Por Lorenzo Spinoza
La antropología filosófica en Albert Camus parte de un posicionamiento respecto al mundo, en el cual entra en conflicto la subjetividad. La afirmación sartriana “la existencia precede a la esencia”[1] también tiene aquí su lugar, mediante connotaciones particulares al respecto de la relación entre el mundo en sí mismo y el sentido dado por el individuo. El mito de Sísifo muestra esta problemática mundo-sujeto precisamente como un conflicto que es generado únicamente al presentarse la contradicción entre ambas, no en cada una de sus partes de forma independiente.
Es así como el mundo, en vez de hostil al sujeto, se plantea como indiferente a éste, no se mide con lo racional. El sujeto intenta formar un sistema y ordenar el mundo según su deseo de unidad y racionalidad, pero resulta vano. De esta forma el sujeto puede encontrar el absurdo precisamente en esa dicotomía: “Lo absurdo depende tanto del hombre como del mundo”.[2]
La conciencia de esto es un trago amargo. Se desmoronan todos los castillos armados en bases inestables. Por esto, Camus presenta el problema del suicidio como el problema principal de la filosofía (dando así una posición central al pensamiento sobre la moral), resultando urgente atender el problema del sentido de la vida.
El llamamiento de Camus ante esta controversia tiene una posición contundente: la elección de la vida. El reconocimiento de este absurdo que, al margen de Dios, equivale a la nulidad de todos los preceptos morales, todas las reglas. Con esto el sujeto tiene vía libre a experimentar en lo mayor posible el mundo. A tomar de ejemplo a Don Juan, a los actores —que prefieren vivir muchas vidas a costa de cierto señalamiento social—, a todo aquel que, incluso más allá de su ocupación, elije vivir en el absurdo y desplegarse lo mayor posible.
Calígula y Sísifo se colocan frente a frente para ser evaluados. Ambos parecen reconocer esa absurdidad en la relación mundo-sujeto, pero ese reconocimiento no es por sí solo suficiente para ser considerados sujetos absurdos: el suicida lo reconoce también, pero con esto no le basta.
El caso de Calígula es interesante y radical: ante la pérdida de un ser querido (Drusila) reconoce su impotencia. Dicha experiencia lo lleva más allá de ella, y reconoce un carácter general de indiferencia y capricho en el mundo respecto a sus propios deseos: “Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias”[3], apunta el protagonista.
La muerte de Drusila —dice él—, poco significa en sí misma, sino en cuanto le revela la condición del mundo, le muestra la insatisfacción humana de sus deseos, sobre lo cual quiere aleccionar a sus súbditos, mostrándoles dicha condición. Se puede decir que el comportamiento de Calígula es sanguinario, antojadizo, irracional y despiadado. Ordena las cosas más ridículas, señala a todos como culpables por ser sus súbditos, es cruel con todos viéndolos cara a cara.
“He adoptado el rostro estúpido e incomprensible de los dioses”.[4] Cuando se mira más detenidamente el comportamiento de Calígula, resulta notorio lo que él apunta en el acto tercero, escena segunda: ha tomado el oficio ridículo de los dioses. Las muertes que él ha ejercido son menores que las desatadas por otros gobernantes al ordenar guerras, aunque, como alega un súbdito, dichas muertes serían razonables.
El capricho o aleatoriedad de sus actos es lo que desespera. Calígula quiere que miremos a los dioses y nos demos cuenta de que actúan como él, que toman vidas a capricho, de forma asistemática, que la tragedia se presenta indiferente al deseo de los individuos. Él no ha hecho más que tomar ese poder y representárselos. Les enseña que los seres humanos mueren y no son felices, que están cara a cara con ese mundo irracional, que igual ríen alegremente frente a su verdugo y viven como si nada pasara.
Sin embargo, la búsqueda verdadera de Calígula está en la luna, ese es su anhelo en toda la obra. Está sufriendo tras la máscara de crueldad y se vuelve en una víctima de su propia lógica. La luna representa el regreso a la ilusión en la cual los deseos pueden alcanzarse y no existe esa contradicción entre el mundo y el sujeto, “lo imposible resultaría posible y al mismo tiempo, de una vez, todo se transfiguraría”.[5]
Volteando el rostro hacia Sísifo, se encuentra una existencia distinta a la de Calígula. No existe allí esa agitación ni ese enfrentamiento peligroso con su entorno. Pero en vida sí enfrentó a los dioses y les despreció, aferrado al deseo de vivir en este mundo. Tras su condena, el imaginarse a Sísifo feliz se vuelve contradictorio, el estar condenado a un acto repetitivo y eterno se vuelve insoportable, cuando en realidad no somos capaces de reconocernos en esa misma contradicción en las actividades diarias.
