Carmen. Epitafio para la impunidad

III

Mi juventud a los 40

Por Ana Hurtado

 

 

En el interior de la camioneta se encontraron dos cuerpos. Se trataban de Carmela Parral Santos, edil de San José Estancia Grande y Hugo Castellanos Ortega, Coordinador delegado de la Coordinación Estatal de Protección Civil.Sus heridas habían sangrado profusamente hasta pausar por completo los signos vitales. A unos kilómetros, sus hijos, su nuera y su pequeño nieto aguardaban el regreso de Carmen en la casa de las paredes color lavanda. La esperaban. Ahí donde la querían mucho.

 

Llegaste tú y aquí por dentro tu belleza me torturaba
Volvió a llorar el corazón que no lloraba
Y al fin mis labios se mojaron otra vez

 

No se supo quien dio la orden para que la Ford Ranger en la que viajaba fuera emboscada. Los gatillos de las armas fueron disparados, las municiones quedaron sueltas y los responsables libres, viviendo una vida así: como si nada hubiera pasado la noche del 16 de agosto de 2019. El asesinato de Carmen Parral levantó sospechas sobre posible(s) responsable(s). Carmen fue acribillada un año después de que el proyecto de nación que juraba ser popular, justo y transformador llegara al poder. Cuatro meses después de este crimen, en diciembre del 2019, otro edil de Oaxaca sería ejecutado. Más allá de las especulaciones, hay una cosa cierta: la muerte de Carmen Parral ni siquiera tuvo un proceso de investigación adecuado que proporcionara a la familia algún resultado concluyente.

 

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El triunfo fue inminente. Por primera vez, San José Estancia Grande, Oaxaca, celebraba a la primera presidenta afromexicana municipal. Mientras las urnas se abrían para contar los votos, los nervios ahuyentaban el sueño de Carmen. Había sido un día muy lluvioso. De vez en vez, algunas personas pasaban por su casa para contarle como iban las votaciones, hasta que llegó la noticia esperada: había ganado. Gritaron, echaron porras, se abrazaron, hicieron una rueda y hasta lloraron de emoción. No era para menos, se trataba de un acontecimiento histórico en todos los sentidos: una mujer afromexicana, normalista, y madre de tres hijos quedaba al frente de uno de los 570 municipios de Oaxaca.

San José Estancia Grande pertenece a la región de Costa Chica, para 2015, su población total apenas se aproximaba a los mil habitantes, con mayor presencia de mujeres, quienes, además, son jefas de familia. Es un poblado pequeño donde más del 60% de las personas se autoadscriben como personas afromexicanas. Un lugar sostenido por las manos de quienes lo habitan, manos que trabajan la tierra y convierten los cultivos de maíz en tortillas y panes.

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Carmen no iba a contender por la presidencia municipal, sino su esposo. Sin embargo, algunas circunstancias hicieron que él perdiera el registro. Carmen recibe una llamada que le cambiaría la vida, se trataba de su primo advirtiéndole que, por cuotas de paridad, ella debía registrarse. Viajó a la capital de Oaxaca, pasó la noche allá y, al otro día, a primera hora, llamó a su amiga Emma para contarle la primicia. Era el último día en que se podían realizar registros y, pese a lo repentino, lo logró. Inicialmente, el plan era brindarles soporte a las aspiraciones políticas de su esposo, sin embargo, una vez iniciada la campaña, las cosas cambiaron. Como una corazonada, o bien, un acto de profunda confianza, Emma Domínguez tuvo la certeza de que la contienda electoral sería ganada por su mejor amiga Carmen. Aunque su esposo estaba al frente y ella lo andaba apoyando, en realidad era ella, y ella es la que tenía más amistades, entonces por la forma de ser, yo creo que el voto se lo dieron a ella. Sin otra experiencia que no fuera el liderazgo innato que, en sus tiempos de normalista, le había permitido desempeñarse como Jefa de Grupo en la Normal del Cacahuate, la carrera política de Carmen había iniciado con algunos elementos de desventaja. El primero y más importante es que su nombre no aparecía en las boletas de votación, debido a que su registro sucedió en la condición extraordinaria del último día en que podían llevarse a cabo esas vueltas burocráticas. El segundo, es que contendía por un cargo que nunca había sido ocupado por una mujer. Había un antecedente amargo. Se trataba del caso de Guadalupe Ávila Salinas, quien aspiraba a la presidencia municipal de Estancia grande y fue asesinada el 27 de septiembre de 2004. Por último, y más importante, es que al ascender a un cargo tan importante por la vía de la elección democrática, supuso un desplazamiento inesperado del orden machista y racista, porque, a fin de cuentas, la proclamación de la primera alcaldesa afromexicana de un municipio donde todos sus gobernantes habían sido hombres no era poca ni cualquier cosa.

