Aníbal Malaparte y el poder de la palabra Ayotzinapa

Por Avendaño[1]

 

Pues espero poder mostrarles que el concepto de tendencia, en la forma sumaria en que se encuentra generalmente en el debate mencionado, es un instrumento completamente inadecuado para la crítica política de la literatura. Quisiera mostrarles que la tendencia de una obra sólo puede ser acertada cuando es también literariamente acertada. Es decir, que la tendencia política correcta incluye una tendencia literaria. Y, para completarlo de una vez: que es en esta tendencia literaria — contenida implícita o explícitamente en toda tendencia política correcta — , y no en otra cosa, en lo que consiste la calidad a la obra.
Walter Benjamin

 

I

 

Hace unas semanas tocaron a la puerta de mi departamento y me encontré a uno de los viejos anarquistas de la universidad que al grito de marxismo-leninismo la otra cara del fascismo cuando desaparecieron a los 43 normalistas hicieron estridentes llamados a sabotear marchas y reventar asambleas, que se infiltró en manifestaciones usando a los activistas como escudos humanos para lanzar piedras a la policía, que rayaba su (A) de anarquía sobre carteles y pintas exigiendo la aparición con vida de los desaparecidos, que drogado despotricaba contra los stalinistas que no le permitían vender perico en los espacios autónomos construidos durante las huelgas y que para sorpresa de nadie cuando la represión llegó actuó como soplón de rectoría para evitarse la muerte académica… la absoluta no ironía del asunto es que llegó repartiendo propaganda de un partido reaccionario, burgués y con un leve (pero aun así odioso) rastro de fascismo.

Este cambio de enfoque, de pasar de un anticomunista “de izquierda” a un simple anticomunista convencional no fue algo inesperado para muchos de los jóvenes que salieron a las calles aquel otoño del 2014, cuando el ejército se llevó a 43 militantes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México al cuartel del veintisieteavo batallón de infantería y jamás volvimos a saber de ellos. Hoy muchos de esos antiguos radicales al vapor que aprovecharon las marchas y manifestaciones para sus hedonistas expresiones de sesgado antiautoritarismo se encuentran plenamente integrados al sistema burgués que desapareció a los normalistas y mantiene la impunidad de los militares y burócratas. Este libro no fue escrito por uno de ellos.

La obra de Aníbal Malaparte tiene una calidad literaria impresionante, a la cual se le suma su tendencia política de denuncia antifascista, anticolonial y anticapitalista, lo cual hace eco de la tesis de Walter Benjamin cuando afirmó que cuando la tendencia literaria de un autor es la correcta, la obra tendrá cualidades literarias ya que la cualidad literaria se encuentra dentro de la tendencia política.

Esta tesis nos permite comprender tanto al autor del libro como al propio libro.

Toda su carrera literaria Aníbal Malaparte ha sido un poeta comprometido con la revolución proletaria. Y antes de ser poeta ha sido también un militante de la misma tendencia. Como militante ha sido acosado, criminalizado, arrestado, torturado, sometido a simulacros de ejecución, la lista es larga. Este compromiso con la causa de los explotados y oprimidos por sí misma es admirable, mas no debe de cegarnos a la abrumadora calidad literaria que se reinventa y redescubre constantemente en sus poemarios, desde textos profundamente influidos por la contracultura urbana y el surrealismo como Delirios Nihilistas (Mandrágora, 2020) o la fiereza futurista o el descarado realismo sucio de Conversaciones de odio (Mandrágora, 2023) pasando por obras más maduras como La asamblea de los fantasmas (Valparaíso, 2023) donde converge un estilo único de vanguardia literaria con remembranza de la política radical juvenil. Esta constante y profunda evolución que a lo largo de los años le ha llevado experimentar su forma de entender tanto la militancia como la política lo ha llevado a escribir este poemario-collage que manifiesta la tristeza convertida en rabia de toda una generación que no quiere repetir los versos que escribe el poeta en el libro.

 

Peor aún, habremos de envejecer

y decir con culpa,

nostalgia y resignación a partes iguales

¿sabes? Yo alguna vez también fui revolucionario.

