Esta recopilación, realizada por la escritora Victoria Marín Fallas, busca ofrecer un punto de partida para adentrarse en la riqueza y el dinamismo del diálogo poético en Costa Rica.
Nicole Bolaños (San José, 1994). Cursó estudios de literatura, lingüística y filología clásica. Su primer poemario, Catafalco, ganó el premio Eunice Odio 2024. Si tuviera más tiempo, leería y escribiría menos.
Bordes redondeados de signos gráficos
sobre la maraña de pixeles
me refiero: luminancias de lo escrito
que en la retina mutan a otra cosa a la cual poder juzgar
y el golpeteo suave de quien duda
que la composición sea la exacta
la que más se asemeje al sustrato de la lengua individual
pulpa que segrega pensamiento fragmentado
sus códigos de niña sola
(si se toma por cierto que en la gramática
es la esencia de la cosa
o que «teología como gramática» divina
se podría encontrar en lo anterior
una persona
o su furtivo equivalente en pliegues y despliegues)
Disuelta
aspira despacio el trance por la boca
y espera unos minutos hasta quedar envuelta
en el canto de las diosas
como una virgen en Delfos
cientos de grillos en coro a la distancia
asemejan un mantra enloquecido
elevan el trazo, rebalsan cuencos de espuma
bajan lenguas de fuego a lamer los párpados
y colocan una llave nueva sobre los ojos rojos
aparecen
hilos sueltos sobre la mesa, patrones
larguísimas agujas
la destreza de una tejedora que asimila su herencia
sin recato
A Fr. Antonio Barrios
Será cierto, padre
que todo se trata de aprender a amar
tal y como Él…
y será cierto que amó así
y que si dejo reposar —primitiva—
el vino oscuro sobre el arco de mi labio
caerá como un velo
que me hará por fin guardar silencio
o mi palabra, si aún posible
será suave, tan suave desangre
siempre el eco del amor perfecto
Andrés Vargas-Abellán (San José, Costa Rica, 1998). Puntos de interés: Filosofía, Psicoanálisis y Literatura. Parte de los fundadores de: Periódico Argos.
El espíritu tiene tres principios:
El naufragio que es encuentro
La sombra que resplandece
Una experiencia interior del mundo.
1
Hay un mar helado en cada quien
sobre la piel
resistente al tacto y al olvido.
Surcamos las aguas, perdidos en las balsas
de nosotros mismos, hacia lo eterno.
Entramos en la noche blanca, en el sol negro,
sedientos de tibia compañía.
Así, ante la inmensidad, nos asaltan.
¡Cuántas ráfagas de soledad y distancia nos azotan, hoy y siempre!
Pero él siempre nos decía: amemos las preguntas y tengamos paciencia al extravío.
2
—Para V. E.
Hay una luz imposible para el ojo
que se sumerge en un corazón
privado, huido y solo.
Hay una luz imposible para el ojo.
El mundo se teje alrededor
en un suspiro, desbocado,
y el enjambre se inclina solitario.
Quizá un perfil es una cara del mundo.
Quizá la silueta de una pierna, un universo.
Quizá sobre la negra seda que corta el tobillo
se crean los sueños, las esperanzas o el desastre.
Una brisa puede ser una experiencia ilimitada.
Puede que una sonrisa, una negra mirada,
o el hurto de un alma desprevenida
sea el origen de lo inadvertido.
3
Dibujados sobre cumbres
suspendidos entre montañas
estamos pendientes de un avistamiento.
Nos paseamos por la vida
atentos a otro rostro
vigilantes en la espera.
Si la Fortuna cae en su lugar
quizá las piedras, como los humanos,
adivinen su canción.
Piedra,
si pudieras cuáles cuentos
sobre cada una de tus capas
nos confiarías, como si a la larga,
en la intimidad de tu secreto
pudieras susurrarnos un grano de nuestra propia historia.
Sería tu superficie nuestro rostro,
tus destellos los nuestros.
Sufrirías porque sabes que nosotros
celosos de nuestro secreto
nos volveríamos sordos ante tu sutileza.
Tal como si fuera tu silencio culpa tuya.
Katherine Navarro González nació en Cartago, Costa Rica en 1997. Graduada en Filología Clásica de la Universidad de Costa Rica. Escribe poesía breve, inspirada en el detalle y la introspección.
Hormigas
Las hormigas se escurren por debajo del sillón, negras, perspicaces y silenciosas.
Yo me extiendo en medio como un mueble
efímero, sin uso definido y caprichoso.
