Por Mauricio Torres Peña[1] Varios estudios paleoantropológicos que analizaban restos óseos de humanos pertenecientes al paleolítico encontraron indicios de enfermedades degenerativas, como osteoporosis y artrosis, en algunos esqueletos. Estas patologías son casi exclusivas de las edades avanzadas, por lo tanto, estos hallazgos comprobaban que varios cazadores-recolectores podían tener una elevada esperanza de vida, lo que implica necesariamente la existencia de esfuerzos por parte de los nómadas para proporcionar apoyo y cuidados básicos a sus miembros más ancianos para mantenerlos vivos el mayor tiempo posible. ¿Qué explica esta conducta en estas poblaciones? La respuesta radica en la necesidad de supervivencia, la mayoría de los ancianos representaban fuentes fidedignas de información relevante. Ante la ausencia de la escritura, la tradición oral era el único medio para transmitir conocimiento empírico a los jóvenes, de esa manera estos perfeccionaban sus técnicas de caza y sus habilidades para localizar lugares fértiles de recolección. Así, los ancianos representaban una ventaja de supervivencia, por lo cual eran cuidados y preservados con las mejores condiciones posibles. Si bien la vejez, al principio de la historia humana, representó un papel crucial para la permanencia vital de nuestra especie, con este antecedente antropológico se puede evidenciar que el envejecimiento es un trascurrir natural de los cuerpos que inevitablemente necesita colaboración de su medio social. El envejecimiento no es solamente un proceso fisiológico que se caracteriza por el deterioro anatómico/funcional y por el “desgaste metabólico”, desde una perspectiva integral, es también considerada como un proceso biosocial, ya que los miembros de la comunidad en la que se encuentra y sus costumbres determinan su calidad de vida. En términos biológicos está condicionado por factores genéticos y epigenéticos, los primeros dependen de la herencia genética, los segundos están influenciados por el estilo de vida, las patologías adquiridas a lo largo de la vida o el estrés, determinando así el 75% del deterioro senil. ¿Qué implica eso? Significa que el modo y la forma en que envejecemos está moldeada en gran medida por el conjunto de decisiones, hábitos y cuidados personales instaurados a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, muchas veces a pesar de saberlo, ignoramos la repercusión de nuestras conductas actuales en el cuerpo que más adelante enfrentará el decaimiento natural. Ese “desgaste” se produce por la acumulación de daños a lo largo del tiempo pretérito, el mecanismo “reparador y regenerador” de nuestro cuerpo permite el recambio celular constantemente con el propósito de renovar las células de muchos órganos para prevenir disfunciones y anomalías, por ejemplo, las células cutáneas se renuevan cada 28 días, las células intestinales cada semana, pero también existen células como las del músculo cardiaco que se renuevan cada 100 años; por ese motivo el tabaquismo, los infartos previos, o la hipertensión actúan como agentes dañinos “acumulados” para el músculo cardiaco, que por su incapacidad de renovación constante, termina dañándose y generando complicaciones cardiacas, siendo éstas las más frecuentes en pacientes de la tercera edad. Al envejecer, estos mecanismos dejan de funcionar correctamente, disminuyendo la posibilidad de reparación tisular y predisponiendo a múltiples complicaciones orgánicas ¿Por qué sucede esto? Existen varias teorías, una sugiere que las células madre, que ofrecen células nuevas para remplazar a las viejas, empiezan a reducir el tamaño de su genoma a medida que se van dividiendo durante gran parte de la vida, llegan a un punto en donde sus telómeros (partes de un cromosoma) se acortan y no pueden multiplicarse ni renovar los tejidos. Las células viejas, al no tener remplazo, empiezan a asumir funciones con mecanismos metabólicos desgastados, por ende, su rendimiento decrece y esto se manifiesta con muchas alteraciones fisiológicas en el adulto mayor (inmunodepresión, osteoporosis, estreñimiento, insuficiencia