Por Aldo Saúl Uribe Nuñez
Introducción
El interés en la formación de los jóvenes se ha concebido como un elemento de gran importancia no solo para ellos y su óptimo desarrollo educacional y laboral, sino también para el avance de una nación en sus distintos estratos sociales. Hoy en día, el mundo se encuentra en una crisis que ha repercutido en gran medida en el desarrollo político, económico y social de las naciones. Formar personas capaces de hacer frente a las problemáticas de la vida cotidiana que se avecinan es una de las metas de los organismos internacionales.
Por otro lado, hay que considerar que la pandemia de COVID-19 está teniendo consecuencias devastadoras en la salud y en la vida de una gran parte de la población mundial. A las enormes pérdidas humanas se agregan los efectos que ya se empiezan a apreciar en la economía de casi todos los países. Para proteger a sus poblaciones y disminuir los contagios, que se incrementan de forma exponencial a cada nueva cepa, el estado ha recomendado y obligado a sus ciudadanos a protegerse en sus hogares. Esto ha significado el cierre de comercios y la suspensión de diversas actividades económicas y culturales.
Este suceso ha generado un sinfín de cambios de corte sociocultural, socioeconómico y sociopolítico que han afectado de distintas maneras la vida individual y social del ser humano. Ya se ha dicho, la pandemia vino a exacerbar problemáticas de diversa índole que, desde hace tiempo, veníamos observado y analizando.
Este artículo surge de la necesidad de reflexionar sobre las implicaciones de la pandemia en la vida y desarrollo psicosocial de los jóvenes, abordando principalmente sus impactos en la educación y la salud mental en este grupo poblacional. Finalmente, se analiza cómo podemos intervenir en aras de mitigar las problemáticas psicosociales que se avecinan en la cotidianidad de nuestro país y el mundo ante esta nueva normalidad.
Desarrollo
La formación integral del adolescente (10 a 14 años edad) y del joven (15 a 24 años de edad) ha sido una dimensión clave para el progreso social, político y económico en todos los países y territorios de América. Sin embargo, generalmente las necesidades y los derechos de las y los jóvenes no figuran en las políticas públicas, ni en la agenda del sector educativo, excepto cuando su conducta es inapropiada o no responde a las exigencias sociales que se buscan.
En las últimas décadas se han elaborado diversas propuestas que buscan generar una formación integral en los jóvenes. Dichas propuestas velan, no por los datos de conocimiento, como se ha hecho tradicionalmente, sino por los desafíos contextuales y culturales de los jóvenes con el objetivo de formar mejores seres humanos, capaces de hacer frente a las dificultades de la vida diaria y construir sociedades más inclusivas, justas y sostenibles (Martínez, 2014).
Tradicionalmente, los programas educativos enfocados a los jóvenes en América Latina han centrado sus esfuerzos en aquellos jóvenes que demuestran un comportamiento indeseable para la sociedad, tratándoles de convencer de que abandonen dichos comportamientos (Maddaleno, Morello y Infante-Espínola, 2003). A pesar de que se han hecho esfuerzos en la estructuración de planes, servicios y programas enfocados a la atención de este sector poblacional, muchas veces éstos no logran implementarse correctamente o no logran incidir en el mejoramiento de sus necesidades y/o problemáticas.
México se ha caracterizado por experimentar cambios sociodemográficos y socioeconómicos de gran envergadura, los cuales repercuten directamente sobre el desarrollo de los adolescentes y jóvenes. En los últimos años, por ejemplo, se ha documentado que la gran mayoría de jóvenes de 12 a 29 años que trabaja en el país, lo hacen como empleados u obreros (74.2%), jornaleros (10.1%) y trabajadores a destajo (1.2%), así, tenemos que 85.5% de los trabajadores jóvenes son asalariados (Contreras, 2003 citado en de Oliveira, 2006). Si hablamos de otros temas, el panorama no es distinto: con la pandemia, las desigualdades sociales inmersas en la sociedad mexicana están más presentes que nunca.
La pandemia de COVID-19 transformó la vida de una gran parte de la población mundial. Las sociedades subdesarrolladas son las que de forma más frontal y demarcada padecen los efectos negativos de la pandemia. En éstas se reproducen las desigualdades sociales que agravan los impactos de una crisis sanitaria internacional, la cual se ha articulado con otros fenómenos psicosociales ocasionando una crisis sistémica y ecosocietal (Enríquez, 2020).
