Sobre villanas: La violación en telenovelas mexicanas del siglo XX

El caso de Mi segunda madre (1989)

Por Paola Cortés

Introducción

Desde su creación, las telenovelas mexicanas han buscado compartir la imagen ideal de cómo son lxs ciudadanxs perfectxs[1]: cómo deben comportarse y qué deben hacer, todo esto a través de lxs personajes principales; sin embargo, también se han ocupado de compartir cómo no deben ser, en especial las mujeres, con un personaje particular: las villanas.

Una mujer guapa, despampanante, glamurosa, sensual, que sabe lo que quiere. Alguien posesiva capaz de hacer todo, pero en serio, todo por conservar a su lado a un hombre –el protagonista– aunque eso implique sacrificar su salud mental y hasta el amor propio.

Esas personajas caprichudas, insensibles, que no soportan ver cómo otras les arrebatan lo que es suyo, dedicando su vida y tiempo a separar a la pareja protagonista. Ellas, a quienes el público odia con fervor hasta llegar al punto de desear su muerte según qué tan bien las interpreten las actrices encargadas de darles vida, y que se vuelven inolvidables al grabarse en la memoria de lxs espectadorxs, son solo una de las múltiples partes imprescindibles en los conflictos clásicos de los melodramas mexicanos.

En general, los perfiles de las villanas presentan a manera de contrapeso una serie de diferencias con las protagonistas, quienes a menudo se muestran como una representación irreal de la bondad, abnegación y la decencia (ellas nunca pueden hacer nada malo, todo en ellas es bueno), la modelo ideal para reforzar los estereotipos de género los cuales consisten principalmente, de acuerdo a Martha Estela Pérez García y Sandra Adriana Leal Larrarte (2017), en representar a las mujeres bajo el mismo formato que la publicidad:

Las dóciles son ubicadas en espacios domésticos, mientras que a las antagonistas se les observa en espacios públicos como a los hombres; sin embargo, contrario a ellos, se caracterizan por ser seres carentes de moral y de poder público (Pérez García y Leal Larrarte, 2017, p. 172).

Además del poco sentido moral, la antagonista, según menciona Laura María Benítez García (2010), suele despertar el odio del público de la clase popular ya que rechazan todo lo que no es igual a ellxs. La motivación de la antagonista es obtener dinero y estatus que le permitan ejercer el poder del que carece al ser mujer, al mismo tiempo que utilizar su sexualidad para placer propio y como medio para conseguir lo que desea, mientras que la de la protagonista es “encontrar el amor” y proteger a toda costa su aura virginal sin “olvidar sus orígenes” a pesar de que el dinero ya no sea una preocupación gracias a su unión con el protagonista, la bondad pura.

Las telenovelas, de acuerdo a Blanca de Lizaur (2014), se caracterizan principalmente por el elemento clave que las define: el famoso “final feliz” el cual consiste en “que cada personaje recibe lo que ha merecido por su comportamiento, en función de la cultura del público receptor –como exige la función social que llena este género literario–” (de Lizaur, 2014, párrafo 6). Por lo tanto, el final que obtienen las villanas difiere mucho del de sus contrapartes, las protagonistas, pues a diferencia de éstas, las villanas son castigadas por las maldades y locuras realizadas a lo largo de la historia. Durante el siglo XX, la narrativa de la violación presentada a través de estos populares formatos para el imaginario social marcó una tendencia que aún puede verse en los programas de entretenimiento.

Irene Montenegro, villana y víctima:

La telenovela Mi segunda madre (1989) tiene como villana a Irene Montenegro (Alejandra Maldonado), una mujer que, cuando la conocemos, mantiene una relación con el millonario Juan Antonio Méndez Dávila (Enrique Novi), quien acaba de enviudar (literal tenía un mes de que su esposa había fallecido y él ya andaba de viaje con su amante). La forma en que se nos muestra es que ella está con él solo por su dinero y para mantenerlo a su lado hace lo posible por satisfacerlo.

El problema llega cuando en el viaje, Juan Antonio conoce a otra mujer: Daniela Lorente (María Sorté), una diseñadora de modas exitosa. Ambos se enamoran y por ende Irene resulta desechada, lo que provoca que surja una desesperación desinhibida por recuperar lo que era suyo ocasionando que lleve a cabo acciones calificadas como locuras para tratar de mantener a Juan Antonio a su lado y de esta manera también conservar el estilo de vida lujoso que él puede proporcionarle.

