Por Luis Xavier Avalos Bozo
Cuando Freud y Jung, durante la primera década del siglo XX, conectaron esfuerzos intelectuales en pro de darle forma al análisis de patrones de comportamiento emergentes de complejos psicológicos de la infancia, casi insospechadamente y, en simultáneo, abrieron el debate sobre los roles de dos posiciones de la crianza que hoy, sin mucha complejidad, admiten extrapolación en las formas de analizar y entender a la política boliviana contemporánea.
La época pre-guerra, entiéndase, anterior a la Primera Guerra Mundial y, en algunos casos, extensible al intervalo de separación de los dos grandes conflictos bélicos que delinearon la historia posmoderna, estuvo fuertemente marcada por visiones del ‘deber ser’ de los roles familiares, muy marcadas, en contraposición a, en palabras de Zygmunt Bauman, una modernidad líquida abstraída por el encanto del cuestionamiento desbocado, a la par de la aquiescencia de respuestas inmediatas que conecten con la imperatividad de la urgencia.
Ahora bien, ¿cómo se conecta esto con la nomenclatura elegida para el título? El año 2015, concretamente, el 30 de octubre, The Neighbourhood lanzó ‘Daddy Issues’, un sencillo que formó parte del álbum Wiped Out! y que, grosso modo, hace referencia a las implicancias de la ausencia de una figura paterna en el modo de ser, el modo de obrar y, digámoslo, la marca personal. Pero, para el caso, si bien conservaremos el título de la canción, no hablaremos de una marca personal, sino, más bien, de la marca país.
Bolivia, en sus casi 199 años de historia republicana ha tenido 67 presidentes diferentes, promediando menos de 3 años de gestión efectiva por mandatario, teniendo solamente dos presidentes mujeres, ambas asumiendo la primera magistratura de la Nación en circunstancias de gran alteración social y subversión del orden público. Un indicador de prevalencia masculina del 97%, no podría hablar de ausencia ‘paterna’, tal como aludirían correligionarios del post-lacanianismo, pero sí evidencia la ambivalencia patronímica en las figuras presidenciales: o bien son personajes cuya identidad es amplia e históricamente ajena para el común de la ciudadanía o son populares con un marcado sesgo de polémica, bien por los grandes aciertos o los grandes desatinos en sus gestiones. Fueron figuras que destacaron por su perfil bajo, o bien, por adoptar el rol de liderazgos caudillistas que, apartados de la construcción de ‘incubadoras’ de jóvenes líderes, persiguieron la estela de la fábula narcisista por antonomasia, hasta caer, bien en trágicas condiciones o, bien, por la emergencia de liderazgos más atractivos al voto popular.
¿Y, a dónde vamos? Cuando uno ingresa en el entremés de la interacción con un votante joven promedio, más allá de la ingente preocupación por una realidad laboral ampliamente informal y hostil con el talento nuevo, existen sueños y aspiraciones, en muchos casos, conectadas con la idea de vivir y atravesar experiencias. Empero, a partir de la foraneidad, casi nunca asociada con intenciones de mejora del aparato público, desde su ingreso en él: ser la próxima o el próximo presidente no le quita el sueño a la juventud. Y, ¿por qué? Porque existe un concepto, casi una idea generalizada de que todo cuanto está conectado al Estado es permeable a la corrupción, la ineficiencia y la burocracia. Y, en simultáneo, una idea también generalizada de que los problemas y crisis más grandes concernientes al país deben ser solucionados por el Estado. La población espera respuestas y soluciones de un nivel que, en líneas generales, es rechazado y repelido.
Probablemente, podríamos hablar de un Estado ausente, un Estado en declive, pero también hablamos de una ciudadanía apartada de la conexión con la idea y las nociones fundacionales de la administración pública. ¿Por qué? Quizá existan niveles de desinterés y desidia, pero en el fondo, ya ni siquiera porque no existan visiones, cosmovisiones o formas de ser o sentirse boliviano, sino que, más bien, no es posible hallar una identidad que genere cohesión.
Pareciera ser que las diferencias son factores de división y no precisamente de cercanía y amistad cívica. Tal vez el Estado no es un padre ausente, ni un padre en lo absoluto, pero sí una figura que no ha sido capaz de aquello que la ciudadanía (sus hijos) esperarían de él: las condiciones mínimas para coexistir desde la tolerancia y no desde la destrucción y enajenación opresiva. Tal como infantes que no aprenden a solucionar sus diferencias, luego de la primera riña, los puntos de división se han explotado sistemáticamente para acrecentar (y crear) factores de diferencia, exhibiéndolos como disensos irreconciliables y, a partir de ahí, el ambiente está dado para impedir y, cuando germina, entorpecer el genuino crecimiento y desarrollo de las capacidades y talentos que cada quien aporta desde su individualidad.
Estamos, entonces, ante el dilema perfecto. Estamos ante la versificación materializada de los ‘Daddy Issues’, de los que en su momento The Neighbourhood alertó. Y, como en su momento esbozó Jesse Rutherford, las lágrimas (alegóricas) emergentes del descontento, la frustración y la desazón en bolivianas y bolivianos no son precisamente por las consecuencias negativas de una realidad cotidiana adversa, sino por la ausencia de una identidad alineada con el crecimiento y el desarrollo nacional. Condiciones mínimas que ni el Estado, ni 67 presidentes han sido capaces de crear.