La antipsiquiatría: política de la salud-enfermedad mental

Por Aldo Saúl Uribe Nuñez[1]

La política está constituida por factores sociales, culturales, ideológicos y económicos de un determinado grupo social. Toda sociedad se define mediante la organización concreta de sus fuerzas políticas, de poder y de producción. ¿Qué podemos decir de la psiquiatría-psicología? ¿Por qué vincularlas a la política? Éstas y otras preguntas nos surgen al momento de trabajar desde sus marcos teóricos e investigativos. Por ello, este texto de opinión tiene como objetivo reflexionar acerca de la antipsiquiatría, sus aportes teóricos y su valor en la deconstrucción de la salud-enfermedad mental.

Históricamente, la psiquiatría y la psicología han estado al servicio del poder, definiéndose como campos inmersos en las relaciones político-ideológicas. La crítica a la psiquiatría y la psicología radica en que han legitimado discursos clasistas, homofóbicos y discriminatorios disfrazados de teorías científicas.

Al respecto, Uribe (2014), haciendo referencia a la psicología, y apoyándose en Marx y Althusser, nos dice que esta materia se convirtió en una manipulación ideológica de los individuos, de los pacientes y de las comunidades, es decir, en un aparato ideológico del Estado mediante el cual se intenta adaptar a las personas al sistema social y a sus instituciones.

Por su parte, la psicóloga, socióloga y feminista mexicana Sylvia Marcos compara la psicología y a los psicólogos con los misioneros españoles del siglo XVI: cuando se impone el concepto tradicional de la familia “sana” y un ideal de comportamiento sexual y afectivo, estamos haciendo lo mismo que los misioneros, quienes leían sus “confesionarios” a los indios para que pudieran arrepentirse de sus pecados. El misionero, en su ingenuidad, no se percataba que estaba sirviendo a la política de conquista y colonización en América. Es así que los psicólogos se han convertido en los misioneros culturales de occidente.

Actualmente, el avance de la ideología biologicista, presente en la psiquiatría y la psicología, ha reducido la enfermedad mental a moléculas químicas del cerebro, dejando de lado las condiciones sociales desiguales que imperan en un contexto particular. Es de esta forma que se individualiza la enfermedad mental y se culpa a la persona de ello.

En contraste, para la antipsiquiatría, la enfermedad mental es un concepto creado en Europa y difundido por el resto del mundo. En el siglo XVIII, la locura se convirtió en una enfermedad comparable con la lepra, ya que con ello se excluía, igualmente, al enfermo de los sanos. En tanto que el manicomio será el instrumento-institución alienante que buscará separar radicalmente a los locos de la gente “razonable”, justificando el confinamiento y la intervención institucional sobre los internados. Con esto, aparece el lenguaje psiquiátrico y las instituciones de exclusión, las cuales, históricamente, han legitimado la segregación de los “enfermos” en nombre de la protección de la parte “sana” de la sociedad.  

Origen de la antipsiquiatría

A finales de la década de los sesenta, surge una colectividad de médicos psiquiatras inconformes con el sistema psiquiátrico, quienes comienzan a cuestionar la psiquiatría como un mecanismo de control social que busca oprimir, patologizar y encasillar las singularidades humanas.

Para Desviat (2006), la antipsiquiatría es la manifestación en el campo de las disciplinas de la salud mental de la profunda crisis de las ciencias, del arte, de la ideología, de los valores de la sociedad en las décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, crisis que terminará en la rebelión de mayo del 68.

Fue David Cooper, psiquiatra inglés, quien, a través de sus prácticas alternativas a la psiquiatría tradicional, acuña por primera vez el término “antipsiquiatría”. Su experiencia en Villa 21, un pabellón de un hospital psiquiátrico, lo llevó a cuestionar la violencia institucional y el ejercicio del poder y la opresión del psiquiatra frente al enfermo. Cooper promoverá un ambiente de libertad para el internado, sin reglas, sin restricciones y sin violencia, yendo más allá de los métodos convencionales de la psiquiatría ortodoxa (Cooper, 1971).

Posteriormente, este campo sirvió para designar un movimiento político en torno al saber psiquiátrico, desarrollado entre 1955 y 1975 en los países donde se había institucionalizado la psiquiatría y el psicoanálisis como reguladores de la normalidad-anormalidad. En Inglaterra, con David Cooper y el psiquiatra y psicoanalista Ronald Laing; en Francia, con teóricos como el filósofo y psicólogo Michel Foucault, el filósofo Gilles Deleuze y el psicoanalista y filósofo Felix Guattari; en Italia, con el psiquiatra Franco Basaglia y la socióloga y feminista Franca Ongaro Basaglia; y en Estados Unidos con los psiquiatras Thomas Szasz y Mony Elkaim.  

¿Qué nos tiene que decir la antipsiquiatría acerca de la salud-enfermedad mental?

David Cooper y Ronald Laing escriben, en 1969, una de sus obras más significativas: Razón y Violencia. En esta obra, el filósofo Jean-Paul Sartre escribe un prefacio en donde menciona que la enfermedad mental es la salida que el organismo libre inventa para vivir una situación no vivible (Laing y Cooper, 1969).