¿Qué es lo que lleva a Irene a buscarse un hombre rico para mantenerla en primer lugar? En una sociedad donde se valora a la mujer de acuerdo con su belleza física no es de sorprender que Irene buscara una vida lujosa asegurada con tan solo conseguir que un hombre rico se enamorara de ella. Nada más. En consecuencia, vemos a una Irene que se preocupa por vestirse a la moda con ropa cara, complaciente, siempre bien arreglada y maquillada, en esperanza de que con estas características los hombres caigan rendidos a sus pies (lo que consigue fácilmente), pero que no sabe cómo ser autosuficiente, o lo es a su manera, pues, finalmente ella busca hombres para tener un sustento económico. Eso también es trabajo, ¿no?.

Una vez que la pareja de Juan Antonio y Daniela comienza a dar sus primeros pasos hacia la estabilidad, Irene jura arruinarles la vida (especialmente más a Daniela porque ella fue quien le robó a Juan Antonio, clásico modo de mostrar que “la peor enemiga de una mujer es otra mujer”), pero luego de un tiempo se da cuenta que está quedándose sin dinero, por lo que decide reanudar su cacería de hombres ricos, logrando que un viejo en silla de ruedas y millonario le eche el ojo, el cual termina proponiéndole matrimonio. El infierno apenas comienza.

El hombre al estar en silla de ruedas se encuentra impedido para mantener relaciones sexuales con Irene, por lo que, en su lugar, organiza “fiestas” en las que invita a sus amigos para que ella los “entretenga” bailando, y según se interpreta la escena donde después de bailar ella molesta se retira a una habitación y los amigos la siguen, también la obliga a mantener relaciones con ellos. Obviamente todo esto sin su consentimiento. Es en este momento que vemos cómo Irene es deshumanizada y humillada sin la opción de salir de ahí.

En la mayoría de productos televisivos, la narrativa de la violación se divide en dos corrientes: como castigo, donde la violación no es violación como tal sino una pena merecida, una reacción derivada de las malas acciones: ¿Cómo podemos decir que la violaron si ella ya se acostaba con otros hombres desde antes a cambio de dinero? (Valenti, 2008, Abdulali, 2018); y como tragedia para reafirmar la pureza de la mujer: nuestra propia versión de cómo debe ser una víctima.

La primera descripción aplica únicamente cuando el/la personaje que la sufre es un/a villana/o; la segunda sólo se implica cuando le sucede a la protagonista (se utiliza el término femenino porque si se decide que algunx de lxs protagonistas va a sufrirla, siempre es la mujer, nunca el hombre). Esta acción es vital, pues de esta forma se realza la castidad de la noble mujer al ser violentada, la vemos como alguien aún más inocente, vulnerable, quien supera el trauma gracias al amor del protagonista y la empatía del público, cosa que la antagonista no tiene ni tendrá, pues si ella es violada, es porque “se lo buscó” o si llegara a suscitarse la empatía, entonces la pierde casi de inmediato gracias a sus acciones malvadas.

Sohaila Abdulali (2018) ha estudiado las narrativas que surgen en la sociedad en torno a la violación dando cuenta de que, en el imaginario social se tiene una idea muy arraigada sobre cómo sólo ciertas personas tienen derecho a ser víctimas según los conceptos morales de la sociedad: “Seguimos pensando que algunas mujeres no pueden ser violadas. Especialmente las mujeres “malas”. Si las mujeres malas son violadas, no encaja en la narrativa de víctima, entonces nosotros preferimos ignorarlo. O llamarlo sexo” (Abdulali, 2018, p.186).

La violación por castigo es válida tanto para mujeres como para hombres, aunque en el caso específico de ellos, estas violaciones ocurren únicamente en la cárcel, fenómeno que ayuda a que no se vea al villano como víctima, pues está recibiendo su castigo, situación que, Abdulali recalca, no genera una conmoción sino más bien burlas por parte de la sociedad (expresiones de “humor” celebratorias que comúnmente escuchamos cuando un hombre es encarcelado y se hacen referencia a que será violado por sus compañeros presos).

