Por Aldo Saúl Uribe Nuñez[1]
Este texto surge de la necesidad de realizar un análisis acerca del uso de las redes sociales y la violencia de género en los jóvenes, su explicación desde una perspectiva psicosocial y las posibles propuestas de solución para reducirla. El objetivo de este artículo de opinión es analizar este fenómeno cultural y social, ofrecer herramientas para mitigar este problema haciendo uso de las mismas plataformas virtuales y proponer recomendaciones psicoeducativas.
El problema de la violencia de género ha ido aumentando a través de los años y hoy en día, representa uno de los temas de mayor relevancia para los organismos gubernamentales e instancias educativas, sociales, culturales y económicas. La complejidad de esta situación, así como sus repercusiones sociales, hace que resulte indispensable estudiarla. Tras varios años de participar en el estudio y discusión en distintos programas creados para poner alto a la violencia, me he dado cuenta que es un problema urgente de salud pública que requiere atención.
¿Qué es la violencia de género?
En los últimos años, el reconocimiento del problema que representa la violencia de género en la sociedad se ha ido incrementando cada vez más. Esto se puede observar a partir de los años noventa, donde se comienza a consolidar gracias a iniciativas importantes como la Declaración de Naciones Unidas sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, llevada a cabo en el año 1993. No es un problema nuevo, sin embargo, su conceptualización, su visualización y ser considerado ya no una cuestión meramente individual sino un problema social sí es respectivamente reciente (Bosch y Ferrer, 2000).
La definición de violencia de género ha sido controversial y no muchas veces aceptada. Una de las definiciones más relevantes es la propuesta por la ONU (1995):
Todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada
La violencia de género puede adoptar distintas formas que no muchas veces se expresan en su totalidad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS; 2002) este problema es una de las principales causas de muerte entre mujeres de 15 a 44 años en todo el mundo, donde principalmente sufren abusos físicos, abusos sexuales, abusos psicológicos, suicidio y, el más preocupante, asesinato.
Ahora bien, ¿Cómo se constituye la violencia de género? Podemos decir que es el ejercicio del poder en las relaciones entre hombres y mujeres, violencia ejercida por quien posee (o así lo cree) el poder, un poder que se caracteriza por estar legitimado desde una posición de dominación. La asimetría de poder en hombres y mujeres es definida por la construcción social de los géneros masculino y femenino, los cuales son constantemente afectados por el poder social que inflige un prototipo de feminidad y masculinidad, concretando comportamientos y actitudes diferenciados y afectando a la totalidad de la vida social (Amurrio et al, 2010).
La violencia de género es un problema que atañe tanto a hombres como a mujeres, es mundial y no se presenta exclusivamente en nuestro país. Sin embargo, Lang (2003) refiere que México ha sido denominado desde otras localidades del planeta como la “cuna del machismo”. Las mujeres son las que más sufren este problema y sus consecuencias en el tejido social son catastróficas. El capitalismo y la sociedad patriarcal históricamente han relegado a la mujer como objeto, ignorando sus necesidades y problemáticas.
Jóvenes, redes sociales y violencia de género
El comportamiento de los usuarios jóvenes en las redes sociales es variado. Compartir y subir fotos, mandar mensajes privados y públicos, buscar amigos y relaciones, son de las principales actividades realizadas en la actualidad. Según los resultados de investigaciones como la de Espinar-Ruiz (2009) realizada en España, concluye que:
El análisis de las redes virtuales es, sin duda, un desafío, puesto que nos enfrentamos ante un fenómeno nuevo que crece de manera exponencial. Un hecho comprobado es que, en apenas tres años, se han convertido en el servicio que acapara la atención de los jóvenes internautas, hasta tal punto que, entre los chicos y las chicas, tener un perfil abierto en una red es la regla más que la excepción.
El uso de las redes sociales ha ido en aumento en México y en el mundo. Según la página oficial de Facebook (2019), hay 2 mil millones de personas unidas a esta red social alrededor del mundo, y considera un incremento anual aun mayor que muchas otras redes sociales. Estadísticamente, las redes sociales más utilizadas por los jóvenes en nuestro país son Facebook, Instagram, Twitter (ahora X) y Snapchat, todos estos con crecimientos registrados trimestralmente mayores al 9.7% hasta el 2015 (The CIU, 2016). También, según la información proporcionada por este grupo de estadística, notifica que la población más activa entre los usuarios son jóvenes menores de 34 años de edad y la población femenina hace un uso mayor de estas redes sociales con un 60% ante un 40% de la población masculina.
Las nuevas tecnologías forman parte de nuestro presente. Internet se ha convertido en el medio principal de los jóvenes, en donde comparten información, aprenden y forman su identidad, todo esto a través de la red. Retomando esta idea, Bauman (2000) refiere que las redes sociales fungen como una dimensión en donde el joven busca formar su personalidad, un mundo precipitado en constante cambio, producto de la posmodernidad: “la modernidad liquida”, una sociedad caracterizada por la fluidez de las relaciones sociales, en donde todo se torna “líquido”.
