Por Miguel Cipactli Romero Ramírez
El yo, la mente individual, no crea la realidad. La humanidad está mediada por una realidad que no fue creada por ella. La cual tenemos que aceptar como un hecho primordial. Pero está en nosotros interpretar la realidad, hacerla coherente, comprensible, inteligible.
–E. Cassirer
En este artículo pretendo avocarme al análisis de la expresión sociocultural de la violencia de género desde Facebook a partir del marco analítico de las masculinidades. En primera instancia, puntualizo el marco analítico —de tipo culturalista— del que parto para problematizar el concepto de masculinidad. Posteriormente, presento cómo tanto las representaciones que se proyectan desde los memes de la página de Spidercholo en Facebook alrededor de la masculinidad, así como los comentarios que los seguidores publicaron al observarlos, da como resultado la identificación de que entre los administradores de la página y sus seguidores se ha constituido una fratría digital (Segato, 2013) desde la que se difunden memes y discursos de odio contra las mujeres. Finalmente, concluyo resaltando que al introducir la perspectiva de las masculinidades hacia el estudio de los memes, nos permite comprender las expresiones de violencia que se producen desde los espacios de interacción digital mediados por dispositivos tecnológicos.
1.-La concepción socio-cultural de las masculinidades
Por muchos años se sostuvo que ser hombre respondía a determinaciones exclusivamente biológicas. Conforme a esa premisa, se hablaba de que su comportamiento agresivo contra las mujeres y hacia otros hombres, así como su propensión a tomar el rol de líder de la manada, correspondían a una cuestión basada en su constitución genética. “La sociobiología, por ejemplo, sostiene que existe un vínculo causal entre ser genéticamente masculino y la masculinidad como género […] los hombres son vistos como títeres de las hormonas furiosas que los vuelven innatamente competitivos, agresivos y violentos” (Beynon, 2002, p. 4). Ante este retrato, nos instalábamos en las más profundas de las resignaciones: dado que si se trata de un elemento inscrito de facto en nuestro organismo, no habría manera alguna de alterar lo que en principio resulta ser un elemento constitutivo de nuestra anatomía como animales.
A la par de estas posiciones biologicistas, otras propuestas analíticas cuestionarán ese supuesto sustrato biológico con respecto a la masculinidad. Principalmente, la antropología y los planteamientos feministas, que cuestionaron la asunción natural de la feminidad (Lagarde, 2015), opondrán al discurso biológico pruebas empíricas derivadas de las incursiones por sociedades donde la actitud y proceder de la figura masculina se diferenciaban en demasía con relación al comportamiento de los varones occidentales.
Masculino y femenino no tienen una realidad biológica intrínseca y se entienden mejor como metáforas a través de las cuales se construye la identidad, dado que ‘una dicotomía esencialista’ hombre-mujer ‘no puede explicar las formas en que las personas tienen género en diferentes lugares en diferentes tiempos, la idea de «ser hombre» ya no puede ser tratada como universal (Beynon, 2002, p. 9).
Para llegar a ser un hombre dentro de la cultura mexicana, se nos impone, modela y alienta desde la socialización un conjunto de prácticas, símbolos y rituales que nos permitan ser reconocidos y aceptados por el grupo o la familia como varones. Como menciona Beynon (2002, p. 2) “los hombres no nacen con masculinidad como parte de su composición genética; más bien es algo en lo que están aculturados y que está compuesto de códigos sociales de conducta que aprenden a reproducir de manera culturalmente apropiada.” Al modelo de masculinidad socialmente convalidado en una determinada sociedad, se le denomina como el modelo de masculinidad hegemónica; dado que se impone como un único modelo valido de masculinidad, lo que reprime otras muchas formas de habitar la masculinidad. “La masculinidad hegemónica está asociada a la heterosexualidad y al control del poder por los hombres; a la renuncia a lo femenino; a la validación de la homosocialidad −es decir, la relación con sus pares− a la aprobación de la homofobia, y al sostenimiento del (hetero)sexismo” (Gutiérrez, 2015, pp.80-81).
El trabajo de reproducción y difusión del tipo de masculinidad socialmente aceptada es un trabajo que entreteje distintas instituciones (como la familia, la escuela, el trabajo), lugares (la calle, el barrio) y a distintos agentes sociales (los padres, madres, hermano/a, abuelo/as o los amigo/as novios/as y profesor/as). Actualmente, en nuestra sociedad digitalizada (Sibilia, 2008), fungen un papel primordial en la difusión de representaciones masculinas los distintos medios de comunicación. A través de la televisión, la prensa, las películas y los memes de las redes sociodigitales se nos bombardea con imágenes de deportistas, artistas y actores quienes tienden a manifestar las matrices de significación bajo las cuales es comprensible el modelo de masculinidad hegemónica al objetivarse en sus hábitos, cuerpos y expresiones. “La gran producción de telenovelas, radionovelas, fotonovelas y numerosas películas se encargó de reproducir ideas conservadoras y de tono moralista con particular énfasis en la necesidad de preservar los tradicionales roles de género” (Cetina y Molina, 2020, pp.234-235).
Para profundizar en la relación medios digitales y representaciones masculinas, a continuación proseguiré con la segunda parte de este artículo, en donde visualizaremos las representaciones que sobre la masculinidad hegemónica mexicana se proyectan desde las redes sociodigitales como Facebook. Para ello, tomaremos por caso la página de Spidercholo y su séquito de seguidores, a manera de corroborar la presencia de códigos de una masculinidad basada en principios machistas, sexistas y clasistas en sus memes, ad hoc con el modelo patriarcal que estructura las relaciones sociales de género en México.
2.- Memes y discursos de odio hacia las mujeres en Facebook
Hoy los medios de comunicación de masas y digitales (dígase televisión, prensa, radio y redes sociodigitales como Facebook e Instagram) proyectan imágenes en donde se nos provee de una respuesta a la pregunta sobre ¿Cómo debe de ser, vestir o hasta sentir un hombre? La respuesta, lejos de una visión objetiva, está colmada tanto de los estereotipos, prejuicios, juicios morales, así como de las variantes socioeconómicas y culturales que ocupa en la sociedad el o los sujetos que la responden. En ese sentido, si uno se interesa por responder a tal pregunta desde el contexto desigual y patriarcal en que se configura la estructura social de la población mexicana, corroboraremos en las obras y objetos que emanan de su cultura el reflejo y las huellas de esa estructura desigual en las que se encuentran ancladas las relaciones de género. “Las industrias mediáticas reproducen construcciones aberrantes y desiguales entre ambos sexos. Permitiendo que permanezcan arraigadas falacias que perpetúan el concepto androcéntrico de lo que significa ser varón o ser mujer” (Metz Galán, 2016, pp. 313-314).
Particularmente, desde la red sociodigital Facebook, ubicamos una página en la que se difunden memes en donde se manifiestan expresiones misóginas y machistas. La página Spidercholo y su séquito de seguidores abordan una infinidad variada de situaciones en las que se ven representadas vivencias relacionadas con la interacción cotidiana entre los géneros. Se pueden encontrar memes en los que, de forma humorística, se intenta mostrar lo que puede resultar tener una novia celosa, poco atenta con su hombre o lo que es padecer tener una relación de animadversión contra la suegra entrometida. En definitiva, un cúmulo de rasgos y códigos relacionados con el machismo mexicano.
Fuente: https://www.facebook.com/spiderCholooficial
Ofensas, piropos, cumplidos y ataques contra el cuerpo, los sentimientos y la imagen de las mujeres obesas, delgadas o fitness, ricas o pobres, constituyen la amplia gama de expresiones que circulan por la página. En definitiva, con humor y desde un entorno digital se encuban y manifiestan discursos de odio contra las mujeres.
El hombre mexicano simbólico e imaginario tiene muchos güevos, es siempre macho, aunque lo conquisten, o porque lo conquistaron. En cambio, los hombres mexicanos se debaten en la ambivalencia del miedo y la debilidad frente al estereotipo que les exige ser el más entre los más, la bravuconería, la inmutabilidad ante los sentimientos y ante el dolor […] Ser macho implica ser fuerte, valiente, rencoroso, conquistador, autoritario, a la vez que irresponsable y negligente, basado en formas de poder absoluto y arbitrario emanadas del patriarcado articulado con otras formas de políticas autoritarias (Lagarde, 2015, p. 420)
La reafirmación de la homosociabilidad, la construcción de grupos fraternos en los que se validan los códigos de masculinidad (Ibarra y Bailey, 2013), representan los rasgos de lo que Segato (2013) ha denominado como la construcción de fratrias. Nichos donde los miembros masculinos aprueban, reprueban, promueven y convalidan aquellas formas que les parecen ser propias de un verdadero hombre, “[…] el agresor se dirige a sus pares, y lo hace de varias formas: les solicita ingreso en su sociedad […] compite con ellos, mostrando que merece, por su agresividad y poder de muerte, ocupar un lugar en la hermandad viril (Segato, 2013, pp.23).
Internet parece repleto de páginas web con contenido xenófobo, con mensajes de odio por motivos de género, de ideología, de orientación sexual o de nacionalidad; proliferan vídeos en los que se muestra cómo perpetrar acciones violentas o en los que se incita a ejecutarlas; y las redes sociales se han convertido en terreno abonado tanto para la difusión de mensajes denigrantes y despectivos contra personas vivas o fallecidas, o contra colectivos concretos o indeterminados (Ortuño, 2017, p. 2).
Uno de los principales objetivos que persigue la instauración de fratrías, se sitúa en la capacidad que tienen los hermanos, colegas, y miembros de la cofradía para convertir todo a su alrededor —con predilección por las mujeres como medios para intercambiar sus mensajes— en objetos, materia inerte, meros cuerpos sin humanidad a través de los cuales se visibiliza su poder sobre los Otros, como una demostración acerca de quiénes detentan la soberanía.
