El ángel en el reloj: la animación mexicana en busca de voz propia

Por Sergio E. Cerecedo

 

En los estrenos de la primera mitad del 2018 en nuestro país tanto en salas comerciales como de arte, hubo una buena cantidad de filmes mexicanos, algunos géneros incluso casi sustituyendo —en oferta— a sus equivalentes estadounidenses, como las siempre taquilleras comedias románticas y las películas de animación tanto infantiles como para gente más adulta o incluso para toda la familia. Entre ellas pudimos ver “El ángel en el reloj” que viene auspiciada por algunas marcas de productos nacionales así como por asociaciones que se dedican a la noble causa de la lucha contra el cáncer infantil, que apoyaron el mensaje positivo y empático que plantea la cinta.

 

Amelia, la niña protagonista, padece esa enfermedad, su padre se la pasa trabajando y ella, al igual que los adultos que sufren dicho mal, siente a menudo que la vida se le acaba entre medicamentos, somnolencia y el hartazgo que su tratamiento le produce, incluso le quita las pilas a los relojes en un intento vano por parar el paso del tiempo. Este deseo es escuchado por una criatura similar a un ángel quien pronto le transporta a otro mundo y le pide parte de su esencia a cambio de cumplir su deseo, atrapándola en una dimensión donde será testigo de cómo su mundo puede dejar de existir si no llega a tiempo a casa del creador del tiempo para solucionar el problema.

 

Antes que nada quiero empezar por los puntos positivos: Siempre he sido opositor de comentarios como “Tiene buena animación/fotografía/cualquier cosa técnica para ser mexicana”. Hace años que el cine nacional goza de grandes realizadores en todas las áreas  un buen nivel técnico y este filme no es la excepción, las animaciones (90% en 2D) fluyen, se ven detalladas y se aprecia un esmerado diseño de producción con gusto por el detalle (El empleo del color en las alas del ángel es sencillo y bello a partes iguales), la pintura digital luce por su detallismo inclusive en el momento que se integrar una secuencia 3D que tiene una definición no tan buena, ésta se ve beneficiada por su carácter artesanal, es decir, por las ganas de expresar por encima de buscar la perfección.

 

En la trama se notan reminiscencias a las historias de Michael Ende y Hayao Miyazaki, la influencia oriental en lo visual es fuerte y bien asimilada, especialmente de lo realizado por los legendarios estudios Ghibli. La estilización de los escenarios lo denota así, con un gusto muy oriental y de paredes monocromáticas, repisas minimalistas y personajes de grandes ojos estilizados, así como los escenarios steampunk (En el reino del tiempo) y su gusto por las máquinas y engranes, una inquietud muy DelToresca que comienza a ser una constante en el fantástico mexicano.

 

Ahora, en los puntos flacos. Me queda claro que si en México se han reinventado personajes de series extranjeras por supuesto que hay capacidad para dar identidad a las voces de los productos locales, pero tanto las historias como el look & feel necesitan trabajarse más, pues a pesar de que el doblaje está bien dirigido y ejecutado por todo el elenco, especialmente la niña protagonista, el carisma de sus actores es desaprovechado por unos diálogos muy básicos y una dirección que insiste en entonaciones o muy superheróicas e impostadas —estilo dragon ball, Fly y miles de épicas más— o demasiado lineales y poco matizadas —la voz del oso relojero y otros personajes con tesitura grave—.

 

Plantear un mundo alterno como fuga de una realidad negativa, a pesar de ser de los temas más recurrentes de la narrativa fantástica, todavía da para mucho, pero en poco ayuda sentir tan derivativo de referentes conocidos. Tampoco ayudan algunos personajes que son mero relleno, en especial una pareja de hadas —una suerte de padrinos mágicos malogrados— que discuten todo el tiempo como cliché del comal y la olla y que tienen el humor de cualquier programa de sobremesa de la televisión mexicana pero sin dar risa y rompiendo sin sutilezas con el tono dramático,  otro arco dramático donde la cinta se siente con miedo de no agradar al público si no utiliza recursos conocidos, pues el desarrollo general es bastante previsible y aunque lo que más pretende es brindar un mensaje optimista y una moraleja, se siente cansada y no alcanza la altura de sus buenas intenciones.

 

Por si eso fuera poco, en los primeros minutos escuchamos en la secuencia que le transporta a la dimensión atemporal, una partitura casi calcada de las que el compositor Joe Hisaishi creó para “La princesa Mononoke”, sensación que perdura en las demás piezas sonoras. Lo sabemos, no todo mundo las conoce ni está obligado a compartir referentes, pero en opinión de quien esto escribe, es demasiado evidente por choteado, afectando el ritmo de las secuencias, por no decir que echa muy por debajo la creatividad y nos hace preguntarnos ¿Dónde está la voz del compositor como tal y lo que puede detonar en el relato? Esto quita fuerza al discurso audiovisual, muy a pesar de la pericia técnica que se exhibe.

 

En los últimos 40 años, la animación internacional ha encontrado en el doblaje mexicano voces que se han distinguido inclusive por encima de sus originales, como ejemplos tenemos al legendario Jorge Arvizú “El tata” con su entrañable Benito Bodoque, el elenco entero de los Simpson de los 90´s, la intrépidamente dulce Serena de Paty Acevedo (Sailor Moon) o el superhéroe icónico que nos significó Mario Castañeda como Gokú, de la misma manera creo que los actores de doblaje, especialmente las voces infantiles, pueden brillar con luz propia y hacer entrañables a personajes inéditos con personalidad propia y bien escritos.

 

Aunque saturada de productos comerciales que también están llenos de lugares comunes, la industria mexicana vive un aquí y un ahora muy alentador donde caben propuestas diversas, hay que usarlo a favor y cuestionarnos como creadores por nuestra propia opinión e imaginación, no lo que la mayoría de la gente nos dice que es. La variedad de referentes no debe solo estar en la animación, si no en la literatura, la música o hasta en los mismos cuentos que nos contaban nuestros abuelos. “El ángel en el reloj” es un buen intento, auguro buen futuro a los realizadores pues logran un producto que entretiene, conmueve a momentos y hace pasar un buen rato en familia, pero que se antoja para más.

 

 

 

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