“Anhelo comestible”

Un platillo inspirado en María de Jorge Isaacs

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Efraín acaba de llegar a la casa paterna después de seis años de estudiar en Bogotá y como es obvio, la familia lo recibe con abrazos y alegrías en el alma de esa hacienda de techos de barro que huele a rosas. También con una cena en el inmenso comedor que se abre al exuberante paisaje del Valle del Cauca colombiano “las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. Las auras del desierto pasaban por el jardín recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río. Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura de sus noches, como para recibir a un huésped amigo.”

 

La piedad amorosa de la madre sentada a la izquierda del padre, quien está a la cabecera de la mesa, se evoca en sonrisas y prolongados silencios, “era la más feliz de todos” nos dice Isaacs, mientras los hombres hablan de asuntos generales. Durante el momento que dura la cena se percibe la dicha por el reencuentro, la amabilidad, el respeto de la familia. Pero éste no es más que el preludio de lo que será toda la novela: un sutil juego de aromas, sabores y seducción.

 

Frente a Efraín está sentada María, su amor de adolescencia, él está extasiado mirando la brillantez de sus ojos que ella esconde tímidamente a los de él.  Entonces, repentinamente, como un acto de sugestivo placer se nos muestran “sus labios rojos, húmedos y graciosamente imperativos”, que ella abre sutilmente para delatar “el velado primor de su linda dentadura”. No es azar que sea ese el instante en que las hermanas de Efraín le ofrecen toda clase de colaciones y cremas, acaso ¿Cortaditos, jaleas, masitas meladas de maíz?  

 

María encarna lo bello, lo bueno. Tiene la pureza de una virgen, eso seduce a Efraín “mujer tan pura y seductora como aquellas con quienes yo había soñado, así la conocía, pero resignada ante mi desdén, era nueva para mí” Ella no duda en corresponderle, pero atendiendo los recatos sociales que exige la época lo hace a través de lo que expresan las flores. Entonces decora el cuarto de él con azucenas, lirios, campanillas de río. Deja los ventanales abiertos, claro, hace calor, en el Valle el clima es muy cálido, pero hay una razón muy de ella, lo hace para que el aroma del florido ramaje de los rosales atendido por sus manos envuelva los sueños de su amor idílico.

 

María juega con las flores, especialmente las rosas. Decora los jarrones de cristal con capullos abiertos recién cortados. Riega con pétalos frescos el estanque que servirá de baño para que él friccione su cuerpo mientras está en su momento más íntimo, solo él y la rosa, el olor de María. María representa todo ese misticismo, aunque viva lo que vive una rosa. Efraín no puede más que contemplarla hasta el éxtasis. De ahí que sueñe con rosas, huela su aroma en cada rincón de la hacienda, se impregne con su rocío cada mañana, se deleite mirando los capullos adornando las trenzas color castaño. Y por si fuera poco, la escena del baño nos muestra un frondoso naranjo de frutos maduros que le hace sombra al hombre que se baña ¿No es acaso la fruta el testimonio más llamativo del pecado?

 

“…abrió María la puerta del salón; presentándome una taza de café, de dos que llevaba Estefana” En ese otro momento Efraín la observa como si fuese una hechicera que lo embelesa con la bebida que le ofrece. Pero no es la única que lo hace, claro con enormes diferencias del estatus social tan marcado en la época. Salomé, la mulata de lunares llamativos, de talle seductor y de pliegues en sus senos tallados por los dioses será quien lo trastorne con la combinación de azúcar y frutas: “– A ver, Salomé, dije parándome a la puerta de la cocina, a tiempo que mis compadres se entraban a la sala conversando bajo: ¿qué me tienes tú? – Jalea y esto que le estoy haciendo, me respondió sin dejar de moler. Si supiera que lo he estado esperando como el pan bendito…”

 

Entre el rumor perezoso del río y el trino de los pájaros, Salomé al igual que el resto de las mujeres de la servidumbre es quien cocina en los fogones de leña de manera esmerada los más suculentos guisos, frituras, arroces, pescados aderezados con hierbas y especias en la combinación exacta. Y los dulces que exigen paciencia. Estos no son trabajos para las señoritas como María o las hermanas de Efraín, ellas pertenecen a la clase social alta, sirven el tinto, pasan una bandeja, pero quienes verdaderamente se encargan del trabajo duro que exige la cocina son las mujeres como Salomé. ¿Será posible que quien haya preparado esas ‘colaciones y cremas’ para el recibimiento de Efraín haya sido una mulata como Salomé?

 

Foto: Diana Peña

Esa jalea que Salomé revuelve con devoción para Efraín bien pudo ser un manjar blanco. Preparado con arroz, leche y azúcar, ojalá en paila, primero a fuego muy alto para que espese y dé punto, entonces muy lento para que su sabor y textura se conserven tan buenos como debe ser. No se puede dejar de revolver, mejor si se hace con cuchara de palo. Se debe servir caliente para que no se compacte, de ahí que él espere con ansia en la puerta de la cocina mientras admira la existencia de ella. Las uvas pasas y el coco le darán ese toque ligero, pero contundente para que el paladar sucumba a un goce indefinido.

 

 

Receta

 

Ingredientes

Una taza de arroz sin lavar, en remojo desde la noche anterior

Dos litros de leche entera, con toda su grasa

Dos tazas de azúcar blanca (se puede reemplazar por panela rallada)

Una astilla de canela

Una pizca de sal

Media taza de pasitas (opcional: remojadas en licor de caña)

Cuatro brevas meladas en cubitos (opcional)

 

 

Preparación

Una vez remojado el arroz, llevar a la licuadora con media taza de leche.

Se puede repetir el proceso de licuar dos veces para extraer todo el almidón del arroz.

Colar muy bien sobre la paila y llevar al fuego.

Agregar el resto de leche.

Agregar el azúcar, la canela.

Revolver sin detenerse.

Cuando pase el cucharón y se observe el fondo de la paila, el dulce estará listo.

Retirar la canela.

Agregar las pasas.

Retirar del fuego.

Agregar las brevas.

Disponer inmediatamente en recipientes individuales.

 

 

María es la clara presencia de las delicias del deseo que se hacen evidentes entre los detalles de las flores y lo exótico de manjares comestibles. De ello son conocedoras María y Salomé. Por eso él, Efraín, no duda en darse un festín.

 

Usted puede degustar este manjar blanco entre el aroma de unas rosas y, por qué no, escuchando alguna salsa que emana del Valle del Cauca colombiano.

 

 

 

[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social.

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@la_libreria_patisserie

 

 

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