En un mundo patriarcal —que es el que vivimos— la violencia política contra las mujeres ha existido y, lastimosamente, seguirá existiendo, porque aunque hoy se diga que las mujeres “ya pueden soñar con ser presidentas”, hay un cúmulo de adversidades reservadas para ellas. Lo realmente histórico no es que las mujeres hoy ocupen cargos de poder, sino mantenerse vivas en el cumplimiento de sus funciones. Y es que aunque en México existen acciones afirmativas con las que se busca promover la participación política de mujeres indígenas y afromexicanas, la realidad es que no existe paridad racial en la representación política y, peor aún, los mecanismos para proporcionar protección ante expresiones de violencia política contra lideresas indígenas y afromexicanas son insuficientes, por no decir, inexistentes. Feminicidios, ataques de odio y usurpaciones identitarias han sido, por excelencia, los estragos de las simulaciones políticas que, mientras hablan de representación y reconocimiento de la diversidad etno-cultural, encubren el lado más bestial de la impunidad racista. Así que ¿cómo? ¿Cómo nos arreglamos el duelo y la vida con un Estado que no nombra la violencia racial?

 

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13 de abril de 2022, Casa de Carmen Parral.

– Y cuando ella empezó a incursionar en esto de la política, ¿qué sentiste cuando supiste que tu mamá se estaba candidateando?

Yo, la verdad, le dije que no me agradaba, porque te ganas enemigos. En la política te ganas de todo: puedes ganar buenas amistades, pero, también personas que te agarran odio. Yo le dije a mi no me gusta, la verdad, porque cada vez que venía al pueblo toda la gente criticaba todo lo que hacía, y yo realmente no salgo de aquí, me gusta estar en mi casa

-¿y tus hermanos? ¿Alguna vez hablaste con ellos de esto?

Con mis hermanos nunca hablé de estos temas con ellos. Sí hablábamos de lo que decía la gente, pero, pues decíamos que nunca la íbamos a hacer cambiar de opinión

¿Nunca sentiste como miedo o algo que te dijera por lo que no querías que ella estuviera ahí?

No sentí miedo pero sé como funciona la política, entonces, a mi no me agrada, pues, que a tu familia no la tengan en boca de todos, eso sí que no.

 

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Los celos cambiaron todo. Empezaron los reclamos. Tú estás ahí por mí. Haya sido azar, suerte o éxito, era un hecho que Carmen había obtenido la mayoría de los votos y eso la colocó en un lugar de poder que arengó inconformidades. Entre reproches y violencias que comenzaban a debordarse del espacio privado, su matrimonio comenzó a desvanecerse. Ya no tenía disposición para tolerar maltratos. Sus méritos, su cercanía con las personas y su contante inventiva para incidir en la vida de San José Estancia Grande la mantenían en el lugar al que nunca pensó llegar: la presidencia municipal.

Su vida dio un giro. Alrededor de ella se levantaba un recomienzo ordenado, luminoso y pacífico. Ciertas recompensas la alcanzaba, entre ellas, un nuevo amor. Cuando Emma Domínguez recuerda la canción favorita de Carmen, una armonía recubre el tono de voz melancólico. Aunque la añora, la melodía le permite recordar a su mejor amiga con plenitud.

Me enamoré de ti
Cuando las cosas de este mundo no eran mías
Ni las estrellas ni las noches ni los días
Y de tanta pena hasta el sol se me apagó

Cuando yo creo que se enamoró por segunda vez, empezó a escuchar esa, la de “juventud a los cuarenta”. Sí se le veía la cara diferente, no sé, pero sí sentía yo un brillito en sus ojos cuando oía la canción. Yo creo que murió feliz. La misma canción que abrió el vals en su cumpleaños número 39. Bailó con el brillo en los ojos y estrechando la mano de Hugo, mientras los policías, que, al fin, además de ser sus colegas de trabajo, también eran sus amigos, se unían como chambelanes al que nadie hubiera imaginado que era el último vals.

