Resplandor de epifanías

Pan de especias inspirado en un poema de Gabriela Mistral

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

“Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

 

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto…”

 

El pan está hecho de certezas y vacíos como la vida misma. Es asequible, igual que lo materno o lo natural. Sus migas son las memorias que se tejen entre lo familiar y lo íntimo. En la multiplicidad de sus virtudes es universal, sencillo, ameno. En una hogaza hay espacio para una rebanada de tomate hasta cucharadas de estofado.  Es el alimento más básico y sagrado, quizás después del agua.

 

“Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco…

 

Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.”

 

Gabriela Mistral convierte esa masa horneada “mitad quemada, mitad blanca” en sujeto poético para significar la vehemencia de lo cotidiano, inevitablemente hincado por lo amargo y lo dulce. Valiéndose de la exquisitez del lenguaje, ella impregna su voz de sabor y textura para encontrarse una vez y otra vez y otra con los recovecos más profundos de su esencia. El pan es vida, alimento de muertos, ella es pan.

 

“…En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado.

 

Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.

 

Amigos muertos con que comíalo
en otros valles sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.”

 

La masa de este pan representa más que la obvia calma que infunde el alimento, la esperanza de aquello que cada comienzo de año se anhela como resplandor de epifanías. Las especias además de realzar el sabor y los beneficios de sus propiedades medicinales son seducción, conocimiento, regalos divinos traídos por los reyes.

 

“Es otro y es el que comimos
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.

 

La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.

 

Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado…”

 

 

 

Receta

Tiempo de preparación: 90 minutos

Tiempo de cocción: 45 minutos

Porciones: 6 porciones

 

 

Ingredientes:

200 gr. harina de trigo

330 gr. harina de avena

80 gr. melaza

6 gr. levadura seca

1 cucharada de especias (cardamomo, canela, clavo, jengibre, nuez moscada)

80 gr. frutos secos (almendras, pistachos)

10 gr. sal

400 gr. agua tibia

 

 

Foto: Diana Peña

Preparación:

Mezclar todos los ingredientes secos

Agregar la melaza

Agregar el agua poco a poco

Agregar la levadura

Amasar bien (puede ser en batidora a velocidad media)

Dejar reposar por 45 minutos

Precalentar el horno a 200°

Engrasar el molde y disponer la mezcla (puede espolvorear semillas de su preferencia)

Espolvorear gotas de agua

Llevar al horno durante 45 minutos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social.  linkedin.com/in/dianapeñacastañeda

@la_libreria_patisserie

 

 

 

 

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