Sabemos que el mundo se encuentra en una crisis que ha repercutido en gran medida en el desarrollo político, económico y social. Hablar de la respuesta social a la pandemia, es hablar de múltiples factores en juego. Al respecto, Macias (2020) sostiene que la respuesta social no solo se refiere a la población, al ámbito de la subjetividad de los distintos actores sociales, sus conocimientos, actitudes e imaginarios, que la mayor parte del tiempo se identifica solamente con el concepto de percepción del riesgo; tiene además un carácter institucional, es decir, un carácter político, poblacional y cultural.
Alteraciones sociales derivadas de la pandemia. El caso de la educación y la salud mental en jóvenes
En el ámbito educativo, con la gran reclusión, se incrementó la deserción escolar de los jóvenes. Antes de enfrentarnos a la pandemia, 250 millones de niños de edad escolar vivían excluidos de la alfabetización y de la escolarización, producto, sin duda, de una crisis social de incalculables magnitudes relacionada con la desigualdad social en América y el mundo (Enríquez, 2020). La pandemia ha demostrado que son los niños, adolescentes y jóvenes de comunidades vulnerables y con altos índices de desigualdad social, los que se han visto más afectados. Un número considerable de estudiantes de las universidades públicas y de los colegios comunitarios están en riesgo de abandonar sus estudios frente a las dificultades económicas y sociales a las que se enfrentan.
A este panorama se suma el cierre de los centros escolares en todos los niveles del sistema educativo nacional. Es así que los niños y jóvenes han sido despojados del espacio público que les brinda la escuela, afectando de forma significativa su desempeño educativo y socialización. Según reportes de la UNESCO, hasta el 30 de marzo del 2020, 166 países habían cerrado sus escuelas y universidades. Si hablamos en términos mundiales, 87% de la población estudiantil se vio afectada por estas medidas, lo que equivale a 1520 millones de alumnos (IESALC-UNESCO, 2020).
Ahora bien, las carencias no se reducen solamente a eso en los países pobres: la educación está en riesgo de no promover y formar programas de calidad en línea que logren generar una enseñanza-aprendizaje favorable en los niños, adolescentes y jóvenes. Es así como la pandemia ha puesto al descubierto las carencias de nuestras instituciones y las enormes desigualdades que existen en la población estudiantil.
Si hablamos de salud mental, el confinamiento derivado de las medidas implementadas por el Estado con la finalidad de proteger la vida de las personas aumentó la incidencia de trastornos psicológicos y psiquiátricos. Los efectos psicológicos negativos, las características de la pandemia (que vino a perpetuar la riqueza privada y la desigualdad social) y los múltiples factores asociados a ésta, califican al confinamiento, y la pandemia en sí, como una adversidad de elevado estrés psicosocial.
El confinamiento, al configurar las relaciones interpersonales en su totalidad, conllevó aislamiento, limitaciones en torno a la libertad y suspensión de actividades recreativas y laborales, ocasionando alteraciones psicológicas y afectivas. Si bien existe poca bibliografía al respecto, no hay duda de que este episodio es sinónimo de miedo, preocupación y ansiedad. Estudios previos han documentado la influencia negativa de las cuarentenas en la salud mental (Brooks et al., 2020).
Esta enfermedad ha traído grandes cambios en el estilo de vida de las personas, tanto alimenticios como trastornos del sueño, ansiedad y depresión generados por el confinamiento, así como la adaptación a nuevas formas de trabajo. Sin embargo, esto a su vez ha generado en las personas cierto grado de resiliencia, permitiéndoles sobrellevar la contingencia de salud (Organización Panamericana de la Salud, 2020).
En un estudio realizado en España por Sandín et al (2020), se encontró que de un total de 1161 participantes, un 20 % indica haber experimentado miedo con una intensidad elevada y/o extrema a la contaminación, enfermedad y muerte por coronavirus, así como miedos relacionados con el trabajo, la pérdida de ingresos y los temores al aislamiento social. Los datos recabados en este tipo de estudios, tienden a comprobar que la pandemia tiene una influencia considerable sobre los niveles de ansiedad, estrés, insomnio y preocupación.
En estudiantes universitarios de Estados Unidos, China y Suiza, encontraron una alta incidencia de sintomatología ansiosa y depresiva durante el confinamiento (Li et al 2021; Cao, 2020). Así también, investigaciones precedentes respecto a estudiantes expuestos al COVID-19, refieren que una situación económica vulnerable y el retraso en las actividades académicas son factores de riesgo para el desarrollo de la ansiedad, síntomas depresivos y estrés (Odriozola-González et al 2020)
En México, en una muestra conformada por 709 estudiantes de universidades públicas y privadas del sureste de México, se encontró que 37,7% se encuentran en el nivel más alto de ansiedad, aunque es importante destacar que sólo 30.3% se ubicó en niveles bajos de ansiedad, lo que significa que más de la mitad de la comunidad universitaria perteneciente a la muestra (62.3%) se ubica en niveles moderados o altos de ansiedad (Pérez-Aranda, Estrada-Carmona y López, 2021).