Hoy en día nos encontramos en una “sociedad de red” en donde internet es un medio para todo, que interactúa con el conjunto de la sociedad (Castells, 2011). Los medios de comunicación y las redes sociales reproducen mensajes que son producto de la cultura e ideología contemporánea y que generalmente pasamos por alto. Actualmente, la exposición a las redes sociales son un factor aún más determinante para conductas antisociales como lo es la violencia y la discriminación que cualquier otro medio de comunicación alrededor del mundo, incluso aun mayor que la exposición a videojuegos considerados violentos (Bushman y Anderson, 2002) o el consumo de música con contenidos violentos (Fischer y Greitemeyer, 2006).
Estos mensajes ordinariamente son malinterpretados o formados con la intención de fomentar una cultura de violencia. Por ejemplo, en una investigación realizada por Blanco (2014), se descubrió que la violencia psicológica tiene una mayor presencia a través de las redes sociales entre los y las adolescentes que participaron en el estudio, en donde 2 de cada 10 mujeres y 3 de cada 10 hombres expresaron haber recibido algún tipo de amenaza a través de las redes sociales. Por otra parte, 3 de cada 10 adolescentes habían sufrido algún tipo de insulto, comentarios agresivos y humillaciones a través de las redes sociales o de un chat.
Los jóvenes atribuyen una significación importante a aquello que se dice o se cree de ellos en las distintas plataformas virtuales, Smith (2008) encontró que los adolescentes concebían un gran valor de la agresión a partir del medio en el cual se llevaba a cabo, el uso de videos e imágenes tenían una mayor repercusión. Esto se adjudica a que se tiene un mayor acceso por parte de la audiencia a imágenes o videos. El traspaso de información por medio de lo que ahora los jóvenes llaman “packs”, o la práctica del “sexting” (imágenes y videos de contenido sexual) no es más que un reflejo de esta situación. Cabe destacar que la mayoría de estos actos son realizados por el sector masculino, siendo éstos los que más tienden a acosar o violentar a las mujeres (del Río, Sádaña y Bringué, 2010).
A través de las distintas ideas formuladas, podemos darnos cuenta que las redes sociales y las nuevas tecnologías han influido notoriamente en el medio social de los jóvenes. Lo que se ha hecho evidente, es la relación especial que los jóvenes mantienen con las nuevas tecnologías, las cuales, por una parte, suponen el acceso a diversas oportunidades en todos los ámbitos, pero por otra, esboza nuevas situaciones que pueden representar problemáticas para las y los adolescentes y jóvenes, riesgos que son desconocidos para los padres, madres y educadores, ya que éstos se han desarrollado en un ambiente no digital (del Río, Sádaña y Bringué, 2010).
El uso de las redes sociales, en efecto, nos arroja datos sumamente importantes con referencia a la gran comunidad que utiliza el internet para fines recreativos. Cuando las personas utilizan estos medios para violentar la integridad de otras personas, y particularmente, amenazar, perseguir, insultar, acosar, etc., los cimientos de la sociedad se sacuden ante tales actos de violencia y discriminación (Díaz, 2014).
Es por eso que se han puesto a discusión las políticas de algunas redes sociales, como las de Facebook, que han sido cuestionadas de manera muy particular (Morey, Eveland, y Hutchens, 2012; Moy y Gastil, 2006), examinando el rol social de esta plataforma, así como las políticas de uso y el riesgo existente ante el bajo control de una plataforma que fue pensada en un principio, como una forma de interacción electrónica para jóvenes universitarios, y que ahora se encuentra alrededor del mundo contando con la mayor cantidad de usuarios que otra red social.
Un artículo de la revista Forbes México (2017), ha revelado que la red social más utilizada para violentar es Twitter (ahora X). Mediante el uso de los hashtags, muchas personas pueden crear etiquetas que se difunden de manera rápida por la red social. Estas etiquetas o menciones tienen la capacidad de comunicar temas o intereses afines, pero también, y de manera muy lamentable, han tenido el poder de agredir, especialmente a las mujeres. Entre los hashtags más utilizados para agredir a este sector están: “Viejas” (entiéndase como una forma despectiva de llamar a la mujer) con un 5%, “Si no te golpea no te ama” con un 6%, “Puta” con un 24% y “Putipobre” con un 65%. Entre tantas otras cosas que se presentan, se describen las principales actividades en contra de las mujeres, ya que hablar de discriminación y violencia son marcos generales, pero su expresión por medio de las redes sociales son tan variados que valdría la pena mencionarlos.
