En este texto, cargado de valiosa información y referencias, Félix García Moriyón nos invita a mirar no solo el presente, sino el futuro. Luego de dar un contexto general sobre nuestra época, nos lleva a observar las «heridas que quizá tarden en curarse» de la crisis que hemos vivido. Al final, mucho de lo que pasa, para él, recae en el concepto de vulnerabilidad. Esto es, que somos radicalmente frágiles. Apoyado en las propuestas de Levinas y Butler, nos insta a mirarnos el rostro y a entender nuestra relación de dependencia con los demás. No podemos pensarnos, simplemente, como seres autónomos. Las crisis como la que hemos vivido pueden ir y venir, pero esto no es una mera cuestión de técnica. Nada puede solucionar las cuestiones que refieren a la ética y la política, que finalmente son parte de las bases filosóficas de nuestro presente.
David Sumiacher
Enviado el: 2 de marzo de 2021
En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos
¿Todos vulnerables?
No sé cómo será esa nueva normalidad de la que se está hablando. De lo que ocurre ahora, cuando llevamos ya más de un año de pandemia, sí puedo hablar e, incluso, aventurar algunos rasgos del futuro. Por ejemplo, estoy seguro que el confinamiento no se va a quedar, es decir, va a terminar más bien pronto (¿entre junio y septiembre de 2021?), pero creo que corremos serios riesgos de que se quede con nosotros un cierto modelo de democracia vigilada o recortada. También creo que se va a quedar con nosotros un crecimiento del teletrabajo y un incremento de la invasión de la vida cotidiana por las grandes compañías, las famosas GAFA (Google, Appel, Facebook y Amazon), a las que conviene añadir a Microsoft. Esto tiene especial importancia porque es lo que sí va a seguir después de la pandemia, cuyos devastadores efectos específicos posiblemente desaparezcan en cuanto termine, pero las heridas quizá tarden en curarse.
Si bien es cierto que, especialmente en Europa y en concreto en España, se ha hecho un discurso de que no iba a quedar nadie atrás, por el momento lo que está claro es que está empeorando en muchos sitios la desigualdad, y se están deteriorando las condiciones de vida de las capas más vulnerables. Hay gente que se está quedando atrás. Si hasta el año 2010 se había producido una lenta pero constante disminución de la pobreza, a partir de aquella crisis, por diversas causas, empezó un proceso inverso que se ha ido acentuando una vez estalló la pandemia, como atestiguan estudios del Banco Mundial o de investigadores independentes. En este aspecto conviene hacer dos reflexiones importantes.
La primera de ellas es que no está tan claro que la nueva normalidad vaya a dar paso a algo diferente a la normalidad que se había iniciado en 2010, rompiendo un proceso de mejoras lento pero constante de casi doscientos años. Podríamos pensar más bien que quizá lo anormal, en el sentido de anómalo, habían sido esos doscientos años: la humanidad, gran parte de la humanidad, ha estado muy acostumbrada a la pobreza a lo largo de su historia, con etapas de gran pobreza generalizada. El problema es que el modelo de crecimiento de esos dos siglos previos iba acompañado de una política económica, el capitalismo (con muchas variantes, por cierto), cuyo rasgo más claro ha sido y sigue siendo el ánimo de lucro y la identificación del bienestar (felicidad) con el consumo. El hecho es que el modelo funcionó bien, sobre todo en los llamados años de oro del capitalismo o treinta gloriosos (1945-1972), y la gente lo asumió con alegría. Sin embargo, ya entonces empezó a mostrar algunos problemas que anunciaban un incremento excesivo de la población, un agotamiento de los recursos y, como consecuencia, un calentamiento global y una pérdida acentuada de biodiversidad. Los primeros avisos se lanzaron en los años sesenta. Por encima y más allá de la pandemia, lo que ocurre ahora es que afrontamos una situación límite o, cuando menos, muy complicada, por lo que, como algunas personas e instituciones anuncian, las cosas se pueden poner muy feas y corremos el riesgo de empeorar. En este sentido, la pandemia puede ser considerada como un ensayo general de cosas que pueden suceder en grado creciente a partir de ahora. Y en este sentido, sí ha venido para quedarse.