La soberanía completa es, en su fase más extrema, la de “hacer vivir o dejar morir”. Sin dominio de la vida en cuanto vida, la dominación no puede completarse. Es por esto que una guerra que resulte en exterminio no constituye victoria, porque solamente el poder de colonización permite la exhibición del poder de muerte ante los destinados a permanecer vivos (Segato, 2013, pp.21).
Conclusión
Dadas las evidencias, es posible pensar a la página de Spidercholo como una congregación en la que se provee de dones y valores que patentizan la pertenencia a la masculinidad hegemónica. En ese sentido, desde esta fratria digital se anida la necesidad de muchos hombres mexicanos por denigrar a las mujeres retratadas en sus memes para así poder afirmar su propia masculinidad.
Evidencias en una perspectiva transcultural indican que la masculinidad es un estatus condicionado a su obtención –que debe ser reconfirmada con una cierta regularidad a lo largo de la vida– mediante un proceso de aprobación o conquista y, sobre todo, supeditado a la exacción de tributos de un otro que, por su posición naturalizada en este orden de estatus, es percibido como el proveedor del repertorio de gestos que alimentan la virilidad. […] En otras palabras, para que un sujeto adquiera su estatus masculino, como un título, como un grado, es necesario que otro sujeto no lo tenga pero que se lo otorgue a lo largo de un proceso persuasivo o impositivo que puede ser eficientemente descrito como tributación (Segato, 2013, pp. 23-24).
Los comentarios y memes que se difunden desde la página de Spidercholo, lejos de tratarse de manifestaciones ajenas a la estructura patriarcal mexicana, resultan ser reflejos culturales propios de esa estructura. Como traté de evidenciar en este breve artículo, aún quedan una infinidad de páginas en Facebook que nos permiten seguir escudriñando la reproducción de las matrices de significación que existen alrededor de la masculinidad hegemónica a través de los medios de expresión digital como las representaciones y discursos de odio que se proyectan en los memes.
Finalmente, el balance que se haga sobre la positividad o negatividad que conlleva mantener una masculinidad basada en el dolor y sufrimiento contra las mujeres —y hasta contra los propios hombres— debe llevar por principio en las discusiones la cuestión relacionada con el hecho de que lo que llamamos la realidad supone una construcción social (Berger y Luckmann, 2003). En donde los géneros representan modelaciones habitacionales de origen humano. Es decir, al no existir esencias que nos lleven a considerar de facto la remisión de los géneros y sexos por cuestiones genéricas, la vía más democrática, libre y sin ataduras, quizás sea la de pensarnos como seres andróginos. Donde los géneros se viven y experimentan sin representar mandatos, ni expectativas a cumplir y más bien se tornan como metáforas cambiantes, flexibles y sobre todo habitables.
El sistema sexo/género debe ser reorganizado a través de acción política […] no debemos apuntar a la eliminación de los hombres, sino a la eliminación del sistema social que crea el sexismo y el género […] El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad andrógina y sin género (aunque no sin sexo), en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace, y con quién hace el amor (Gayle, 1986, p. 135).
Bibliografía:
Berger, P. y Luckmann, T. (2003). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores, Argentina.
Beynon, J. (2002). Masculinities and Culture. Open University Press, Philadelphia.
Cetina, S. y Molina, A. (2020). Violencia de género y erotismo. La construcción cultural de la violación sexual en un cómic de los años setenta en México. Letras Históricas, (22), pp. 227-252.
Gayle, R. (1986). “El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo”, en: Revista Nueva Antropología, vol. VIII, número 030, D.F., pp. 95-145
Gutiérrez, J. (2015). Códigos de masculinidad hegemónica en educación. Revista Ibero-americana de Educación, 68, pp. 79-98.
Ibarra, C. y Bailey, P. (2013). Genocidio, violencia sexual y memoria en Guatemala. Cuadernos Americanos: Nueva Epoca, 2 (144), pp. 57-87.
Lagarde, M. (2015). Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas. Siglo XXI editores. México.
Metz Galán, O. (2016). “Construcción de estereotipos masculinos y femeninos en la televisión dominicana: diferencias en la percepción de roles”, Razón y palabra, 20 (93), pp. 300-319.
Ortuño, R. (2017). ¿Eres un ciberhater? Predictores de la comunicación violenta y el discurso del odio en Internet. International e-journal of criminal sciences, (11), 2, pp. 1-28.
Segato, R. (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad
Juárez. Buenos Aires, Tinta Limón.
Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. México, Fondo de Cultura Económica.
Breve semblanza
Miguel Cipactli Romero Ramírez es licenciado en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente estudiante del posgrado en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Sus líneas de interés son: las culturas populares, el uso de las redes sociodigitales y la filosofía antropológica.