La Ciudad de las damas de Christine de Pizán
Por Mariana Romero Fernández
«marcha a tu habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio»
Telémaco a Penélope, La Odisea, Canto primero
Tengo un problema con las publicaciones y revistas que hablan de un despertar femenino en las artes, la ciencia, la filosofía y otros ámbitos. Parece que dicen que las mujeres, en las diversas áreas en las que se desempeñan, no hubieran estado ahí y que hasta este momento han juzgado pertinente salir a la luz.
Con fines de investigación, el feminismo contemporáneo recurre a un método que consiste en rastrear, encontrar y visibilizar las aportaciones de las mujeres en todos los espacios: la genealogía feminista. A partir de esta metodología con perspectiva política crítica, algo ha quedado claro, no es que las aportaciones de las mujeres sean recientes o que no existieran, es que de manera premeditada no se hablaba de ellas. Por lo anterior, es fundamental recuperar los saberes de las mujeres, no solo como objetos de estudio sino como sujetas de su discurso. Esto constituye una primera respuesta a esta invisibilización sistemática.
La Edad Media se asocia, casi siempre sin elementos[1], con un periodo oscuro para el conocimiento, por lo que hablar de las aportaciones de las mujeres se antoja complicado. Si a esto añadimos que dichas aportaciones consisten en defender a las mujeres de los prejuicios de los hombres y en contradecir a filósofos y clérigos, parecería que nos encontramos en el terreno de lo inverosímil.
Christine de Pizán (1368-1430) fue una filósofa, humanista y escritora, de la Edad Media. Su obra La Ciudad de las Damas es considerada como una de las primeras obras en Occidente en la que, de manera ordenada, se refutan las ideas falsas que los hombres tenían sobre las mujeres. La vida de Christine, su defensa de las mujeres y los argumentos utilizados para estos efectos conforman la parte central de este artículo.
Contradecir y discutir
Según las creencias populares durante la Edad Media, cuando Fortuna[2] se aleja de nuestro lado, con frecuencia se desestabiliza la base de nuestra vida y por esa razón su abandono suele ser indeseable, pero en esta historia los problemas que se le presentaron a nuestra heroína fueron también los que le permitieron escapar de convertirse en aquello que se esperaba que fuera una mujer en la época.
A pesar de que, por su padre y su esposo, Christine estuvo en contacto con el monarca y tuvo acceso a una vida holgada, la muerte de estos dos provoca que se haga cargo de su madre y sus hijos[3]. Obligada a suprimir las fiestas y otras actividades mundanas de la corte, y encontrando en sus creaciones un medio para subsistir, Christine se dedica a la escritura y la lectura y, diez años después de la muerte de su esposo, empieza a ser conocida sobre todo por su poesía, pero también por participar en discusiones y polémicas.
El debate acerca de uno de los best-seller de la época puso a Christine a pelear con algunos intelectuales de su tiempo. Se trataba de la segunda parte de Le Roman de la Rose, un tratado filosófico sobre el amor profano en el que, entre otras cosas, se enaltece a la naturaleza por dar al acto sexual su carácter placentero para facilitar la procreación, pero, también, se dice que las mujeres sólo buscan sacar toda ventaja posible de sus maridos y amantes (Walker, 2013:33). Nuestra protagonista no estaba de acuerdo con esta visión misógina, entonces, a partir de éste y muchos otros prejuicios contra las mujeres, inició la discusión en una obra que vería la luz en 1405.
Surge La Ciudad de las Damas
Aunque, en la actualidad, la manera en la que escribimos filosofía se concentra en ensayos o artículos, esto no quiere decir que siempre haya habido un único formato para hacerlo. El poema, el aforismo, el tratado y la carta han sido medios para la comunicación de ideas, pero en la Edad Media el diálogo se convirtió en uno de los favoritos (Monserrat-Molas, 2010:40)
Una de las variantes de este formato de origen clásico consistía en preguntas realizadas de un discípulo a un maestro, donde el autor exponía sus propuestas mediante la voz del que enseña.
Una noche, Christine se encuentra desconsolada llorando en su cuarto de estudio. Horas antes se había topado con las Lamentaciones de Mateolo y, aunque no lo leyó a profundidad, se entristeció. Pese a que esa obra en particular no le había resultado importante, sucedía con frecuencia que los hombres de letras, clérigos o laicos, constantemente se empeñaban en decir algo en contra de las mujeres. ¿Estarían equivocados todos o efectivamente —al crear a la mujer— Dios había creado un ser abyecto? ¿Serviría mejor Christine al todopoderoso si éste le hubiera concedido ser varón?:
Si es verdad, Señor Dios, que tantas abominaciones concurren en la mujer, como muchos afirman —y si tú mismo dices que la concordancia de varios testimonios sirve para dar fe, tiene que ser verdad— ¡ay, Dios mío, por qué no me has hecho nacer varón para servirte mejor con todas mis inclinaciones, para que no me equivoque en nada y tenga esta gran perfección que dicen tener los hombres! (Pisán, 2013:28)
Escribir es construir
Frente a la afligida Christine se muestran tres misteriosas damas, llenando de luz toda la habitación porque además de sacarla del error, le van a encargar una tarea especial. ¿Quiénes son estas damas? Razón, Derechura o Rectitud y Justicia.
