IV. Cuando pasó todo
A las 8 de la noche Carmen dejó de responder llamadas, entre las 9 y las 10 Santiago Parral, su hijo menor, comienza a marcar insistentente, pero la única respuesta que recibe es la del buzón de voz. La lluvia no escampa, los mensajes para saber dónde y cómo está se acumulan en vano. No hay testigos. Nadie vio, nadie oyó, nadie supo nada de esa noche en que todo pasó.
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-Emma, que mi mamá está muerta-
-No, no lo está-
-Si lo está-
Colgó. No había mucho qué decir. El cuerpo no le respondía. Intentó entender lo que acababa de escuchar a través de la bocina del teléfono fijo. Por un momento incluso olvidó la tristeza causada por la ausencia de su hijo que —por cierto— estaba secuestrado. En silencio y con un dolor serpenteante que abría vacíos a su paso, se acercó a su esposo para contárselo y comenzó a llorar. ¿Quién podría haberlo hecho? Si Carmen era una persona sin enemigos a la que todo mundo quería. Intentó entender, pero no lo consiguió. Es 2022 y el dolor, como una flor que se abre ante ciertos estímulos, sigue ahí, con ella. Evade la mirada, cambia el tema y me sugiere que entreviste a otra persona. Ha comenzado a dar golpecitos sobre la mesa. Con ambas manos forma pequeñas esferas con la mezcla de la leche. Al momento de contar esto habían pasado tres años desde aquella llamada en que los sentidos se le entumieron luego de escuchar que su mejor amiga estaba muerta.
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La mañana del 16 de agosto del 2019 Carmen decidió no insistir en despertar a Chago, el menor de sus hijos, y salió de madrugada de su casa. Los planes de Carmen para ese día eran simples y cotidianos: realizaría un viaje cerca de la capital para recoger un documento y volvería a casa antes del anochecer. Santiago, Chago, le había pedido acompañarla y ella, como siempre, había aceptado. Sin embargo, Santiago no despertó a tiempo, así que el último acto de amor y cuidado que tuvo Carmen con Santiago fue simple y cotidiano: dejarlo dormir.
A las 10 de la mañana del 17 de agosto Santiago recibió la noticia. Dice que la fiscalía dijo que Carmen había muerto en un accidente. Pensó que era un sueño. El escalofrío más intenso del que tiene memoria lo sintió ese día. Perdió fuerzas, la cabeza le dio vueltas, las voces alrededor disminuyeron su volumen, su vista distorsionó la nitidez de las cosas, sintío los pies bien fríos. Estaba al bordel del desmayo, no pudo salir de ese sueño porque era la vida real. Había perdido a su mamá.
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-¿Dónde estabas cuando te llamó Chuy para darte la noticia?
-Estaba aquí en la casa- responde casi en un susurro.
La madrugada del 16 de agosto Damaris tocó la puerta de la recámara de su suegra Carmen, como solía hacerlo, y se dio cuenta de que ya no estaba. No se despidió de ella como otras veces. El día parecía simple y cotidiano: hicieron de comer, Chago partió leña y como a las 6 de la tarde le avisó a Chago que estaba en camino y que pronto llegaría. Esperaron su regreso, pero dieron las 7, las 8, las 9 y de los timbrazos pasaron a escuchar el buzón de voz. Medianoche, 1 de la mañana y ellos seguían sin saber dónde estaba Carmen. A las 5 de la mañana del 17 de agosto, Damaris se despertó y marcó varias veces. La respuesta era la misma: llamadas sin responder y la preocupación por saber de Carmen.
Luego, la mañana del 17 de agosto, a eso de la 9 de la mañana hubo una falla general en la señal telefónica. Chago seguía dormido. Recibieron una visita inesperada, se trataba de alguien del Palacio Municipal que buscaba a Chuy.
-Carmen tuvo un accidente- ambos, Chuy y Damaris, se preocuparon y también se las arreglaron para juntar dinero y poder llegar al hospital donde, supuestamente, estaba Carmen. Mientras Chuy tomó camino para reencontrarse con su mamá, Damaris le llamó a Chago para darle la noticia, tu mamá tuvo un accidente. Ninguno de los tres puso en duda la versión, lo creyeron hasta que horas más tarde, cada uno, sentiría cómo el mundo razonable se desvanecía alrededor de ellos.
Supieron que se trataba de algo mayor cuando a la casa llegó una camioneta roja, unos peritos y un policía municipal y les pidieron que fueran limpiando la casa para recibir a Carmen. No sospecharon nada, creían en que quizás, el accidente había sido demasiado aparotoso, en parte también porque nadie más había hecho esfuerzo alguno para explicarles lo que había ocurrido. Damaris sentía que ella estaba viva y se puso a limpiar su cuarto para recibirla y procurarla, para estar con ella mientras se recuperaba de ese accidente.
