Breve reflexión sobre la fundamentación de las ciencias humanas y sociales

Por Francisco Octavio Valadez Tapia*

A lo largo de la historia de las ciencias humanas y sociales se ha planteado el problema de su fundamentación científica, es decir, qué requerimientos tienen que cumplir las ciencias sociales para que se les reconozca su estatuto de cientificidad.

Siguiendo a J. M. Mardones y N. Ursúa (1982), el debate se ha centrado, por una parte, entre aquellas posturas que consideran que la explicación científica social tiene que ajustarse al canon de las ciencias naturales, siguiendo un único método: el método científico, consistente, grosso modo, en tres pasos a seguir: 1) la observación, 2) la experimentación y 3) la comprobación de los fenómenos empíricos, donde lo empírico remite a aquello que podemos captar –conocer– por los sentidos, además de que el lenguaje matemático –principalmente la medición– juega un papel fundamental en dicha explicación; y, por otro lado, aquellas posturas que acentúan la peculiaridad del objeto socio-histórico y una manera diferente de aproximación a éste, reconociendo que además de la descripción y medición de variables sociales deben considerarse los significados subjetivos y el entendimiento –razón– del contexto donde ocurre un fenómeno.

En el anterior sentido, Mardones y Ursúa (1982) señalan que indagando los orígenes de tal confrontación de posturas encontramos, al estudiar el panorama de la historia de la concepción de la ciencia en Occidente, que ha habido –y continúan desarrollándose argumentos a favor de una y otra– dos grandes tradiciones o corrientes científicas; en primer lugar nos encontramos con la aristotélica, que hundiendo sus raíces en el pensamiento del filósofo estagirita Aristóteles (384 a. n. e. – 322 a. n. e.) pone énfasis en procurar que los fenómenos sean inteligibles teleológicamente; y, en segundo lugar, la galileana que, no obstante recibir su nombre del científico italiano Galileo Galilei (1564-1642), tiene sus inicios en el pensamiento pitagórico y platónico, se interesa en que la explicación científica de un hecho sea causal, es decir, que sea formulada en términos de leyes que relacionen fenómenos determinados numéricamente, donde lo causal adquiere una connotación funcional en una perspectiva mecanicista.

Ahora bien, tales corrientes científicas han ido adoptando a través de la historia –por decirlo de alguna manera– diversas modalidades dentro de contextos específicos, tratando de resolver problemas surgidos a partir de tales contextos, prosiguiendo entre ellas su confrontación original.

Primero, ubicándonos en el siglo XIX, caracterizado por cambios anunciados y gestados en el pasado –verbigracia, la Revolución Francesa de 1789–, pero que se efectuarían en tal centuria, así como otros propios de ésta –como la Revolución Industrial–, donde la “etapa científica coincide con la aparición del modo de producción capitalista y se encuentra antecedida (…) por un conjunto de técnicas” (Paoli, 1985:35), es que se da la primera polémica explícita entre las tradiciones científicas aludidas.

Representando a la tradición galileana es que se desarrolla el denominado positivismo decimonónico, siendo uno de sus principales exponentes el francés Auguste Comte (1798-1857), cuyas dos mayores preocupaciones eran el orden social –teniendo presente la destrucción ocasionada durante la conflictiva Revolución Francesa– y el progreso, es decir, el inevitable desarrollo de las sociedades humanas hacia etapas más elevadas y mejores. Fiel a la tradición galileana es que propone que el estudio sobre los fenómenos sociales requiere ser científico, es decir, susceptible a la aplicación del mismo método científico que se utilizaba con considerable éxito en las Ciencias Naturales. En consonancia con esto, a la palabra positivismo Comte le adjudicó cuatro aspectos que configuran su contenido: 1) el monismo metodológico: “Los objetos abordados por la investigación científica pueden ser, y son de hecho, diversos, pero hay (…) unidad de método y homogeneidad doctrinal. Es decir, sólo se puede entender de una única forma aquello que se considere como una auténtica explicación científica” (Mardones y Ursúa, 1982:21); 2) el modelo o canon de las Ciencias Naturales exactas: “la unidad del método, el llamado método positivo, tenía un canon o ideal metodológico frente al que se confrontaban el grado de desarrollo y perfección de todas las demás ciencias. Este baremo lo constituía la ciencia físico-matemática” (Mardones y Ursúa, 1982:21-22); 3) la explicación causal o Erklären como distintiva de la explicación científica y 4) el interés dominador y dominante del conocimiento positivista.

En contraste, representando a la tradición aristotélica es que se fraguó “en el ámbito alemán, sobre todo, una tendencia antipositivista (denominada a grandes rasgos) hermenéutica” (Mardones y Ursua, 1982:22),[1] entre cuyas figuras representativas se encuentran Johann Gustav Droysen (1808-1884), Wilhelm Dilthey (1833-1911), Georg Simmel (1858-1918) y Max Weber (1864-1920). Aquí se destaca la introducción del vocablo Verstehen o comprensión –en contraposición a la Erklären o explicación– como una concepción metodológica propia de las ciencias sociales y humanas; así como la propuesta weberiana de un método integral, con herramientas como los tipos ideales, en donde los estudios no sean únicamente de variables macrosociales, sino de instancias individuales; esto en complementación a lo expresado por Dilthey (cit. por Alexander, 2009:45), quien escribió que la “vida humana como punto de partida y contexto duradero proporciona el primer rasgo estructural básico de los estudios humanísticos, pues estos se basan en la experiencia, comprensión y conocimiento de la vida”.

