Poesía colectiva: después de leer a Michele Najlis

Por Nat, Priscila, Diana, Ixchel, Danae, Gloria, Tere, Laura y Ximena

 

I

 

Si digo que no siento caería en una mentira,

callaría el grito que me recuerda tus ojos en el pasto,

el calor de tu respiración cercana al viento.

Descubrir que los pájaros persisten al vuelo 

aún cuando sus alas parecen suspendidas,

que algo en mí también palpita,

que supura alientos de cálida hierba

entremezclada al tacto,

al deseo de la risa particular, a tu presencia, 

que mi calma se albora si te

pienso en ese llano abierto, 

humedal repleto de besos 

que soy, memoria.

 

Sería como la semilla que muere en el surco sin dar fruto

a los pies del árbol,

que cruje al ser pisada. 

Arrancada de la tierra, 

el petricor se perdería entre la sequedad de los escombros, 

ceniza arrastrada por el aliento de estos días marchitos

en los que no reconozco que florecía, 

que bailaba con el viento elogiando la vida.

 

Mi mar vertiginoso se ha secado,  

no reconozco mis alas revoloteando, 

el invierno me envuelve, 

mi piel dobló su tamaño y ahora soy una elefanta

La sal de mis pupilas me ha nublado la memoria, 

                        me impide ver el tiempo transcurrido. 

No soy, no respiro, no sueño, 

soy un ser sin reflejos que vela por ti.         

            Desde la cueva donde te nombro 

susurro al viento con el vacío de mis brazos sin los tuyos: 

 

¿Dónde se abrirá el plexo florecido al grito?

¿Qué mares habrán de atravesar mis risas 

si ya todo fue surcado?

y si yo digo cielo ¿lloverán de nuevo langostas 

           o serpientes que devoran lenguas y caricias?

¿Dónde están mis pies si he perdido la tierra?

¿Qué caderas son las que sostienen ahora el meticuloso ritmo de mis piernas?

 

La copa del árbol que me habita ya no alcanza la tibieza matutina del bosque,

una enredadera devora la raíz

asfixia la corteza 

Yo, la que fui, la que he sido, ¿encontrará su camino hacia la afluente?

Las aves siguen haciendo nidos 

La vida late aún en este árbol derrumbado

Llegará el tiempo, dolerá el tiempo, morirá el tiempo…

Y entre los surcos de la tierra, 

    entre las cortezas de los árboles, 

    entre el sonido de las aguas , 

    entre la multiplicidad de las flores y entre la fuerza del incendio

                                     regresaré a mí 

 

II

Cantamos, bailamos jubilosas en los albores de un nuevo día.

Mi cuerpo alado surca el viento nuevo.

 

Mi muerte quedará en el olvido;

en la tempestad, sobre una cama de luciérnagas 

 

De mi sexo, de mi vientre, de mis mares

estallan olas 

besan las orillas, chocan con las piedras

se pierden en la arena.

 

Me siembro en la tierra, el sol me abraza 

y descubro

             que han vuelto a brotar

                    hojas verdes y tallos donde creía que había muerte. 

 

Al final diré: soy todo lo que he surcado,

todo lo que he habitado, 

lo que he sembrado, 

lo que he sujetado con fuerza entre mis manos,

tu cabello, la melodía de mi palabra,

un amor como las tormentas del azul profundo,

furia e inclemencia,

la hierba haciéndose camino entre la grieta,

la mueca de la luna que regresa en cada fase,

alas abiertas volando al otro lado sin miedo.

 Al final seré frente a la muerte:

agua, carne, alimento de la tierra. 

 

 

 

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