Aunque se menciona una parte mínima de las intervenciones de carácter clínico en materia de psicología y psiquiatría durante la pandemia, los resultados poseen implicaciones importantísimas. No hay duda que existe un aumento considerable de patologías y problemas emocionales, sobre todo en sectores poblacionales vulnerables. Con esto, está claro que el rol del profesional de la salud mental y el educador debe de estar enfocado a prevenir e intervenir con el objetivo de brindar una mejor salud, educación y bienestar, a través de un trabajo interdisciplinario y humano.
Conclusiones
Este ensayo evidenció la importancia de analizar las repercusiones que generó la pandemia en el ámbito educativo y de salud mental en los jóvenes como necesidades específicas a contemplar y tratar en el marco investigativo. Si bien existen avances en torno a esta perspectiva, muchas de sus características están demandando una redefinición.
La pandemia ha visibilizado las carencias institucionales, sociales, culturales, económicas y políticas de nuestro país, carencias a las que difícilmente el Estado podrá hacer frente. Y, por otra parte, ha exhibido de forma esclarecedora las enormes desigualdades sociales que existen en la población mexiquense. Reconocer esto, es el primer paso para idear estrategias y metodologías que permitan atenuar sus consecuencias.
Ante las dificultades a las que nos enfrentamos en materia de educación y salud mental en nuestra nación y el mundo provenientes de la crisis sanitaria internacional, el profesional educativo y clínico debe estar dispuesto a hacerse con el avance de esta crisis y fortalecer sus herramientas para permitir hacer frente a sus dificultades, de la mano de un trabajo multidisciplinar y multimodal.
Bibliografía consultada
Brooks, S. K., Webster, R. K., Smith, L. E., Woodland, L., Wessely, S., Greenberg, N., & Rubin, G. J. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: Rapid review of the evidence. Lancet, 395, 912-920.
Cao, W., Fang, Z., Hou, G., Han, M., Xu, X., Dong, J., y Zheng, J. (2020). The psychological impact of the COVID-19 epidemic on college students in China. Psychiatry research, 287, 112934.
Enríquez, I. (2020). De la pandemia y la gran reclusión al asedio de las sociedades subdesarrolladas. Working papper n. 15, Centro de Estudios en Estrategias y Políticas Públicas.
IESALC-UNESCO (2020), “El coronavirus-19 y la educación superior: impacto y recomendaciones” <https://www.iesalc.unesco.org/2020/04/02/el-coronavirus-covid-19-y-la-educacion-superior-impacto-y-recomendaciones/ >, consultado el 23 de enero, 2022.
Li, Y., Zhao, J., Ma, Z., McReynolds, L. S., Lin, D., Chen, Z., y Liu, X. (2021). Mental health among college students during the COVID-19 pandemic in China: A 2-wave longitudinal survey. Journal of affective disorders, 281, 597-604.
Maddaleno, M., Morello, P., y Infante-Espínola, F. (2013). Salud y desarrollo de adolescentes y jóvenes en Latinoamérica y El Caribe: desafíos para la próxima década. Salud Pública de México, 45(1), 132-139.
Martínez, V. (2014). Habilidades para la vida: una propuesta de formación humana. Itinerario Educativo, 38(63), 61-89.
Macias, M. (2020). COVID- 19: Social response to pandemic. Humanidades Médicas, 20(1), 1-4.
Organización Panamericana de la Salud. (2020). La OMS caracteriza al COVID-19 como una pandemia. https://www.paho.org/es/noticias/11-3-2020-oms-caracteriza-covid-19-como-pandemia
Odriozola-González, P., Planchuelo-Gómez, Á., Irurtia, M. J., & de Luis-García, R. (2020). Psychological effects of the COVID-19 outbreak and lockdown among students and workers of a Spanish university. Psychiatry research, 290, 113108.
Oliveira, O (2006). Jóvenes y precariedad laboral en México. Papeles de Población, 12(49),37-73.
Pérez-Aranda, G. I., Estrada-Carmona, S., & López, E. A. C. (2021). Confinamiento y ansiedad en estudiantes universitarios del sureste mexicano durante la epidemia de covid-19. Epidemiología en Acción, 19(1), 25-32.
Sandín, B., Valiente, R. M., García-Escalera, J., & Chorot, P. (2020). Impacto psicológico de la pandemia de COVID-19: Efectos negativos y positivos en población española asociados al periodo de confinamiento nacional. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 25(1), 1-22.