Por Ximena Cobos CRUZ
En cierta parte de su recorrido por el papel de la mujer en la literatura, Virginia Woolf acierta a referir la producción poética, primer bastión de las escritoras, como «literatura de la queja». Continúa avanzando, revisando, dando ejemplos del desarrollo escritural de las mujeres; hallando aciertos y desencuentros con el fondo y la forma, hasta cerrar dejándonos la tarea más ardua como creadoras: conseguir engendrar obras que ya no dependan de las condicionantes de género que la sociedad nos obliga a vivir, a veces sin reconocerlo.
Pero qué pasa si la queja se vuelve denuncia, si la palabra se convierte en un lugar tomado como sitio de batalla, de resistencia desde la crítica. Qué sucede si reconocemos en la narrativa escrita por mujeres una realidad punzante que se repite a dos casas de la nuestra o a una lengua de distancia. ¿Cambia algo realmente? O será que nos es difícil asumir hasta en la ficción que cuando la mujer alza la voz no es simplemente una queja.
Pensemos en dos escritoras: Natalia Ginzburg (Italia, 1916-1991) y Nelida Piñón (Brasil, 1934). Si revisamos sus obras, resultaría difícil sostener que en su totalidad encierran una temática concentrada en el papel de la mujer en la sociedad. No obstante, entre todo lo que ellas produjeron hay dos cuentos de los que quiero hablar aquí: “La madre” (Ginzburg) y «I love my husband» (Piñón). Estos relatos, me gusta pensar, lograron denunciar lo que las feministas han tratado en las teorías, esa bella prosa académica que nos empodera en el discurso.Leer más