Por Carla Castro[1]
Cuando era niña, mamá inventó un conjuro contra mis miedos.
Ella se ponía de pie frente a mí, juntaba mis manos como en forma de cuchara y me hacía cerrar los ojos. Ahí en mis manos me espolvoreaba algunos cachitos de confianza, otros de sabiduría y polvitos antimiedos color turquesa.
Cuando cerraba las manos, los cachitos despertaban y me corrían por todo el cuerpo.
Los cachitos de confianza se me subían corriendo a la cabeza, los polvitos antimiedos se me quedaban en las manos y las pintaban turquesa para que no sudaran tanto y los de sabiduría se me repartían entre el corazón y la cabeza.
Desde esos años guardé algunos por si algún día me hacían falta.
Hoy, aquí sentada en el hospital junto a mamá, le he puesto algunos cachitos que aún me quedaban.
Cántaro
El oxígeno conectado sonaba como un cántaro de respiros.
Cerramos los ojos y olvidamos que estábamos en la habitación de un hospital. Imaginamos que era Leer más