Por Yenné Sánchez Márquez[1]
Como buena herramienta filosófica, lo que pretende lograr la práctica filosófica[2] es profundizar, problematizar y concientizar. Esto se logra mediante el diálogo, que en la filosofía es algo vital. Por eso es que se han desarrollado desde la Antigua Grecia muchos métodos para poder abordar el diálogo y que resulte en un intercambio de argumentos con la finalidad de que se llegue a la reflexión y no solo que se discuta sin llegar a una resolución con uno mismo y con el propio pensar.
Muchas maneras y abordajes diferentes podemos encontrar para lograr lo mencionado en el párrafo precedente, sin embargo, la más recurrente ha sido la dialéctica. Esta herramienta, que se remonta a Heráclito (540 a. n. e. – 480 a. n. e.), se ha vuelto la predilecta para poder lograr ese grado de reflexión. Esta es una especie de mayéutica, en el sentido de que es una interrogación entre dos personas; dichas preguntas-interrogaciones son con el propósito de penetrar en los argumentos y posición del otro, por lo mismo “la discusión es un elemento indispensable” (Brenifier, 2011a:35); porque ¿cómo podemos ser capaces de lograr ese cuestionamiento si no hay una idea contraria?
Muchas veces, cuando estamos enfrascados en alguna discusión o debate, nos vemos envueltos por los argumentos del otro y, a veces, somos capaces de lograr un cambio en nuestro pensar; tal vez no sea un cambio total de conciencia, pero sí es un cambio de reflexión en cuanto a nuestro modo de ver esa cosa en particular. “Un cambio de conciencia significa una evolución de la atención y de la energía que sigue a la atención, y la transformación de las reglas de un sistema. Esto nos permite mirar las sombras de nuestro pasado y presente (…) y ‘pasar del dolor a la posibilidad’” (Monge, 2021: página web).
Pero ¿por qué no es posible un cambio de conciencia total? No es que no sea posible, porque claro que lo es –baste considerar el lavado de cerebro que da paso a la conformación de sectas, que no son más que personas-rebaño que todo lo piensan en colectivo–; sino que ésta no es una “deconstrucción de la singularidad” (Brenifier, 2011a:38). Para mí la cuestión que propone la dialéctica no es la de un cambio total y radical en el pensamiento propio, sino un desvelamiento del ser, es decir, una deconstrucción de las ideas y argumentos, ya que, si tenemos eso, podemos ser capaces de reflexionar y, por ende, de concientizar.
Lo anterior no sería posible si no somos capaces de entablar un diálogo con el otro y mucho menos con nosotros mismos. En este sentido, con las prácticas filosóficas se busca retroalimentación del otro; que en vez de nublar, opacar y manipular mi propio pensamiento, lo nutra y lo llene de más puntos de vista fundamentados en argumentos respaldados por autoridades en el campo. Al ser capaces de escuchar al otro y de dialogar con nosotros mismos, podremos lograr una concientización y, a su vez, ser capaces de dialogar en vez de solo escuchar o discutir porque sí.
En definitiva, la dialéctica no solo es la que se encarga de lograr un doble debate: con el otro y con uno mismo, sino que es la que después de un proceso lleva a la deconstrucción,[3] una que no solo se requiere dentro de las prácticas filosóficas, sino que es necesaria en el aspecto de ser más conscientes de lo que el otro está diciendo y, al mismo tiempo, ser capaces de aceptar los diversos puntos de vista y así ser capaces de usarlos para nuestra propia reflexión.
Por otra parte, para las prácticas filosóficas se hace necesario reflexionar sobre la relación que pueden guardar la filosofía y la psicología, pues en ambas la dialéctica está presente como herramienta primordial. Iniciaré con diferencias que para mí son importantes. Si bien ambas disciplinas se basan en criterios a seguir, la filosofía es práctica, a ella no le interesa saber el trasfondo de lo consultado o de los sentimientos expresados en tal lugar, ya que “de lo que se trata es de decantarse por una hipótesis de trabajo” (Brenifier, 2011b:58). Es decir, si no tiene que ver y no es pertinente dentro de lo tratado, no tiene cabida en el lugar. Además, el hecho de llamar trabajo a lo dicho en la práctica filosófica, denota aún más lo alejada que está de la psicología, ejercicio de esta última que “implica una constante toma de decisiones diagnósticas, pronósticas, terapéuticas, formativas, morales, etc. Estas actuaciones se hacen en condiciones de incertidumbre o con información incompleta, y esto hace que las decisiones tengan un carácter más probabilístico” (Chamarro Lusar, 2007:11).
En cambio, la psicología se basa en eso que se expresa y se siente en el lugar, ese es el punto por el cual las personas acuden a esas sesiones, para poder expresarse tal cual lo que sienten. Aquí no se le llama trabajo al hecho de que expreses y llegues a divagar un poco, aquí se le llaman procesos mentales. Y es que, aunque no hayamos ido a un psicólogo, sabemos que divagar es parte del proceso, es esa divagación la que en el transcurso de las sesiones eres capaz de llevar –con la ayuda del psicólogo– a un pensamiento coherente y, a su vez, a un razonamiento.
