La otra cara de la moneda y los peligros de los nuevos gurús para “hombres”
Por Abel Ramírez Guerrero[1]
Hablar de masculinidades, al menos en los últimos años, ha traído una serie de controversias a las que se adhieren narrativas que ponen en discusión cuál es el comportamiento que tienen/tenemos que desarrollar los hombres en la vida cotidiana. La discusión se pone aún más compleja, enredada y borrosa cuando se vincula masculinidades, género y feminismos. No digo que ese vínculo no exista. Pero, la intención con la que lo esbozan algunos sujetos, pone en entredicho la importancia de trabajar y repensar la forma en la que se entienden y despliegan las masculinidades (hegemónicas). El problema no está en los sujetos, sino en las intenciones y en las narrativas (discursos) que se crean a partir de ahí.
Pareciera, en alguna medida, que si decimos masculinidades –nuevas, positivas, alternativas, diversas, noviolentas o como se las quiera llamar– implica convertirnos en sujetos sumisos que responden a los intereses, decisiones, intenciones, objetivos y designios de las mujeres. Si decimos “hay que trabajar en entender cómo comportarnos con las/os otras/os” enseguida salta a la palestra un miedo irracional de convertirnos en dominados frente a un grupo dominante que, en este caso específico, serían las mujeres. Es como si se entendiera que los feminismos y el género (en tanto categoría de análisis relacional) se pusieron de acuerdo para arrinconar/nos a los hombres.
Este fenómeno, por llamarlo de algún modo, abre la posibilidad de hacer varias lecturas: i) consciente o inconscientemente, en todos los estratos sociales, sabemos que las mujeres tuvieron menos espacios de acción que nosotros y vernos en ese lugar (de exclusión) nos aterra; ii) nos asusta perder esa capacidad y ese rol de proveedores de economía, de fertilidad y de cuidados que son, en esencia, parte fundamental de lo que significa ser hombres (identidad); iii) repensarse requiere de un ejercicio diario y constante que implica cuestionarse cada comportamiento y palabra. Muchas veces es frustrante pararse frente al espejo y darse cuenta de lo que ves.
Adicionalmente, tengo el presentimiento de que el trabajo de los feminismos, el género y las mismas masculinidades ha empezado a levantar voces de hombres que ponen a las mujeres en un extremo opuesto al nuestro, en una suerte de esquina a la que no queremos llegar sino con herramientas para defendernos. No queremos conciliar, relacionarnos de manera saludable. Queremos demostrar, sin importar cómo, que seguimos siendo hombres. Esos de siempre, los que “conquistan”, los que no sienten, los que demuestran que los hombres son/somos mucho más útiles y capaces que las mujeres.
En ese contexto un tanto especial se han forjado personajes que pululan las redes sociales como si de expertos se tratara. Entre los que podemos nombrar están: el Temach, Armando Saucedo, Matías Laca, Agustín Laje, Roma Gallardo, Emmanuel Danann y por ahí se cuela de vez en cuando Andrés Vernazza. Unos y otros, con variantes que hay que leer desde especificidades y contextos concretos, ponen de manifiesto que lo importante es consolidarse como hombres/machos y no como sujetos con responsabilidad afectiva. Lo que proponen, en resumen, es que los hombres debemos/deberíamos blindarnos hasta el punto de “recuperar” esa masculinidad (violenta y hegemónica) que las mujeres y los feminismos paulatinamente nos arrebatan.
Para muestra es suficiente un botón, reza la máxima popular. Hace no mucho el Temach, Armando Saucedo, Matías Laca, hicieron en México un evento por el Día del Hombre mediante el que se evidenció que nuestra lucha ha de ser contra las mujeres. Sí, contra las mujeres y no contra nuestras conductas obsesivas, violentas y nocivas que terminan por afectar a quienes nos rodean, a nosotros mismos y al medio ambiente (porque las masculinidades están estrechamente ligadas al campo de la explotación de la tierra).
El escenario, a corto, mediano y largo plazo, presenta varios problemas a tener en cuenta: i) estos sujetos (por su capacidad de agenciar-se) tienen un gran número de seguidores que los ve como héroes. Poco a poco, y el crecimiento es incuestionable, se han convertido en esas figuras mesiánicas de las que siempre estamos necesitados; ii) las hegemonías y las conductas nocivas en las masculinidades se fortalecen y eso implica más violencia; iii) se desconoce que la violencia no está solo en lo físico o psicológico; es una condición ubicua que se despliega desde lo estructural hasta el ámbito individual, cotidiano; iv) no existen propuestas de relacionamiento saludable, pero sí de competitividad constante con otros hombres por la atención que pudieran, o no, darnos las mujeres; v) las mujeres son ese otro frente al que hay que conquistar. Es decir, se abre, por enésima vez, la necesidad de convertirnos en proveedores; vi) no se comprende que las masculinidades y la no-violencia no tienen nada que ver con ser sumisos, sino con una forma distinta de relacionarnos con las demás personas.
En esencia, el ruido que han hecho estos sujetos abre la necesidad de profundizar cada vez más en el estudio de las masculinidades y del género. Es axiomático. Y no por una cuestión de ganar (más o menos) adeptos, sino por la necesidad -evidente- de generar espacios y relaciones sociales menos violentas, menos competitivas y más saludables. Mucho se habla de los hombres y las muertes en las guerras, en los trabajos y de los suicidios, pero no logramos comprender que estas cifran podrían reducir drásticamente si empezamos a trabajar en nosotros mismos, en nuestros sentires, en nuestras culpas o traumas. Mucho se haría si dejamos de competir entre nosotros y dejamos de lado esa urgencia de ser eternamente proveedores.
[1] Sociólogo por la Universidad Central del Ecuador. Magíster en Antropología y Especialista en Género, Violencia y Derechos Humanos por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador. Es parte de la Fundación Red Ecuatoriana de Cultura Funeraria y voluntario para WARMI-Org. Tiene investigaciones y artículos que giran en torno a la antropología, la etnografía, las políticas públicas, el patrimonio, los derechos humanos, el trabajo sexual, el género, las masculinidades y la muerte.
Agradezco y celebro un artículo tan significativo en torno a las problemáticas inmersas en la construcción de nuevas masculinidades, no beligerantes, equitativas y pro sociales.
Recientemente concluí el curso MOOC sobre Nuevas Masculinidades en la Universidad de Granada, mismo que recomiendo a quienes están tratando de cambiar los efectos de un machismo devastador, como ha sido mi caso al vivir en un país con un alto grado de feminicidios.
Definitivamente no se trata de encapsular a los hombres en roles estereotipados como el de «Proveedores», pensemos por un instante que se trata de parejas, de personas mujeres y hombres tratando de construir juntos una posibilidad de existir sin rompernos. También es dejar de simular que la presión social, sobretodo aquella que se ejerce en las redes sociales y en contenidos cuya única función es posicionar personas, no juega un efecto nocivo en la construcción de identidades y de conductas.
Por tanto, para dotar al ser humano de posibilidades de existencia no competitivas, en donde las relaciones tanto de género, como laborales y cotidianas no se traten de un ejercicio de poder para doblegar sino para comprender además de espacios reflexivos y críticos se requiere una pedagogía social dispuesta a esclarecer el daño y las intersecciones de la cultura machista con la existencia cotidiana y sus efectos en un mundo global.
Gracias nuevamente por tan esclarecedor texto.