Razón le advierte que los sabios no están exentos de errores, incluso los filósofos debaten de manera interminable sin llegar a ninguna conclusión. Actitudes propias del pensamiento moderno se asoman en lo planteado por la autora, ahí está el cuestionamiento a la autoridad, las ideas no están dadas y es preciso ponerlas a debate, las haya dicho quien las haya dicho.
La tarea de Christine consistirá en entender su error inicial, despojarse de lo que la llevó a pensar tales cosas, para iniciar la construcción de una Ciudad donde todas las mujeres puedan estar a salvo de sus agresores. Resuena en el título la Ciudad de Dios de Agustín para salvaguardar a los cristianos de los paganos, pero es mucho más interesante hacer el paralelismo con Moro, Campanella y Bacon, y su establecimiento de sociedades ideales; es decir, que se presentan ideas que aparecerán posteriormente, hasta el Renacimiento.
Al tratarse de una alegoría, el Campo de las Letras será el país donde se fundadará La Ciudad de las Damas. Empleando su inteligencia, Christine tendrá que cavar hondo, sacando la tierra —una metáfora para los prejuicios— para ponerla en cestas que Razón le ayudará a cargar.
Igual que los modernos posteriores a ella, como Descartes, quien para establecer algo firme y duradero en las ciencias, comienza “apartando la tierra movediza y la arena, para dar con la roca viva y la arcilla” (Descartes, 1997: 91); o como Hume, que encuentra la filosofía de su tiempo hecha un desastre y propone encontrar los principios de la naturaleza humana para tenerlos como cimientos de “un sistema completo de las ciencias, edificado sobre un fundamento casi enteramente nuevo, y el único sobre el que las ciencias pueden basarse con seguridad” (Hume, XXI: 37). El desarrollo de las ideas de Christine coincide también con estos pensadores porque al equipararlo con la construcción de una Ciudad, ésta se dará de forma ordenada y sistemática: primero los cimientos, luego se levantarán las murallas y las torres, para rematar con oro fino y piedras preciosas los tejados de las torres.
Antes de poder construir, primero hará falta despojarse de ideas erróneas, como que las mujeres no son bastante inteligentes para dedicarse al derecho, o que no son valientes ni se embarcan en intrépidas misiones, o que las mujeres no tienen capacidad para dedicarse a las más elevadas ciencias. Cada afirmación será respondida con ejemplos de hombres que tampoco tenían estas virtudes, pero sobre todo y mucho más importante con historias de mujeres justas, valientes e inteligentes.
Ahora se levantan los edificios, Derechura proporciona a Christine los materiales para construcción y le regala piedras preciosas para colocarlas en su obra, estas gemas son las metáforas usadas para hablar de las contribuciones de mujeres de muy alta dignidad. Profetisas, emperatrices, hijas buenas, esposas ejemplares poblarán la Ciudad. A lo largo de la construcción de torres y castillos, se seguirán refutando opiniones falsas sobre las mujeres.
Sobresalen las respuestas contra los hombres que sostienen que las mujeres no deben estudiar, argumentando que de hacerlo las mujeres arruinarían sus costumbres. Sólo los más sabios afirman que no puede ser negativo que una mujer se cultive y atribuyen la renuencia de sus pares por temor a verse superados en conocimientos por una mujer. Luego de rebatir un prejuicio sobre la castidad de las mujeres, Christine dice: «me da pena, me causa indignación oír a los hombres repetir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les molesta que un hombre las viole, aunque protesten, que sus protestas sólo son palabras» (Pisán, 2013:35) Sin duda, una idea de avanzada incluso para la actualidad, donde frecuentemente hay que convencer de lo obvio: las mujeres no se tocan, no se violan, no se matan.
Los límites de la defensa
La defensa que hace Christine de Pizán de las mujeres se realiza a partir de diferentes virtudes, como la inteligencia y el valor. La autora reconoce una gran diversidad de cualidades en sus congéneres, pero son las de tipo religioso las que predominan y a las que se les da gran importancia. Las vírgenes y santas ocupan los palacios y las más altas torres de la Ciudad de las damas. Se valora positivamente a las buenas hijas y a las buenas madres. Adicionalmente, la Virgen María se nombra la Reina de todas las mujeres por deseos de Dios y en apego a la Santa Trinidad. No se entienda que es reprochable, está plenamente justificado por la época en la que se escribió, por las ideas que rodeaban a la autora, quizá porque de no hacerlo su obra hubiera estado condenada al escarnio público.