 

¿Es el amor suficiente para morir feliz cuando fue embestida de municiones anónimas? No se ha terminado de comprender que la violencia racial y política contra lideresas afromexicanas es una fuerza letal que comprime, al punto de sufrimientos inconmensurables, el liderazgo, la maternidad, la superación personal y hasta la autoestima. La violencia racial es todo eso que ocurrió antes, durante y después de que el asesinato de Carmen Parral Santos tuviera la gracia de ser encubierto por la impunidad, de pasar a la posteridad como un caso del que “se desconocen las causas del ataque” sin presuntos responsables. Es que así han sido contadas las muertes de muchas otras mujeres afromexicanas: cuerpos lastimados, agresores anónimos y una justicia que no emprende largos viajes en carretera para sumergirse en las montañas o, como aquí, en la Costa Chica de Oaxaca. La fiscalía del Estado no tuvo el amable gesto de indagar sobre el ataque donde dos funcionarios públicos perdieron la vida. ¿Rumores? Muchos; ¿Hechos? Uno: La sangre de Carmen Parral Santos y Hugo Ortega Castellanos salpicó las vestiduras de la camioneta en que viajaban. Dos muertos, una ráfaga de disparos y ningún responsable. Cuesta entender que la justicia sea tan cordial ante estos acontecimientos tan siniestros.

 

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La mala costumbre de leer la historia a la luz del heroísmo nos acerca a la deshumanización, porque entonces esperamos encontrar solo “grandes cosas”, esa necesidad por buscar lo magnánimo se convierte en un filtro que reproduce el lado más cruel del racismo: decidir, por arbitrariedad, qué vidas merecen ser o no contadas.

Entonces no faltará quien pregunte, pero ¿qué hizo Carmen? Y en una respuesta poco elaborada, debería bastar decir que rompió con una continuidad democrática machista, y eso tendría que ser suficiente, pero no es así, querrán indagar en las cosas que hizo para dar crédito y legitimar ante la opinión pública sobre su buena actuación.

¿Cómo era San José Estancia Grande antes de su primera presidenta? El DIF era un espacio en muy malas condiciones, la cancha no estaba acondicionada, no había gimnasios y las fechas conmemorativas como el Día del Padre, el 10 de mayo, el 15 de mayo, el 30 de abril o el Día de Reyes carecían de una chispa. La señal telefónica no era buena, y la luz se reservaba cierto derecho de exclusividad para algunas zonas, no llegaba a todas las casas. Carmen recuperó el DIF, implementó un gimnasio, extendió el servicio de luz, implementó una tienda comunitaria y gestionó mejorías en la cobertura del teléfono. Ayudó en la adquisición de tratamientos, recuperó el reparto de despensas que, por circunstancias más asociadas a la corrupción que a otra cosa, no solían llegar a las personas. Pero, sin duda, el mayor elogio póstumo que se puede levantar en su nombre tiene que ver con la celebración a madres, padres, docentes e infancias.

La primera vez que en La Estancia se celebró un 15 de mayo fue en un Canta Bar. El menú incluyó la inolvidable receta del caldo de mariscos, con cervezas y botana de cortesía. Además, se esmeró en hacer regalos personalizados para hombres y mujeres. Consiguió que un sonido amenizara el evento y en la simpleza de ese convivio hizo lo que antes no se había hecho: celebrar y honrar la labor docente.

Estamos aquí por la gente del pueblo, por las madres, o por los hijos mayores de 18 años, entonces ellas se merecen que les regresemos algo y quiero que cada uno de ustedes. Yo no voy a poner el valor del regalo sino ustedes. A las del DIF, aunque eran trabajadoras estaban percibiendo sueldo y eran madres, entonces hay que regresarle algo. Quiero que ustedes donen, lo que quieran, pero donen. Con esas palabras Carmen convenció a regidores y otras personas de participar en la celebración del 10 de mayo como donadores de regalos. Lo logró. Una estrategia aparentemente simple en la que sumó negocios locales y, con ello, consiguió reunir obsequios suficientes para las mamás que asistieron a la celebración.

En el Día del Padre regaló machetes, carretillas, picos. No faltó la comida nunca, ni en las fiestas ni en su casa. Para los niños, nieves, paletas de hielo, juegos inflables y juguetes. En días previos a estas fechas, su casa comenzaba a llenarse con los regalos que iba consiguiendo, esa era la seña con la que daba por enterada a Damaris, su querida nuera, que una fiesta estaba en puerta. Sobrevive una foto que da cuenta de esto. Todos estaban congregados en la casa de Carmen, organizando bolsitas de dulces en una madrugada que parecía no acabar.

Decía que quería hacer muchas cosas…y sí, lo hizo. Yo creo que sabía Dios que no iba a llegar a los cuarenta años. Es difícil hablar de ella sin que todas las cosas en las que creyó y realizó giren alrededor y aparezcan con tanta vivacidad…como si nunca antes hubieran sido vistas, pero lo fueron. Existieron con y por ella.

Llegaste tú y volví a vivir mi juventud a los cuarenta
Y en esos años otra vez la adolescencia y al confesar me traicionó la timidez

Llegaste tú y aquí por dentro tu belleza me torturaba
Volvió a llorar el corazón que no lloraba
Y al fin mis labios se mojaron otra vez

 

 

 

           

 

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