Feral: Los mitos rurales en found footage

Por Sergio E. Cerecedo

 

Si un género se ha nutrido del found footage o metraje encontrado ha sido el terror, esta técnica narrativa y de captura de imagen que simula haber sido un material grabado por alguien más a manera de documental representa una de las mejores y más recurrentes maneras de crear miedo en los espectadores por la inquietud primaria de no saber del origen de esa captura. Esta exploración morbosa, en la que quizás uno de los primeros representantes es Holocausto Canibal (Ruggero Deodatto,1980), que tomó fuerza a finales de los noventa con “El proyecto de la bruja de Blair” (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick) y después con “Actividad Paranormal” (Oren Peli, 2007), tiene muchas variantes realizadas con mayor o menor fortuna y, por supuesto, por esa réplica del estilo de las cámaras caseras, la mayoría de ejercicios se encuadran dentro del cine de serie B.

 

Y de lo hecho en Estados Unidos, por supuesto que el interés brincó a otros países aunque fuera en menor frecuencia, tan solo recordemos el bombazo que fue la española “REC” y sus secuelas llevando con verosimilitud una historia de zombies que sucede durante la grabación de un reportaje. Aquí en México se ha hecho poco, igualmente enmarcado en las producciones de bajo presupuesto y dentro de esto “Feral” llega como una propuesta refrescante que modifica un hecho real a partir de lo que no quedó del todo claro en la documentación oficial

 

Uno de los grandes aciertos de la presente película es vincularse visual y estéticamente con el tipo de narraciones que al público potencial le llaman la atención —los amantes del terror, de las leyendas macabras o el público mexicano en general—. Si bien el tiempo ha cambiado y ahora los espectadores o radioescuchas han virado de “La mano peluda” a “Leyendas legendarias”, las historias alrededor de lo místico, lo demoníaco o los crímenes sin resolver siguen siendo pan nuestro de cada día, y qué mejor que contar algo así a manera de falso documental como aquí, con un acabado rústico y que nos hace sentir que podría ocurrir en cualquier pueblo cercano.

 

Andrés Kaiser (2018)

El relato explorado a través de entrevistas con sus amigos y gente cercana es el de Juan Felipe de Jesús, un antiguo seminarista en crisis con la fe y sobrado interés en la psicología y el psicoanálisis que dentro de su vida de ermitaño en las montañas de Oaxaca encontró a tres niños que habían crecido totalmente como salvajes, algunos sin haber visto la luz del sol, nula noción del idioma y la comunicación, e intentó criarlos como suyos a través de lo aprendido, conllevando a la vez que una misión muy noble, una condena social y peso moral en el que se vio retado por las circunstancias y a momentos no salía muy avante.

 

A través de sus conocidos sabemos de su interés científico, un pasado familiar turbulento, y de lo difícil que le fue lidiar con la cerrazón de la gente en el pueblo vecino, pues ya sabemos que hay comunidades donde a todo lo inexplicable le ven cara de diablo y se mantuvieron muy temerosos ante el hallazgo y actitud de dichos niños atados en una caverna —según la estructura narrativa de la película—.

 

El montaje va alternando las entrevistas con los testigos del hecho en el presente de la narración con las cintas (Found footage) donde Juan Felipe se documentaba a sí mismo narrando su progreso y sus impresiones personales y donde grababa sus actividades con los niños, en las que a momentos tenía mucho avance y en otros lapsos perdía por completo la paciencia, esta alternancia permite el contraste de dos realidades tanto dramáticas como estéticas que el espectador va siguiendo con inquietud, y aunque algunas de las cosas puedan parecer trilladas, la narrativa de Andrés Káiser no decae y cumple su cometido.

 

El actor principal y en general el tono de las actuaciones y la forma de recitar los diálogos puede parecer modosa y a momentos anticuada, más en el estilo de la T.V. noventera y del melodrama nacional desde los 50´s hasta el presente, pero funciona haciéndonos sentir esa lejanía en tiempos, que sus personajes no viven acorde a la actualidad y se convierte en un coctel de inadaptados o de personas tan ermitañas y de núcleos cerrados, como el mismo Juan Felipe, por cuyo pasado altamente reprimido y ceñido a la fe, podemos entender ese comportamiento y maneras tan rígidas. En general el elenco está bien transmitiendo naturalidad, incluyendo la actuación física de los tres niños.

 

La fotografía de Marc Bellver tenía dos desafíos que cumple con creces: la primera era “ensuciar” un poco la pulcritud técnica que le conocemos de sus trabajos más comerciales como “El Jeremías” y la serie de Luis Miguel, acercándose más a los documentales que ha hecho para veteranos como Alberto Cortés en la propuesta visual de las entrevistas “actuales” y los seguimientos a los personajes que conocieron al protagonista. Especialmente esto es notorio en las secuencias donde se entrevista al amigo que lo apoyó en el rescate de los niños, es donde esas imágenes azulosas de la mañana o noche temprana entre el bosque y la cabaña en que sucedieron los hechos están muy bien estructurados.

 

La segunda era lograr la verosimilitud de la imagen que simula la evidencia videográfica que Juan Felipe tomó de su proceso con los niños y que mandó a su colega para su conservación, el trazo escénico es sutil y permite que sintamos con sus tomas fijas que en verdad estamos viendo evidencia recopilada por un amateur, agregando los efectos y defectos visuales de la calidad de video de esa época y complementándolo con  la propuesta de diseño sonoro obra de Marcos Cabal y Pablo Betancourt pleno de efectos sonoros muy texturales y expresivos. Todo converge en un acabado artesanal que puede verse también en el material creado para pasar como de archivo e inclusive en la hechura de la muy atinada secuencia de créditos.

 

Y es en el apartado de la musicalización donde se da vuelo remarcando lo visual con efectos marcados como los sintetizadores que replican en sonido los defectos de las cintas betamax y VHS, además de la musicalización de uno de los constantes en el panorama cinematográfico actual: Carlo Ahyllón. Su propuesta, también sintética y electrónica, se siente deudora en muchas ocasiones de músicos contemporáneos como Edgar Varese y otros que experimentaban con texturas y notas suspendidas más que con algo melódico, decisiones y métodos de composición muy ad hoc con un material inquietante y que replica hechos de orígenes para nada claro.

 

Feral llevaba ya unos años dando vuelta en festivales y plataformas como Filmin Latino, pero cuando estuvo en pantalla grande y en un estreno más masivo se pudo apreciar la relevancia de un producto de interés tanto para los seguidores del terror y suspenso como del drama histórico. Personalmente, con este tipo de materiales refrendo que quien conoce del cine mexicano y su historia puede hacerle mucho bien al género fantástico al saber los diferentes tratamientos que se le han dado a éste tipo de historias y cómo nutrirlo de referentes populares para acercarlo a quien normalmente no lo vería.

 

 

 

 

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