iBoy: Kevin Brooks vs. Adam Randall

Por Nadia Issa Alvarado Silva[1]

Por ahí del 2016, durante mis viajes a mi facultad para los trámites de mi titulación leí la novela de Kevin Brooks, iBoy, la cual fue escrita en 2010. Para enero de 2017, Netflix lanzó su adaptación cinematográfica pero no fue hasta el 22 de agosto de 2020 que la topé en su catálogo y me di a la tarea de verla.

¿De qué va la historia? Tom, un chico de 16 años, es víctima de un ataque en el que, como consecuencia, fragmentos de un teléfono celular se le incrustan en el cerebro sin posibilidad de poder retirarlos, y que lo dotan de habilidades informáticas tales como hackear cuentas de banco, realizar búsquedas en Internet, etcétera, con sólo usar la mente. Sin embargo, el día del ataque, él no fue la única víctima, sino también la chica que le gusta: Lucy. Ahora Tom, adoptando el nombre de iBoy, decide usar estas nuevas habilidades para buscar venganza. La historia se desarrolla en los barrios bajos de Londres.

Ahora bien, como es tradición en todas las adaptaciones de la literatura al cinea, la producción de Netflix, dirigida por Adam Randall, tiene sus diferencias respecto a la novela.

La primera diferencia destacable es la marca de teléfono, mientras que en la novela se trata de un iPhone, en la película es un smartphone cualquiera, eliminando el detalle que da nombre a la trama, de ahí que sea iBoy. La segunda diferencia, y que considero que es terrible, es la forma en que el teléfono queda incrustado en el cerebro de Tom: en la novela el iPhone le golpea la cabeza desde un piso 30, mientras que en la película Tom recibe un disparo mientras habla por teléfono… lo que no explica del todo cómo queda el aparato incrustado.

Por otro lado, un punto a favor que tiene la película es la forma tan breve y concisa en que presenta a los personajes principales y nos mete de lleno a la trama. También retrata de forma vívida la realidad en la que viven dichos personajes: es palpable la cuestión socio económica y de inseguridad que los envuelve.

Otro punto a favor es el hecho de que los personajes, al menos los principales, son totalmente fieles a la personalidad que les dio Brooks en su texto.

Sin embargo, Randall nos queda a deber en cuanto a la exploración de las habilidades de Tom. Brooks nos introduce de lleno en cómo es este descubrimiento y control de sus «poderes»; mientras que en la película, en unos cinco minutos Tom ya los controla a la perfección. Y es esta prisa, totalmente constante en todo el largometraje de hora y media de duración, lo que le pone el pie a otros aspectos de la película como, por ejemplo, la forma en que Tom es identificado por sus enemigos y cómo se enteran de sus nuevas capacidades. Debido a esto, la parte final de la adaptación en pantalla queda floja. Además, los datos interesantes que Brooks introduce en su novela y que explican los hechos que se desarrollarán más adelante quedan fuera de la pantalla.

Un error garrafal de la película es el villano principal. Mientras en la novela es un hombre que, dentro del misterio que hay alrededor de él, es temible; en la película es sólo un bosquejo, una caricatura de todo ello, por lo que toda la escena de «batalla épica» carece de tensión y es más bien ridícula.

Hay que mencionar también que Brooks logra mantener al lector atrapado en la historia (no miento si digo que el libro lo terminé en tres o cuatro días) de principio a fin; pero Randall también logra capturar la atención del espectador hasta el final (a pesar de las inconsistencias que pueda llegar a presentar). A su favor, Randall también contó con excelentes actuaciones.

En suma, entre el trabajo de Kevin Brooks y el trabajo de Adam Randall, me quedo (por mucho) con Brooks y su texto.

 

  1. Es licenciada en Literatura dramática y teatro, gusta de escribir reseñas literarias, cinematográficas y teatrales así como de textos de ficción. Actualmente escribe sus reseñas y otros artículos en su blog personal: “The Issiz Westenra’s Notebook”.

 

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