renal, etc.). Otra teoría sugiere que los “Radicales libres” (Superóxido, radical hidroxilo, etc.) producidos por el metabolismo normal, al ser sustancias químicamente inestables, son capaces de dañar el ADN, las células y otros compuestos vitales, en su conjunto participan en el “desgaste celular acumulativo” acelerando el envejecimiento. Nuestro organismo dispone de antioxidantes endógenos (Glutatión Peroxidasa entre otros) y exógenos (Vitamina C o E de la dieta) para combatir a los radicales libres y evitar sus efectos. La buena noticia es que el sistema antioxidante se lo puede fortalecer simplemente con una alimentación saludable. No es infrecuente encontrar a un adulto mayor que toma una gaseosa carbonatada para aliviar su malestar estomacal o verlo rechazar una infusión de manzanilla por generarle nauseas, ya que sus cuerpos funcionan de manera distinta por el proceso senil de desgaste. Estas modificaciones explican las manifestaciones clínicas atípicas de los ancianos cuando presentan una enfermedad, por ejemplo, si tienen una infección, pueden cursarla sin fiebre o ante una apendicitis pueden no presentar dolor. Según estudios el 35% de los ancianos no logran ser diagnosticados correctamente por inconsistencias clínicas que el médico tratante no puede resolver, los familiares de quien dependen pueden subestimar la salud del anciano y en ocasiones ignoran su padecimiento llegando a trivializarlo, considerándolo como “una exageración”, acudiendo a remedios caseros insuficientes o descuidando el seguimiento médico adecuado, cuando en verdad necesitan estudios más exhaustivos y a veces tratamiento inmediato. El estado psicológico de los ancianos también determina el curso de su bienestar. Aquellos que no presentan frustración por su pasado, que carecen de depresión, que tienen un adecuado soporte social, como amistades, familiares próximos que los acompañan y cuando tienen la sensación y la confianza de estar cuidados por ellos, presentan mejores posibilidades de recuperarse frente a una enfermedad, tienen menores complicaciones y aumenta su esperanza de vida. El envejecimiento es erróneamente comprendido como enfermedad, si bien es un periodo de fragilidad metabólica, inmunitaria y mental, no significa que tenga un curso meramente patológico, ese desgaste puede ser modulado por el legado orgánico dejado por nuestra vida joven. Por eso, el deterioro cognitivo se atenúa con el ejercicio intelectual permanente, las alteraciones intestinales y metabólicas disminuyen cuando nuestra dieta tiene más fibra, menos carbohidratos refinados, moderado consumo de carne y mayor aporte vitamínico y antioxidante (frutas y verduras), también el aparato cardiovascular presentará mayor resistencia si es preparada por el ejercicio físico aeróbico suave. La vejez idónea sin complicaciones ni angustias está en gran medida bajo el dominio propio, la implementación de conductas tempranas de cuidado personal puede asegurar una vejez saludable, muchos de sus efectos traumáticos también pueden ser amortiguados por el medio social y familiar cuando ofrecen condiciones en donde los ancianos pueden sentirse seguros y comprendidos para sobrellevar sus últimos días con sosiego. La vejez, como lo demuestran los antropólogos, es la sumatoria del cuidado social, y como lo mencionan los médicos, es el resultado del cuidado personal, si trabajamos en estas dimensiones, podremos garantizar una ancianidad dichosa, para ello necesitamos también trabajar otros detalles, educando a la gente para cuidar de ellos y de sus abuelos, buscar soluciones político-económicas que aseguren una renta de jubilación suficiente y un acceso factible a la atención médica a todas las personas en el futuro y crear esa sensibilidad y respeto por el anciano, no solo por su aporte en la construcción del presente, sino también porque todos llegaremos algún día a su circunstancia.
- Columnista, estudiante de medicina y auxiliar de cátedra de bioquímica médica, anatomía patológica, histología y embriología en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno ↑