Tablero de diamantes, el vértigo de la poesía homosexual de Alejandro Miravete

Por Diego Medina

 

En la literatura, como en la vida, a veces pasa lo que tiene que pasar, nos cruzamos con la gente adecuada, nos tropezamos con una piedra en el camino y, acto seguido, nos encontramos con un billete o una moneda, a veces no se pueden ver las estrellas en el cielo de las grandes ciudades, pero a veces uno lee poesía que condensa el milagro de la metáfora y el hálito del sudor púbico en un verso, a veces uno no liga, pero descubre a un poeta homosexual que hace que la noche valga la pena. A veces hay un Alejandro Miravete en la esquina de un librero (o en la Glorieta de Insurgente), cuya poesía colma de piel al deseo.

 

Los versos de Tablero de diamantes publicados bajo el sello de Niño Down Editorial son vertiginosos, sus imágenes poéticas son, en muchos casos, adrenalínicas y violentas (incluso vulgares), pero siempre las indicadas. Ya sea que leamos el poema dedicado a las trabajadoras de la noche, a Hello Kitty o a Jeffrey Dahmer, la poesía de Miravete mantiene el ritmo en todo el poemario. No hay puntos en que la calidad baje, a veces necesarios para tomar impulso en la siguiente metáfora, pero es que no hace falta; no es un poemario que sufra de saturaciones de significados, que recurra a la metáfora boba o fácil.

 

Quizá un defecto de la poesía de Miravete sea que todavía le hace falta soltarse el cabello, es decir, arriesgar un poco más, dar la pisada en falso en el cielo. Me explico: sus poemas son breves, pero directos, sus temas son tratados de una forma inusual (al menos en la poesía mexicana), como es el caso del erotismo en el poema de Dahmer, cuando habla de cuestiones generacionales; o como el poema sobre ser emo, de un patetismo enternecedor, más que una proclama de nostalgia, mientras que el poema de hello kitty es una oda a la imaginación y la cultura pop o el poema sobre las prostitutas, que es crudo, pero no panfletario, ni militante, sino feral.

 

Estos poemas son muy breves, quizá el autor peque de prudencia, pues ya le había oído decir que “a veces es más difícil quitar que poner”, aunque me encanta este poemario, así como está, sospecho que me habría gustado leer la versión despeinada, con sus momentos llanos, incluso valles, pero hablo desde el gusto, no del criterio. La poesía de Miravete fue una bocanada de aire fresco una noche de verano chilango. Debo mencionar, además, que esta crítica no es un reproche, en todo caso es un aplauso de pie y es que uno no puede sólo hablar de los aspectos positivos, por muchos que sean. Es obligación del crítico señalar las áreas de oportunidad de un texto, por pocas que sean.

 

Finalmente, abusaré de indiscreto, pues he tenido la oportunidad de leer algunos inéditos de Miravete y confieso que su poesía está en constante superación de sí misma, algo que no es común a todos los escritores. Los invito pues a empezar a leer a Miravete, porque la calidad sólo irá en aumento. Mi calificación para este inmoral y juvenil poemario (los mejores lo son) es de 4/5.

 

 

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