Por Karen Valiente
Durante muchas décadas nos estuvimos formando con pensadores de la pedagogía crítica, entre ellos Freire y Mc Claren, quienes nos afirman que la enseñanza transciende el aula, el contenido o el currículum. Esta teoría pedagógica nos invita a pensarnos en el escenario escolar como partícipes de una comunidad, y actores y actrices transformadoras. Es decir, no podemos pensarnos en esta situación sin plantearnos el escenario social, político, económico y cultural.
El feminismo y la pedagogía crítica van de la mano, los dos entienden que hay que buscar emancipaciones que vayan quebrando las prácticas y las representaciones sociales opresivas, transformando las desigualdades sociales e injusticias sociales existentes, integrando las problemáticas de géneros, clase, etnia, generacional y de opción sexual.
Queda en evidencia que, a partir del año 2015, en Argentina, el movimiento feminista tomó una mayor dimensión social, lo cual generó una transformación (que hoy en día continúa) en la sociedad. En ese año se movilizaron miles de mujeres bajo el lema “Ni Una Menos” para reclamar y exigir una sociedad más justa, equitativa y diversa. Desde ese momento la lucha en el campo popular se fue trasladando a diferentes sectores de transmisión cultural, y la escuela fue y es parte de ese movimiento. Movimiento que nos ayuda a comprender, analizar y reformular las prácticas pedagógicas; en busca de un feminismo que simultáneamente ayude a abrir caminos, que ensaye en la dimensión de la vida cotidiana nuevas dinámicas relacionales, que incluyan luchar ya no sólo por mejores condiciones de vida en el sentido económico, sino también optar por relaciones sociales más equitativas, sin jerarquías, sin discriminaciones, sin desigualdades.
Antonio Gramsci establece que el “gran problema del conocimiento social es poder construir conocimiento que sea capaz de crecer con la historia.”
El 4 de octubre de 2006, en Argentina, se sancionó la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), la cual tiene como objetivo garantizar la ESI de todos/todas los niños, niñas y adolescentes en las escuelas. En el Artículo 1 de la Ley se establece que:
“Todos los educandos tienen derecho a recibir educación sexual integral en los establecimientos educativos públicos, de gestión estatal y privada de las jurisdicciones nacional, provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y municipal. A los efectos de esta ley, entiéndase como educación sexual integral la que articula aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos.”
Entendiendo que la realidad no es inacabada e inconclusa, sino que se encuentra en constante resignificado al compás del desarrollo de los contextos sociohistóricos, la lucha por la ESI ha demostrado que nuestro currículum educativo tiene que continuar en un proceso de transformación. En virtud de esto, la docencia ha mostrado sus límites, y que los desafíos que se le presentan para convertirse en una verdadera herramienta al servicio de la liberación de los oprimidos y oprimidas a través de la pedagogía implican una ruptura con estas concepciones tradicionales, que aún persisten en el sistema educativo y que son sostenidas por las políticas conservadoras.
En cuanto a la ESI, podemos analizar que, desde el momento de la sanción de la Ley, hemos encontrado trabas en su aplicación, no sólo desde el presupuesto, sino también desde la cultura tradicionalista, moralista y eclesiástica que impide avanzar la Ley en todo el territorio nacional. En este sentido, Tenti Fanfani define que:
“Las creencias incorporadas que adquieren las formas de esquemas literalmente incorporados que operan en los cuerpos de los y las individuos […] producen y reproducen en sentido tácito o indirecto, sin adoctrinar ni convencer, si no vender y hacer dinero, convenciendo y adoctrinando a través de la formación de una cultural popular, que alimenta una demanda de productos que ellos están dispuestos a satisfacer. En otras palabras, los medios masivos de comunicación educan sin proponérselo.”
Reflexionando desde una perspectiva feminista sobre distintas problemáticas concernientes a las relaciones de poder que se establecen desde el punto de vista histórico, social, cultural y cotidiano, intentamos cuestionar colectivamente el papel que juega la cultura en la formación de una matriz generadora de comportamientos, hábitos, lenguajes, valores y relaciones sociales opresivas.
Desde una mirada histórica podemos visualizar que la sexualidad fue ocultada, silenciada y reprimida dentro de la sociedad y, por consiguiente, en el ámbito escolar. En este sentido, Foucault sostiene que si la sexualidad está reprimida, es decir, destinada a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el sólo hecho de hablar de ella y de su represión posee como un aire de transgresión deliberada. (Foucault, 2002). El feminismo ha puesto en evidencia las diferentes sexualidades que emergen en una sociedad nueva, la diversidad de los cuerpos y sus sexualidades, que se encuentran en las aulas. “Pensar a los y las niñas, adolescentes desde un lugar de iguales no significa considerarlos iguales” sostienen Dussel y Southwell. En consonancia, exponen que, para educar en igualdad, la diversidad debe ser considerada necesaria para generar una sociedad más justa; dándole lugar a cada procedimiento que atraviesan los individuos, considerándolos iguales de derechos a ser educados y aprender, preparándolos para renovar el mundo, dándoles herramientas intelectuales, afectivas y políticas que puedan proceder a esa renovación. Y entender a la diversidad como igualdad para ser ciudadanos y ciudadanas activos y partícipes de nuestra historia, sin importar su orientación sexual.
El lenguaje se construye y se articula a partir del pensamiento, por lo que conlleva a que los y las jóvenes desde hace ya unos años hayan comenzado a cuestionar el leguaje patriarcal, basado en la opresión, el desprecio hacia las mujeres, trans, binaries, y hacia los diferentes tipos de identidad sexual. Desde sus comienzos, el feminismo apoya y lucha por un lenguaje que no sea sexista, vislumbrando el lenguaje inclusivo, que ha venido a dar nombre y representatividad a todos y a todas.
Ahora bien, después de lo expuesto, y entendiendo que no podemos pensar a la educación sin ser atravesada por el feminismo, es necesario pensar que éste es el movimiento contracultural que viene a impedir que decidan sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros sueños. Es un momento sociocultural donde luchar por la libertad, por la diversidad, por la autonomía es relevante. Es necesario cuestionar el poder instituido y salir del ámbito privado al que quieren someternos, es hablar del deseo y ejercerlo. En definitiva, se trata de ser cuerpos y subjetividades en rebeldía dentro de las instituciones educativas como por fuera de ellas.
Estudiante, escritora, docente, militante independiente, pedagoga, feminista, madre, oriunda del oeste de Buenos Aires. ↑