Tomboy – La indumentaria del ser ante el mundo

Por Sergio E. Cerecedo

 

El término “cine con temáticas de diversidad sexual” tiene una definición cada vez más variable, esto debido también a que la consciencia y percepción social con respecto a conceptos como orientación sexual, identidad de género y derivados son cada vez más diversos e inclasificables en tanto las ideologías nos invitan a pensar más en las cualidades de las personas, su manera de relacionarse y cómo éstas componen el tejido social y no se les puede encajar en estereotipos.

 

Hace poco más de 10 años Celine Sciamma filmó ésta, su segunda película, con las mismas inquietudes que en su obra entera —además de la diversidad sexual, también le interesa la racial, la afrodescendencia y la huella de las legislaciones y política de Francia—, y en su trabajo “Retrato de una mujer en llamas” pudimos ver estas inquietudes depuradas con un tratamiento de imagen mucho más pictórico y con mayores ambiciones, por ello, rememorar sus inicios narrativos en fechas pertinentes es un ejercicio interesante sobre todo por la frescura con la que lo aborda, y porque logra ver que hay temas de igual importancia que el sexual cuando concierne a la construcción de la identidad de un ser humano en sus primeros años.

 

Mikael llega con su familia a un suburbio de París, su madre está embarazada y él convive de una manera cercana con su hermana de 6 años, en quien encuentra una complicidad pese a que ya no tiene ganas de acompañarla en las mismas actividades, pues está creciendo, desarrollándose y, sin darse mucha cuenta, preguntándose y definiendo quién es. Precisamente ser Mikael ante los niños y niñas del barrio es su primera decisión fuerte, pues en realidad se trata de Laure, una niña que ha decidido cómo se percibe, algo que no había hecho antes, dejarse ropa deportiva neutral y presentarse ante el grupo de niños del barrio como uno más, lo que le permite que no la rechacen jugando al futbol y la puedan ver por sus aptitudes y socializar, todo esto a escondidas de sus padres.

 

Todo empieza a cambiar tanto con la incorporación obligada de Jeanne, la pequeña hermana, a sus juegos como cuando la única niña del grupo se siente cercana y atraída por Mikael por esas diferencias de personalidad. Es el eje de esta relación el que acrecienta la tensión sobre su identidad —volverán a clases y sin duda la lista desmentirá esa condición—, pues es la persona con quien más comprensión y exploración de su realidad encuentra y en todo momento sabe lo que puede perderse cuando un grupo social ve quebrantado su “reglamento” y las sanciones en ocasiones crueles e insensibles que eso puede ejercer en nosotr@s.

 

La cámara de Crystel Fournier nutre la idea de la directora con luces difusas y una cámara distante en las tomas más íntimas, ambas abordan las escenas donde Mikael observa su cuerpo con naturalidad y respeto, sin morbo y siendo concisas en lo que nos quieren contar, siempre las tomas del cuerpo acabarán en el rostro en secuencias que correctamente nos hacen sentir cómo el protagonista aprecia su apariencia física y a veces se permite dudar de ella. La música es casi inexistente excepto en momentos como cuando Mikael y Lisa comparten un baile lindo y en total libertad en la casa de ella.

 

Otro acierto es que la manera de ver a los niños y adolescentes es de tú a tú, sin ningunear sus sentimientos o emociones por la barrera de la edad. En la propuesta narrativa de la directora queda más que patente que no hay verdades absolutas, no es para atreverse a decir el manoseado “es una etapa” una visión que comienza a ser más común no solo para los versados en la ideología de género o en la psicología. Más allá de su edad, se trata de ver a las personas como tales, con características que no siempre se identifica con la estructura

 

Céline Sciamma (2011) 

Entre las cosas recurrentes de sus películas, Celine Sciamma encuentra productivos narrativamente los veranos, esos momentos de vacaciones en nuestro calendario habitual que se prestan para visitas, viajes, encargos no usuales y el uso del tiempo realmente libre. Y aquí el espacio temporal se presta para que en el personaje principal se dé ese relajamiento —posteriormente convertido en tensión— de hacer amistades en un nuevo barrio al tiempo que muchas cosas en cuerpo y mente empiezan a cambiar y a dejar lo infantil. Su cine tampoco es de demasiadas explicaciones, es de momentos y circunstancias, propuesta que lleva sobre todo en las escenas de convivencia de Mikael y su hermana con los otros niños, con la cámara siguiendo cada inquieta acción del grupo.

 

A diferencia de sus películas más recientes, Sciamma prioriza de una manera cuasi documental, tanto en la iluminación como en la propuesta de la fotografía, el interior de la casa, que es de pocos close ups y muchas tomas generales donde se contextualiza ese entorno de amor y tranquilidad en el que viven las niñas. Su personaje principal recuerda distantemente a Teena Bradon, de los muchachos no lloran, en circunstancias no tan crudas, pero igualmente crueles y que pueden formar la vida de alguien, inclusive en su significativo tramo final, donde pese a las imposiciones, Laure trata de hacer ver con su forma de actuar que es quien es y que esas características no son genéricas, sino simplemente eso, características, lo que le permite escapar de ese discurso panfletario y de rescate en el que suelen caer muchos filmes sobre grupos discriminados y segregados.

 

Esto es gracias al enfoque de la historia de forma cotidiana y fría en apariencia, que permite no ejercer una manipulación emocional del espectador, sino que éste de primera mano forme sus conclusiones con base en las vivencias de Mikael para con sus semejantes y sobre todo recordándonos cómo es esa parte de nuestra vida donde todo puede cambiar y mejorar comunicándose, entonces podríamos sufrir un poquito menos, pero simplemente los cambios internos no nos dejan.  Al fin y al cabo, en el momento Laure quiere expresarse así y las dudas —o quizás las certezas— que Laure/Mikael tiene hacia su género de nacimiento no se sabe de dónde vinieron o si son una inquietud del momento, pero están ahí y forman los instantes que presenciamos en pantalla.

 

Las actuaciones infantiles son tiernas y bien encausadas dentro de lo que el manejo de no profesionales lo permite sin buscar jamás la exageración, Zoé Herrán lleva la poca expresividad de Laure a un nivel interesante que nos produce nerviosismo por lo que sucederá, una verdadera empatía dentro de su aparente “travesura” que es más bien un autodescubrimiento. Las acciones de la hermanita de Laure se sienten de una madurez y complicidad inusitada dentro de su corta edad sobre las incipientes participaciones de los personajes adultos —los padres de Mikael/Laure y los niños de su barrio— donde el elenco también cumple su papel con creces.

 

A más de 10 años de su estreno, esta película ganadora del Teddy Bear de Berlín —Premio dedicado a las películas de temática LGBT— sigue sintiéndose vigente y valiente en su forma de abordar un tema aún tabú y nutrirlo de un enfoque distinto al usual.

 

 

 

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