Compartiendo el antagónico junto a Irene se encuentra Alberto Saucedo Maldonado (Fernando Ciangherotti), un hombre con nulos escrúpulos que al principio de la telenovela se encuentra casado y con hijos, pero se casa (sin estar divorciado) con Daniela también. Además de la bigamia, Alberto estafa a Daniela robándole una cantidad de dinero considerable, razón por la que termina en la cárcel. Aunque actualmente la telenovela es considerada como innovadora por la inclusión de temas “tabú” para aquellos años, como la esclavitud sexual, las diferencias de edad en las relaciones, violencia intrafamiliar, violaciones y homosexualidad, esta última carece del elemento que podría considerarse como “representación” debido a que lo que a continuación sucede con Alberto no es con su consentimiento.

La vida de Alberto en la cárcel no es fácil, ahí se encuentra con un hombre al que apodan “El Chamuco” quien —aunque no se enuncia de manera obvia en la telenovela, puede verse en el temor que Alberto le manifiesta y en la forma que le pide lo deje en paz— abusa sexualmente de él, razón por la que el ex esposo de Daniela implora el perdón de ella para así poder salir de la cárcel. Esto nunca sucede.

Años después, vemos cómo Irene finalmente enviuda y se vuelve millonaria. Alberto sale de la cárcel. Ambos con severo trauma por el abuso del que fueron víctimas (porque sí, muy villanxs, pero son víctimas) culpan de su sufrimiento a Daniela jurando vengarse, algo que sabemos desde un principio no van a lograr porque la anatomía de la telenovela impide que el “mal” triunfe.

La cuestión en este caso se muestra en el final que eligen lxs escritorxs para cada personaje: luego de estafar a Irene y quitarle todo su dinero, Alberto es asesinado por “El Chamuco” quien se revela quedó con el rostro desfigurado gracias a Alberto (dando a conocer entonces que su relación con él ciertamente no era consensuada). En cambio, a Irene, al verse en la quiebra, no le queda de otra más que regresar a las andadas y tratar de cazar a un hombre millonario quien resulta ser uno de los amigos de su difunto esposo. El infierno se desata nuevamente al ver que este hombre es mucho peor que el anterior al convertirla en una esclava sexual viviendo entre constantes humillaciones y despojándola de la humanidad que le quedaba. Esta vez es para siempre.

A comparación de Alberto, quien finalmente muere y el sufrimiento acaba ahí, Irene es castigada dos veces con el mismo destino, ya sea para demostrar que no “aprendió” nada la primera vez o porque era lo que se merecía: su culpa por no saber hacer nada por ella misma.[2]

Este concepto se repite nuevamente en el final de Los parientes pobres (1993), donde el malvado y violador Paulino Zavala (Humberto Elizondo) es enviado a la cárcel donde los presos lo reciben indicando “cuánto se van a divertir con él”, implicando que será violado. Misma situación con su hija Alba Zavala (Chantal Andere), quien luego de haber conseguido quedarse con el hombre que quería, descubre que él no quiere nada con ella y éste para demostrarle lo infeliz que es le dice que la hará sufrir. Acto seguido vemos cómo la arrastra por las escaleras dando a entender que abusará de ella y así será por el resto de sus días.

Si bien es cierto que han transcurrido más de tres décadas de ambas telenovelas, la violación ha seguido siendo un elemento activo en las telenovelas del siglo XXI; de acuerdo a Irasema Montiel, tan solo en 2014 se contaron siete telenovelas que incluían escenas de abuso sexual tanto a protagonistas como personajas secundarias.

Al respecto, Abdulali recalca una línea dispersa que la sociedad impone al designar quién sí y quién no puede ser violada, una línea que comienza ante la negación de querer nombrar la violación como tal y concluye al eliminar por completo la empatía por las víctimas basándose en el juicio a éstas y no a sus violadores.

Los productos audiovisuales como las telenovelas o series donde se muestran acciones desproporcionadas por parte de lxs villanxs ayudan a crear una imagen de que la vida es blanco (personas buenas, nobles, virginales que no merecen que nada malo les pase) y negro (personas malas sin posibilidad de redención que sin importar qué hagan, no merecen nada bueno), jugando con la percepción del público llevándoles a juzgar qué personaje merece ser castigadx y quién no.

Un ejemplo claro del siglo XXI es la serie The handmaid’s tale (2017), donde los comentarios de seguidorxs tanto en redes sociales como en YouTube piden que el castigo para la “malvada” Serena Joy (Yvonne Strahovski) sea que tenga el mismo destino que tuvo la protagonista June Osborne (Elisabeth Moss) al inicio de la historia: que la conviertan en handmaid y sea violada por el resto de su vida, develando la influencia que la cultura de la violación presentada por años en los productos de consumo audiovisual finalmente ha tenido en la percepción social.

