Por Carlos Villalpando Martínez[1]
Las dependencias públicas encargadas de la gestión del agua usualmente han utilizado las campañas publicitarias o educativas tendientes al cuidado del recurso hídrico, con ejemplos como el reciclado, captación de agua de lluvia para riego, el uso del agua de lavadora para el baño, recortar los tiempos del baño personal, evitar el uso de manguera para lavar el coche; muchas son las recomendaciones para poder aminorar el uso personal del agua, pero el verdadero problema existe en su uso como un bien industrial, donde han existido solo regulaciones leves o carentes de efectividad, en las que se limita su uso como un bien personal en las colonias más desfavorecidas, pero se prioriza su atención en las empresas depredadoras del medio ambiente.
La discusión sobre las problemáticas ambientales y la contaminación generada por las empresas no fue un tema relevante en el mundo ni en México hasta finales de los años sesenta y principios de los setenta, pues en los periodos económicos anteriores se buscaba el desarrollo industrial, un crecimiento poblacional y el aumento del Producto Interno Bruto (PIB).
El concepto de desarrollo fue un fenómeno de la posguerra en el que los países que habían participado en ella necesitaban reestructurarse y recuperarse de los impactos económicos y sociales que se habían provocado. A su vez, desde la economía neoclásica, el impacto de la contaminación que generaba la industria metalúrgica y agroindustrial no se tomaba en cuenta, ya que los recursos naturales eran vistos como una mercancía casi inagotable.
El bienestar social era medido por el aumento del PIB, que provocaba el crecimiento económico e industrial de la época, el cual generaba costos sociales ocultos ya que, según Leipert (1986), retomado por Fuerte (2019), esa medida ocultaba prácticas destructivas del mercado.
El crecimiento económico tradicional busca el incremento de la producción y el consumo de los mercados para garantizar la fortaleza de la economía, elementos que condicionan el papel del hombre para la obtención de recursos monetarios en donde la naturaleza juega un papel primordial como mercancía.
En la economía de mercado tradicional, la competencia que generan las empresas y el mercado provocan un aumento de producción, que requiere de elementos de la naturaleza, como agua, tierra y madera, lo que generan residuos y escasez, y cuyo escenario no permite la recuperación equitativa de los recursos naturales.
La economía mexicana se benefició durante esa temporalidad, pues, durante la guerra, México vendió materiales y consumibles a Estados Unidos para solventar la demanda de la industria metalúrgica, lo cual, desde la óptica del bienestar social favorecía al PIB, ya que en el país se generó el conocido milagro mexicano, en donde su economía repuntaba en grandes escalas, lo que ocasionó impactos ambientales a los que no se les dio importancia en primera instancia.
Los impactos ambientales generan costes sociales como la pobreza social y una desigualdad de los recursos entre el campo y la ciudad, poniendo de manifiesto que el modelo tradicional de desarrollo es devastador y depredador, pues compromete el bienestar de las generaciones futuras.
Así, el concepto de “desarrollo sostenible” fue introducido a partir de las exigencias de buscar una forma de aminorar la contaminación y los costes sociales que provocaba el desarrollo tradicional, la primera vez que se habló del concepto fue en el Informe de Brundtland, en 1987, según Fuerte (2019).
El desarrollo sostenible se define como el crecimiento orientado a satisfacer las necesidades de la población actual, sin afectar el desarrollo de las generaciones futuras para la obtención de recursos, según la Comisión Mundial de Medio Ambiente y desarrollo, retomada por Fuerte (2019).
Los modelos tradicionales de la economía en México y el mundo han provocado severos daños al medio ambiente y a las capacidades de recuperación de los recursos naturales; los presupuestos económicos y el desarrollo en la incursión de los países al capitalismo y al Estado de bienestar provocaron el crecimiento de la economía con costes sociales que no eran visibles sino hasta las crisis de las economías.
Surgieron entonces estrategias para aminorar los daños, en los ochentas se propuso la creación del desarrollo sostenible de la mano de la economía ambiental y se intentó dar una explicación funcional y valorizada para la economía.
Fue un intento que expresaba intenciones disfrazadas por valorizar los recursos naturales y el mercado, mostrando una sustentabilidad débil. La respuesta fue crear postulados de economía ecológica donde se mantenían niveles de conciencia y uso responsable de los recursos, mediante leyes y políticas públicas que permiten que la población y las empresas los usen responsablemente para el mantenimiento de las generaciones futuras.
De esta forma, se puso en marcha la sustentación teórica de la economía ecológica y el desarrollo sustentable para poder comprender los momentos y procesos que se tuvieron con el fin de llegar al punto de creación de nuevas alternativas.
En el caso mexicano, la economía ecológica como una alternativa de los modelos económicos parece ser la más congruente, ya que el país mantiene aún un uso desmedido e ineficiente de los recursos naturales, y sin un debido proceso sustentable no quedará stock para las generaciones futuras a causa de la acumulación del capital.
Se ha demostrado que el uso de la economía ecológica y sustentable tendría impactos económicos directos a la mejora de la sociedad, sin embargo algunos de los problemas en torno a ella tienen que ver con su falta de aplicación, ya que muchos de sus postulados son teóricos y no se han podido aplicar debido a la negativa de las empresas para su uso.
Ante este panorama, el papel de los actores sociales es replicar y vigilar los postulados de la economía ecológica y el desarrollo sustentable para poder participar activamente en las decisiones y realizar modelos de política pública efectivos, desde el pensamiento social y la participación ciudadana, para fungir como entes de cambio ante el mundo actual.
Referencias.
Fuerte, D. (2019). Sustentabilidad y la gestión del recurso agua en México: una revisión histórica. Economía y Sociedad, XXIII (40). Recuperado de: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=510/51059979001
[1] Lic en Sociología por la Universidad de Guanajuato. Maestro en Administración pública por la Universidad Virtual del Estado de Guanajuato y maestrando en Desarrollo Docente por la misma institución. Mis temas de interés son problemáticas sociales, medio ambiente y perspectiva de género.