La psicoeducación en el uso de redes sociales
Diversos programas como Child Internet Safety Strategy (Byron, 2008), CyberTrainingProject (www.cybertraining-project.org), entre otros, han recomendado a los padres escuchar y orientar a sus hijos cuando éstos informen sobre una experiencia negativa y/o violenta online, tomar medidas prácticas para bloquear o denunciar el ciberacoso, establecer límites y vigilar el uso de tecnologías en sus hijos, involucrarse en el uso que sus hijos hacen del internet, etc.
Campbell (2005) expone que la supervisión de adultos es una estrategia de prevención importante, un aspecto en donde las escuelas pueden empoderar a los padres para impulsar una mayor comunicación y confianza padre-hijo. Por otra parte, Cowie (2011) nos dice que las intervenciones que implican a organismos educativos y trabajan temas como la exclusión, discriminación, valores y sexualidad en las relaciones del grupo de pares y uso de plataformas virtuales, han demostrado que pueden tener éxito.
Desde las comunidades educativas, aplicar programas encaminados a eliminar y combatir la violencia, específicamente la violencia de género en las y los adolescentes y jóvenes, se ha convertido en una de las tareas más importantes para los organismos nacionales e internacionales. Las investigaciones han develado que un gran porcentaje de adolescentes y jóvenes perciben las conductas violentas y ciberacoso como una forma cultural naturalizada (Serrano y Serrano, 2014).
Poner en marcha campañas para reducir el maltrato entre compañeros, disponer de respuesta jurídica, propiciar la elaboración de un marco normativo, facilitación de recursos, realización de ejercicio de control y evaluación, etc., son iniciativas de vital importancia para combatir dicha naturalización. En esta tarea, la familia tiene un papel decisivo, así como el trabajo consensuado entre los diferentes sectores socio-educativos y culturales (Monelos, Mendiri y García-Fuentes, 2015).
Aunque las investigaciones han documentado los efectos de las redes sociales en la vida de los jóvenes, está claro que aún queda un largo camino por recorrer. El profesional debe profundizar en el estudio y significado de este problema, generando nuevos conocimientos que permitan poner de relieve las consecuencias del uso de las redes sociales en la violencia de género. El uso de las redes sociales, lejos de servir para atacar cobardemente a una persona, deben servir para crear un espacio de comunicación respetuosa, responsable, ética y libre.
A partir de lo expuesto, encontramos que las redes sociales son parte de la vida de los jóvenes, es por medio de ellas donde el joven interactúa, conoce, aprende y se relaciona, por lo tanto, no pueden quedarse al margen de las propuestas y actuaciones para afrontar la violencia de género, ya que, por una parte, reproducen y efectúan los actos para ejercerla y, por otra, propician su sensibilización y combate. Es necesario promover el uso responsable y ético de los espacios de socialización virtuales. De Dios y Cortés (2015) proponen que hoy más que nunca es fundamental desarrollar habilidades de autocuidado y prevención de riesgos para la toma de precauciones en los jóvenes cuando se interactúa en el ciberespacio.
A manera de conclusión
El uso de las redes sociales en los jóvenes y la violencia generada no deja de ser un reflejo de los elementos socioculturales de la sociedad. El posible camino que podemos seguir para profundizar en el significado de esta problemática radica en forjar nuevos conocimientos en torno a sus consecuencias en sus distintos estratos sociales; de esta forma, se propicia un cambio social y cultural.
Aunque se expuso una parte muy reducida de todo el problema que supone la violencia de género y el uso de las redes sociales y el internet, es interesante observar cómo este fenómeno se ha ido incrementando y normalizando más en los medios digitales y en las formas en las que las personas interactúan entre sí en la virtualidad. Es relevante que el investigador social analice sus repercusiones y proponga alternativas y soluciones para aminorar este fenómeno social y cultural. Uno de ellos reside en la psicoeducación de la sociedad para aprender a manejar las herramientas digitales y las redes sociales, en pro de crear espacios seguros y sanos en la red.
Bibliografía consultada
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[1] [1] Licenciado en Psicología (UdeG). Egresado de la Maestría en Humanidades, Línea Formación Docente (UAZ). Exbecario por el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (CONAHCYT). Especialista en Diagnóstico Clínico y Tratamiento de los Trastornos Mentales (AMSP, A.C.). Posee una Formación en Psicogerontología (AEEP, A.C.); una Formación Psicoanalítica Especializada (AMSP, A.C.); así como diplomados en materia de ciencias sociales, ciencias forenses y derechos humanos. Se desempeñó como asistente de investigación en distintos centros de investigación (DP, UG; CIC, DECS, DS, UdeG). Ha cursado seminarios de investigación en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Ha sido ponente en congresos y coloquios nacionales e internacionales. Colaborador en revistas académicas estudiantiles y medios digitales. Actualmente es estudiante de la Especialidad en Psicosomática Psicoanalítica (IPPF, A.C.) y del Diplomado en Psiquiatría y Salud Mental (CINFORP).