Libertad, discriminación y control en tiempos de pandemia

Eugenio Echeverría (México) es Fundador de la Federación Mexicana de Filosofía para Niños, traductor de gran parte de la obra de Matthew Lipman, filósofo, educador, referente internacional y autor de diversas obras sobre el tema.

A continuación, hablaré de tres temas que tienen relevancia con la pandemia que estamos viviendo en el mundo. El primero tiene que ver con la discriminación a la que están siendo sometidos los adultos mayores. El Estado se toma la prerrogativa de protegerlos —como la población más vulnerable ante la situación— aún en contra de su voluntad. Así, cada vez hay más comercios con un letrero en la entrada prohibiendo el paso a niños, mujeres embarazadas y adultos mayores. El segundo tema tiene que ver con la libertad, y cómo se nos ha visto coartada de diversas formas ante las limitaciones físicas y de otro tipo, impuestas por las autoridades ante la pandemia. Y, finalmente, el tercer tema a tratar es cómo, en algunos contextos, se atribuye ésta y otras pandemias al esquema del capitalismo neoliberal, que promueve una población de consumidores irresponsables y que trae como consecuencia la contaminación constante, y cada vez más en aumento, del planeta en que vivimos.

Enviado el: 7 de julio de 2020

En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos

 

LIBERTAD, DISCRIMINACIÓN Y CONTROL EN TIEMPOS DE PANDEMIA

La presente pandemia nos ha obligado a revisar nuestro quehacer cotidiano y ha traído consigo una serie de cambios que todavía es incierto saber de manera precisa cómo van a afectar nuestra rutina de vida. En cierto sentido, se podría afirmar que esta pandemia, en su lado positivo, nos está obligando a revisar nuestro proyecto de vida. A apreciar cosas y situaciones que dábamos por sentadas y a replantearnos algunas metas a corto, mediano y largo plazo. Nos ha obligado a enfrentarnos con la incertidumbre, donde ni los “expertos” están seguros de cuáles deben ser las formas de actuar para protegernos y proteger a los que nos rodean.

Parte de las implicaciones de esta situación tienen que ver con el advenimiento de reglamentos y normas que son discriminatorias hacia varios tipos de población. Me concentrar, por lo pronto, en la situación de los adultos mayores. El sector de la población que se ha denominado en muchos contextos como de la tercera edad. Y mencionaré también a los de la cuarta edad, que pocos autores consideran o abordan, porque realmente “ya no cuentan”. ¿Cómo ayuda la filosofía en todo esto? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué hemos descubierto?

Las limitaciones “necesarias” a nuestra libertad, la “obediencia y el control”, y la discriminación de ciertos grupos dentro del contexto de la pandemia, especialmente los más desfavorecidos, han sido parte de las consecuencias de la presente pandemia. Como ya se mencionó, dentro de los grupos discriminados están los adultos mayores, y de ellos surge un dilema ético: Tengo un ventilador para salvar una vida. ¿Al de 70 o al de 40? ¿Cuál vale más la pena salvar? El de 70 es una persona de la cuarta edad (explico esto abajo), y el de 40 es un padre de familia que está comenzando a salir adelante, tiene tres hijos pequeños y una esposa que lo adoran… ¿Para quién es el ventilador?

Las personas mayores de la tercera edad son proyectadas por los medios de comunicación como saludables, alegres, pues la mayoría ya tiene una pensión mensual que le ayuda a no tener que preocuparse por un ingreso regular, disfrutando de la vida en sus años dorados. De esta forma, los medios de comunicación se concentran en los atributos positivos de la tercera edad, pues son excelentes consumidores potenciales, y se alejan e inclusive ocultan a los de la cuarta edad. Estos últimos están representados de manera ínfima en los medios de comunicación, porque ya no sirven a los propósitos de una sociedad mercantil que necesita consumidores alegres y felices para seguir sobreviviendo. Asimismo, los adultos mayores de la tercera edad prefieren no ser asociados con los de la cuarta, en parte porque esto implica una conciencia y un miedo de la muerte en un futuro cercano.

“Vivimos en una sociedad impregnada de ‘viejismo’ o ‘edadismo’, término acuñado para identificar la discriminación y estereotipos asociados a la edad que nos presentan una imagen negativa de la vejez asociada a la enfermedad, discapacidad. Como seres carentes de autonomía, asexuados, aislados, improductivos y sin probabilidad de seguir aprendiendo. Esta visión sin dudas tiene repercusiones en las políticas públicas y los sistemas de atención y genera actitudes muy perjudiciales, incluso, en las propias personas mayores” (Gaceta UNAM, Roberto Gutiérrez Alcalá:  Abril 21, 2020).

Volviendo al dilema ético, la siguiente pregunta sería: ¿Tienen el mismo derecho a los insumos médicos limitados, en esta pandemia, los de la cuarta edad, que los más jóvenes? Pues, cabe destacar que en cuanto a los ancianos —los adultos mayores de la cuarta edad—, todo esto implica también una depuración: del aprovechamiento de recursos tecnológicos, médicos y de espacios que se están desperdiciando en una población de la cuarta edad. Que ya no sirve. En cierto sentido, es un sector que no es productivo, no es activo socialmente, es “tolerado” por familiares —cuando los tiene—, y si no, se considera que está ocupando espacios en hospitales o asilos de ancianos que podrían estar siendo utilizados para atender y salvar a la población de personas que todavía tienen un futuro, una familia, un trabajo, un por qué de vivir.

Ante este panorama, en Inglaterra, incluso, se ha estado desarrollando una campaña para la creación de un Ministerio para la Gente Mayor (Minister for Older People), y ha tenido algún poder de convocatoria. La llaman la campaña del “Orgullo Gris”. Así pues, estamos presenciando una politización de la medicina investida de tareas de control social.

Ahora bien, hay que referir la importancia de la libertad individual y su devenir en tiempos de crisis. La mayoría de los pensadores liberales aboga por la existencia de la máxima libertad individual compatible con la vida en sociedad. Pero, es difícil definir cuál debe ser el mínimo inviolable, pues sus fronteras siempre se mueven, y aquello compatible con la vida en sociedad también cambia. Y nunca más que en tiempos de guerra o de pandemias.

“Hoy, muchas de nuestras libertades fundamentales, de movimiento, de asociación, de trabajo, de comercio, incluso la práctica religiosa en lugares públicos, están siendo limitadas o suspendidas en beneficio de la vida en comunidad. Sin embargo, estas disposiciones deberían ser las mínimas necesarias” (Lucía Santa Cruz. El Mercurio. Valparaíso: 10 de abril 2020).

Son tiempos raros. No sólo ahora, en donde nos encontramos todos encerrados contando a través de las pantallas la cifra de infectados y de muertos y rogando —algunos le rezan a dios, otros al azar— que la de curados aumente drásticamente. De pronto, somos más espectadores de lo que ya éramos con una pasividad que desborda la razón y nos acorrala en la incertidumbre.

Nos estamos acostumbrado a lo excepcional y el retorno a la “normalidad” nunca va a ser lo mismo en cuanto al estilo de vida que llevemos en adelante.

En este mismo sentido, se habla también de la pandemia como una reacción de la madre tierra (Gaia), ante el daño que nosotros, los humanos, le estamos haciendo. La ignorancia sobre el cambio climático, el calentamiento global, la continua depredación del planeta con la destrucción de selvas y bosques, el consumo irresponsable de productos ligados directamente a esta irresponsabilidad por el cuidado del planeta… Todo esto ha llevado a la postulación de teorías que plantean el origen del coronavirus en una reacción del planeta ante su inminente destrucción frente al desequilibrio provocado por los actos humanos, producto de un sistema que privilegia el crecimiento del capital y la explotación de los recursos naturales por encima de cualquier otra cosa. Entonces, ha enfermado al planeta y es su forma de defenderse.

Así, la pandemia está provocando el darse cuenta, el crear conciencia de que como seres humanos tenemos estilos de vida que privilegian un consumo irresponsable, y que esto está afectando al planeta en que vivimos. Y el planeta se está defendiendo, para no desaparecer como un ecosistema equilibrado y sustentable, y cuya supervivencia, nosotros, seres humanos, hemos venido a amenazar.

Por ellos, algunos autores plantean la pandemia como una manifestación clara del fracaso del capitalismo (Dieterlen Struck). En nuestra sociedad los centros comerciales siguen aumentando desmesuradamente, 75% de los productos que en ellos se venden no son de primera necesidad. La pandemia nos ha obligado a dejar de consumir lo innecesario y a quedarnos en nuestras casas. Como consecuencia, muchas de las estructuras sociales se empiezan a tambalear. Esto nos obliga a reflexionar acerca del papel que jugamos como consumidores en un esquema económico como el nuestro. Tenemos que pensar seriamente en poner límites morales al mercado, y a nuestra contribución con el mismo, que trae como consecuencia, en parte, la destrucción de la naturaleza.

¿Con qué mundo nos encontraremos cuando por fin salgamos de nuestras casas y el coronavirus esté, por decirlo de algún modo, controlado? Los filósofos, los pensadores, los intelectuales insisten en que, además de acatar las medidas preventivas, es necesario reflexionar sobre la vida que llevamos. No hay que olvidar que preguntas inteligentes nos sacan de la pasividad.

Bibliografía

Gaceta UNAM Roberto Gutiérrez Alcalá  Abril 21, 2020.

Lucía Santa Cruz. El Mercurio. Valparaíso. 10 de abril 2020.

Paulette Dieterlen Struck. Investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.

 

Publicado en CECAPFI y etiquetado , , .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *