Desde su llegada a México hasta el fin de la Época de oro.
Por Eduardo López Velasco[1]
La presente reflexión tiene como objetivo exponer la llegada del cinematógrafo a México y, posteriormente, comprender cómo se convirtió en un instrumento de difusión de las ideas, analizando la forma en que mutó de ser un simple espectáculo de barrio hasta llegar a convertirse en una potente industria. El cine durante la Época de oro, gracias a ser un medio de masas, se convierte en una especie de educador no formal, que servía para fomentar la modernización, dejando atrás la vida rural. De esta manera, el cine se convierte en una herramienta para construir un imaginario social, ya que refleja los modelos y los valores de la vida. Es menester tener en cuenta que las formas en las que se construyen las ideas dominantes representadas en el cine son históricas y se modifican al igual que las prácticas de consumo de filmes. [2]
La llegada a México
Gabriel Veyre y Bon Bernard se unieron al equipo internacional de los hermanos Lumière, convirtiéndose en los comisionados para explotar comercialmente el cinematógrafo en México. La llegada del cinematógrafo a México se realizó el 6 de agosto de 1896, en una exhibición privada en el Castillo de Chapultepec para el presidente Porfirio Díaz y una pequeña camarilla de amigos, familiares y políticos cercanos. Se menciona que la proyección causó tanta sensación que los espectadores hicieron repetir las películas hasta muy altas horas de la noche. Gabriel Veyre y Bon Bernand, aprovecharon su estadía en México para realizar algunas grabaciones, entre ellas: El presidente de la república paseando a caballo en el bosque de Chapultepec, Desayuno de indios, El canal de la Viga, etc., se calcula que filmaron un total de 35 películas durante su estancia en México.
Hugo Lara Chávez (2006) menciona que la primera presentación cinematográfica para el público en general se llevó a cabo el 16 de agosto, en el edificio que ocupaba la Bolsa de Valores en esa época, ubicado en la calle de Plateros (hoy Madero). Dicha presentación fue un rotundo éxito, lo que motivó que las exhibiciones fueran diarias. El cinematógrafo fue ganando espacios, ya que al inicio estaba reservado para las clases más pudientes de la sociedad y posteriormente fue permeando a los estratos más bajos que visitaban las famosas carpas.
Posteriormente algunos mexicanos se aventuraron y experimentaban para crear sus propias películas, entre los pioneros del cine nacional tenemos a Salvador Toscano, quien filma Don Juan Tenorio (1898), además es recordado por abrir el primer salón de exhibición (El cinematógrafo Lumière), años más tarde inaugurará el famoso Salón Rojo. Enrique Rojas fue otro director pionero cuya obra más representativa fue El automóvil gris (1919), una de las grandes joyas del cine mexicano.
Atestiguando la Revolución y la reconstrucción del país
El desarrollo de la cinematografía fue testigo de la historia nacional, retratando episodios que fueron determinantes para el rumbo del país, un claro ejemplo fue la gesta revolucionaria. Los directores de cine acompañan a las diversas facciones en pugna, Pancho Villa tenía un contrato con la Mutual Films Corporation, “el centauro del norte” aceptó ser grabado a cambio de dinero para armamento, se sabe que el film de la batalla de Celaya fue una recreación de la victoria, además, le pidieron a Villa que no realizara ejecuciones nocturnas, sino que las hicieran durante la tarde para poder grabarlas (Soutar, 2009:80-81). Por su parte, los hermanos Alva siguieron y grabaron el camino de Francisco I. Madero y posteriormente el de Victoriano Huerta. Otro caso importante es el trabajo del documentalista Jesús H. Abitia, que con sus grabaciones da origen a la cinta: Epopeyas de la Revolución (1964).
Después del conflicto armado inicia un proceso de reconstrucción de la nación, que fue desde la cuestión política, económica, social y arquitectónica. Durante el proceso de la reconstrucción, las ciudades experimentan un enorme crecimiento debido a los grandes flujos migratorios provenientes del campo. A la par de la trasformación de las ciudades encontramos la creación de espacios dedicados a la exhibición de cine, estos nuevos recintos fueron creciendo de acuerdo con el desarrollo de la cinematografía nacional hasta llegar a un boom durante la época de bonanza económica, “el milagro mexicano”.