Ellas me rodean, pero no me importa:
si no me muevo, no pican.
Yo las observo con mi cuerpo titánico.
Pienso, por un momento, que somos iguales.
Ellas, tal vez, piensan en cuánto me temen. O no les importa. O solo no me reconocen.
Entonces, estiro el dedo como una daga,
el mismo dedo que se corta y arde al pasar las páginas…
Y con la mínima premeditación,
lo dejo caer, certero…
La altitud de la eternidad y un día
Como si el tiempo marcara la distancia infinita,
te movés como una gota en reversa:
de una breve explosión
a formas bonitas en el cielo;
las figuras del alivio seguro que solo existen
y se disuelven para ser de nuevo.
A pesar de su ciclo perpetuo,
solo consuelan ante la fantasía de la mirada,
porque siempre corren y cambian.
Yo quisiera moldearlas para vos,
entregarte las nubes en tus propias manos,
que sean la calidez que necesitás,
que las abracés y no se deshagan nunca
ni siquiera en una pequeña lluvia.
Isaac Palma Solano. Estudiante de Filosofía, UCR. Poeta (sonetista, haijin).
I*
Verdes centellas,
los rayos de las copas:
bosque nuboso.
*La centella japonesa: Gotu kola)
II
Niños del barrio
majaron la flor única
de la alameda.
III
Flores de itabo.
Los boyeros, por lastre,
tarde cosechan.
IV
Albos lapachos;
las láminas, en lluvia:
¡tin, tin (campanas)!
Laura Vásquez Calderón. Graduada de la carrera de Ciencias Políticas por la Universidad de Costa Rica. En 2017 publicó su primera novela con el título “Plano Cenital”, y en 2023 su segunda novela “Los apellidos de María”, ambas bajo el sello de la Editorial de la Universidad de Costa Rica. En 2024 publicó su tercera novela, “Los perros ladran en inglés” con el sello de la Editorial Club de libros.
Espera
Compañera
yo sé que está por ahí,
si tan sólo me permite verla
podríamos comenzar por el principio.
Hay toda una revolución
esperando por su puño,
por mi grito,
por nuestros pies.
Si tan sólo viniera a mí
compañera,
dejaría de idealizarla
y comenzaría a
desabrocharle la camisa.
Me la imagino construyendo patria,
amputando fronteras,
mezclando ideologías
con pedacitos de realidad.
No se preocupe compañera,
yo entiendo que está ocupada
desafiando al patriarcado,
descubriéndose las piernas,
dándole de mamar a la tierra,
se le habrá hecho tarde
entre las sábanas,
en el desayuno de algunas letras
o quizá en los acordes de una guitarra.
Mientras tanto yo la espero
en alguna que otra boca,
imaginando sus talones
los agujeritos diminutos de sus piernas,
el tono desafiante
e imponente de su voz.
Yo la espero aquí,
compañera
hasta que sus pies la
arrastren hacia mis muslos,
y podamos construir
y destruir
y morir como una sola.
Josué Rodríguez Calderón (1998), poeta indígena bribri, nacido en San José, Costa Rica, actualmente reside en Salitre de Buenos Aires, Puntarenas y estudia Filología española en la Universidad de Costa Rica. Sus poemas han sido publicados en revistas y antologías de países como Costa Rica, Estados Unidos, Italia, Eslovenia, México, Argentina y España. Parte de su trabajo ha sido traducido al inglés, esloveno, ngäbere y bribri.
Namú
Tu piel, persianas leonadas
sostienen el atardecer,
tus manchas cual lunar
sobre mi dorso.
Después de todo, nos parecemos tanto
que tus huellas simulan las mías
entre el barro leñoso,
entre el bosquejo de nuestros ancestros.
La naturaleza nos arropa
como hiedra y reconozco
la luna recitar en tus pupilas,
Las lágrimas me asaltan
en el transitar de tu divinidad;
si tu mirada es un sol diamante
que estremece
la bondad en la tierra, mi voz,
es una rima afinada en tu rugir.
Namú, dime, ¿qué habla la madre tierra
al silencio de tus pasos?, porque
también quiero derrochar el lenguaje
de los dioses, quiero brotar la vida diáfana.
Tu latir de especie sombrilla
forja melodías desde el norte de México
hasta el sur de Argentina,
con cada trazo se duermen los riachuelos,
manantiales donde remolinos
son hoyuelos abrazando mis mejillas;
tú nadas en esos aspavientos.
Yo los delato sobre mi rostro,
cada vez nos parecemos más.
