Por Alfredo Fredericksen Neira
El autor de De lo sublime es casi un enigma, no se sabe exactamente cómo se llama y dónde vivió. Pero, luego de varios estudios, podría decirse que vivió en el Imperio de Calígula (I d.C). Es Pseudo, ya que su nombre es incierto, aunque también, podría ser Anónimo.
El tratado De lo sublime comienza mencionando el trabajo de Cecilio de Calacte, “retórico siciliano, judío probablemente como el propio Pseudo-Longino” (Cappelletti, 19), quien también escribió sobre lo sublime. Pseudo-Longino señala que el autor no dejó muy en claro lo que esto significaba y que no prestaba mucha importancia a los lectores, “(…) que es a lo que el escritor debe apuntar en primer lugar” (20). Es por eso que Pseudo-Longino se encargará de describir lo sublime, además de nombrar formas de cómo trabajarlo.
La primera definición que expone es que “(…) lo sublime, al irrumpir en el momento oportuno, despedaza todas las cosas como un rayo y muestra al punto la íntegra potencia del orador” (21). Esto quiere decir, que lo sublime es algo que afecta al oyente de tal manera que no puede resistirse.
Luego comienza a enumerar los defectos que impiden llegar a lo sublime, el primero es: “el estilo turbio y las imágenes [que] más bien confunden [antes] que intensifican” (25), lo cual llama afectación y grandilocuencia. Aquí, Pseudo-Longino toma la tragedia para ejemplificar, afirmando que el género de por sí es majestuoso, pero al hacer uso de: “(…) discursos que se ocupan de hechos verdaderos” (25) se cae en este error. Para ejemplificar apela a Gorgias de Leontinos, quien escribe “Jerjes, el Zeus de los persas” y “buitres, sepulcros vivientes” (25), el autor expone que esto es una parodia, ya que no podría considerarse como tragedia al hacer uso de esas relaciones. Por ello, Pseudo-Longino asegura que la grandilocuencia es el defecto más recurrente entre los escritores, ya que se estaría buscando la grandeza del escrito a través de recursos que, a fin de cuentas, solo harían que éste se viera exagerado y casi vulgar.
El segundo defecto es la puerilidad. Este defecto, “(…) consiste sobre todo en cierto rebuscamiento verbal que conduce a una elocución frígida y oscura. Caen en él quienes a toda costa persiguen lo insólito y lo refinado y no buscan otra cosa más que agradar sorprendiendo” (Cappelletti, 22). Es decir, el escritor cae en este defecto al momento de aspirar profundamente a la sublimidad y, por ende, hacer uso de términos que no logran el cometido, sino que opacan lo escrito.
El tercer defecto consiste en la emocionalidad, dicho de otra forma, lo que provoca la obra, donde se dice que esta (emoción) puede ser exagerada o simplemente no existir. Es la otra cara de la grandilocuencia, donde se puede ver una especie de exageración, pues aquí habla de la falta de ella. Ángel J. Cappelletti, filósofo e historiador argentino, en su trabajo Estética y Crítica Literaria en el Pseudo-Longino, sostiene que esta categoría alude al trabajo de la Poética de Aristóteles, ya que: “(…) cifra el ideal de la escritura en la claridad sin vulgaridad (…), pero tiene en cuenta particularmente la aspiración a lograr un estilo elevado y sublime” (22). Es decir, dentro de ese defecto, y de la misma manera en que lo veía Aristóteles, la obra no puede ser vulgar, sino bella, equilibrada y organizada.
Tras exponer los errores en los que puede caer el creador al intentar llegar a lo sublime, se presenta, aunque claramente con dificultad, una definición de lo sublime. El autor subraya que lo verdaderamente sublime es aquello que nos provoca algo al instante y que, al recordarlo, sigue provocando un éxtasis en la persona. Por otro lado, algo que no alcanza la categoría de lo sublime sería alguna obra que vemos y no nos provoca nada o casi nada, y luego olvidamos, es decir, no nos “marcaría” como receptores. Pero, debido a que, como marca Cappelletti, “(…) los sentimientos fácilmente nos confunden (23), hay una manera de identificar qué es “verdaderamente” sublime. Esta manera sería que, sin importar qué persona (teniendo en cuenta las categorías sociales de edad, idioma, etc.), lo sublime se debería presentar. Es decir, lo que sí puede considerarse por sublime es aquello que provoca la emoción en cualquier persona, sin importar qué.
Es así como se pasa a cinco razones, pero esta vez el autor se encarga de explicar de qué manera una obra puede ser sublime. Estas son:
- Pensamientos elevados y amplios
- Emociones profundas y fuertes
- Adecuada utilización de los recursos del pensamiento
- Acertado empleo del lenguaje (figuras, tropos, etc.)
- Composición cónsona con el estilo (“Consiste en una síntesis de lo valioso con lo elevado” (Cappelletti, 24).
A modo de conclusión, lo sublime se puede entenderse como una emoción que “complace a todos y en todos los tiempos”. Es una cualidad del poeta, provocada a través de una expresión. Lo sublime es una especie de éxtasis del cual el oyente no puede resistirse, sería como lo bello cuando usa la persuasión. Pero, la diferencia que hay entre la belleza y lo sublime es que la primera tiene como finalidad el placer y utilidad, la cual se logra a través de la racionalidad. En cambio, como dice Pseudo-Longino, lo sublime golpea como un rayo, es algo poderoso.
Por último, es importante señalar una similitud entre la Poética de Aristóteles y De lo sublime, que consiste en que ambos quieren llegar al resultado sin la vulgaridad y con la aspiración a un estilo elevado. Así, el lenguaje de lo sublime tiende a superar lo humano, es una vía hacia lo divino.