La época de oro y la construcción de imaginarios
El cine mexicano se convirtió en toda una industria, tomó relevancia en el país debido a su capacidad para llegar a las masas, en esa época el cine era fomentado desde la política, ya que se buscaba incentivar la creación del nuevo hombre pos-revolucionario, que dejara atrás su tradicionalismo y se encarrilara en la modernidad capitalista. Instituciones como la Secretaría de Guerra y Marina produjeron sus propios filmes con el objetivo de adiestrar a sus elementos, fomentando el patriotismo y la salud, con campañas para prevenir el alcoholismo y enfermedades de transmisión sexual. La Secretaría de Educación Pública, bajo la dirección de José Vasconcelos, implementó una campaña de compra de proyectores con el fin de fortalecer la cultura de la población (Mantecón, 2017:116).
De esta manera, llegamos al pináculo de la industria del cine conocido como la Época de oro del cine mexicano (Inicia en 1936 con la aparición de la película Allá en el Rancho Grande de Fernando de Fuentes y terminó en 1957 con la muerte de Pedro Infante). La economía y la política se encontraban en plena efervescencia, se contaba con una estabilidad social y económica. Entre los sexenios más representativos de esta época se encuentra el de Lázaro Cárdenas, quien en 1935 le autorizó al Congreso legislar en lo relativo al cine y en consecuencia se creó la Comisión Nacional de Cinematografía, el Banco Nacional Cinematográfico (para financiar las películas), y la Corporación Cinematográfica y de los Trabajadores (Mantecón, 2017:173).
Juan Pablo Silva Escobar (2011:13) indica que la industria cinematográfica, para 1938, solo estaba por debajo de la petrolera. Silva Escobar, analiza la Época de oro como colonialista porque contribuyó a la elaboración de un imaginario social que se enquistó en la conciencia colectiva y qué concibió lo que era lo mexicano, no solo dentro de sus propias fronteras, sino en toda Latinoamérica. De este modo, los modelos de vida y los valores reflejados en el cine cumplieron con una doble función: por un lado, presentar estereotipos con los cuales la gente podía identificarse y por otro lado, ser guías de comportamiento, lenguaje, costumbres, maternidad, adulterio, masculinidad y feminidad, la pobreza sobrellevada con honradez, etc. (2011:20-21).
Durante la Segunda Guerra Mundial en el sexenio de Manuel Ávila Camacho la economía nacional vive una bonanza y en el caso particular de la cinematografía nacional también se llega a un momento cúspide, ya que al estar Estados Unidos en la guerra descuida su industria cinematográfica que ya había conquistado casi a todo el mundo. Una de las características más reconocibles del cine mexicano de esa época, fueron las películas rancheras, en donde destacaron: Pedro Infante y Jorge Negrete. Paulatinamente, la cinematografía nacional sirvió para la construcción de los imaginarios urbanos, ya que en la mayoría de las películas se retrataba la vida de campo y su evolución a la vida citadina. En este sentido, el cine sirve para la construcción de modelos sociales, se crean ídolos arquetípicos, además de ser un instrumento de la modernización, sin dejar de lado que también es un inculcador de estilos y normas de vida, convirtiéndose en un educador informal (Mantecón, 2017:115). Poco a poco las fronteras nacionales se fueron quedando cortas y se fueron extendiendo a varios países de América Latina, dominando al mercado hispano (Soutar, 2009).
Maricruz Castro Ricalde escribe que uno de los factores por los cuales la industria cinematográfica mexicana logra permear en América Latina a pesar del dominio de Hollywood, fue que los estadounidenses representaban a los latinos de manera despectiva, incómoda, e inexacta, razón por la cual se veían más identificados con las películas mexicanas, pues con estas compartían múltiples elementos identitarios, sociales y culturales. En la prensa de la época se podían leer artículos donde se citaba cómo México se había convertido en la nueva meca del cine de habla hispana, reconociendo que entre los países donde llegaba la influencia del cine mexicano se tenía una relación dual: por un lado, de orgullo, ya que representaba a Latinoamérica; por el otro, también había un sentimiento de repulsión por su incapacidad de generar infraestructura para realizar sus propias películas, al grado de sentirse bajo el dominio ideológico mexicano porque en los filmes de la época de oro se exponían las formas de vida mexicana, desde sus gustos musicales, sus actores, costumbres y tradiciones. Castro Ricalde retoma la reflexión de Carlos Monsiváis, quien mencionaba que la mexicanidad se aprendió gracias a las dobles o triples funciones cinematográficas (Ricalde, 2014:12).
