Explicando la posibilidad de la sensibilidad humana
Por Francisco Octavio Valadez Tapia*
Los seres humanos perciben el mundo en cuanto diversidad de impresiones. Si, por ejemplo –para recuperar una actividad que quien esto escribe llevó a cabo en una sesión de la asignatura Del Renacimiento a Kant–,[1] perciben una uva, perciben, de hecho, un conjunto de propiedades: color, forma, textura, etc. Este conjunto de impresiones, sin algún orden, carece de significado y requiere ser ordenado vía un proceso que remata en el concepto uva. Pero tal proceso no lo puede realizar la experiencia, sino el entendimiento. A las impresiones sin orden alguno, el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) las denominó fenómenos –palabra procedente del vocablo griego fenomenon que “deriva de ‘faineszai’ que significa mostrarse, sacar a la luz del día, hacer patente y visible en sí mismo” (Solano Ruiz, 2006:5)–,[2] y a su ordenamiento, lo nombró intuiciones, pues: “La representación que sólo puede darse a través de un objeto único es una intuición” (Kant, 2005:49).[3]
De este modo, la etapa inicial del conocimiento implica la captación de las apariencias –término relacionado con los fenómenos– de los objetos vía los sentidos –sensibilidad precisada como “receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones” (Kant, 2005:63)– y su ordenamiento mental –entendimiento precisado como capacidad de producir representaciones “por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento”–. Para nada se trata de dos diferentes momentos, sino que la intuición de la información del exterior y el ordenamiento interior se llevan a la par, dado que ambas son formas complementarias de todo conocimiento; “sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado” (Kant, 2005:62); o, como interpreta André Robinet (2018): “El entendimiento puro, al no tener ninguna relación con las intuiciones, no puede entrar en contacto ni con el objeto considerado en su exterioridad ni con el sujeto considerado en su interioridad” (p. 117).
Para el filósofo de Königsberg las apariencias no son propiamente cosas, sino únicamente las propiedades perceptibles de ellas. En otras palabras, son predicados de cierto sujeto. Estas propiedades se pueden ir modificando sin que cambie el sujeto de las que se predican. Kant (2005) utilizó el ejemplo de la cera; cuando se percibe cera que se derrite por el efecto del calor, se le continúa considerando cera pese a la modificación sufrida. Se presupone una continuidad en el tiempo del sujeto, más allá de sus modificaciones percibidas. Kant nombra noúmeno a este sustrato que persiste, a la cosa en sí una vez desposeída de todos sus elementos supuestos –fenómenos–. Al nombrarlo así, el filósofo de Königsberg recobra la tradición griega, que confrontaba el mundo de las apariencias y el mundo real, pues: “Para Platón –incluido su maestro Sócrates como origen de su posición–, Aristóteles y los estoicos –tomados como escuela, sin mayores distinciones–, estas dicotomías [“apariencia-realidad” y “bien aparente-bien real”] constituyen el núcleo central de su reflexión filosófica” (Lozano Vásquez, 2009).[4]
Si los sujetos se confrontan a un mundo de cosas aparentes, la interrogante que se plantea inmediatamente es si la cosa en sí, fuera de sus propiedades, ¿igualmente puede ser percibida? Kant aseveró que no: los seres humanos no tienen acceso a la cosa en sí. Ciertamente, uno de los propósitos de la crítica kantiana –de acuerdo con su propio autor– fue soslayar el atreverse a creer que la cosa pensada –el concepto– se corresponde con la cosa existente –la cosa en sí–. Cabe decir que, según Beade (2013): “la doctrina de los dos mundos no posee en el marco de la filosofía crítica un sentido ontológico, sino que asume, antes bien, una significación epistémica, por cuanto se halla esencialmente vinculada (…) a la adopción de una doble perspectiva bajo la cual han de ser consideradas las acciones humanas” (p. 21).
Prosiguiendo, para estudiar la manera en que se confrontan los seres humanos a un mundo de apariencias, Kant requería examinar la capacidad del sujeto de ser afectado por las realidades externas, esto es, la sensibilidad. Primeramente, observó que la percepción de las sensaciones se lleva a cabo indefectiblemente en el tiempo y en el espacio, pero que estos para nada son objeto de percepción, ya que no son propiedades objetivas de las cosas. Por ende –caviló Kant (2005)–, para nada son posteriores a la percepción, sino a priori, esto es, que se hallan ya en la sensibilidad. Si no se perciben las cosas más que en el espacio y en el tiempo, es decir, dispuestas en determinadas relaciones espacio-temporales, aunque el espacio y el tiempo no son apreciables, a la sazón es que espacio y tiempo son las condiciones que viabilizan la percepción.
