Por Sergio E. Cerecedo
Es difícil no llegar a ver una de las últimas películas de Wes Anderson y sentir que uno no tiene el suficiente bagaje cultural o la suficiente concentración e interés para seguir al número de referencias y comprender hasta qué grado lo que quiere decir se funde con la forma y el contenido que tenían sus influencias. A veces siento que lo que quiere no es contar una historia, sino soltarnos el cacho de la personalidad que le influencia. Muchos pueden decir que es tomada de pelo, que una película debe entenderse por sí misma, y ahí es donde yo respondo “Depende de cual”…
Porque si uno no tiene el interés en indagar en las referencias también puede disfrutar y solo sentir que nos hablan desde algo viejo de forma vieja, tan pasado de moda que su rareza lo puede volver hip, y divertirse con sus absurdos, sus cosas raras, sus diálogos ladrados y las apariciones fantasmas de caras conocidas y peculiares.
“The French Dispatch” es el nombre de un periódico fundado y construido por gente de Estados Unidos en tierra francesa, y es a raíz de la muerte del editor en jefe que los llevó al reconocimiento internacional, que los diferentes periodistas y personal del diario se reúnen para realizar una compilación que da piea los tres relatos cabecera de la película en los apartados de arte, política y sociedad y gastronomía. Del difunto vemos en flashbacks donde se muestra que era alguien empecinado, con una forma de ser pretendidamente sofisticada y de ocultar las emociones, pero que dio oportunidades a quien se vio exiliado y perdido en un país que no era el suyo.
En el personaje de Owen Wilson y su narración para contextualizar la ciudad en la que todo sucede se ve el trabajo monográfico y fundacional de describir la ciudad como lo harían los narradores de las películas de Jean Vigo hasta en sus detalles más mundanos. Anderson se da vuelo con diferentes narrativas cuando los autores de las notas prologan la historia que van a contar; la mujer que escribió sobre el artista en la cárcel lo hace en formato de cátedra magistral, mientras que el escritor de la sección de gastronomía es entrevistado en un programa de T.V. en vivo. Anderson lejos de pretender una arqueología medial, usa estos recursos para evocar emociones y recordarnos las formas de narrar, todo se convierte en una crónica, donde la subjetividad vale y mucho, siendo Anderson y su equipo un ente que moldea lo aburrido y la vida cotidiana con su marcado estilo o revoltura de estilos plásticos.
El afán de condensación de historias e ideas se nota al estilo de Godard y de la nueva ola, también de autores paralelos como el mismo Vigo. En esta ocasión, por tratarse de creadores literarios, cronistas, el espíritu de la crónica es aún más fuerte y tenemos al mismo Owen Wilson narrando una monografía audiovisual de los barrios de la ciudad y los grupos sociales que los frecuentan y habitan.
La ciudad de Ennui (Tedio o aburrimiento en francés) tiene la intención fundacional de emular algún distrito o zona conurbada de París, pero con personajes exiliados y sin vida social. S
abemos que por mucho tiempo los artistas marginados que ahora son valorados por la historia vivieron en Francia, y algo similar pretende contar la película con su muy particular imaginería.
En el primer segmento, dedicado a las artes, podemos ver las locuras y acciones estrafalarias de la gente del mundo del arte; un asesino que pinta y que desde la cárcel consigue mover las estructuras de los galeristas y hacerlas desesperar, en mucho ayuda la complicidad fría de los personajes de Benicio del Toro y Leah Seydoux. En el segundo, un amorío juvenil da pie a hablar de una revuelta que mucho tiene del Mayo de París del 68, unas peticiones al gobierno por parte de unos jóvenes revolucionarios que a momento , como toda juventud, se ven muy motivados por el sentimiento de libertad pero se encuentran lerdos al momento de enfrentar a la fuerza diplomática y armada. Entre amores juveniles y otoñales además de confusión, transcurre esta crónica de una periodista más que involucrada con los protagonistas de su historia.
En el tercero encontramos una odisea relacionada con una degustación gastronómica interrumpida por la noticia de un secuestro y cómo toda la experiencia gastronómica así como lo que se quería contar del platillo se vio afectado cuando el crítico-narrador quedó en medio de dicha situación, comida, tejemanejes criminales y compasión humana se entretejen en un relato que contiene también segmentos de animación en 2D que le quitan un poco de su solemnidad y nos recuerdan divertirnos. La propuesta actoral tampoco puede dejar de tener entonaciones de voz de narrador, y los personajes se nos convierten en cuentacuentos de sus propias ideas.
En la música se puede ver que directores que son tan referenciales buscan más en sus composiciones un modo de sentir acorde a ciertas épocas a través de su elección de instrumentos. Alexandre Desplat hace referencia desde la burla en ocasiones, y desde el tributo en otras, a los compositores de la nueva ola como Martial Solal y especialmente Georges Delerue, que también aporta una pieza a éste disco como ha sucedido en otras películas del autor.
Y es que la parte más interesante de la película es esta reconstrucción paralela a través de las crónicas periodísticas de la época. El asunto elegante-fársico que Anderson imprime es parte de la estructura, pero en los momentos conmovedores, como la plática de un periodista con un chef gourmet que trabaja para la policía, en las películas de Anderson parece que toda esa pose y parafernalia existe para darnos la catarsis de sinceridad que llega a poblar en uno o dos de los personajes, casi siempre los jóvenes o niños, como sucedía con la pareja protagonista de Moonrise Kingdom.
En la propuesta fotográfica de Robert Yeoman no hay mucha variación de lo mostrado anteriormente con su simetría visual y grado de detalle, pero es aquí donde brilla más la destreza del montaje a la hora de seleccionar muchos planos generales, tal vez en poco importan los personajes en sí como el escenario donde las historias se llevan a cabo, es lo que parecen decir los creadores de esta película con su narrativa tan efímera, que no pretende estar ahí, sino decir que todo está siendo contado por alguien y que la caída del relámpago en medio del bosque no tiene sentido sin la voz que lo escuchó y cómo lo cuenta.
Porque la ida y venida de los diálogos del inglés al español es la misma que parece existir en la cabeza de Anderson y se da el lujo de narrar sobre lo narrado, lo cual tiene su grado de complejidad. En sí la historia no tiene ni conflicto ni plot twists, se conforma de los pequeños giros y enredos que todas sus tramas tienen y resuelven relativamente rápido pero se sostiene más de la misma situación de estar contando una historia, queremos saber qué pasará dentro de esa efímera narrativa, y que se nos contagie de ese deseo de escuchar y leer es uno de los mayores logros del filme.