Blanco de verano: el fuego del celo primario

Por Sergio E. Cerecedo

 

En el FICUNAM del 2021 existió una variedad muy diversa de proyectos dentro de la selección de películas nacionales tanto de documental y ficción, entre ellas “Blanco de Verano”, que llegó precedida por el éxito que tuvo en el festival de Morelia y que aunque se mete con el ya muy recurrente camino del adolescente confundido ante las circunstancias familiares y sociales, sale bien logrado por el pasmoso y personal punto de vista que el director se esmera en plasmar.

 

Rodrigo vive con su madre divorciada y constituyen una unión de mucha devoción, se besan, apapachan y conviven con mucha cercanía, hasta que ella empieza a salir con una persona nueva. La llegada de Fernando, el novio de la madre, tiene unos matices positivos por la intención de éste por hacer las cosas bien, intervenir como compañero y figura paterna, pero de inmediato notamos que las esperanzas no serán muchas cuando empezamos a ver acciones impulsivas devenidas del cambio de la rutina de ambos. La inexpresión de las emociones es la que termina.

 

En el desarrollo de la historia puede verse una sensación de despojo cuando Fernando se va a vivir con ellos, un despojo de los rituales cotidianos que Rodrigo tiene con su madre, ocasionando una crisis en silencio, con la cual el elemento del fuego constante —con tomas muy lucidas técnicamente, como un travelling en el pasillo jugando con un encendedor— y el rojo de la media luz de su habitación  La presencia de los actos donde el protagonista manipula ese elemento nos hace dar cuenta —y nos despista un poco con su inexpresión— de una violencia inherente que no hace más que aumentar, aunque las atenciones que se tienen hacia él son las mejores, su mente no lo percibe así. El montaje se encarga de realzar esto con elipsis de las acciones de los personajes a su descubrimiento y consecuencias.

 

La narrativa de la película nos mete con la comprensión psicológica de las cosas, ¿Es el asunto del camper un acto de buena onda o una apropiación del espacio donde Rodrigo hace lo que se le pega la gana, una formalización de su individualidad para tenerlo bajo control? En la realidad parece lo primero, pero su mente se empecina por razones que medio intuimos pero que desconocemos de su boca, su silencio nos llega a pesar y caer gordo, porque lo motivan sentimientos que van más allá de un discurso moralista, ésta trama en la que se siente un hogar en formación pero a la vez invadido, un trauma y una cuestión territorial no resuelta. Incluso el título de la película hace una directa alusión a un elemento que terminará de trastocar el espacio donde viven y al que se han acostumbrado a vivir sin la pretendida figura paterna que la estructura familiar nos ha hecho ver como necesaria.

 

Rodrigo Ruiz Patterson (2020)

Más que simbólico, el diseño sonoro en general opta por lo mundano, silencioso, y por efectos e incidentales que refuercen la sensación de intranquilidad. Cuando ésta aparente calma cotidiana se rompe, esto sin llegar a ser efectista, siendo la puntualidad de la mezcla la que da espacialidad —cuando un sonido atroz aparece, en especial en un plano secuencia filmado con mucha pericia, el sonido aparece sutilmente poco a poco hasta ocupar el primer plano—.  El pulso narrativo de Ruiz Paterson se hace patente con ése camino paralelo entre la vida familiar de Rodrigo y sus momentos a solas, sin amigos, donde parece estar cuajando algo alterno que la permisividad de su madre ante el miedo a reprenderlo y perder su confianza. Logrando también plasmar de una manera excelente las atmósferas suburbanas del Estado de México e Hidalgo donde las familias que ya no caben en la ciudad encuentran una oportunidad de vivir tranquilas, aunque no exentas de sus propios demonios y disfuncionalidades. Poniendo el dedo en la llaga de lo que preferimos ignorar o pasar por alto con el afán de no tener problemas con las personas a quienes amamos, como pasa con el contenido personaje de la madre, buen trabajo de Sophie Alexander-Katz, y que el novio, un matizado Fabián Corres, quien intenta corregir como nueva figura paterna.

 

El metraje también conlleva sus guiños cinéfilos, creo que no es casualidad que el rostro y expresiones del adolescente protagonista sean muy parecidas a las del actor Jean Pierre Leaud cuando protagonizó “Los 400 golpes” de Francois Truffaut, inclusive su trama y construcción del personaje principal me recordó bastante —guardando proporciones geográficas y temporales— a los adolescentes conflictuados de otro auteur francés : Louis Malle, trayendo a la memoria tanto “Lacombe Lucien” (1974) como a la relación materno filial rozando con el incesto que se veía, aunque con otras intenciones estéticas y narrativas, que el director exploró en “Un soplo al corazón (1971)”

 

Revisando parte por parte, el mayor logro de la película es representar en cada hecho cotidiano una pasmosa lucha por el poder que significa más que lo que el hecho per se. Rodrigo se enfrenta a Fernando de forma pasmosa en cada acción o inacción de rebeldía. Es evidente que para quienes no gusten del camino más minimalista para contar historias puede no ser la mejor opción de una película entretenida, pero sí de un discurso pertinente sobre los problemas psicológicos y sociales que surgen día a día al interior de esos núcleos familiares que se forman por la ausencia.

 

“Blanco de Verano” funciona a través de una poetización áspera que no por sencilla deja de ser contundente y tampoco por apoyarse en cierta poesía visual de lo cotidiano deja de ser realista, pasmosa y bastante incómoda adentrándose al terreno de la confusión personal de alguien que ha dejado de ser niño y que no comprende del todo la descomposición/restructura de la familia en la que ha sido concebido.

 

 

 

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