Quizás mis cosquillas son un salomar
que te acaricia cuando
te columpias sobre el suelo,
y te enjuagas con aroma dosel.
Quizás tus rasguños en la madera
simulan versos, como las manos
devotas que plasman estas líneas
*Nota: «Namú» significa jaguar en bribri.
claire de mezerville lópez* es costarricense. Es psicóloga, con estudios de posgrado en educación, prácticas restaurativas y participación comunitaria. Trabaja como profesora e investigadora de la Escuela de Orientación y Educación Especial de la Universidad de Costa Rica y como consultora para el International Institute for Restorative Practices. Escribe prosa y poesía. Pinta cuando puede. Vive en San José con su familia y sus dos gatos.
*La autora, inspirada por bell hooks y e.e. cummings, elige escribir su nombre con minúsculas en sus textos literarios.
Al Cerebro
¿Un lugar?
La página,
el cerebro,
la loza.
El rincón de la idea,
del beso.
Amígdala hiperactiva.
Las olas que cantan,
aurora boreal que calla y danza.
París,
Tokyo,
São Paulo,
el teatro.
La pirámide,
el río,
el Gran Cañón.
El hipocampo que hace espacio:
cajas del asombro,
refugios del horror.
Mis ideas con tentáculos.
Cisura de Silvio.
La cama ya sin sábanas
tres horas después de llevarse al muerto.
Broca y Wernicke
decoran la habitación.
No hay más que el recuento
de mis ojos
o del libro
o de la tele.
Todos los lugares viven en este laberinto.
Es pequeño y eterno.
Aquí está Nueva York,
están la luna,
la banca,
el avión.
Aquí donde Sherezade
contó el relato de sí misma
haciendo un bucle infinito
en el efímero y decrépito recinto
donde nacen y mueren todas las historias.
Mi Dios Pequeñito
Busco acercarme al silencio,
tan lejos, tan adentro.
Busco encontrarte en el asombro,
tan empolvado, tan anciano.
Busco descubrirte en mis poesías,
que ya no son mías.
La locura se extinguió
y con ella los aquelarres
de mis cantos secretos.
¿Y vos?
Eras el éxtasis
de la daga atravesando mis esencias.
Hoy sos mi Dios pequeñito.
Alguna vez fuiste grande, vasto,
luz y sombra de todo lo que existe.
Fuiste fuerte, impertinente,
como una ola que arrasa
con el hoy, con el mañana.
Se burlaba tierno de mis ansias.
Yo te seguía y te abrazaba,
me hundía en tus palabras,
fundida entre tus llamas.
Seguís siendo sin tiempo.
En este fin del mundo,
no soy de fuego ni de incienso:
estoy hecha de tiempo y tierra.
Soy cuenta regresiva de pulpa y piel,
de anhelos, de vicios, de instintos y de música.
Algoritmos ensangrentados
en la historia de una prisión maravillosa.
Estoy enterrada en la piel del tiempo
y todo es grande… todo es grande.
Yo desaparezco, tan pequeña.
Y vos…
sos mi Dios pequeñito,
tímida semilla eterna
en medio de un huracán de escombros.
Una esperanza minúscula
en la avalancha inexorable
de mi desesperación.
Luis Rodríguez Romero, nació en Costa Rica en el año 1979. Forma parte del equipo de gestión cultural de Turrialba Literaria y dirige el Festival Presagio de Fuego en honor al natalicio del poeta Jorge Debravo. Fue finalista del Premio Internacional de Poesía XXXV de la Fundación Loewe en el año 2022. Poemas de su autoría aparecen en las antologías: Voces del viento (Proyecto Palitachi, Nueva York Poetry Press, 2018); Le Parole Grondanti: Antologia Della Nuova Poesia Centroamericana (Fermenti, 2021) curada por Emilio Coco. Ha publicado los poemarios La voz que duerme entre las piedras (Nueva York Poetry Press, 2018, USA) y Breve historia del sol (Santa Rabia Poetry, 2022, Perú).
Termonuclear
¡Yo no tengo nada que ver con una bomba!
― Lise Meitner
I
Somos hijos de la gravedad,
y del corazón
nos hala una mano
hacia una prisión que nos resulta familiar.
Nos amontonamos con los ojos cerrados
mientras un veneno baja desde el sol.
Al final seremos motas inestables.
II
Una gota cae sobre mi pupila
que a la escala correcta es un océano
desbordado en relámpagos de agua.