El pensador alemán designó estética trascendental al estudio sobre el espacio y sobre el tiempo. Recobró la palabra estética de su etimología griega, en el sentido de percepción –no obstante, es importante advertir que la estética “ha quedado excesivamente anclada a la etimología que le proporcionó Baumgarten, al considerarla como ciencia del ‘conocimiento sensible’, lo que no deja de ser una definición poco afortunada por amplia y ambigua (…). Por esto, también Kant [haría] estrictamente (…) una estética, en tanto que [investigó] las condiciones de posibilidad de la percepción sensible” (Moreno Villa, 2003:98)–,[5] y agregó la palabra trascendental para precisar que su objeto eran las condiciones a priori de la sensibilidad. “Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori” (Kant, 2005:39-40). Las proposiciones o juicios acerca del espacio y del tiempo son sintéticas a priori, esto es, agregan información, y, por ser anteriores a la experiencia, su verdad es necesaria y universal. Asimismo: “La ciencia de todos los principios de la sensibilidad a priori la llamo estética trascendental. Tiene que existir, pues, esa ciencia, y ella constituye la primera parte de la doctrina trascendental de los elementos, en oposición a aquella otra ciencia que contiene los principios del pensar puro y que se llama lógica trascendental” (Kant, 2005:43).
Continuando, un objeto existe en el espacio, pero este para nada es el espacio. Por el contrario, consiste en una limitación del espacio. El ser humano percibe los objetos que se encuentran en el espacio, pero no le es posible percibir el espacio ni en parte ni mucho menos en todo. Referir varios espacios viene a ser, realmente, referir diferentes partes del mismo espacio. El ser humano no puede representar la ausencia de espacio; únicamente le es posible imaginar un espacio sin objetos. El espacio es, por tanto, una condición universal y necesaria –a priori– para la percepción o, en términos kantianos, la sensibilidad humana.
Lo mismo pasa con el tiempo: para nada es un concepto empírico. El ser humano puede percibir objetos en el tiempo e inclusive apreciar sus modificaciones en este, pero no le es posible percibir el tiempo. Sin la noción de tiempo los seres humanos no podrían percibir ni el coexistir de los objetos ni su suceder. Para nada habría percepción, dado que los objetos se dan en el tiempo –como la realización del presente ensayo–. El cambio y el movimiento –que implica cambio de lugar– únicamente son posibles dentro de la representación del tiempo. De igual forma, es únicamente gracias al tiempo que los seres humanos pueden predicar cuestiones contradictorias de un mismo sujeto. En conclusión, igual que el espacio, el tiempo es una condición a priori de la sensibilidad humana que posibilita la percepción de las apariencias de las cosas.
Referencias
Beade, I. P. (2013). “La doctrina kantiana de los «dos mundos» y su relevancia para la interpretación epistémica de la distinción fenómeno/cosa en sí” en Límite. Revista de Filosofía y Psicología, Vol. 8, Núm. 27, pp. 19-37.
Kant, I. (2005). Crítica de la razón pura, trad. de P. Robas. Taurus.
Lozano Vásquez, A. (2009, mayo). “Marcelo Boeri, Apariencia y realidad en el pensamiento griego. Investigaciones sobre aspectos epistemológicos, éticos y de teoría de la acción en algunas teorías de la Antigüedad, Colihue, Buenos Aires, 2007, 376 pp.” en Diánoia. Revista de Filosofía, Vol. 54, Núm. 62, pp. 173-181.
Moreno Villa, M. (2003). Filosofía. Vol. II. Antropología, Psicología y Sociología. MAD.
Robinet, A. (2018). El pensamiento europeo de Descartes a Kant, 2ª reimpr. de la 1ª ed. en español de 1984, trad. de M. Lara. FCE (Breviarios, 370).
Solano Ruiz, M. del C. (2006, 1er. semestre). “Fenomenología – Hermenéutica y Enfermería” en Cultura de los Cuidados, Año 10, Núm. 19, pp. 5-6).
* Maestro en Ciencias Sociales, con Especialidad en Estudios Políticos, por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Docente de la Academia de Lengua y Literatura del Instituto de Educación Media Superior de la Ciudad de México (IEMS-CDMX). Integrante del Seminario Permanente de Consultoría Filosófica y Prácticas Filosóficas del Plantel Cuautepec de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Miembro numerario de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas (AMECIP). Correo electrónico: maestroactor@yahoo.com.mx
[1] La actividad consistió en dar una uva a cada uno de los asistentes de la sesión del 11 de abril de 2023 de la asignatura Del Renacimiento a Kant, perteneciente a la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la UACM en el Plantel Cuautepec. Luego de darles la uva, y antes de que se la comieran, se les solicitó que cada quien describiera las características de la uva que les fue entregada.
[2] Las comillas simples son del texto consultado. A partir de aquí cualquier agregado a las citas pertenece al texto consultado, salvo que se indique lo contrario.
[3] Previamente Kant (2005) señaló que: “Sean cuales sean el modo o los medios con que un conocimiento se refiera a los objetos, la intuición es el modo por medio del cual el conocimiento se refiere inmediatamente a dichos objetos y es aquello a que apunta todo pensamiento en cuanto medio” (p. 42).
[4] Corchetes agregados.
[5] Corchetes y paréntesis agregados.