Por Verónica Ethel Rocha Martínez
El español confiere al sustantivo señor un significado asociado al latín “senex”, “senior” que se traduce como el más viejo (Pons, 2018), es un vocablo usado para conferir a los mayores de una casa el apelativo de “jefes de familia”. En ese sentido, también es parte de la tradición medieval al nombrar un señorío como el espacio que confería al señor feudal autoridad en un territorio delimitado.
Posterior al siglo XIV surgirá, en su forma femenina, el vocablo “señora”, según expone Pons (2018), quien también advierte el uso despectivo de este sustantivo a partir del siglo XVII, pues, particularmente, tratándose de las mujeres, su uso implicó resaltar el paso del tiempo, enfatizar que no se es joven.
Otro referente vejatorio es usual en el ámbito laboral a partir de restar capacidad profesional al trabajo femenino para considerar que las mujeres solo pueden ser competentes en el ámbito doméstico, y, por tanto, que les son propias las labores de cuidado asociadas a la vida en el hogar. En ese sentido, la locución demuestra la misoginia de quien con esta finalidad se refiere a sus compañeras de trabajo y a las mujeres en general indicando que sólo son “señoras”.
La carga machista es inminente al establecer que ese tipo de actividades son por atributo propias de las mujeres y que ellos, los señores del hogar, son concebidos como “jefes de familia” y están exentos del ámbito doméstico.
La carga ideológica de estas expresiones sostiene un discurso que debe cuestionarse en el siglo XXI, pues las labores de cuidado no pertenecen a ningún género en particular. Cabe reconocer lo que implican, se trata de tareas que posibilitan un entorno sano, ordenado, cuidadosamente dispuesto para la vida en común de una familia y, por tanto, son esenciales para la salud física y mental de quienes conforman un hogar. En contraste, aun con todo lo que implican para la salud y bienestar social, están lejos de ser retribuidas o consideradas en los parámetros de contratación laboral considerándose un tiempo para su realización, lo cual sería una forma de retribuir y considerar su existencia.
Cabe resaltar como parámetro de comparación una jornada laboral de 8 horas a la que deberán sumarse aproximadamente 6 horas utilizadas en este tipo de actividades, además de las relativas a generar un ingreso extra para el bienestar familiar en inserciones económicas de tipo informal, que podrían extenderse a sábados y domingos, por tanto, la jornada laboral de una mujer que se dedica también a las tareas de cuidado excede las 14 horas diarias.
Lavar, limpiar, barrer, cocinar, recoger, guardar, comprar insumos, asistir a los hijos en su educación, realizar pagos, estar al pendiente de las tareas y salud de los menores son acciones cotidianas que suelen pasar desapercibidas en el ámbito social, aun cuando suponen tiempo, esmero, dedicación y entrega.
Su valor, por otro lado, es nulo dadas las dinámicas de poder dentro del ámbito familiar. Quien se dedica únicamente a esta ardua tarea no cuenta con un recurso económico propio, por tanto, puede recibir comentarios vejatorios por parte de quien aporta el sustento familiar.
Es en ese sentido que las mujeres viven indefensión, al verse sometidas a la violencia social que las considera “mantenidas” e “inútiles”. Cabe resaltar en este discurso el menoscabo cotidiano de la valía del ser mujer, reforzado por estereotipos y expresiones de actores sociales y políticos, además de formar parte de la idiosincrasia de la sociedad mexicana. En consecuencia, se suele aceptar que sólo el trabajo remunerado otorga en la esfera social reconocimiento a quien lo realiza.
Desde parámetros ajenos a esta tradición se han generado posturas en donde el trabajo remunerado no es la única posibilidad de establecer intercambios económicos, se trata de redes de colaboración y solidaridad basadas en el trueque o en el mutuo aporte de conocimientos. En este tipo de acuerdos, el dinero no tiene cabida y la retribución al trabajo no busca una ganancia o lucro.
En el siglo XXI, las dinámicas laborales se tornan inciertas, se enmarcan en la pérdida de espacios laborales con prestaciones sociales y la disminución de oportunidades de empleabilidad; esta tensión agudiza los conflictos familiares y expone a las mujeres a escenarios de violencia doméstica.
Es común que adicional a sus empleos ellas realicen la venta de productos, a la par de las labores de cuidado de los hijos y el hogar; así, la disparidad en los roles y la sobrecarga de trabajo generarán una constante tensión en sus vidas con consecuencias a largo plazo en su salud.
En este momento coyuntural, la tendencia de la empleabilidad en México se basa en la digitalización, de acuerdo con un estudio realizado por el Banco de México (2022, citado en Iso Pixel) el 65% de los empleos en México pueden ser automatizados, esta posibilidad puede generar un cambio en la vida de muchas mujeres y hombres. Sin embargo, este cambio será crucial solo si deriva en que hombres y mujeres logren asumir el compromiso de involucrarse de manera equitativa en las labores domésticas, dando así equilibrio a las relaciones en el ámbito familiar.
Bibliografía.
Iso Pixel (14 de enero de 2018) Tendencias de empleabilidad en México para 2022. Recuperado de: https://isopixel.net/2022/01/14/tendencias-de-empleabilidad-en-mexico-para-2022/
Pons, L. (18 de octubre de 2018) La vida empuja a la lengua: de señora a señoro. El País. Recuperado de: https://verne.elpais.com/verne/2018/10/05/articulo/1538748293_739942.html
Hola estimada Verónica Ethel Rocha, respecto al tema que abordas es urgente cambiar paradigmas en lo social y cultural. Tocas dos puntos nodales que generan inequidad en el trato y las labores de mujeres y hombres.
La domesticación de roles tiene un objetivo total: seguir explotando el trabajo femenino con argumentos esencialistas cuando cada persona sin importar su sexo puede colaborar en las tareas de cuidado y en los quehaceres del hogar. El cambio es estructural y es una tarea ardua.
Enhorabuena.
Mucha gracias por su reflexión que enriquece y aporta.
Nuestras realidades latinoamericanas se unen en esta triste imagen descriptiva que nos muestras Verónica.
El camino sigue siendo arduo para las mujeres en todo el continente a pesar de todos los esfuerzos que se intentan diariamente.
Agradezco que visualices en tu texto esta cruda realidad y ojalá las nuevas generaciones mantengan no tengan que alzar la voz para decir lo mismo.
un abrazo fraterno, Brenda.-
Muchas gracias por sus palabras Maestra Brenda, continuemos aportando trayectos de existencia para cambiar el rumbo de las mujeres y hombres en latinoamérica.
Mis mejores deseos, cariño y aprecio.