Para Ana Rosas Mantecón, en la Época de oro del cine mexicano se consolida la intervención pública en todas las fases del quehacer cinematográfico, además de que el Estado consideraba la accesibilidad a las salas de cine como parte de los servicios indispensables para la población. Así, durante la Época de oro las salas de cine tenían que demostrar el crecimiento económico, se construyen cines como enormes obras arquitectónicas; los nombres de los recintos también demostraron ese boom económico: Moderno, Progreso, Mundial, Monumental, Universal y Metropolitan, El Palacio chino, Renacimiento, El Majestic. Además de echar mano de su pasado glorioso con los nombres de sus culturas como: Maya, Azteca, Mitla, Anáhuac, Xicoténcatl, además tenían nombres de próceres patrios como: Hidalgo, Morelos, Juárez, Zaragoza, etc. (2017:134).
Mantecón menciona que durante la década de los cuarenta el cine se convirtió en un espacio para la configuración y transformaciones del imaginario urbano. Uno de los temas que reiteradamente se llevaron a la pantalla grande fue la migración que sirvió para insistir en “lo propio” frente a “lo ajeno”, con la intención de consolidar una identidad nacional. Otra función de la representación fílmica de migrante es el provinciano que deja atrás su tierra para llegar a la Ciudad de México, se les representaba como sujetos llenos de ilusiones que solo contaban con su dedicación y su fuerza de trabajo, que enfrentaba un sinfín de desgracias, pero las toleraba, pues estaba buscando un mejor futuro en la capital (Mantecón, 1996).
Después de la Época de oro del cine mexicano, la industria cinematográfica nacional sufre un duro revés, el gobierno deja de financiar el cine, las películas se ven disminuidas en su calidad y en cantidad, se pasó de las comedias de charros y melodramas a centrarse en películas de albures, ficheras y un cine de luchadores en donde resaltan las figuras de El Santo y Blue Demon.
A manera de cierre
Es importante mencionar que desde el nacimiento del cinematógrafo, éste se ha utilizado para mostrar la realidad, para plasmar los imaginarios, los miedos y anhelos. En ese sentido, las películas tienen la función y capacidad de fomentar estilos de vida. El cine, durante la época revolucionaria, por ejemplo, sirvió para exponer el pensamiento de las diferentes facciones; mientras que en la Época de oro, se fomentó el ideal de una sociedad moderna, reflejó un estilo de vida citadino que dejara atrás sus costumbres rurales, esa migración no solo trae repercusiones geográficas, sino que arrastra todo un cambio en las relaciones sociales, se vive una época de bonanza económica que permite que el cine se convierta en una potente industria, las salas en donde se proyectaban las películas se ven modificadas y dejan de ser las humildes carpas de las barriadas, para convertirse en edificios arquitectónicamente hermosos que demuestran la importancia del séptimo arte.
No está demás mencionar que, pese a que este recorrido no se centró en ello, las películas pueden ser analizadas desde el concepto de ideología, ya que plasman las ideas dominantes de cada época, por esta razón, el ejercicio fílmico puede convertirse en guías de comportamiento, fomenta lo que se cree que es “lo bueno”, repudia “lo malo”, expone lo que se cree que son los prototipos de éxito y fracaso (Velasco, 2020).
Bibliografía.
Castro-Ricalde, Maricruz, El cine mexicano de la edad de oro y su impacto internacional, Revista La Colmena, Estado de México, núm. 13, abril-junio, pp. 9-16.
Escobar, Juan Pablo, «La Época de Oro del cine mexicano: la colonización de un imaginario social», Revista Culturales, Baja California, núm. 13, enero-junio, 2011, pp. 7-30.
López Velasco, Eduardo Iván, Nuevas formas comunitarias de consumos cinematográficos para la construcción de una cinamatografía alternativa a la lógica cultural hollywoodense en la Ciudad de México. Tesis de Licenciatura de Antropología Social. Ciudad de México: Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2020, p. 120.
Mantecón, Ana Rosas, La ciudad de los migrantes. El cine y la construcción de los imaginarios urbanos, Revista Perfiles Latinoamericanos, núm. 9, julio-diciembre, 1996, pp. 117-131.
Mantecón, Ana Rosas, Ir al cine. Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas, Ciudad de México, Gedisa-UAM, 2017, p. 335
Soutar, Jethro, Gael García Bernal. La nueva era del cine latinoamericano. Ciudad de México: Planeta, 2009, p. 297
[1] Es antropólogo social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y estudiante de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM SLT). Temas de investigación: antropología política, análisis de poder y relaciones de dominación, comunes digitales, cinematografía y consumos culturales.
[2] La base de este artículo fue parte de la tesis para obtener el grado de licenciado en antropología social por la ENAH, intitulada: Nuevas formas comunitarias de consumos cinematográficos para la construcción de una cinematografía alternativa a la lógica alternativa a la lógica cultural hollywoodense en la Ciudad de México, dirigida por el Dr. Emanuel Rodríguez Domínguez.