En los productos audiovisuales, si la protagonista es violada, no lo cuenta por temor o por vergüenza de que alguien se haya aprovechado de ella. Si se lo dice a alguien, ese alguien también guardará el secreto por la misma razón. El secreto será revelado al fin al protagonista masculino, quien amablemente le dirá que fue algo horrible y jurará vengarse del violador. Al final se denunciarán los hechos y el violador será enviado a la cárcel o morirá. Si la villana es violada, no tiene a quién contarle porque por ser villana nadie le cree, no tiene amigas o familia y si las tiene, estas relaciones sólo son por conveniencia y no porque le aprecien en verdad. La justicia no llega para ella porque no cuenta con el apoyo de nadie.

Las villanas no reciben el mismo odio que los villanos ni tampoco el mismo castigo por sus obras y los actos que llevan a cabo no tienen otro trasfondo que el machismo y la misoginia: mujeres que hieren a otras mujeres por envidia, por otros hombres. Villanos que violentan a mujeres con el fin de exacerbar el complejo de salvador del hombre protagonista y demás. Todas estas problemáticas han estado ahí desde el principio, solo que hemos fallado en reconocerlas para favorecer la historia romántica, la cual, al parecer, no puede contarse sin los conflictos generados por el machismo o la misoginia.

 

 

 

Bibliografía.
Benítez Vargas, L.M. (2010) La representación de la mujer en la telenovela colombiana (Trabajo de grado) Universidad Eafit Escuela de Ciencias y Humanidades. Medellín, Colombia. https://repository.eafit.edu.co/bitstream/handle/10784/2801/BenitezVargas_LauraMaria_2010.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Abdulali, S. (2018) What we talk about when we talk about rape, The New Press, Nueva York, Estados Unidos de América.
Montiel, I. (2014). Un Año de Abusos Sexuales en Telenovelas. La Hora de la Novela. https://lahoradelanovela.com/2014/11/23/telenovelas-abuso-sexual-2014/
ADM, Á. (2021). Lo bueno y lo malo de Mi Segunda Madre. La Hora de la Novela. https://lahoradelanovela.com/2021/09/02/lo-bueno-y-lo-malo-de-mi-segunda-madre/
Pérez García, M. E. & Leal Larrarte, S. A. (2017). Las telenovelas como generadoras de estereotipos de género: el caso de México. Anagramas -Rumbos y sentidos de la comunicación-, 16(31), 167-185. https://doi.org/10.22395/angr.v16n31a7

de Lizaur, B. (2014). ÁNGELES SIN ALAS: POLÍTICAS DEL CONTENIDO EN LA TELENOVELA MEXICANA, 1957-1997 Medios mejores que ganen más. Medios mejores que ganen más. http://www.mediosmejoresqueganenmas.org/especializados/angeles-sin-alas-politicas-del-contenido-en-la-telenovela-mexicana-1957-1997

Sobre mí: Maestra en Educación Media Superior, licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente en bachillerato. Amante de la literatura, pero también de los productos audiovisuales.

[1] Según como la citaron Pérez García y Leal Larrarte, Blanca de Lizaur (2014) documentó los inicios de las telenovelas en donde el gobierno mexicano después de la Revolución Mexicana buscaba compartir ideales del progreso marcando como positivo todos los valores que el pueblo consideraba como deseables (por ejemplo, las telenovelas que enaltecían los elementos religiosos tenían más éxito que aquellas que no lo hacían) y como negativo todas aquellas conductas objetadas por la mayoría, como el golpear mujeres.

[2] Ángel ADM en su artículo “Lo bueno y lo malo de Mi Segunda Madre” (2021) destaca que la historia de Irene llega a empatizar con el público debido a que sus actos son productos de los traumas, también enfatiza en que su caída en “la mala vida” fue gracias a que nunca pudo hacer nada por ella misma. Difiero respetuosamente en este aspecto ya que cómo he expuesto anteriormente, el buscar hombres ricos, mantenerse bella para ellos y servirles de “entretenimiento” es un trabajo, el cual se remunera con el dinero que estos señores le otorgan. 

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