En un segundo momento, ya situándonos entre las dos guerras mundiales, es que se da la segunda polémica explícita entre las corrientes científicas previamente mencionadas. En esta ocasión la tradición galileana tendrá su principal representación en el racionalismo crítico, mientras que la tradición aristotélica en la teoría crítica.

Por lo que respecta al racionalismo crítico, éste tendrá su antecedente –y con quien en primera instancia debatirá– en el positivismo lógico de los integrantes del Círculo de Viena –también adscritos a la tradición galileana–, cuyo énfasis se centró en: 1) la superación de la pseudo-ciencia mediante el análisis lógico del lenguaje, y 2) la comprobación y verificación empírica de todas las afirmaciones.

Prosiguiendo, es Karl Popper (1902-1994), principal exponente del racionalismo crítico, quien arremete contra el positivismo lógico del Círculo de Viena, al considerar que la pretensión de verificar empíricamente cualquier enunciado científico conduce inevitablemente a la destrucción de la ciencia. Con Popper, la ciencia “deja de ser un saber absolutamente seguro para ser hipotético, conjetural. Deja de seguir un camino, para ser deductivo. Abandona el criterio de verificación para seguir el de falsificación” (Mardones y Ursúa, 1982:26).[2]

En contraposición a lo anterior, en la tradición aristotélica se fraguó nuevamente en el ámbito alemán, pero ahora –como ya fue indicado– en el periodo de entreguerras, un instituto de investigación social anexo a la Universidad de Frankfurt donde se desarrollaría la denominada teoría crítica, liderada en inicio por Max Horkheimer (1895-1973) y Theodor Adorno (1903-1969). “Su pretensión es analizar la sociedad occidental capitalista y proporcionar una teoría de la sociedad que posibilite a la razón emancipadora las orientaciones para caminar hacia una sociedad buena, humana y racional” (Mardones y Ursua, 1982:27).

En un tercer momento, a partir de 1942, el debate prosigue; ahora, mientras que la tradición galileana destaca un modelo nomológico-deductivo, por otro lado, los investigadores de la tradición aristotélica resaltan diversos juegos del lenguaje. En la tradición galileana, que tiene en Carl Gustav Hempel (1905-1997) a otro exponente, se recupera la explicación causal popperiana pretendiéndola aplicar, además de las otras ciencias sociales, a la Historia. “Hempel, el principal representante de este esfuerzo por alargar el modelo de cobertura legal o de explicación por subsunción a la ciencia histórica y social, sigue detentando una concepción positivista de la ciencia” (Mardones y Ursúa,1982:30).

Contrario a lo anterior, ya en la tradición aristotélica, se encuentra la figura de Alfred Schütz (1899-1959), quien intenta reformular el carácter distintivo de las ciencias humanas y sociales. Schütz critica al positivismo por considerar que “no ha captado la complejidad de la actitud natural del hombre en su vida cotidiana. Las construcciones científicas en las ciencias sociales son construcciones segundas, construcciones sobre las construcciones efectuadas ya por los actores en la sociedad o vida cotidiana” (Mardones y Ursúa,1982:32). En tales construcciones el lenguaje, vinculado a la razón como entendimiento, juega un papel primordial para que las mismas se desarrollen.

Finalmente, y en el contexto del actual vigésimo primer siglo de nuestra era, que parece decantarse por un pluralismo científico, prima el “concepto del postconcilio y de la transición, en donde se identifica consenso político y consenso científico” (Segura, 2006: página web). Quien esto escribe piensa que es importante continuar atendiendo el problema de la fundamentación de las ciencias humanas y sociales, más todavía si se tiene en cuenta el cuestionamiento presente de la forma de pensar la separación o integración entre sujeto de conocimiento y objeto de conocimiento que bajo diversas modalidades ha estado en la base de las ciencias humanas y sociales.

 

Bibliografía.

Alexander, Jeffrey C. (2009). “La centralidad de los clásicos” en Giddens, Anthony et al. La teoría social hoy, Alianza Editorial, México, pp. 22-80.

Mardones, J. M y Ursúa, N. (1982). Filosofía de las ciencias humanas y sociales. Materiales para una fundamentación científica, Editorial Fontamara, Barcelona (Col. Logos).

Segura, Armando (2006, 6 de noviembre). “El pluralismo científico” en Ideal (página web), Corporación de Medios de Andalucía, España. Disponible en https://www.ideal.es/granada/prensa/20061106/tribuna_granada/pluralismo-cientifico_20061106.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.ideal.es%2Fgranada%2Fprensa%2F20061106%2Ftribuna_granada%2Fpluralismo-cientifico_20061106.html

Paoli Bolio, José Francisco (1985). Las Ciencias Sociales, Trillas, México.

* Licenciado en Ciencia Política y Administración Urbana por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Licenciado en Comunicación y Cultura por la UACM. Maestro en Ciencias Sociales, con Especialidad en Estudios Políticos, por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Doctorando del Posgrado en Estudios de la Ciudad de la UACM. Estudiante de la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la UACM. Correo electrónico: maestroactor@yahoo.com.mx

[1] Las cursivas son del texto consultado y los paréntesis son míos.

[2] Las cursivas son del texto consultado.

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