El miedo sin adjetivo

Por María de Jesús López Salazar[1]

 

Creemos que existe un límite en el miedo.
Sin embargo, sólo es así hasta que nos
encontramos con lo desconocido. Todos
disponemos de cantidades ilimitadas de terror – (Peter Hoeg)-.

 

El miedo es uno de los sentimientos más antiguos de la condición humana. Emerge ante las nociones de riesgo, ausencia de seguridad o de control acerca de la realidad social o su entendimiento, en aquellos momentos en que la humanidad se halla en tensión ante el mundo y su crisol de expresiones. Aquí es importante señalar que emoción y sentimiento no son lo mismo; y el miedo, más que una emoción, es un sentimiento, pues como indica Antonio Damasio (cit. en Executive Excellence, 2011: s/p.):

Una emoción está siempre referida a una secuencia de acciones y los sentimientos se refieren a los resultados de esa secuencia de acciones. Es importante que nos demos cuenta de que frente a un peligro (que da miedo), lo que nos salva –y hace actuar– es una serie de acciones que se desencadenan, no el sentimiento de miedo. En cambio, si tienes sensación o sentimiento de miedo, es ese sentimiento lo que va a guiar tus acciones futuras.

En tal sentido, el miedo es parte de una estrategia de supervivencia que prepara al ser humano para su defensa (Jaidár Matamoros, 2002:104). Por consiguiente, su existencia “no es un accidente, sino una manera de comprender y vivir el mundo y la condición humana de una forma enteramente brutal” (Ramírez Fierro, 2002:160), pues hay una diferencia específica entre miedo y terror: “El miedo anida lentamente y crece conforme lo procura el pensamiento. (…) Pero el terror es el salto momentáneo, el espanto frente a la visión, el balde de agua fría ante el reino de lo monstruoso” (Lazo, 2012:32).[2]

Sin embargo, entender qué quiere decir miedo en nuestro tiempo presente es complicado, teniendo en cuenta que se trata del campo de la definición de los sentimientos, más si se considera que: “En ciertos periodos se incrementa y en otros desciende. También cambia aquello a lo que tenemos miedo, y cómo respondemos” (Joanna Bourke cit. en Antón, 2006: s/p.). Con todo, su existencia es tangible y posible de rastrear. Por ser un sentimiento universal, toda cultura, en cada parte del mundo, ha empleado una palabra para nombrarlo. Por ello, partiendo desde la lingüística es posible indagar su origen y significación. En la Antigua Grecia había un vocablo con el cual se hacía alusión al miedo: phóbos.

Según un artículo del profesor Vicente Domínguez «El miedo en Aristóteles», el concepto de «phóbos» (miedo) debuta en la literatura occidental en la Ilíada de Homero. «Pero es preciso señalar que Phóbos todavía no significaba “miedo” cuando Homero lo menciona como la personificación divina de una acción que se presenta en el campo de batalla en compañía de Deîmos (Terror) y Eris (Discordia, disputa). Exactamente, “phóbos”, en Homero, es un nombre de acción derivado del verbo phébomai, que significa “huir”» (Miralles, 2013: s/p.).

De la misma forma, el término phóbos se origina de phébomai o phobèomai que también significa huir (Domínguez, 2003:662), como señala el lingüista francés Pierre Chantraine en su Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Historie des mots al referir que el significado de phébomai era empleada en el mundo antiguo especialmente cuando se hablaba de embargo por las tropas de pánico, huyendo a toda prisa y desorden (Domínguez, 2003:662).[3] Por lo que Phóbos y Deîmos, huir y terror respectivamente, en un inicio se encontraban relacionados con una acción surgida de la confrontación en la guerra.

Posteriormente, Platón (427-347 a. C.), en su diálogo socrático conocido como Laques, definió al miedo en contraste con la valentía y lo vinculó con los valores formativos del carácter.

En la sociedad ateniense de los siglos V al IV a. C. nadie se habría atrevido a menospreciar la valentía, esencial para la defensa de la ciudad, a la vez que para medir la calidad de los ciudadanos. Sólo Sócrates, con su habitual sutileza, pudo convencer a sus interlocutores de que no había valor sin sabiduría porque sólo el conocimiento permite distinguir “lo temible de lo inofensivo, tanto en la guerra como en todas las otras circunstancias” (Gonzalbo Aizpuru, 2009:23).