-Vayan limpiando porque Carmen falleció-
Eran las 11 de la mañana del 17 de agosto del 2019. Una mañana calurosa y triste. A Damaris, la noticia le entró por los ojos. Algo pasó que no lo puede explicar. Inmediatamente sus ojos grandes se inundaron de lágrimas. Se sentó y no supo qué hacer. En el pueblo, una mañana simple, cotidiana, pero, tremendamente triste: sin señal telefónica y, en adelante, sin la edil Carmen Parral Santos.
La noticia se difundió con rapidez por rumores y por publicaciones en Facebook. Mucho lo supieron, incluso antes que sus hijos y su nuera. A la casa de paredes color lavanda comenzaron a llegar familiares que se sumaron a la limpieza. Chuy y Damaris hablaron por teléfono, él le pidió que comprara lo que fuese necesario y arreglara la casa para recibir el cuerpo. Damaris salió de la casa, tomó un mototaxi y se encaminó a realizar las compras que no quería hacer, porque en el fondo, ella sentía que Carmen estaba viva, en el hospital y que regresaría a casa para poder cuidarla. Afuera la gente ya lo sabía. Los rumores se esparcían con velocidad y, mientras Damaris surtía algunas cosas, escuchó decir que a Carmen la mataron. Seguía sin creerlo. También escuchó especulaciones que ponían en duda la reputación de su suegra, que si andaba en malos pasos, que en qué habría andado metida y a Damaris no le quedó otra más que confrontar a la gente, desmentir, completar sus compras y regresar con el cuerpo desentendido de toda razón para esperar el regreso de Carmen porque, a pesar de todo, ella confiaba en que estaba viva.
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No era un cuarto de hospital sino un lugar oscuro con suciedad en el piso. No eran sábanas blancas, sino unas bolsas negras las que cubrían el cuerpo de Carmen. El 17 de agosto, antes de las 10 de la mañana, Chuy salió de su casa ante el aviso de que su mamá había tenido un accidente de carro y necesitaba que fueran a verla. En su ruta debía hacer una escala en Pinotepa Nacional. Ahí lo supo, no estaba internada en nigún lugar, sino que su cuerpo estaba resguardado y necesitaba ser reconocido. Chuy hubiera querido salir de casa sabiéndolo, prepararse, de algún modo para que el dolor no le quitara las palabras como lo hizo. Entró al lugar y se quedó mirando lo que había alrededor: en el suelo porquería y debajo de unos plásticos oscuros yacía el cuerpo de su mamá.
El aire que entraba por su nariz se conviritó en algo punzante. Enmudeció. Horas antes había salido de casa pensando en escuchar un parte médico, pero, las circunstancias o, mejor dicho, la impunidad y el encubrimiento del Estado lo habían colocado frente al cuerpo inerte de Carmen. Estaba ante un final infeliz y amargo en el que no pudo llorar ni asimilar las cosas. Tomó el teléfono y se comunicó con Damaris para darle la noticia, ella recuerda que no podía hablar bien, pero que fue claro con las instrucciones sobre preparar la casa para el funeral más inesperado, el de su madre.
Es abril del 2022, estamos en el patio de la casa de Carmen Parral Santos en San José La Estancia, Oaxaca. Un sol radiante que contrasta con los recuerdos filosos que mueven el tiempo como placas tectónicas. Ha pasado el tiempo y la vida. Dos años y ocho meses, para ser exactos, y siente que ha acumulado tanto llanto dentro de sí mismo que eso le está haciendo daño. Lo intenta, pero, no puede. Cuando la sepultaron lloró un poco. Después, estuvo pálido y, durante al menos dos semanas, la comida le parecía insípida. Casi no he llorado. Hasta siento que eso me está haciendo daño, el no sacar todo el sentir.
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El 14 de agosto de 2019 Carmen, Hugo y Santiago estuvieron en la casa de Emma Domínguez. Bebieron refresco, platicaron y suavizaron la angustia que Emma sentía por el secuestro de su hijo. La extorsiones telefónicas la tenían en el borde de la desesperación pues no contaba con el dinero para pagar el rescate de su hijo. Habían sido días malísimos y la compañía de Carmen representaban serenidad y refugio. A la 1 de la mañana del 15 de agosto del 2019 Carmen y Emma no supieron que la promesa de volver a verse quedaría incumplida.
16 de agosto del 2019
Mensaje de texto: Amiga, ya voy de regreso.
Había dicho que quería venir a verme. No supimos más hasta el 17, cuando el teléfono fijo de su casa timbró. Levantó la bocina.
-Emma, que mi mamá está muerta-
-No, no lo está-
-Sí lo está-