Entonces corremos en direcciones desordenadas
dejando cuajos de humanidad tirados en las calles;
crecen formando copias huérfanas
de nuestro antiguo yo,
y se postran temerosos en galerones de egoísmo.
Bajo este nuevo orden teórico, echan a andar otra vez
chocando entre todos
y se repite el sin sentido.
Ocaso
Cuando el sol se pone en el pecho,
echa dedos y raíces,
se cuela entre los poros hasta desgarrarlos
con una inundación de sus miembros.
Se aferra muy bien a las costillas,
encuentra tierra fresca ahí profundo
entre los pulmones y da rienda suelta
a su afán de cultivar nuevos astros celestes.
Antes de que te des cuenta,
tienes un clúster de galaxias
gravitando en cada aspiración.
Por ello, en la mañana, cuando sientas su calor,
recuerda que eres de la noche aséptica,
y reniega de las leyes del universo.
Jeymer Gamboa es un diseñador, editor y poeta nacido en Santa Cruz de León, San José, Costa Rica, en 1980. Ha publicado libros de poesía como Días ordinarios (XI Premio Internacional de poesía Emilio Prados, Pre-Textos, Valencia, 2011), Nuestra película de las vacaciones (Ediciones Liliputienses, 2014), La insistencia de la luz (Neutrinos, 2015), Un proyecto de futuro (Neutrinos, 2016), El desplazamiento circunstancial o Jardín (Ediciones Liliputienses, 2024). Estudió periodismo y producción audiovisual en la Universidad de Costa Rica. Ha dirigido documentales, videoinstalaciones y cortometrajes experimentales entre los que se destacan Rastros (2010), Extinciones (2012) e Imaginario (2013). En Argentina codirigió la revista trimestral de poesía Campotraviesa.
Objetos que resplandecen en mi mano
En las mañanas,
cuando me preparo para salir a correr,
a veces encuentro elementos extraños
en el interior de mis zapatos
o en los bolsillos del pantalón.
Piedritas, flores, muñequitos.
Una galleta a medio morder.
Los introduce mi hijo
sin que me percate.
Mi hijo también me introduce frases
en la cabeza:
¿Sabías que a los pájaros se
les traba las alas
cuando se ponen a pensar?
Casi siempre descubro sus talismanes
cuando ya se ha ido
al jardín o a su otra casa.
Pienso que es su forma telepática de saludarme.
Su forma de reírse a distancia
mientras junta sus manitos
a la altura del ombligo
durante mi trote de cinco kilómetros.
Nuestra película de las vacaciones
Un concepto más complejo que la muerte
es el final de las vacaciones.
Mi hijo de cuatro años lo acaba de entender.
Guardamos flotadores, trajes de baño,
el balde para levantar castillos, la luminosidad de la costa.
El agua es su definición de la felicidad.
En cada uno de estos viajes vacacionales
parece que comprende algo nuevo
mientras que yo entiendo menos.
Pensé que la libreta iba a quedar en blanco.
Antes de regresar, en el malecón de Quepos,
mi hijo usa el renglón del horizonte:
cuando el sol se hunde en el mar,
¿en qué se convierte el mar?
Como no sé qué contestarle,
le paso mi mano por su mata de pelo dorado
que en ese momento refulge con el atardecer.
No el símbolo sino el escenario al que nos lleva este pavimento: la insistencia del pueblo natal
Hay que estar rápido de reflejos
el domingo en la noche
al bajar del cerro lleno de neblina.
Luces altas que golpean de frente
en una curva.
Animales que se arriesgan a cruzar
la carretera y ser aplastados.
Desde el asiento trasero llega
la voz firme de mi hijo:
quiero que tu cuerpo sea igual
que el de mi mamá.
Victoria Marín Fallas nació en San José, Costa Rica. Es poeta, articulista y filóloga clásica. Se desempeña como profesora de lectoescritura en la UCR. Dirige la plataforma literaria Revista Virtual Quimera y es jefa de redacción de la EEUCR. Es compiladora de Anábasis, antología de narrativa fantástica y ficción histórica (Nacimiento, CR, 2020) y editora de El Legado y de Los Hijos del Fuego, de próxima aparición. Ganó el XIV Concurso de Escritura Creativa en Lenguas Extranjeras (UCR) en la categoría de poesía en lengua portuguesa. En 2022 publicó su primer poemario La Edad de Hierro (Medusa Editores), el cual fue presentado ese mismo año en la Feria Internacional del Libro de Chihuahua. Actualmente coordina el Círculo de Lectura Literatura Contemporánea en la UCR, en conjunto con la AEF y Tolle Lege.