Christine de Pizán es una defensora, tiene en sus ideas el germen de la modernidad, la construcción de la Ciudad supone una utopía, pero no es una rebelde. ¿Se le puede objetar por ello? En su época, se aprecia a la mujer por su honra, su castidad o su entrega a Dios. En la nuestra, somos apreciadas por el poder que tenemos a nivel social y económico; en marzo de este año nos invitamos a desaparecer, a manera de protesta, para que los hombres nos valoraran porque no hubo quien contestara teléfonos o llevara a los niños a la escuela. Para algunos todavía no somos importantes por nosotras mismas.
Leer y dar a conocer las obras de mujeres es un primer paso para comprender que, aunque las mujeres hemos sido consideradas como inferiores y se nos ha censurado en muchas ocasiones, no hemos sido ni imperceptibles ni intrascendentes, que nuestras palabras y contribuciones ahí han estado y que ya es hora de que se hable de las aportaciones de la mitad de la humanidad. Importan nuestras ideas, nuestras escrituras y nuestras vidas, que nadie nos haga sentir lo contrario.
Referencias
de Pizan, Cristina (2013). Marie-Jose Lemarchand, ed. La ciudad de las damas, Prólogo: Victoria Cirlot, Ed.Siruela
Roux, Simone (2009) Christine de Pizan Mujer inteligente, dama de corazón, Trad. Antoni Domènech, Universitar de València
Eco, Umberto (2016). “Introducción a la Edad Media” en La Edad Media I. Bárbaros, cristianos y musulmanes, Umberto Eco coord, Fondo de Cultura Económica
Walker Badillo, Mónica (2013) Le roman de la rose, Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. V, nº 10, pp. 27-39 (https://www.ucm.es/bdiconografiamedieval/roman-de-la-rose)
Monserrat-Molas, Josep. (2010). Sobre la escritura de la filosofía. Alpha (Osorno), (31), 39-54. (https://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012010000200004)
Descartes, R. (1997) Discurso del método y Meditaciones metafísicas, Tecnos, Madrid
Hume, David, (1992) Tratado de la naturaleza humana, trad F. Duque, Tecnos, Madrid
Notas
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En su Introducción a la Edad Media, Umberto Eco se dedica a desmontar algunos de los prejuicios más comunes sobre el Medioevo, entre estos, afirma que no rechazó la ciencia de la antigüedad, no fue más misógina de lo que podían considerarse otras épocas y que nos llegaron diversas aportaciones de ese periodo, desde las Universidades hasta las gafas. ↑
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Así inicia el Poema I del libro II de La Consolación de la Filosofía de Boecio, donde Filosofía describe a la veleidosa Fortuna ↑
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Thomas Pisán, el padre de Christine fue llamado tanto por Carlos V, como por Luis I de Hungría. Al final prefirió Paris y se mudó con su familia en 1368. Me apoyé en Christine de Pisan Mujer inteligente, dama de corazón de Simone Roux para la búsqueda de datos sobre la vida de Christine. ↑
Pese a algunos errores de redacción –por ejemplo, colocar tilde al pronombre demostrativo “este”– e inconsistencias en su aparato crítico –verbigracia, escribir “Medioevo” con letra minúscula inicial cuando “Edad Media” se ha escrito con letra mayúscula inicial (siendo esta la forma correcta, pues los nombres de los periodos históricos en que se dividen tanto la prehistoria como la historia se escriben con letra inicial mayúscula)–, “Un libro en defensa de las mujeres” de Mariana Romero Fernández presenta un trabajo sistematizado que convierte su lectura en un deleite textual. Es un texto ameno y esclarecedor que introduce e invita a conocer más sobre la vida y obra de la filósofa, humanista y escritora Christine de Pizán, sobre todo –como la autora del documento menciona– “su defensa de las mujeres y los argumentos utilizados para estos efectos”.
Aunque posiblemente no sea el propósito de Romero Fernández, su artículo propone por lo menos dos ejercicios reflexivos. Primero, pensar la diferencia entre discusión y polémica –acciones de las cuales participó Christine de Pizán, de acuerdo con la propia autora–. Segundo, advertir la diversidad de maneras en que se puede escribir filosofía.
Queda hacer la pregunta a Romero Fernández si el término “equiparlo” a través del cual relaciona el “desarrollo de las ideas de Christine” con la “construcción de una Ciudad” es un error de redacción y, entonces, se tenía que escribir “equipararlo” o se mantiene el vocablo “equiparlo” en su artículo y es necesario solicitarle precise el sentido de dicha expresión.
Finalmente, quien esto escribe convida a la lectura de “Un libro en defensa de las mujeres” de Mariana Romero Fernández –una escritora comprometida con su tiempo– como primera aproximación a la vida y obra de Christine de Pizán, más aún su libro “La Ciudad de las damas”.