 

II

 

El punto de partida de Malaparte como militante fue La Otra Campaña, lanzada en 2006 por la dirigencia de un EZLN cada vez más distanciado de sus orígenes urbanos, mestizos, leninistas y althusserianos. El liderazgo de la izquierda en ese momento fue para el neozapatismo que habló de construir una coalición de izquierdas que fuese incluyente, heterogénea y flexible, esta supuesta nueva izquierda posmoderna resultó ser bastante autoritaria al interior y si bien cumplió sus promesas de integrar sectores abandonados por otras organizaciones tradicionales (como personas trans, trabajadores sexuales o afro-mestizos) hizo más bien poco para construir realmente una coalición: terminó condenando a prácticamente cualquier grupo que quiso acercárseles ya que entendían cualquier alianza como subordinación: al igual que MORENA 12 años después chantajearon y condenaron  a cualquiera que no se ciñera acríticamente a sus discursos… añadiría a sus prácticas, pero en ese aspecto el EZLN repitió el error del magonismo al llamar a la lucha y después hacer lo posible por desorganizar la lucha.

Esta presentación posmoderna de lucha creó la gran popularidad del neozapatismo pero también la línea zigzagueante y a tientas de La Otra que terminó convertida en una ensalada mal mezclada de reformistas y ultras sin nada en común entre si aparte de la ambición de parasitar la fama del subcomandante Marcos (ahora Galeano) y su deseo general de marginar a los comunistas del panorama político de la izquierda mexicana.

Este llamado a la lucha donde cada quien lucharía acorde a sus propias prácticas, geografías y calendarios fue la razón de tantos adherentes que logró el EZLN y al mismo tiempo por lo que tantos lo abandonarían con la misma facilidad. La falta de una línea ideológica coherente más allá de construir una izquierda antistalinista o construir una izquierda que no aspira al poder en más de un sentido es la causa de la derrota ideológica del EZLN ya que no creó ninguna rigurosidad intelectual ni programática. Lejos de encontrar una independencia política para las clases explotadas mexicanas se creó una alianza informal donde se mezclaron nacionalistas, socialdemócratas, anarquistas y autonomistas incapaces de coordinarse entre sí más allá de hacer acciones los días convocados por la dirigencia neozapatista.

No es casualidad que estas coordenadas ideológicas y políticas del neozapatismo terminasen por verse reflejadas en los artistas que se acercaron a su campaña política: fuera de algunos con lecturas propias la mayoría de los artistas neozapatistas se centraron en una denuncia nacida desde el sentido común liberal que denuncia los excesos pero no comprende las causas y crearon críticas incoherentes en todo excepto en su constante incoherencia: un día clamaban por la muerte del Estado y otro por defender PEMEX de las privatizaciones, una mañana se despertaban afirmando que el proletariado había sido sustituida por el precariado y al otro hablaban sobre las inherentes virtudes de la raza de bronce (idea articulada por el fascista de José Vasconcelos encantado de desarticular cualquier expresión indígena que no abonara al nacionalismo mexicano y mestizo).

El arte en La Otra Campaña estaba absuelto de responsabilidad en su crítica, su línea ideológica era tan vaga que sus artistas podían elevar casi cualquier concepto a la categoría de revolucionario. ¿Crearon piezas artísticas? Sin duda, pero era arte que no modificaba las opiniones de los espectadores, sino que las reforzaba con emociones, catarsis y tradición. El arte del neozapatismo no creó nuevas formas estéticas, sino que se limitó a repetir las tradiciones (con toda su belleza y carencias) del publico afín al EZLN.

 

Llamar revolucionario,

subversivo o vanguardia cualquier estupidez

es el capitalismo vendiéndonos nuestras propias demandas

solo que descafeinadas, carentes de contenido real

y sin aquello que alguna vez

lo hizo realmente

un peligro antisistema.

 

Esta inteligencia artística al servicio del arrebato emocional del neozapatismo hizo poco para cuestionar las diversas praxis que se reclamaban anticapitalistas, solo las mimó en demasía: no eran sino una definición politizada de lo cursi, es decir, aquello que acríticamente defiende y repite las convenciones estéticas tradicionales y seamos sinceros, lo cursi no puede bajo ninguna circunstancia ser revolucionario ya que no modifica ni la conciencia del artista ni la del militante reducido a mero consumidor.

Andando el tiempo, esto ayuda a explicar como es que tantos antiguos participantes de La Otra Campaña terminaron buscando nuevos derroteros: un sector se encuentra ahora militando en diversos partidos, frentes, sindicatos y ligas marxistas, pero en su mayoría no es raro encontrarlos en MORENA o el PT, los partidos de la izquierda de la burguesía.