La segunda reflexión que me sugiere es el mismo concepto de vulnerabilidad. Ha sido frecuente señalar que esta crisis había puesto de manifiesto la vulnerabilidad de nuestra sociedad y de los seres humanos, contradiciendo convicciones profundamente arraigadas, al menos en los países más favorecidos por este crecimiento previo. Ya no está claro el progreso constante, ni lo está la ciencia que sustentaba ese progreso, ni el capitalismo desarrollista ni siquiera la democracia liberal, con tintes sociales en muchos casos. Parece ser que hemos descubierto que el emperador estaba desnudo, algo que puede sentarle mal incluso a quienes han hecho de la postverdad, de lo postmoderno, de la fragmentación, de la autonomía radical… un programa de crítica social constante. Por cierto, no deja de ser un descubrimiento similar al que hicieron los ilustrados ante el terremoto de Lisboa en 1755: entonces también se criticó con dureza ese optimismo, solo acetable para Leibniz o para un personaje tan poco lúcido como el Cándido de Voltaire, y se llamó la atención sobre la fragilidad de esa pretendida autosuficiencia.
Pero esto no deja de tener algo de impostura. En primer lugar, son varias las personas que han denunciado un claro sesgo eurocéntrico o, por utilizar un término que goza en estos momentos de mayor actualidad, el sesgo de pensamiento colonial, frente al que se levanta la crítica decolonial. El mundo occidental con alto nivel de desarrollo (según el Índide de Desarrollo Humano, IDE), tiene serias dificultades para entender que países con un índice IDE más bajo han sido capaces de afrontar la pandemia en mejores condiciones, como es el caso sobre todo del África susahariana, y eso lo llevan mal, como sostiene Olivia Umurerwa Rutazibwa. Al mismo tiempo, sobreactúa y se angustia por una situación difícil provocada por una pandemia y se siente realmente desbordado, sin capacidad de entender que esa vulnerabilidad radical es la que llevan padeciendo cantidades ingentes de personas durante décadas, incluso siglos, muchas de ellas en la misma Unión Europea, con entre un 10% y un 20% de personas viviende por debajo del umbral de pobreza. O la que sufren miles de migrantes empujados por la miseria y el cambio climático, quienes arriesgan su vida en un duro viaje y padecen luego el hacinamiento en centros de “acogida” infrahumanos, o trabajan en condiciones cercanas a la esclavitud. Cuando los privilegiados se ven amenazados magnifican sus males y quieren adjudicarse un cierto protagonismo: las desgracias en primera persona son más visibles y se soportan peor.
Es más, la idea de vulnerabilidad no ha estado nunca fuera de la conciencia occidental, en concreto de la que se da en los países mejor situados en ese IDE. No resulta, por otra parte, extraño, puesto que en definitiva es una cultura profundamente influida por los principios éticos del cristianismo, tanto que incluso las tres palabras que sintetizan la ruptura de muchos ilustrados con un cristianismo muy vinculado con las monarquías absolutas, son las de libertad, igualdad y fraternidad, de claras raíces cristianas. Igualmente, los movimientos socialistas reivindican de los últimos 150 años la necesidad radical de contar con las otras personas que nos rodean para construir una sociedad justa y libre.
Y quienes lo han puesto en relieve en las últimas épocas han sido, de manera notable, Levinas, y más recientemente, siguiendo ideas fundamentales del primero, Judith Butler. La idea es clara y contundente:
es necesario romper con una moral ontológicamente totalitaria. La ética surge precisamente cuando nos encontramos frente al rostro del otro, no frente a su cara, cuando estamos pendientes más de su mirada que de sus ojos, pues es el rostro del otro el que nos hace sentirnos profundamente vulnerables, nos hace perder nuestra propia seguridad y nos convierte en sus rehenes hasta el punto de darle prioridad en los objetivos que pretendemos conseguir. Abandonamos una contabilidad moral que reduce las personas a cifras de una estadística. Debemos, por tanto, renunciar al ideal de un sujeto moral autónomo y admitir que dependemos constitutivamente de las demás personas, que somos radicalmente frágiles. La ética de Levinas es una metafísica radical que se construye a partir de la crítica de la egología, del sujeto libre, que se hace a sí mismo; es una metafísica que renuncia a una ontología de la totalidad y acepta una filosofía primera del infinito, de lo totalmente otro que precisamente por ser lo totalmente otro, nos hace ver que nada en este mundo puede tener pretensiones de totalidad.
Judith Butler amplia el alcance de la propuesta de Levinas: lo que constituye la «humanidad de lo humano» es la relación que establecemos con lo «no humano», con lo infrahumano, algo que no puede ser definido. Somos humanos en la relación que establecemos con otro que no es como yo, sino que es el extraño, el extranjero, el infrahumano, y lo que nos humaniza es la respuesta que damos a la interpelación del otro. Donde Levinas decía que somos rehenes del otro, Butler añade que el otro nos hace y nos desposee. subjetividades. El cuerpo es mortalidad, vulnerabilidad, fragilidad, heteronomía, ambigüedad; por eso el cuerpo no es del todo nuestro, no es algo privado sino público. No somos dueños de nuestra vida y, dada nuestra vulnerabilidad, necesitamos de los otros.
En gran parte, lo que pase los próximos años no será ni nueva ni vieja normalidad, sino pluralidad de respuestas, desde ámbitos muy diferentes, para afrontar que nuestro problema no es solo salir de la pandemia, sino manejar un contexto especialmente peligroso, sobre todo por el tema central: el cambio climático y la atención de las necesidades de una poblacion que sigue creciendo. En ese ámbito, los retos son descomunales y las posibilidades de que se desencadene una tormenta perfecta en cualquier momento es sin duda lo que más debe preocuparnos. Estamos ya en plena crisis, agotando los plazos y con riesgo de un gran batacazo al final. Afortunadamente, son muchos los colectivos, las instituciones públicas y privadas que están buscando cómo ir saliendo hacia adelante, eso sí, no todas guiadas por los mismos objetivos ni dispuestas a aplicar las mismas soluciones. Y no es nada fácil conciliar intereses tan dispares, ni siquiera estar de acuerdo en cuáles son las estrategias de acción más adecuadas.
Eso es algo que también nos ha enseñado la crisis del COVID: no hay respuestas claras y sí muchas incertidumbres. La ciencia y la tecnología no son tan poderosas como pensábamos y quienes ejercen el poder político no muestran especial lucidez. Por otra parte, el capitalismo neoliberal factor que incrementa el nivel de riesgo, sigue gozando de una mala salud envidiable. Los intereses de las élites, de ese 1% de las personas que controla la mayor parte de la riqueza y del 9% que ocupan los puestos de mando, esa combinación de plutocracia y meritocracia, son intereses bien distintos a los de la mayoría de
la población. Desgraciadamente, el capitalismo goza todavía de una mala salud envidiable, si bien son muchas las personas que viven al límite o sumidas en la pobreza y la exclusión.
Y, cuando nos preguntamos Y ahora, ¿qué hacemos? Debemos tener presente que no afrontamos un problema técnico o científico, aunque necesitaremos técnica y ciencia, sino que afrontamos un problema ético y político. Lo que es muy prioritario y fundamental es introducir cambios radicales en el modelo social, político y económico existente. Podemos aquí y ahora mostrar modos distintos de vivir y de actuar que son más plenificantes para quienes los hacen propios. Dar ejemplo es siempre la mejor propaganda y la mejor escuela. Además, son modos de vida personal y comunitaria que, de ser asumidos por una mayoría significativa de la población, darían paso a una mejora de las expectativas a medio y largo plazo. Podemos y debemos prefigurar modos de acción directa solidaria y libre que nos permitan vivir una vida con mayor sentido en tiempos de dificultad e incertidumbre y dar pasos hacia una sociedad más allá del neoliberalismo radical, más allá de una democracia liberal y de un capitalismo de la vigilancia y el control, hacia una sociedad más libre y más solidaria.
Bibliografía.
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