Foto por Angélica Mancilla
Por Ximena Cobos Cruz
Pensar, reflexionar sobre los escenarios y las escenas que se dibujan cada día que despertamos con noticias nuevas que reflejan el inexorable dinamismo de la realidad debe ser una de nuestras prioridades. No obstante, es necesario reconocer y asumir responsabilidades por nuestros dichos para así poder intentar diferenciar entre un comentario nacido de las vísceras y otro emanado de la razón. Todos, no sólo los denunciados, necesitamos un tiempo de silencio en este tsunami de palabras que ha sido la denuncia, porque no hay manera de pararla. Estamos enojadas, estamos rabiando, estamos temblando de coraje y miedo acumulados porque no han sido uno, dos ni tres quienes nos han agredido, y no han sido sólo micromachismos que suman una bola de nieve que viene cayendo a gran velocidad, sino violencias que nos han roto el vestido, los pantalones y la dignidad, que hoy estamos recuperando.
Es absolutamente necesario que se tome en cuenta que el #metoo es el boom tanto esperado como requerido para dar valor, palabra, protección y apoyo a todas aquellas mujeres cuyas agresiones son muy recientes, para que ellas no tengan que hablar en lo privado, cara a cara, una a una con las personas que consideran necesario sepan, luego de tres o más años, la historia de abuso que sufrieron.
En este país donde los protocolos para denuncia por agresión sexual o feminicidio son de lo más ineficientes y sólo revictimizan a las mujeres, no podemos asumir una postura de lo política y sistemáticamente correcto, ni mucho menos esperar que el destape de tantas agresiones lleve a las “autoridades correspondientes” a realizar procesos legales que otorguen justicia a todas las afectadas no recientes. Sabemos que con reciente me refiero a escasos días u horas, porque la otra parte de ser conscientes de la realidad en que existimos es dejar de obviar que se presentan siempre cuestionamientos sociales hacia las mujeres que, otra vez, las revictimizan como ese famosito “por qué hasta ahora” y demás dichos a los que no daré espacio en mi enunciación. Nuestro sistema no funciona así por el momento, mas esto no significa que habremos de quedarnos con los brazos cruzados. Esto ya estalló.
De aquello se desprende una reiteración necesaria: todo es un proceso, un proceso que estamos construyendo y viviendo esa clase llamada mujeres, que para nada es homogénea y que por supuesto esto complejiza la lucha. Empero, por mucho que se diga que la denuncia anónima o el scracheo no son el camino ni la opción correcta, no podemos negar que abren una grieta que debilita la estructura de concreto patriarcal, de esta manera el proceso se redirecciona. Aunque muchos digan que lo que debemos estar haciendo es superar estos mecanismos de denuncia porque el riesgo de linchamiento y falsedad es alto y sus consecuencias lamentables, se requiere dar tiempo a las fases del proceso, no hay que saltarnos pasos. Pedir lo anterior es más una especie de lealtad patriarcal que sigue encubriendo y protegiendo a la persona incorrecta; aunado a ellos, niega la importancia y lo fundamental que resultan las crisis, las rupturas, los desencuentros para logran una transformación. Dejemos de tener miedo, si no al cambio, al movimiento que lo precede.
Tal proceso ha llegado a uno ―repito, UNO― de sus momentos álgidos. Todas ―otra vez repito, TODAS― las denuncias son absolutamente necesarias aun cuando el alud sea una mezcla de distintas violencias y grados ―si es que de verdad podemos medir― de acoso, porque lo importante es hacer funcional la mierda ―ya saben, crear abono―. No hay una sola cara de la moneda, es más, esto no es una moneda de dos lados, es un fenómeno multinodal que entre todo lo que sí aporta está no sólo aquello que se ha venido manejando de protegernos y reconocer a los agresores para evitarlos, porque no vaya a ser que a nosotras ¿las otras? nos violente también.
Lo importante, además de fundamental, debe ser que tanto hombres como mujeres sepamos, escuchemos, leamos, hasta la náusea, qué es lo que nos está dañando a las mujeres, porque el constante nombramiento y denuncia puede detonar la reflexión de los hombres sobre su propio actuar y quizá logren un cambio. Posiblemente, sepan reconocer que la violencia será de ahora en adelante un boomerang que regresará a golpearlos por la espalda y de este modo le vayan bajando dos, tres, y hasta cuatro rayitas a su ejercicio de abuso y de poder, no por miedo, sino por una toma de consciencia difícil, pero no imposible. No hay superioridad de unos sobre otros en esto, seamos realistas, neuronas no les faltan. Por supuesto que violadores, feminicidas, o aquellos que no consumaron el feminicidio luego de una golpiza brutal es menos probable que logren un cambio y es altamente necesario que algo suceda con ellos desde la justicia aplicada por ese Estado que mucho debemos seguir cuestionando.
Que hay que pensar en las personas que rodean y aprecian a esos que otras nombramos agresores, sí. Sí pensamos en ellos, pensamos ―pienso― tendrán que reparar en las afectadas, analizar bien qué es lo que dicen, para después hacer un recorrido sobre la relación que tienen con aquel agresor; ratificar, rectificar o identificar violencias, porque uno no es ciego, sordo o miope, se hace, lo hacen. Cuando se ponga en marcha ese mecanismo de reflexión podrán tomar una decisión y es lo más noble que se puede hacer por ellos, no negarles su derecho a decidir.
En suma, el quiebre y la crisis que el #metoo generan nos ponen en el mejor lugar posible, el de la necesidad de callar para escuchar, pensar, decidir y asumir. El silencio es necesario porque implica el decoro de ceder la palabra que siempre nos ha pertenecido y ya nunca más vamos a dejar que se aleje de nuestras bocas, nuestros teclados y nuestras plumas. Ese silencio debe ser para escuchar, repito, porque el silencio y el ruido que por mucho tiempo han imperado como una acción reflejo de ignorar a las afectadas no nos importa ya; habremos de llenar los espacios vacíos con un zumbido que seguirá siendo más fuerte y pronto cubrirá al ruido que trata de acallarlo asumiéndose superior.