 

III

 

El paso del zapatismo al marxismo-leninismo para muchos jóvenes como Aníbal irónicamente se dio a causa de inefectividad de La Otra Campaña, que terminó por desvanecerse. Esto permitió el redescubrimiento no del viejo revisionismo soviético, anquilosado desde los tiempos de Jruschov y Brézhnev o en nacionalismo pintado de rojo de Lombardo Toledano sino la viva teoría de revolucionarios como Vladimir Lenin, Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, Frantz Fanon, Ernesto Che Guevara, José Revueltas o Roque Dalton que pese a sus errores y sus tergiversaciones posteriores tuvieron un aporte indeleble a la causa revolucionaria y a la polémica dentro de las filas de la izquierda mexicana sobre la táctica y la estrategia que les permitió superar tanto la falta de coherencia del zapatismo como también el dogmatismo de organizaciones comunistas influidas por este revisionismo como el Partido de los Comunistas que nunca logró superar el ser el segundo violín del EZLN en las ciudades donde tuvo presencia mientras iba de ridículo en ridículo: desde Salvador Castañeda O´connor llamando a la organización porril paramilitar de la FEG luchadores por el socialismo hasta pasar por la Juventud Comunista de México donde el mencionado partido impuso a Antonio Ortiz como secretario de formación política: un puesto tan fundamental para la militancia llevado por un analfabeta funcional incapaz de distinguir entre campesino y proletario más allá de que ambos son pobres.

Como muchos otros jóvenes Aníbal participó en movilizaciones masivas como el movimiento contra la imposición de Peña Nieto, la lucha contra la reforma laboral disfrazada de reforma educativa y especialmente en la ola de tomas, marchas y paros exigiendo la aparición con vida de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, lo que los hizo comprender la teoría a un nuevo nivel al verla reflejada en la realidad, como menciona Malaparte en uno de sus poemas introductorios:

 

Tu herida encarna nuestro tiempo y enseñaste

una vieja verdad que muchos sabían

pero pocos comprendían.

 

En el contexto del redescubrimiento del marxismo-leninismo y su aplicación en México todas estas experiencias sirvieron para crear a Aníbal Malaparte y eventualmente convertirlo en el poeta cuya misión no se reduce a repetir poéticamente las petrificadas ideas de una izquierda que abandonó la lucha de clases sino en descubrir esta lucha para el mismo y para los demás.

Esta transformación generacional de la cual el poeta es parte crea a consecuencia una iconoclastia que a punta de versos nos obliga a cuestionarnos nuestro lugar no en el sistema promotor a la desigualdad sino más importante: nuestro papel a la hora de rebelarnos y destruirlo.

Esta falta de limites es lo que hace tan intensa la poesía de Aníbal, que en este libro reencuentra la mejor tradición poética-revolucionaria-latinoamericana al revivir el poema-collage en el más radical estilo de Roque Dalton. Al igual que el poeta salvadoreño, el libro subvierte lo poético para concentrarse en el tema de la revolución, pero mientras que Dalton escribía en el auge de las guerrillas que se separaban de los partidos revisionistas durante la Guerra Fría, Malaparte escribe en plena posmodernidad donde redescubrimos conceptos que se creían superados. En esta obra Aníbal alcanza nuevas alturas al pasar por encima de la convencionalidad burguesa: la poesía como genero más que capaz de convivir con la prosa, el ensayo y el manifiesto y el poeta como sujeto que rompe con la especificidad de la poesía. La apuesta de Aníbal similar a la de Juan el Bautista cuando describe a Jesús de Nazaret es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. (Juan, 3:30), solo que el poeta no inmola ante el altar de otro poeta sino a las ideas colectivas nacidas de la práctica revolucionaria. El autor desaparece ante el collage que se convierte en manifiesto de una generación dispuesta a contestar al terror de la burguesía con terror proletario. Es en Lo que aprendimos en Ayotzinapa donde el autor escribe una poesía no para susurrar al ser amado sino para leer con una computadora al lado necesaria para navegar en internet y captar todas las inmensas referencias a la tradición revolucionaria marxista, es una poesía de ideas, no de emociones, pero no niega las emociones, más bien refuerzan al poema con toda su rabia. Es una poesía de hiperbóreos sacrificios, de lucha antifascista, de clandestinidad, de masas, vanguardias, guerrillas, deseos…

 

Que tus enemigos

mueran gritando sin aire

y que, aquellos a los que amas

siempre perdonen

tu fuga hacia adelante.

