Por Angélica Mancilla
Este domingo se llevó a cabo la ceremonia número 91 de los Premios Óscar: para unos, un reconocimiento a lo mejor del cine; para otros, un espectáculo lleno de frivolidad.
Sin embargo, para poder hablar de los Premios Óscar tendríamos que partir de quiénes están detrás, es decir, de quiénes son los más de seis mil integrantes de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos (AMPAS) que deciden, primero, a quiénes nominan, y segundo, a quiénes otorgan los galardones. Porque puede ser una obviedad, pero si las mujeres estamos subrepresentadas en la mayoría de las industrias e instituciones, la AMPAS no podría ser la excepción, es decir, quienes deciden qué sí premiar y qué no, en su mayoría, son hombres blancos, heterosexuales y con cierto reconocimiento social; un espacio cerrado, al que sólo se puede ingresar por invitación, ya sea por haber obtenido una nominación o por recomendación. Además, resulta bastante simbólico que la estatuilla dorada tenga la silueta de un hombre, aunque no reparemos en ello.
También cabría preguntarnos a quién beneficia y a quiénes importa la entrega de los Premios Óscar, porque aunque pareciera que estamos frente a un evento que interés mundial, lo cierto es que se trata de un reconocimiento individual y, en sentido estricto, no hay una consecuencia directa en las sociedades, sino en quienes lo reciben y en quienes son nominados; además de las enormes ganancias que deja a empresarios, encargados de promover y distribuir dichos contenidos, que más allá de dar un espacio real a la producción artística, se concentran en el reforzamiento de nosotros como consumidores. Y aquí cabría el caso de Yalitza Aparicio, mujer de origen indígena, protagonista de la película Roma, que, enmarcada en un supuesto aire de inclusión, la convirtieron en un producto más de este sistema neoliberal, como una historia de éxito.
A pesar de lo anterior, no podemos dejar de reconocer que la ceremonia de los Premios Óscar se ha convertido en un altavoz para la denuncia y para “hacer visible lo invisible”. Desde ese espacio de poder, se han enunciado discursos potentes y posiciones políticas que, so pretexto del cine, reivindican luchas, como las de la migración, las personas de color y las mujeres.
En ese sentido, tomar los mecanismos del poder y emplearlos para un beneficio más colectivo ha permitido que la creación cinematográfica fije la mirada en otras historias, puesto que más allá del carácter anecdótico, el cine también es un mecanismo ideológico y, en la medida en que vayamos desnaturalizando los discursos tradicionales de poder, vamos a encaminarnos a un cambio. Además, otra de las cosas positivas de este tipo de premios es su capacidad de incidir en las agendas políticas de nuestros países.
Por ejemplo, el movimiento #MeToo, a pesar de que fue muy cuestionado por diversos grupos feministas, sobre todo por su carácter de élite, tuvo eco en diferentes países y permitió que otras mujeres de la industria se atrevieran a levantar la voz y hablar del acoso y abuso sexual que experimentaron. Las mujeres se organizaron para denunciar que no se trataban de casos aislados, sino una estructura de poder masculino que destruye a las mujeres: el patriarcado.
Asimismo, Roma contribuyó —no es que haya sido gracias a ella— a que la lucha de las trabajadoras domésticas tuviera eco y se pusiera en el centro de la discusión. El gobierno mexicano, ahora, está por impulsar un programa piloto que dará seguridad social a las mujeres de este gremio, en un intento por reconocer sus derechos. Aunque habría que reflexionar hasta qué punto Cuarón abanderó la causa como un recurso mediático o como un interés genuino.
En la entrega 61 de los Premios Óscar, Regina King (ganadora del óscar a actriz de reparto) recordó la importancia de las madres y abuelas en la vida de las mujeres; Period. End of Sentence, un retrato sobre la menstruación en el distrito de Hapur, en la India, ganó el óscar a mejor corto documental; Lady Gaga (ganadora del óscar a mejor canción original) llamó a ser valientes y no darse por vencidas; Spike Lee, en una clara alusión a Donald Trump, invitó a estar del lado correcto en las próximas elecciones, a hacer una “elección moral entre amor y odio”; Alfonso Cuarón agradeció el reconocimiento a su película porque representa a “una de las 70 millones de trabajadoras domésticas del mundo, quienes no tienen derechos laborales, un personaje históricamente relegado en el cine”.
Con todo esto no estoy diciendo que miremos la entrega de los Premios Óscar con admiración ni con recelo, sino, más bien, situarnos en el contexto y hacer una lectura crítica; nada de lo que se dice, hace o incluye es inocente, todo tiene una intensión. Además, hay que tener cuidado con las generalizaciones, pues decir que las nominaciones y entrega de óscares a mexicanos es un reconocimiento al cine mexicano puede ser una falacia —en México se sigue produciendo mucho cine basura y el cine de autor no ha logrado una posición internacional, ya que tampoco han logrado el apoyo, en términos económicos, que se le ha dado a Cuarón—; además de que las nominaciones de Yalitzia o Regina King, por ejemplo, tampoco se traducen en la inclusión de todas las mujeres indígenas y de color, pues, de pronto, parece que más bien se está cumpliendo con una cuota, para que la Academia, en su ser políticamente correcta, no tenga que enfrentar otros cuestionamientos.