Ahora bien, lleguemos al punto de hacer similares a la filosofía y a la psicología en cuanto al método de diálogo que ocupan: la dialéctica. Lo que hacen es enfrentar dos opiniones para formar una tercera en conjunto. Cabe resaltar que en la filosofía podemos ver claramente esta herramienta porque está dentro de una práctica filosófica como es el caso de la consulta filosófica; tenemos a dos personas pensando en lo impensable hasta llegar a un nuevo punto de partida, uno que ya es producto de ambos y que los llevará a una deconstrucción propia y, por ende, a la reflexión.
Pero ¿en la psicología dónde vemos ese enfrentamiento? Bueno, aquí es más sutil, porque primero tenemos al paciente hablando probablemente sin un orden, después está el psicólogo escuchando. Este tiene como tarea la de preguntar, hacer preguntas guiadas. Y sí, en la consulta filosófica también se emplean las preguntas guiadas, pero la diferencia está en que para la actividad psicológica se considera el contexto de lo dicho y los sentimientos son importantes.
En la psicología las preguntas son para ir encaminando al paciente hacia el punto de inicio y es aquí donde entra un enfrentamiento, porque se empieza a debatir sobre puntos de vistas hasta que el paciente llegue a un pensar más despierto. En la consulta filosófica en cuanto práctica filosófica se indaga y cuestiona, buscando desentrañar la forma de pensar del otro. La pregunta predilecta en filosofía ¿por qué?, la cual busca indagar en el origen, la causa, el motivo y la motivación, nos invita a ser conscientes de nuestro pensamiento y nuestro ser, permitiéndonos realizar una ascensión de idea en idea hasta llegar a las más esenciales (Brenifier, 2024).
Al final, filosofía y psicología en el contexto de la dialéctica se ponen a la par para poder brindar un mayor entendimiento de su ser, para que tanto el consultante como el paciente sean capaces de lograr una reflexión basada en el propio cuestionamiento, pero son diferentes porque no se ocupan de lo mismo; y es que si bien ambas son del campo de las humanidades, buscando comprender y ayudar, en contraste, son áreas y academias distintas; cada una centrada en sujetos/pacientes diferentes, pero que no por eso no pueden coincidir en cuanto a su método de llevar las sesiones, ya que ambas buscan lo mismo: profundizar, problematizar y concientizar.
Referencias
Brenifier, O. (2011a). La práctica filosófica. En: O. Brenifier. Filosofar como Sócrates. Introducción a la práctica filosófica (pp. 13-46). Diálogo.
——– (2011b). La consulta filosófica. En: O. Brenifier. Filosofar como Sócrates. Introducción a la práctica filosófica (pp. 47-78). Diálogo.
——– (2024). Taller abierto con Oscar Brenifier. El arte de preguntar, organizado el 14 de enero de 2024 por el Taller de Prácticas Filosóficas.
Chamarro Lusar, A. (coord.) (2007). Ética del psicólogo. Editorial UOC.
Monge, J. (2021, 3 de junio). Un delicado cambio de conciencia. La Tercera (página web). https://www.latercera.com/pulso-pm/noticia/un-delicado-cambio-de-conciencia/LB4LTILBTFDUZK4HXMQXLYD4PE/#:~:text=Un%20cambio%20de%20conciencia%20significa,del%20dolor%20a%20la%20posibilidad”.
Scott, J. W. (1992). Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista. Debate Feminista, (5), 85-104.
Sumiacher D´Angelo, D. (2018). Qué es la práctica filosófica. Murmullos Filosóficos, 6(13), 43-54.
[1] Egresada de la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y practicante profesional en el Seminario Permanente de Consultoría Filosófica y Prácticas Filosóficas de la UACM.
[2] Entiendo por práctica filosófica como “procesos intersubjetivos y fundamentados para el desarrollo de procesos filosóficos para el Otro, basada en tres criterios: (…) a) la existencia de suficiente teoría que fundamente la práctica que se está haciendo; b) el desarrollo de un quehacer intersubjetivo; y c) la presencia de un sentido filosófico para los involucrados” (Sumiacher D´Angelo, 2018: 45 y 52).
[3] Siguiendo a Scott (1992): “Desconstruir implica analizar las operaciones de la diferencia en los textos, y las formas en que se hace trabajar a los significados. El método consiste en dos pasos relacionados: la inversión y el desplazamiento de las oposiciones binarias. Este doble proceso revela la interdependencia de términos aparentemente dicotómicos y cómo su significado se relaciona con una historia particular. Los muestra como oposiciones no naturales, sino construidas; y construidas para propósitos particulares en contextos particulares” (p. 93).