 

Es poesía para transformar el mundo. Poesía para iniciar la Guerra Revolucionaria. Poesía para comprender que nos perdimos una oportunidad revolucionaria pero que podemos prepararnos para la siguiente. Como bien deja en claro el poeta:

 

Vayan a la guerra,

y si no encuentran una:

                                           inícienla,

sí hay lucha de clases

existe la posibilidad del

                                           arte;

cada época

tiene su oportunidad

                                       revolucionaria,

 

La poesía de Malaparte es rupturista no solo en sus formas, sino en su capacidad propagandística: comunica verdades desconocidas, conocimiento que modifica la forma en la cual nos comprendemos a nosotros mismos y al mundo. Así, no es casualidad que sus libros sean odiosos no solo para quienes no quieren cambiar al mundo porque se sienten cómodos como parásitos (o aspiran ellos mismos a convertirse en parásitos) sino para quienes no saben absolutamente nada de literatura pero en su arrogancia creen saber al respecto. Su poesía existe para confrontar nuestro impuesto conformismo, no para alentarlo. Al igual que Lenin desde la clandestinidad escribe para enfrentar a los prejuicios más arraigados de la socialdemocracia europea, Malaparte escribe contra la izquierda que ya no aspira sino a la superioridad moral.

 

IV

 

Han pasado 10 años y con ello quedan solo dos opciones para quienes no han roto con el ciclo de movilizaciones considerándolas apenas un error de juventud: reparación del daño o verdad y justicia. Para quienes nos aferramos aun a la verdad y justicia, Aníbal Malaparte hace de este libro un referente ya no solo de la venganza por el pasado sino de la justicia para el futuro.

Malaparte ha dado el paso a escritor sin romper con su pasado comunista, a diferencia de tantos ex anarquistas no se ha reconciliado con la sociedad burguesa, pero el valor del libro no se reduce a su terquedad sino a su capacidad crítica: como Karl Marx antes que él, Aníbal descubre que la crítica no significa el abandono al compromiso político sino su radicalización. Cada parte del poemario-collage en todos sus múltiples aciertos literarios, históricos y filosóficos encarnan una lección de sabernos parte de un instante histórico y no tener más opción que tomar conciencia de ello y buscar un modo de intervenir. El libro en el más salvaje compromiso sartreano no nos permite otra opción que hacernos responsables de lo que somos y pagar el precio por ello.

En resumidas cuentas, creo que la profundidad y la coherencia literaria y revolucionaria de Aníbal Malaparte son más que suficientes para hacer de este libro no solo una de las más acabadas expresiones por los 10 años de la desaparición de los 43 normalistas rurales de Ayotzinapa sino también una carta para los futuros combatientes que vendrán, que oprimidos y explotados habrán de explotar con toda su valentía e inteligencia en la insurrección que ha de venir.

 

Como todas las cosas efímeras

(danza de fuego salvaje)

(regocijo de explosiones en otoño)

me encontraste en inmensas soledades,

entre manuales de guerrilla urbana,

prácticas de tiro e interminables debates

sobre la visión materialista de la Historia;

deja que los débiles,

malogrados y cobardes,

hablen de nosotros,

ya que, al fin y al cabo

somos aquello que ha de venir,

preludio de la venganza por el pasado,

la justicia para el futuro

y el fin de la historia en prosa.

 

 

 

 

 

 

[1] Soy Avendaño. Militante comunista sin partido por el momento, lector de Rousseau, Gramsci y Althusser. Estudiante de Trabajo Social en la Escuela Nacional de Trabajo Social. Señor de las plantas con especialidad en cactus, suculentas y de otras plantas de climas cálidos. Disfruto de toda la obra de Franco Battiato (lo shippeo con Raffaella Carrà). Amo a Banda Bassotti como buen chairo comunista que fue a la Escuelita Zapatista. Ciclista sin bicicleta. Tenía mi propio fanzine. Tengo una biblioteca de poco más de 300 libros usados, pero siempre releo los mismos 15. Le podría confiar mi vida al carbón activado. Colecciono datos curiosos, aunque no recuerdo ninguno en este momento. Me gusta cocinar y la astronomía, elijo creer que hay vida allá afuera, pero jamás podremos contactarnos, desgraciadamente, pero por suerte. Instagram: @ alexeikalashnikov

 

 

 

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