Imagen tomada del libro Vía Láctea de Tatiana Andrade y María Camila Sanjinés
Por Romina Isabel Villalobos Oyarce[1]
La maternidad es hermosa, pero también muy oscura. Tiene mucho llanto, desesperación, soledad, enojo, agotamiento.
Jamás me hice expectativas de acuerdo a las películas o historias románticas sobre la maternidad, quería vivirlo paso a paso, sin esperar nada. Ya transcurrieron dos años desde el comienzo de mi vida como madre, ahora lo recuerdo con mucho amor y emoción, pero si me remonto a los primeros meses, fue realmente difícil. ¿Cómo uno de los momentos más hermosos podría volverse una pesadilla?
El puerperio es, hasta el momento, lo más duro que he enfrentado. En los comerciales de pañales y artículos para bebés, vemos madres sonrientes y radiantes. Si pusieran una mamá como se ve en verdad durante esta etapa, sería una pésima estrategia de marketing.
Llegué a casa luego de que nos dieron de alta, y solo quería disfrutar a mi bebé. Pese al cansancio, el instinto me llevaba a estar pendiente, con todos los sentidos alertas.
Parte del dolor físico provenía de la lactancia. Como debe pasarle a la mayor parte de las madres, mis pezones sufrieron grietas, sangrado, dolor. Pero esto no fue un gran problema para mí. Las pomadas de lanolina fueron magia que curaba mis llagas. Este sufrimiento duró solo un par de semanas. Fue otra aflicción la que me hizo temer por mucho tiempo.
Mi hija nació por cesárea, puesto que tuve algunos inconvenientes durante la labor de parto. Seguí todas las indicaciones de cuidados que debía tener con la incisión de la cirugía. Con el paso de los días, mi abdomen comenzó a tensarse y doler en demasía. Un día estaba haciendo la limpieza de la zona y me di cuenta que el apósito estaba manchado. Ya habían pasado varios días desde el nacimiento, lo ideal era que la herida fuese cicatrizando paulatinamente, en mi caso no fue así. Me miré con un espejo, pues el dolor del abdomen no me permitía agacharme. Uno de los puntos se había abierto. Al otro día se sumó otro punto y más secreción. Fui al consultorio, en ese tiempo no tenía más opción que el servicio de salud público. Me dijeron que estaba bien, que no había infección y me enviaron a la casa, sin antibióticos ni antiinflamatorios. Me fui, confiando en el criterio del profesional que me atendió. Un par de días más y ya tenía la incisión de la cesárea completamente abierta e infectada. Éste fue el inicio de una pesadilla que se extendió por meses.
Volví al centro de salud y me atendió la misma persona. Se sorprendió de lo avanzado que estaba mi problema y quiso desligarse de él, diciendo que jamás me había atendido o me hubiese dado un tratamiento adecuado y urgente. Estaba tan extenuada y asustada, que no quise discutir y me fui. Decidimos que mis siguientes atenciones serían con un profesional del área privada. Fue la mejor determinación, aunque el bolsillo se resintió brutalmente.
Comenzamos el tratamiento. Consistía en medicamentos y curaciones exhaustivas. Mi abnegada madre estuvo presente en cada segundo. Con paciencia y amor limpiaba mis heridas. Mi esposo también lo hacía, pero por sus horarios laborales, fue ella quien se llevó gran parte del trabajo.
La infección estaba tan avanzada, que mi cuerpo tardó más de seis meses en sanar. Reposo estricto, cuidados diarios. No habría podido soportar esta etapa si hubiese tenido que enfrentarlo sola. Como familia, decidimos tener un hijo, estudiamos los pros y contras, fue una idea muy planeada y meditada. Pese a que mi maternidad era totalmente deseada, este período fue muy duro de afrontar.
Seis meses de sentirme sucia, culpable, inútil, una carga. Seis meses de aceptar con vergüenza los cuidados de mi madre, cuando yo también debía estar aprendiendo a ser madre. Seis meses de esconder mi cuerpo por pudor. Seis meses de mucho llanto, de desesperación, de ver que la curación avanzaba lento, de creer que para siempre mi abdomen quedaría abierto.
Los esfuerzos dieron sus frutos. Me curé y recuperé mi autoestima, mi fuerza, mis ganas. Terminaron las lágrimas y la desesperanza. Lo que no se fue es la seguridad de que, si hubiese estado sola, no habría tenido la energía ni capacidad para enfrentarlo.
No quiero empañar la maternidad, es un momento maravilloso, pero quiero dar a entender que cada experiencia es distinta, y así como para algunas todo es perfecto, para otras puede ser dificultoso.
Escribo esto a modo de catarsis, para liberarme de toda esa vivencia que oscureció mi primer año de maternidad y para que otra mujer, que esté sufriendo en su puerperio, no se sienta culpable por estar cansada, adolorida, deprimida. Para que no escuchen las voces de otros, menospreciando su experiencia solo porque el nacimiento de su hijo fue por cesárea y no por parto, no somos menos capaces o débiles por ello. Para muchas fue complejo el adaptarse, aprender, madurar, disfrutar a la cría en medio del sufrimiento físico o mental. Sentir apoyo, compañía y empatía en este duro proceso será el mejor regalo que podrían recibir.
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Romina Villalobos Oyarce, nacida en 1991. Criada en Santiago de Chile, en el seno de una familia de clase media, quienes le entregaron sus primeras herramientas para poder surgir, la educación. Siempre obtuvo el primer lugar en calificaciones, ama estudiar, pero lo que más le llena es crear.
Artesana, creadora, imaginadora incansable.
Desde muy joven se apasionó por el arte en todas sus formas, en la música, la danza, las artes plásticas y, por supuesto, la escritura. Sus profesores siempre la alentaron a explorar su lado artístico, ya sea dándole desafíos en pintura y dibujo (haciendo escenografías para eventos escolares) o participando en concursos literarios. En el colegio y liceo ganó un par de premios y reconocimientos, en pequeños concursos a nivel interno e inter escuelas. Esto la motivó a seguir explorando en este maravilloso mundo, aunque siempre con pudor de que leyeran sus escritos.
Aún atesora sus cuadernos de borradores, donde, desde temprana edad, dejaba volar su imaginación, dando vida a poemas, micro cuentos y comics.
Sus obras han tardado años en ser producidas, no por falta de motivación ni ideas, sino porque no había encontrado el tiempo adecuado para dejar fluir las palabras en las páginas. ↑