Por Francisco José Casado Pérez[1]
No debería escribir esto, pero algo en la tripa –junto al hígado y por detrás del páncreas– me dice: hazlo. Llevo tiempo sin cuestionar esa sensación y, por lo visto, ha funcionado. Cómo no funcionaría, si lo visceral viene justo desde lo profundo del cuerpo, donde la vida ocurre y termina. Además, es ahí donde en justa medida, en modo anti Benigni, las neuronas intestinales saben que la vida (a veces) no es tan bella por efectos, causas y afectos en constante frecuencia dentro de la paranoica cotidianidad de nombrar inmediatamente lo visto para reconocer el mundo, darle significado y sentido al otro, pero especialmente a uno mismo.
Cuando se lee planta carnívora, de inmediato se piensa en aquellas plantas cuyas hojas y tallos multitask, al mismo tiempo hacen la fotosíntesis y atrapan insectos, otras plantas e incluso animales pequeños, dando un giro epistémico a la cadena alimenticia. Hechos que también se extiende a otras especies, como algunas ranas selváticas cuyo pequeño tamaño y colores vibrantes son letal advertencia que no debe tomarse a la ligera, a pesar de su proximidad estética al plumaje de algún ave exótica. En otras palabras, lo bello tiene su grado de peligro, pero no por una Leer más