Precisamente en esto último resulta la felicidad de Sísifo, en apropiarse de esa conciencia de absurdo, en reconocer esa labor inútil, existencia sin sentido, lo cual es su reflexión en el momento del descenso[6]. Ser consciente del absurdo resulta el punto central de la felicidad, pues le devuelve al sujeto lo que le habían arrebatado los dioses: la oportunidad de dar un sentido a la vida individual, propia, sin tener que mirar al cielo con una plegaria inútil. “Si los dioses no tuvieran otras riquezas que el amor de los mortales, serían tan pobres como el pobre Calígula”.[7]
Pero Calígula, en su anhelo por la luna, mancha su cometido. Ese deseo de obtener auxilio, de recobrar un sentido intrínseco en el mundo, es síntoma de la insatisfacción de sus actos, del camino erróneo que toma, pues Calígula no quiere suprimir a los dioses, quiere tomar el lugar de estos.
Si bien es cierto que la partida del absurdo no sentencia necesariamente al crimen, por la indiferencia moral de este[8]—por lo tanto, los actos crueles de Calígula en sí mismos no lo excluyen de partir del absurdo—, sí se puede decir que el rumbo de Calígula no es original, pues todavía se encuentran rastros de un intento de justificación, de guiarse por cierta lógica, de justificarse negando el absurdo. Sísifo, por su lado, se reconoce y es consciente en su tragedia, por lo cual es dueño de sí, negando un valor de la vida más allá de eso, no hay más, aquí se encuentra el hombre absurdo.
Aunque ¿sería arbitrario querer lanzar a Calígula fuera del absurdo?
Parecería que ambos representan la conciencia del absurdo, pues no se trata en este punto de establecer un tipo de sujeto moralmente ideal. El hombre absurdo reconoce una condición y toma su destino en sus manos. Lo que aquí, en Calígula, quiere mostrar Camus son las consecuencias peligrosas que pueden surgir según la forma en que se ejerza dicha libertad, pues en términos utilitaristas, Calígula no es un ejemplo por seguir, aunque no por ello sus premisas deben ser llevadas a la nulidad.
Si se quiere objetar esta conclusión con el hecho de que Camus no podría llamar a Calígula como un representante de su filosofía, debido a que el actuar de éste es evidentemente nocivo, cabe recordar la advertencia que el filósofo añade al inicio de su Mito de Sísifo:
En este sentido cabe decir que mi comentario tiene algo de provisional: no se puede prejuzgar la posición que adopta. Aquí se encontrará sólo la descripción, en estado puro, de un mal del ánimo. Ninguna metafísica, ninguna creencia se han mezclado de momento con él. Ésos son los límites y la única idea preconcebida de este libro.[9]
Referencias
Camus, Albert. El mito de Sísifo. España: Editorial Alianza, 1942. ISBN: 978-84-206-3697-9.
Camus, Albert. Calígula. Teatro 1. Argentina: Editorial Losada, 1945.
Camus, Albert. El hombre rebelde. España: Alianza Editorial, 1951. ISBN: 978-84-206-7656-2.
Sartre, Jean-Paul. El Existencialismo es un Humanismo. España: Edhasa, 1999. ISBN: 84-350-2703-1.
[1] Jean-Paul Sartre, El Existencialismo es un Humanismo, ed. cit.
[2] Albert Camus, El mito de Sísifo, ed. cit.
[3] Albert Camus, Calígula. Teatro 1, ed. cit.
[4] Albert Camus, Calígula. Teatro 1, ed. cit., p. 88.
[5] Albert Camus, Calígula. Teatro 1, ed. cit., p. 92.
[6] Albert Camus, El mito de Sísifo, ed. cit., p. 158.
[7] Albert Camus, Calígula. Teatro 1, ed. cit., p. 86.
[8] Albert Camus, El hombre rebelde, ed. cit., p. 16. Aunque el hombre absurdo sí rechaza el suicidio, por lo cual el asesinato no podría justificarse por su parte (Camus, 1951, p. 17).
[9] Albert Camus, El mito de Sísifo, ed. cit., p. 11. En El hombre rebelde será más notorio un representante ideal del individuo en la filosofía de Camus mediante la rebeldía.