A su vez, Bonnie Burstow, figura eminente de la antipsiquiatría, refiere que lo que llamamos enfermedades mentales no son más que formas muy humanas de experimentar la realidad. De esta forma, cuando hablamos de salud mental, estamos diciendo que los problemas de las personas son resultado de una enfermedad, dejando de lado elementos culturales, sociales y políticos.

Fernández et al (1984), desde una perspectiva de género, describe que el estatuto de salud mental es masculino. Así pues, critica las investigaciones realizadas por Díaz Guerrero en México, quien encontró que existen componentes en el medio psico-socio-cultural que inducen a mayor insalubridad mental en las mujeres que en los hombres. Lo interesante, para las autoras, es que se dé el calificativo de insalubres o neuróticas a las mujeres y no al medio en que viven, desplazando sutilmente la responsabilidad del desajuste a las mujeres en vez de a un medio inhumano. Inhumano porque se obliga a la mujer a adaptarse al opresor y a la opresión.

En 1961, el psicoanalista y médico psiquiatra Thomas Szasz publicó un libro titulado El mito de la enfermedad mental, en donde discutía que no puede haber, literalmente hablando, una enfermedad mental, ya que la mente no es un órgano anatómico como el hígado o el corazón. Para este teórico, hablar de enfermedad mental es hablar en un sentido figurado (Szasz, 1976). Con ello, Szasz abre todo un debate en torno a las llamadas enfermedades mentales. Para él, los enfermos mentales son el resultado de una sociedad enferma, los “locos” son personas que tratan de decirnos cosas que no queremos escuchar.

Por otra parte, comparando a la psiquiatría con la religión, el autor declara que, para comprender el papel de la enfermedad mental en nuestra sociedad, es necesario comprender que nos enfrentamos a un fenómeno religioso, no científico. El diagnóstico de enfermedad mental ha sustituido al de la posesión. Los poseídos y las brujas molestaban, y eran los inquisidores quienes se encargaban de eliminarlos en nombre de la fe. Hoy en día, son los psiquiatras, en su papel de inquisidores, los encargados de “eliminar” “tratar” a los enfermos (Szasz, 1974).

Son muchas las vertientes para analizar en el campo de la salud-enfermedad mental, producto de la gran complejidad a la que nos enfrentamos. Empero, no se trata de decir que el profesional de la salud mental es malintencionado, tampoco que las teorías que utiliza son ineficaces e insuficientes. Antes bien, la antipsiquiatría nos invita a pensar y a reflexionar sobre la noción salud-enfermedad mental como métodos de opresión, alienación y clasificación del dolor humano y sus manifestaciones fenomenológicas.

Los psiquiatras y psicólogos deben de ser capaces de cuestionar hasta qué punto sus metodologías y discursos exacerban las desigualdades sociales y perpetúan la adaptación a una realidad enferma. No se puede hablar de salud mental sin justicia social. El profesional debe de hacer frente a esto, promoviendo espacios de trasformación comunitaria y social, y respetando la subjetividad de las personas a través de un trabajo crítico, humano y empático.

 

 

 

Bibliografía.

Cooper, D. (1971). Psiquiatría y antipsiquiatría. Buenos Aires: Paidós.

Desviat, M. (2006). La antipsiquiatría: crítica a la razón psiquiátrica. Norte de Salud Mental, 25(1), 8-14.

Fernández. C., Lozano, I., Pascual, D., y Suárez, B. (1984). “La ideología de la salud mental y la mujer”. En S. Marcos (Ed.). Antipsiquiatría y política (pp. 185-203). México: Editorial Extemporáneos.

Laing, R., y Cooper, D. (1969). Razón y violencia. Buenos Aires: Paidós.

Uribe, N. (2014). ¿Es la psicología un aparato ideológico del estado? Reflexiones desde la obra de Louis Althusser.  Revista Electrónica de Psicología Social, 27(1), 1-7.

Szasz, T. (1976). El mito de la enfermedad mental. Buenos Aires: Amorrortu.

——- (1974). La fabricación de la locura. Barcelona: Kairós.

           

 

 

[1] Egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad de Guadalajara. Especialista en Diagnóstico Clínico y Tratamiento de los Trastornos Mentales por el Instituto Psicoanalítico de Occidente, AMSP, A.C. Posee una Formación en Psicogerontología por la Asociación de Encuentros y Estudios en Psicoanálisis, A.C. y una Formación Psicoanalítica Especializada por el Instituto Psicoanalítico de Occidente, AMSP, A.C. Ha colaborado en distintos centros de investigación tales como el Departamento de Ciencias del Comportamiento (CUValles, UdG), el Departamento de Psicología (UG), el Centro de Investigación en Comportamiento y Salud (CUValles, UdG), el Departamento de Estudios de la Comunicación Social (CUCSH, UdG) y el Departamento de Sociología (CUCSH, UdG). Ha sido ponente en congresos y coloquios nacionales e internacionales. Actualmente se desempeña como asistente de investigación en el Departamento de Estudios de la Comunicación Social (CUCSH, UdG) y es candidato a cursar la Maestría en Humanidades, Línea Formación Docente por la Universidad Autónoma de Zacatecas.

 

 

 

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