golpea

                        el auricular. allá no se parece aquí

                        ni nunca se va a parecer.

                        aquí no nos arrodillamos

                        sobre los cuellos

                        ni nos estamos preparando

                        para el apocalipsis.

                        ya eso lo sobrepasamos hace rato.

                        aquí con que la amargura

                        se baje a cool cool

                        y sepamos improvisar,

                        estamos bien. (Ibid., p. 32)

Ciertamente, estamos cansados de tanto esfuerzo para tan pocos resultados, “pero al igual que los muertos / o las fechas de júbilo / no dejamos de irnos.” (Ibid., p, 35) . Al quedarse sin hacer nada, se deja a merced de la brisa lo innecesario, como entonces, cuando niños, ocupados en disfrutar del juego casi a punto de mal acostumbrarnos a esa buena vida. Momentos que regresa en forma de recuerdo a destantearnos de lo que ocurre alrededor, para volver a creer en la suerte y esa sensación de “el riesgo / cuando no hay nada / que perder.” (Ibid., p. 38) Hacer el tiro, decir la palabra, dejarse caer.

                      LOS 90

 

                        un apagón era trasladarse

                        un tapón era prender

                        la sequía era un lago clavado

                        en la laguna

un funeral era razón para un perreo

luego en la marquesina

el riesgo era cruzar en bici

charcos estancados

 

                        el ocio era recortar páginas

                        de una revista Vea y formar un collage

                        con imágenes de Chayanne

                        sobre imágenes de los escombros

                        de la tienda que explotó

                        en Río Piedras

 

                        o pasar del punto limítrofe

                        e ir hacia la playa despacio

                        en un honda civic del 89

                        disfrutar de la piel de gallina

                        o de las canciones de Selena

                        parkiarnos por la costa

                        comer comida china a punto

                        de lloviznas que reducen

                        un poco el caribe (Ibid., p. 28)

Estoy en mi escritorio, contando que me faltan dos horas para que me falten solo 4 horas para terminar el día y descolgarme a no hacer nada o leer otro libro de poesía, que a ojos de papá seguro diría que es lo mismo. Entonces le diría que es lo mejor que podríamos hacer en momentos como este: subir a la azotea junto con una manta y un par de latas, “alternando entre pasármela / por la frente / y darle sorbos” (Ibid., p. 20); escuchar los sonidos de la noche un rato para luego ir a dormir, que mañana volvemos a lo mismo, porque “lo mejor de este momento / es que cuando me largue / todo sigue sin mí.” (Ídem.)

 

 

Fuentes.

Reyes, Jonatan María (2022) Contando las horas con los dedos. México: Herring Publishers.

 

 

 

[1] Francisco Casado (CDMX, 1990). Arquitecto y escritor. Ha publicado en revistas digitales, Mención Honorífica del Premio Bruno Corona Petit (2020-2022). Autor de Para mirar los pasos (2021), Escrúpulos Editorial, premio Don’t Read 2021 y la plaquette Flush (2023) del taller de imprenta Canciones Tristes . Books & Printing.

 

 

 

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