Elogio de la incertidumbre

Irene de Puig (España) es profesora de filosofía y formadora del proyecto Philosophy for Children en Cataluña. Fundadora y directora durante 22 años del GrupIREF, uno de los grupos más importantes del país, es autora de artículos y diversos libros sobre filosofía y educación.

Irene de Puig escribe un verdadero elogio a la incertidumbre. La duda disfruta de desprestigio y tiene una mala prensa, afirma la autora. Esto aun cuando es evidente que de ella obtenemos cualquier tipo de certeza. Hoy en día, nos encontramos con una incertidumbre que no tiene cobertura y que debemos afrontar a «pecho descubierto». Apoyada en ideas de Descartes, Bauman, Russel o Kant rescata la idea de que la incertidumbre puede ser una oportunidad para repensar nuestra vida y nuestro entorno. Así como cuando vamos a otro país nos movemos con cautela, pero a la vez aceptamos gustosamente ese desafío, en nuestro tiempo, la incertidumbre también es una puerta hacia un nuevo horizonte. Elogiar la incertidumbre es también reivindicar la esperanza y la confianza. Por último, nos dice que una educación para la incertidumbre es una educación para la complejidad, que rompe con esquemas binarios y dualidades cerradas y se abre a matices donde no están claras las líneas divisorias.

David Sumiacher

Enviado el: 26 de octubre de 2020

En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos

 

ELOGIO DE LA INCERTIDUMBRE

«Hay que aprender a afrontar la incertidumbre,
ya que vivimos en una época cambiante donde
los valores son ambivalentes, donde todo está relacionado.
Es por ello que la educación del futuro debe volver
a las incertidumbres vinculadas al conocimiento»
Edgar Morin, Los 7 saberes necesarios para la educación del futuro

 

Vivimos tiempos de incertidumbre, de retos desconocidos, inesperados e impensables hasta ahora. Teníamos la impresión de estar en un mundo medianamente controlado, profesábamos una fe injustificada en el progreso, en la ciencia, en la medicina, en las instituciones sanitarias. De golpe, en pocos días, a causa de un virus nanoscópico, nos hemos encontrado desposeídos de certezas. La incertidumbre se ha convertido en uno de los principales términos que describen nuestra cotidianeidad.

Hay palabras que son molestas, y ésta es una de ellas, sobre todo si la comparamos con “certidumbre”, que alude a una convicción o convencimiento. La incertidumbre es un concepto que se define en negativo, se construye con un incómodo “in” como otras palabras afines: in-quietud, in-seguridad, in-decisión, una sílaba que nos decanta hacia la duda.

Y la duda disfruta de desprestigio, tiene mala prensa seguramente porque la certeza sale más a cuenta. La certeza procura solvencia y ahorra pensar. Tener dudas es más laborioso, requiere tiempo, no resulta competitivo en el mercado de las prisas.

La incertidumbre ha motivado la aparición de muchos posicionamientos filosóficos. Precisamente, la modernidad filosófica arranca con una famosa proclamación de incertidumbre: la duda cartesiana, que todo lo cuestiona. Hay que «poner en duda todas las cosas». Paradójicamente, para Descartes la duda es el trampolín que nos impulsa hacia certezas sólidas, evidencias. A través de la duda buscamos lo que es indudable.

Dos maneras de verlo

Hay una perspectiva que considera la incertidumbre como un problema motivado por la limitación de nuestro conocimiento. Desde este punto de vista, se trata de un problema epistemológico, que se refiere al conocimiento forzosamente limitado de las personas. Lo resume la frase de Laplace, en su célebre Ensayo filosófico sobre las probabilidades:

«Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que rigen a la naturaleza, y la situación respectiva de todos los seres que la componen, si fuera suficientemente grande para analizar todos estos datos, podría englobar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo y los del átomo más ligero. Nada le sería incierto, y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos».

Otra perspectiva, la considera como una cualidad intrínseca de la naturaleza. La incertidumbre deviene entonces una cuestión ontológica, una propiedad del ser. La física cuántica, la física del mundo del átomo y de las partículas elementales, dice que el azar es propio de la naturaleza, y no sólo una consecuencia de nuestra inteligencia imperfecta. Lo avala Heisemberg con esas palabras: «Yo creo que el indeterminismo, que es la no validez de la causalidad rigurosa, es necesario y no sólo posible». Esta controversia enlaza con la disputa entre el determinismo y la causalidad por una parte, y la presencia de incertidumbre y del libre albedrío por otra.

El caso es que hoy nos encontramos con una incertidumbre que no tiene cobertura, y que debemos afrontar a «pecho descubierto» y si es posible, sin aspavientos, como nos predecía el sociólogo Zygmunt Bauman al describir lo que llamaba la “sociedad líquida”:

“La incertidumbre es el hábitat natural de la vida humana, aunque la esperanza de escapar de ella es el motor de las actividades humanas. Rehuir la incertidumbre es un ingrediente fundamental, o al menos la asunción tácita, de cualquier imagen formada por la felicidad. Por eso parece que una felicidad auténtica, adecuada y total parece quedarse constantemente a una cierta distancia de nosotros: como un horizonte que, como todos los horizontes, desaparece cada vez que intentamos acercarnos a él”.

Elogio de la incertidumbre

A pesar de todo y sin perder de vista este horizonte, apuesto por una visión optimista. La incertidumbre puede ser una oportunidad para repensar nuestra vida y nuestro entorno. Nos exige parar, nos impone la inacción para reorientarnos, para recalcular como dicen los navegadores de nuestros vehículos. Nada de automatismos; las costumbres y rutinas no funcionan. Se impone la reflexión. Aflora con fuerza la incomodidad de la parálisis momentánea, justo para constatar que solemos ir demasiado deprisa.

Elogiar la incertidumbre es elogiar la complejidad. Esto significa posicionarse en un mundo difícil, enrevesado, problemático. En vez de querer reducir la realidad a fórmulas, eslóganes o recetas, nos hace conscientes de que vivimos momentos y situaciones que no tienen salidas prefabricadas, que nos encontramos a la intemperie y no hay que dramatizar, sino convivir con ella. Esta actitud no nos da seguridad, pero nos permite asumir sin alaridos las vicisitudes que van llegando. Sin escándalo, con firmeza y prudencia. Y nos alerta de las posturas reduccionistas, simplistas, precocinadas que solemos aceptar sin reflexión.

Elogiar la incertidumbre es también reivindicar una forma de aventura. Cuando vamos a otro país nos movemos con cautela, porque no conocemos sus costumbres, hábitos o tradiciones, pero aceptamos el desafío, porque es un incentivo, aunque comporte cierto riesgo. El impulso viajero hacia lo que es incierto e imprevisible nos anima a conocer tierras nuevas y nuevas gentes. El descubrimiento de otras geografías nos motiva para ir más allá de los límites conocidos, para encontrarnos con lo que es inexplorado.

La vida es un viaje, un camino no exento de peligros, de sobresaltos y de accidentes. Se puede avanzar asustado, mirando a un lado y a otro, atento a las amenazas sin contemplar el paisaje y encerrado en el propio miedo. Sin embargo, también se puede avanzar disfrutando de lo que está por venir, de lo que todavía está por descubrir. Es la incógnita lo que nos moviliza y especialmente a los niños y jóvenes. No debe convertirse necesariamente en un agujero negro, en una negación. Sino que puede ser vista como una oportunidad para la curiosidad y la investigación de nuevas maneras de ver el mundo.

Y más allá de nosotros mismos, ¿dónde estaría la humanidad sin las personas que se han enfrentado a la incertidumbre?; ¿dónde estaríamos sin exploradores, aventureros, inventoras, investigadores, creativas, sin aquellas intrépidas, atrevidas y audaces que han ido en busca de lo insólito, desafiando lo desconocido, adentrándose en el misterio?

Un cierto escepticismo

«Si los problemas tienen solución, ¿de qué te preocupas?
Y si no la tienen, ¿por qué te sigues preocupando?»
Confucio en Analectas

Bertrand Russell decía que la filosofía era un ejercicio de escepticismo. Como corriente filosófica basada en la duda, el escéptico desconfía de la capacidad de la razón para alcanzar la verdad, puesto que las sensaciones y percepciones pueden ser ilusorias. De las cosas, sólo se pueden conocer «las apariencias», viene a decir. Pero cierta dosis de escepticismo no está reñida con la esperanza y la confianza.

La esperanza es un estado de ánimo que nos lleva a creer que podremos conseguir lo que deseamos. Comporta el deseo de llegar a obtener algo que aún no se tiene. Sentirse esperanzado describe una tendencia optimista que se basa en la expectativa de un futuro favorable. Se trate de situaciones, circunstancias o aspectos de la propia vida: espero que cumplirá la promesa, espero tener más suerte en adelante, etc. O bien de aspectos compartidos de un colectivo, de un gobierno, de una sociedad.

La confianza, es un sentimiento que avala la creencia de que se cumplirán los acuerdos que se han tomado, sean implícitos o explícitos. Tener y dar confianza significa relacionarnos con lo que no sabemos, pero dándole crédito. La confianza no niega el miedo y el sentimiento de incertidumbre. Una persona confiada no es una persona que está segura, es quien acoge el miedo, pero no está dominada por él. Una situación de confianza permite poder estar juntos sin excluir el conflicto; no anula lo que es problemático, pero nos permite relacionarnos con los demás.

Educar para la incertidumbre

Una educación para la incertidumbre es una educación para la complejidad que rompe con esquemas binarios y dualidades cerradas y se abre a matices donde no están claras las líneas divisorias. En el quehacer diario, las opciones a menudo se nos presentan simplificadas. “O esto o aquello”, como si no hubiera un tercer camino o sin darnos tiempo a posponer la decisión hasta comprender mejor el sentido de la elección.

Una educación para la incertidumbre es una educación para la flexibilidad. Es una educación que permite aceptar que no hay respuestas cerradas, que el mundo no es en blanco o negro, que no hay caminos trazados, sino que «se hace camino al andar» como decía Machado. Y que la inexactitud y el conflicto no son negativos, sino oportunidades.

Una educación para la incertidumbre es una educación para la reflexión

El mercado nos ha acostumbrado a que todo es urgente y a que hay que consumir con rapidez: “O lo tomas o lo pierdes”; «Es la única pieza que nos queda…»; «La oferta se acaba esta semana…”. Pero ahora sabemos, ya en nuestra propia piel, que la prisa y la irreflexión no van a ninguna parte y que a veces hay que parar, por las buenas o por las malas, para dejar pasar las epidemias y evitar que nos infecten todo tipo de virus y no sólo los que se refieren a la salud física.

La inseguridad y el miedo nos debilitan, y si queremos cultivar la confianza y la esperanza, tendremos que educar para convivir con la incertidumbre porque de no ser así, dejaremos a los niños y niñas y adolescentes en la intemperie. Solos frente a dogmatismos que les prometan seguridad y creencias inmutables, bien sea porque apelan a valores eternos, a la tradición o al “más allá”. Los fanatismos se apoyan en verdades y dogmas absolutos e incuestionables. Debemos ofrecer una educación que valore la duda y el error, no como elementos negativos que hay que expulsar, sino como caminos para aprender y mejorar nuestros conocimientos y puntos de vista.

Como educadores podemos ayudar al alumnado a fortalecerse mental y afectivamente. No podemos vacunarlos contra los muchos virus que están por venir, pero sí podemos dotarles de mecanismos de defensa personal para que tengan herramientas mentales y emocionales que les procuren protección. Queremos que aprendan a confiar, pero también a cuestionar. Deben poder soñar, pero no ahogarse en sus propios sueños.

Ayudar a vivir y convivir con la incertidumbre en esta nueva normalidad es ayudarles a reflexionar, es decir, detenerse y, como diría el famoso detective Hércules Poirot: «Hacer funcionar nuestras pequeñas células grises”. Es la condición indispensable para encajar con serenidad y razonablemente con este sentimiento que, si crece sin medida, descontroladamente, puede llevar a un miedo extremo o incluso al pánico.

Pensando en las aulas, proponemos introducir la reflexión a través de ejercicios y planes de diálogo sobre conceptos y habilidades que exijan una cierta gimnasia mental. Por ejemplo, introduciendo actividades que les confronten con la vaguedad y la ambigüedad del lenguaje; con la diversidad y complejidad de diferentes opciones éticas; que les haga plantearse alternativas a la hora de resolver un problema.

En definitiva, siguiendo la máxima de Kant, impulsar al alumnado a salir poco a poco de la minoría de edad y, de esta forma, acompañarles para crecer de manera autónoma, independiente y libre. Cuanta más incertidumbre, cuanta más inquietud, cuanto más desconcierto, cuantas más preguntas … ¡Más filosofía!

 

Bibliografía

Bauman, Zygmunt , Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbres. Tusquets, Barcelona, 2007 en https://catedratesv.files.wordpress.com/2016/07/bauman-zygmunt-tiempos-liquidos.pdf

Camps, Victoria, Elogio de la duda, Arpa Editores, Barcelona, 2016.

Morin, Edgar, Los 7 saberes necesarios para la educación del futuro. http://www.ideassonline.org/public/pdf/LosSieteSaberesNecesariosParaLaEdudelFuturo.pdf (Recomendamos especialmente el capítulo 5: Enfrentar las incertidumbres)

 

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