Por su parte, el filósofo Aristóteles (384-322 a. C.) en Ética Nicomáquea (Aristóteles, 1985) reflexionó varios aspectos relacionados con el miedo; en primer lugar, identificó al miedo como una pasión, es decir, como “todo lo que va acompañado de placer o dolor” (Aristóteles, 1985:165); en segundo lugar, proporcionó una definición del miedo, pues siguiendo al mismo Aristóteles (1985:193): “Está claro que tememos las cosas temibles y que estas son, absolutamente hablando, males; por eso, también se define el miedo como expectación de un mal. Tememos, pues, todas las cosas malas”; finalmente, señaló especies de miedo, comenzando con el pudor, dado que este último “se parece más a una pasión que a un modo de ser. En todo caso, se lo define como una especie de miedo al desprestigio y equivale a algo parecido al miedo al peligro: así, los que sienten vergüenza se ruborizan, y los que temen la muerte palidecen” (Aristóteles, 1985:234), de la misma forma: “El hombre que por naturaleza tiene miedo de todo, incluso del ruido de un ratón, es cobarde con una cobardía animal, pero el que tenía miedo de una comadreja actuaba por enfermedad” (Aristóteles, 1985:302).[4]

Aquí es preciso señalar que desde la Antigüedad se presenta el vínculo entre ciudad y ciudadanía, es decir, los ciudadanos como habitantes de las ciudades, con deberes y derechos asignados en tanto miembros de las propias ciudades, de tal forma que, siguiendo a Aristóteles, quien no cumpliera con sus deberes para con la ciudad podría considerarse un cobarde, es decir, un “hombre que por naturaleza tiene miedo” (Aristóteles, 1985:302).

Más adelante, el filósofo neoplatónico Amonio de Atenas (siglo I e. c.) fue de los primeros pensadores en diferenciar entre phóbos como un golpe actual y transitorio producido por algo aterrador, y déos como la sospecha de un mal venidero duradero (Domínguez, 2003:665).

En lo que atañe al mundo europeo occidental, los orígenes y significados del miedo son más difíciles de indagar. En el idioma español, miedo proviene del latín metus. La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino escrita en el siglo XIII trata del metus o timor (temor) como términos equivalentes, los dos pertenecientes a las pasiones del alma, concretamente las de la ira, contrapuestos a la esperanza y a la audacia.

[El miedo] pertenece a las pasiones de la ira: en lo tocante a la imaginación del futuro, se opone a la esperanza; en lo tocante al comportamiento, se opone a la audacia. Sólo la ira propiamente dicha no tiene contrario: estalla en presencia de un mal que difícilmente se soporta. Resignarse ante un mal presente o, al contrario, no aceptarlo, transforman a la ira, o en una tristeza infinita –pasión de deseo– o en un arrebato de rebeldía –forma específica de la ira–. No deja ésta lugar para la huida. Efectivamente, stricto sensu, lo contrario del mal presente es el bien presente, el cual suscita alegría e inmovilidad. El contrario de la ira propiamente dicha pertenecería a las pasiones del deseo, según una oposición totalmente abstracta entre inmovilidad y movimiento. Toda esta taxonomía, tan asimilada por las ideas del tiempo que no necesita aclaraciones, está sacada de la Summa Theologica (Pralon-Julia, 1983:41).[5]

Es de llamar la atención que, para Santo Tomás de Aquino –a diferencia de Amonio de Atenas–, el miedo o temor por igual se refieran a una emoción incitada por algo que aún no ocurre, resultado de la ilusión. En tal sentido, el miedo involucra dudas, vacilaciones e incertidumbres frente al peligro de un mal próximo. Posteriormente, el tema se recupera en el pensamiento hobessiano del siglo XVI con la propuesta de un estado de naturaleza, donde priman la ley del más fuerte y la ausencia de derechos e instituciones, caracterizado como una guerra de todos contra todos, en la cual el miedo es el punto de partida para la justificación del Estado, en tanto institución que proporciona protección y seguridad (Hobbes, 1980). De tal forma es que se apertura una extensa discusión sobre la relación entre libertad y seguridad, principalmente acerca de la visión dicotómica de esta relación.

El tema de cohonestar las categorías de libertad y seguridad es un tema clásico en el pensamiento occidental (…). Y es un tema, como se comprenderá, de la máxima relevancia práctica porque determina, en cierta medida, nuestro propio modo de vida y nuestra parcela en la que se desarrolla la existencia (…); la posición mayoritaria entiende que se trata de categorías que actúan dialécticamente y en contradicción (Fernández Rodríguez, 2010:9-10).[6]

Por otro lado, en el primer diccionario monolingüe del castellano, el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias Orozco, la definición del miedo perdió parte de la reflexión conceptual que se encontraba en el pensamiento platónico-socrático, aristotélico, neoplatónico, de Santo Tomás de Aquino o de Thomas Hobbes, y adquirió una perspectiva distinta, dando por entendido lo que era el miedo en sí, en cuanto a emoción, y preocupándose por establecer de forma general quiénes eran los sujetos afectados por este mal, qué situaciones lo suscitaban y qué consecuencias producía.

Latine metus, timor, horror, formido et sicut Alpianus scribit de instante vel futuro penculo mentis trepidatio. Ay un miedo que suelen tener los hombres de poca constancia y covardes; ay otro miedo que puede caer en un varón constante, prudente y circunspecto. Esto declara bien la ley de la partida, ley 7, tit. 33, part. 7, que dize assi: “Otrosi decimos que metus en latin tanto quiere decir en romance como miedo de muerte e de tormento de cuerpo o departimento de miembro o de perder libertad, o las otras cosas porque se podría amparar o desonra para fincar infamado” e de tal miedo como éste, ese otro semejante, fablan las leyes de nuestro libro querido dizen que pleito o postura que home faze por miedo non debe valor. Ca por tal miedo non [tan] solamente se mueven a prometer o fazer algunas cosas los homes que son flacos, más aun los fuertes. Más aun en otro miedo que non fuese de tal natura al que dizen vano, non excusaría al que se obligasse por él (sic) (Covarrubias Orozco, 1943 [1611]: 794).[7]

En el texto de Covarrubias Orozco (1943 [1611]), miedo, temor y horror son lo mismo y emergen frente a las amenazas presentes o futuras, ya sea en los temerosos o en los temerarios. Destacable es, asimismo, su última observación acerca del miedo como medio para conseguir ciertos intereses deshonestos, inclusive entre aquellos que tienen poder. ¿Qué habrá pretendido advertir Covarrubias Orozco? Posiblemente se pueda comprender revisando el trabajo de un contemporáneo de Covarrubias Orozco, el jurisconsulto Antonio Cabreros Avendaño, quien llevó a cabo una disertación teórica acerca del miedo y las consecuencias de recurrir a él para establecer pleitos o denuncias en el Derecho, en su Methodica Delincatio de Metu: Omnibus tan Ivrie quam Theologiae Professoribus proescripta… de 1634, la cual “sólo se conoce por la breve reseña de E. Cotarelo y Mori en su Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro de España” (Pralon-Julia, 1983:41). En este texto se advierte que el miedo podría convertirse en el resorte de la tiranía, lo que posiblemente también advertía Covarrubias Orozco (1943 [1611]), referente al actuar cobarde por sentirse amenazado o constreñido por una fuerza mayor.

Cabreros Avendaño también proporciona algunas etimologías y conceptualizaciones acerca del miedo retomadas de Aristóteles y de otros pensadores como el polígrafo romano Marco Terencio Varrón (116-27 a. n. e.), Tomás de Aquino (1224/1225-1274) y el humanista italiano Julio César Escalígero (1484-1558) (cfr. Pralon-Julia, 1983). En tal sentido, y para el propósito de este apartado, Cabreros Avendaño identifica diversos tipos de miedo (metus).

Timor se aplica al miedo ante un peligro cercano; al de un peligro más lejano, metus, que puede ir acompañado por la precaución (providentia) y el cuidado (cura). Tremor sólo designa la agitación física; pavor, un sobresalto repentino que expulsa al animus de su centro natural; consternatio tiene efectos duraderos… El miedo se llama terror cuando se infunde a los demás, metus cuando lo siente uno mismo (Pralon-Julia, 1983:39).

Como puede apreciarse, el miedo ha sido –y continúa siendo– objeto de varias reflexiones y exámenes filosóficos desde la Antigüedad, resultado de la experiencia humana al vivirlo en carne propia o de observar sus expresiones y efectos en otros, ya fuera la clase noble, los intelectuales o la gente del pueblo. Ya se atendió cómo varias de las primeras conceptualizaciones sobre el miedo continuaron en siglos posteriores, y aunque cada pensador en cada momento diferenció su significado, es posible decir que de forma general se mantuvo la idea de que miedo, temor y terror eran sinónimos de la emoción producida por un mal o riesgo perentorio o venidero, fuera este real o supuesto (Gonzalbo Aizpuru, 2009). Acaso ahora se tenga una mejor idea de lo que las personas de otros tiempos tenían en mente cuando decían tener miedo, aunque justo por ello es importante preguntarse si esto dista o no de lo que hoy en día representa para las personas tener miedo.

Vale señalar que, no obstante que emerge en todos lados y en todos los tiempos, el miedo ha atravesado por variaciones culturales que le han hecho presentar diversas aristas y distintos matices psicológicos, así como respuestas fisiológicas, conforme los grupos sociales han desarrollado su estado mental y material. Esto fue atendido por el historiador Jean Delumeau (2002:11) al mencionar que “los temores cambian según el tiempo y los lugares en relación con las amenazas que abruman”. Por esto han existido diferentes tipos de miedo, ya sean expresiones individuales o construcciones culturales colectivas, desde las cuestiones conscientes y supuestamente objetivas hasta las cuestiones inconscientes o reflexivas, acorde al lugar y la época.

 

 

 

 

Bibliografía.

 

——– (2002). “Miedos de ayer y de hoy” en El miedo. Reflexiones sobre su dimensión social y cultural, Corporación Región, Medellín, pp. 9-23.

Aristóteles (1985). Ética nicomáquea / Ética eudemia, Gredos, Madrid (Col. Biblioteca Clásica Gredos, 89).

Covarrubias Orozco, Sebastián de (1943 [1611]). Tesoro de la lengua castellana o española, Horta I. E., Barcelona.

Damasio, Antonio R. (1999). El error de Descartes, 3ª ed., Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile.

Delumeau, Jean (1989). El miedo en Occidente, Taurus, España.

Domínguez, Vicente (2003). “El miedo en Aristóteles” en Psicothema, Vol. 15, Núm. 4, Universidad de Oviedo, Oviedo, España, pp. 662-666.

Domínguez, Vicente (2003). “El miedo en Aristóteles” en Psicothema, Vol. 15, Núm. 4, Universidad de Oviedo, Oviedo, España, pp. 662-666.

Echeverría, María de la Paz (2008; 4, 5 y 6 de setiembre). “La industria del miedo: modos de vivir (por) la inseguridad” en 10º Congreso REDCOM. “Conectados, Hipersegmentados y Desinformados en la Era de la Globalización”, Facultad de Artes y Ciencias – Universidad Católica de Salta, Argentina, pp. 1-16. Disponible en http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2014/12/doctrina37447.pdf

Executive Excellence (2011, octubre). “Antonio Damasio: el origen de los sentimientos” en Executive Excellence. La revista del liderazgo, el talento y la gestión multidisciplinar, Executive Excellence, Madrid. Disponible en http://www.eexcellence.es/index.php?option=com_content&view=article&id=8 57:executive-excellence-&catid=38:mano-a-mano&Itemid=55

Fernández Rodríguez, José Julio (2010). “Seguridad y libertad: ¿equilibrio imposible? Un análisis ante la realidad de Internet” en Fernández Rodríguez, José Julio y Sansó-Rubert Pascual, Daniel (eds.). Internet: un nuevo horizonte para la seguridad y la defensa. Seminario de Estudios de Seguridad y Defensa de la USC-CESEDEN, Universidad de Santiago de Compostela, España (Col. Cursos e congresos, 189), pp. 9-26.

Fernández Ruiz, Jorge (2015, 31 de enero). La administración pública federal en la Constitución mexicana (video), Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=R3TkmApFW1Q

Gonzalbo Aizpuru, Pilar (2009). “Reflexiones sobre el miedo en la historia” en Gonzalbo Aizpuru, Pilar; Staples, Anne y Torres Septién, Valentina (eds.). Una historia de los usos del miedo, Centro de Estudios Históricos – El Colegio de México / Universidad Iberoamericana, México, pp. 21-34.

Jaramillo, Ana María; Villa, Marta Inés y Sánchez Luz (2004). Miedo y desplazamiento: experiencias y percepciones, Corporación Región, Medellín. Jodelet, Denise (1985). “La representación social: fenómenos, concepto y teoría” en Moscovici, Serge. Psicología social II, Paidós, Barcelona, pp. 469-494.

Lazo, Norma (2012). El mecanismo del miedo, Montena, España.

Pralon-Julia, Dolores (1983). “Una teoría del miedo en el siglo XVII: el «De Metu…» de Cabreros de Avendaño” en Criticón, Núm. 23, Institución Fernando El Católico, España, pp. 35-48.

Ramírez Fierro, María del Rayo (2002). “Miedo y esperanza: un acercamiento filosófico” en Jáidar Matamoros, Isabel (comp.). Los dominios del miedo, Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco, México, pp. 145-163.

 

 

[1] María de Jesús López Salazar, Egresada del Posgrado en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Licenciada en Ciencia Política y Administración Urbana por la UACM y Maestra en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y Postulante a Doctora en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).  

[2] Los paréntesis son míos.

[3] El texto original de Pierre Chantraine citado por Vicente Domínguez (2003:662) dice: «spécialement en parlant d’une troupe saisie par la panique, «fuir dans la précipitation et le désordre»»”.

[4] De acuerdo con Julio Pallí Bonet (cit. en Aristóteles, 1983:302): “Entre los griegos y latinos, «tener miedo de una comadreja» era una frase común que indicaba un miedo excesivo”.

[5] Los corchetes son míos.

[6] Los paréntesis son míos.

[7] El sic es mío.

 

 

 

Publicado en Filosofía y etiquetado .

3 Comentarios

  1. Gracias por sacar a pasear tus lecturas, en su mayoría filosóficas y entregarnos está reflexión tan puntal sobre el miedo.
    Felicidades a la futura Doctora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *