Imagen: Hanagatami (2017), del cineasta Nobuhiko Obayashi
Por Aldo Vicencio[1]
Para Denia, Mitzi e Inti. Por el amor, la fraternidad y la iluminación.
Una posibilidad, el poema. Posibilidad, error, excepción. Ya sea el mismo poema flexionándose sobre sí mismo al errar (como sugirió José Luis Bobadilla)[2] o el paréntesis que extraña al lenguaje (de acuerdo a Derrida),[3] una y otra vez, los versos apelan a la incertidumbre, y en última instancia, a la apertura.
Insinuación, más que certeza. Experiencia siendo ella, es decir, siendo la habitación que se torna horizonte y un río sin orillas. Lo cotidiano, lo extraordinario; quizás una dualidad innecesaria hasta cierto punto. Si hay trans-mística, debe haber una trans-poética. El entendido de la acción es constituyente del verso: la ποίησις (poiesis: causa, obtención, creación) es el poema, sin un plano que distinga claramente al autor del verso. Si el sujeto es devenir y proceso, el lenguaje es plasticidad. Pensamiento en la forma, como dimensión íntegra. Escribe Giselle Ruiz en su poema “Pumas”: Por la historia de tu andar/ me nombras: /como si de pradera/ encendida mi piel/ se tratara/ tocas los bordes agrietados/ hasta unirlos.[4]
El poema es el drama de la forma. Una consciencia disuelta, que empieza a abducir al sujeto del plano cartesiano y lo arroja a la radicalidad del mundo. No hay escenario, ni pre-consciencia. Instante, arrebato. Es la filosLeer más